Son muchas las aristas de lo sucedido en las pruebas de selección a Maestro de Primaria en la convocatoria de la Comunidad de Madrid con cuyas respuestas bien podría editarse la versión culta de la “Antología del disparate” como para abordarlas todas de una tacada. Por ello, mientras otros colegas se esmeran en limar las que correspondan a sus respectivas trincheras políticas, sea para denunciar la estrategia de acoso y derribo de la educación pública por parte del PP, sea para defender los intereses gremiales de los docentes, yo elijo sentarme de nuevo en el pupitre junto a mis compañeros de infancia desde donde levanto la mano y pido la palabra:
¡Seño! No discuto la existencia evidente de un “Curriculum oculto” puesto en marcha por el PP al objeto de desprestigiar la enseñanza pública como los profes mantenéis ante los medios de comunicación. Con todo, no parece que lo recientemente aireado, les ayude mucho en la tarea, dado que, si los resultados obtenidos son desastrosos para la imagen general de los enseñantes públicos, no quiero pensar en qué quedará entonces el perfil de los profesionales que han acabado en la rama privada incapaces de aprobar una Oposición del Estado.
Obviado ese debate menor, lo cierto es que, desde hace décadas, la Escuela tiene el problema de no servir más que como almacén de niños. Educación, formación e instrucción, están supeditados, no ya a la Producción de bienes de consumo, que hasta cierto punto es su fundamento y finalidad, sino al horario de la misma. En consecuencia, los Maestros, se han visto reconvertidos en niñeras y su alumnado cada vez se comporta más en consecuencia con dicha labor, en un proceso involutivo social de la conducta retroalimentado que se viene gestando desde largo y del que ha emergido la nueva generación de docentes con idónea disposición para impartir su experiencia académica escolar adquirida desde niños sin la más mínima fricción intelectual entre objetivos del claustro y resultados obtenidos, donde en vez de perseguir como antaño elevar el nivel de los alumnos, se buscará por todos los medios acercar a ellos el de los profesores.
Por otra parte, habéis de reconocer que, si no se puede explicar lo que no se sabe, pretenderlo es propio de charlatanes y cobrar por ello de estafadores. Además es muy injusto exigir a los demás pasar por controles, pruebas y exámenes que uno mismo no superaría de no tener entre manos de continuo el solucionarlo como acostumbráis, cuando a los alumnos se les reclama responder siempre de memoria.
El disimulo de la función docente, cuál es, reservar por parte de las élites económicas un estadio acomodado a la progenie de las clases medias para que se ocupen de inculcar desde la infancia la obediencia y el sometimiento de las crías provechosas de la clase trabajadora para quebrantar su ánimo emprendedor bajando su autoestima por medio de la supervisión continua y la corrección minuciosa de sus opiniones y actos, de proseguir confiada en su relajación de formas, puede verse relegada del organigrama institucional por haber cosechado un éxito inesperado en todos sus campos operacionales al haber creado toda una generación de idiotas conformistas ignorantes ahora capaces de perpetuarse sin su ayuda.
Porque no hay que olvidar que con el progreso social acumulado durante siglos, el pedagogo, es un esclavo que educa hoy a otros esclavos. Su privilegiada posición que le evita trabajar con las manos más allá de prender una tiza, depende precisamente en que los amos puedan ver en su diferencia intelectual la justificación para encomendarles la tarea de empupitramiento mental de las masas oprimidas que requiere el sistema. Pero si esta se pierde, desdibujado ya el señuelo de la mejora profesional a través del estudio y la formación con la que se encandiló durante todo el siglo XX a los esclavos, no quedará ninguna excusa para mantener tan costoso sistema de control social, pues es evidente que, si el pastor del rebaño parece una oveja más, casi mejor dejarlas pastar libres.