La denominada “Prensa libre”, lo será ciertamente en el sentido de estar libre de información, libre de verdad, libre de interés público, libre de autenticidad, libre de investigación, libre de crítica, libre de pensamiento alternativo, libre de pluralidad y aunque suene paradójico, libre de independencia.
Por el contrario, parece muy sobrada de autocensura disfrazada de prudencia, rebosante de respeto a la autoridad, hasta los topes de burdas mentiras, evidentes manipulaciones y toda suerte de técnicas subliminales de persuasión, atiborrada de noticias insustanciales donde lo que más abunda es la propaganda del régimen y su cara más amable en forma de publicidad a través de cuyo cauce se contrata todos los soportes audiovisuales para mantener desinformadas y contraprogramadas las mentes de los ciudadanos que hace tiempo han perdido la capacidad instintiva de repeler el peligro y hasta la apetencia por cuanto sería de su conveniencia mantenerse al tanto.
En el periodismo contemporáneo, ya no manda contar la verdad, no ya la Verdad con mayúsculas quimera filosófica de corte socrático, siquiera la verdad de cada cual, que convierte a quien la profiere en persona sincera aun en el relativismo más abyecto; tampoco manda narrar los hechos del modo más objetivo que a un sujeto le sea posible, tal cual un reportero los contempla, siempre peinados y trilladas por las Agencias internacionales de Información que cuidan su administración en función de intereses bien distintos y lejanos de la ciudadanía que para nada necesita preocuparse por lo que sucede en Boston más de lo que lo hiciera por la familia de veinte miembros masacrada por bombas de la OTAN en Afganistán hace cosa de un mes cuando asistía a una boda; menos mandan los hechos cuya eclipsada transmisión se evita en directo filtrada por los satélites que lo ven todo pero no cuentan nada salvo la consigna que hay que enviar para que las masas actúen en tal o cual dirección pues sabido es en sociología que es más fácil predecir el comportamiento de una población entera que el de uno sólo de sus individuos; Por consiguiente, ya no manda la actualidad, ni la realidad, ni la libertad de opinión, conciencia o prensa, ni la información. Todo eso quedó muy atrás en la nostalgia de series como “Lou. Grant”. ¿Quién manda entonces en nuestros diarios, radios y televisiones? ¿Quién decide que al deporte se le dé más espacio que al Tiempo, y al tiempo más tiempo que a cualquier asunto temporal?
Se podría sospechar que, en los medios de comunicación, dado que son de presunta utilidad pública, mandarían los políticos o sus organizaciones los Partidos; hubo un tiempo en que fue así, pero al final lo que interesa a la clase parasitaria es obtener el máximo beneficio sin ningún esfuerzo; y es evidente que mantener a diario un (ICP) Instrumento de Coacción y Propaganda como lo son los actuales Grupos de Prensa, comporta un trabajo que, a fin de cuentas, puede subcontratarse por medio de subvenciones, o eso creían…Porque, una vez sueltos los perros, estos ladran y muerden a cualquiera, salvo al que les de mejor de comer.
Al final, la banca por medio de sus tapaderas empresariales se ha hecho con el control de la jauría periodística a través de la contratación de la publicidad que es la que ahora manda en todos y cada uno de los medios de comunicación, con la misma mano férrea que lo hace con los partidos a los que sufraga con créditos blandos y condonaciones constantes de deuda para tenerlos a su servicio indistintamente de sus siglas, si bien, la obediencia de unos y otros va en función de las cantidades percibidas o contratadas según respondan al mundo de los parásitos o de los correveidiles trasformados en chivatos y pregoneros.
Para averiguar el grado de pluralidad al que podemos aspirar en los contenidos de un medio de comunicación, bastará con tomar nota de la cantidad y diferencias – si las hubiere – de los espacios dedicados a la publicidad y de las marcas que los ocupan. Con sólo este ejercicio de observación, ustedes comprenderán la balsa de aceite en que están todos pringados.