Hace poco, camino del autobús, quien sabe si por deformación profesional, reparé en una extraña pizarra en medio de la acera junto al bar “El Norte” de castro Urdiales, anunciando “Happy hour” 20:00h. Y aunque me tengo por buena persona, algo de inglés entiendo más allá del amable saludo londinense “Fuck off!” por lo que pude colegir que, a las ocho de la tarde, en dicho establecimiento, empezaba una ¡hora feliz!
Durante el trayecto a Bilbao medité sobre el asunto cavilando en qué podía consistir esa “Hora feliz” El significado temporal de la expresión estaba claro “60 minutos” que aunque ridículo comparado con el ¡Feliz cumpleaños! que dura todo un día, con el ¡Feliz Navidad! que da para dos o tres meses, huelga comentar con ¡Feliz año Nuevo!, lo cierto es que, si estamos en crisis, el recorte también ha de afectar a la felicidad. Pero ¿Qué es la Felicidad?
Así en abstracto, la Felicidad es un concepto como cualquier otro biensonante de esos que gusta usar sin peligro de cometer un error. Por ejemplo, es fácil que un político nos prometa más libertad, los periodistas contar la Verdad, las fuerzas del orden mantener la Paz, los tribunales impartir Justicia y las Religiones comunicarnos el Amor de Dios. No obstante, la Felicidad parece gozar de un estatus axiológico superior al cual remiten todos los demás, lo cual, le hace más vulnerable al abuso. Para aceptar esta afirmación, antes hemos de enfrentarnos a distintos dilemas imaginarios a modo de experimento mental para en su dilucidación ir configurando nuestro particular escala de valores:
Si nos viéramos forzados a elegir entre una vida llena de Paz y otra de Amor, ¿Con cuál nos quedaríamos? Pongamos que han escogido la Paz porque puede haber Amor sin Paz, pero no Paz sin Amor ¡Esta era chupada!. A continuación, la elección se plantea entre Paz o Libertad. Supongamos que han optado por la segunda porque desean ser libres antes que pacíficos siendo como somos humanos y no Ángeles. Sin embargo, nada más tomar su decisión les sobreviene la duda entre la Justicia y la Libertad; Tras varios devaneos y vacilaciones sin estar muy convencidos apuestan por la Justicia, pues es de suyo que la Justicia para ser justa ha de presuponerse libre. El asunto se complica más cuando cae en la cuenta de que puede disyuntarse todavía entre Justicia y Verdad o lo que es lo mismo entre ser Justo y Sabio. Es evidente que para ser Justo es preciso ser antes Sabio porque, se es justo por ser sabio y no sabio por ser justo. Pues bien, ahora le toca el turno a la Verdad enfrentarse con la Felicidad. Entre ser sabio y Feliz ¿Qué elegirían ustedes?
En el párrafo anterior he presentado mi particular perspectiva, pero la de usted puede haber recorrido otro derrotero en función de su experiencia vital. En cualquier caso, al final la Felicidad se lleva el honor de supeditar a todas las demás, no ya una a una, sino tomadas incluso en su conjunto, porque la meta de nuestra existencia es ser feliz.
Fuera del diccionario, las personas pueden buscar y hasta encontrar la felicidad en el placer, el cumplimiento del deber, el amor, la familia, la amistad, el trabajo, la riqueza, la salud, el honor, el juego, el sexo, el conocimiento, la abstinencia, la paz interior, la meditación, el sufrimiento ajeno, la justicia, el asesinato, y un largo etcétera para el cual la filosofía siempre ha hallado un acomodo metafísico bajo el epicureísmo, pragmatismo, utilitarismo, kantismo, estoicismo, existencialismo y demás escuelas. Despejar su escurridizo misterio ocupa mi reflexión filosófica desde cuando en COU tuve que enfrentarme al “Discurso de la Felicidad” de Séneca y casi creí alcanzar una respuesta plausible hace dos años cuando llegué a la humilde conclusión de que, el secreto de la Felicidad, puede residir en algo tan sencillo como llevar paraguas un día de lluvia. Pero estaba equivocado.
Esa reflexión podía valer para mi que no sé inglés. Puede haber gente que sólo se sentiría feliz llevando ella paraguas y los demás, no. Es más, los habría que en su afana de ser ellos felices, irían robando paraguas por las esquinas para posteriormente disfrutar contemplando cómo sus dueños, desdichados, corren entre los charcos bajo el agua. Si me apuran habrá individuos que serán felices viendo cómo los demás se mojan aunque ellos tampoco tengan paraguas. Y todavía habría algunos que sin necesidad de llevar o no paraguas y de que lloviera o dejara de llover, serian felices con sólo imaginar como los demás nos mojamos un día de lluvia cualquiera.
A la luz de todo lo comentado, pasé el día intrigado cómo se las arreglaría el dueño de “El Norte” para satisfacer a todos los clientes durante una hora, cada cual, con su singular idea de Felicidad. En mi caso no era nada complicado: con dos rubias de ojos azules en bikini al lado sería más que suficiente. Pero sé que los hay más exigentes y lo que ha empezado siendo un ardid de mercadotecnia, podría volverse contra el promotor de la iniciativa, pues la gente anda muy necesitada de felicidad, entendida esta como dinero, ahora que los bancos no dan crédito y las ejecuciones hipotecarias se cuentan por suicidios. Finalmente, a mi regreso, con la curiosidad a flor de piel, me acerqué por el local a eso de las ocho y media y pedí una cerveza.
Para mi sorpresa, sin darme tiempo a que le preguntase en qué consistía la ¡Hora Feliz!, me plantó delante del mostrador dos botellas abiertas. Entonces comprendí que la Happy Hour! no era otra cosa que el típico 2×1 de los supermercados. ¡Adios! A las rubias de ojos azules, aunque he de reconocer que con las otras dos rubias a cada trago que daba, profundizaba en el misterio de la felicidad y hasta creo que llegué a entender mejor los Misterios de Eleusis.