Habiendo lo que hay pendiente en este país, en cuanto a juzgar a nuestros gobernantes criminales, proporcionar trabajo, salario y vivienda digna a los ciudadanos, que sus hijos puedan comer tres veces al día, garantizar la sanidad y la educación universal, acabar con el fraude fiscal etc, los programas de desinformación se han hecho eco de una iniciativa importada de Italia bautizada “Café pendiente” consistente en dejar con antelación una consumición abonada en barra para que personas desconocidas que no tengan como se suele decir “ni para pagar un café”, posiblemente sigan sin trabajo, sueldo, casa, comida ni sanidad, pero al menos ya no puedan quejarse de “no poder tomar un café”.
Desde que me contaron la fábula donde un perdido polluelo en un prado nevado fue salvado de morir de frío gracias a la boñiga que una vaca le echara encima para calentarlo y de cómo acabara engullido después de que un lobo que andaba por las inmediaciones le sacara de la mierda y lo limpiara con su lengua…desconfío de toda buena acción particular de mis semejantes y más todavía si la misma se presenta organizada.
Con todo, dividido entre la suspicacia y el escepticismo, siempre apoyaré iniciativas por muy ruines y sibilinas que sean, encaminadas a aliviar el sufrimiento de los más desfavorecidos, de ahí que, aun con mis reservas, de pábulo a esta idea de ir pagando cafés para regocijo de la maltrecha economía hostelera que con vista en el negocio solidario no ha dudado en agarrarse a ella como un clavo ardiendo, proponiendo al instante también el “Pincho solidario” el “Bocadillo solidario” y hasta “El menú solidario” e incluso divulgue el sitio que la promueve en la red Cafespendientes, donde se explica todo con detalle, mas echándose en falta una sugerencia a los establecimientos que se sumen al fenómeno para que ellos también colaboren con el gesto anónimo de los cándidos ciudadanos pudientes sufragando uno de cada cinco cafés que pongan o a las mismísimas cadenas cafeteras que al final del proceso serán las más beneficiadas con esta solidaridad de azucarillo.
De cualquier modo, por algún lado se debe empezar y no me parece mal que lo hagamos por los cafés. Pero ¿Por qué quedarnos en los cafés? Además de la interesada propuesta de bares y restaurantes por ensanchar la iniciativa a otros productos, podríamos probar con las “Bofetadas pendientes” que se las podríamos propinar a los militantes de base de los Partidos en sus propias sedes con una manopla de cocina acolchada para que ellos a su vez se la entreguen con la palma desnuda a sus respectivos líderes en cuanto tengan ocasión durante los mítines, reuniones y asambleas internas, por supuesto salvaguardando el principio moral de hacer el bien sin mirar a quien y sobre todo salvaguardando el anonimato.
Con estas últimas garantías procedimentales de la caridad cristiana, también podría repartirse “Puñetazos pendientes” y “Patadas pendientes” a los dirigentes sindicales al objeto de que se las trasladen a sus jefes de la Patronal en los comités de empresa para que no sean ellos los únicos en agachar continuamente la cabeza. Por lo que incumbe a ser sodomizados, preferiríamos que lo siguieran negociando en la intimidad.
Por último, se me ocurren infinidad de chismes y artefactos que podíamos dejar pendientes en las sucursales bancarias y Cajas de Ahorro, pero ninguno susceptible de poderse recibir y transmitir en la cadena de mando como en los casos anteriores, dada la caducidad de sus efectitos inmediatos, por supuesto, siempre condenables desde la Democracia y el Estado de Derecho que salvaguarda los valores Constitucionales con los que forjamos la convivencia frente a los violentos y terroristas que desean alterar la paz social, palabras a las que desde aquí me adhiero denunciado a los que hablan con los socios de los amigos de los proetarras con los que seguramente estén relacionados. En vista de lo cual, sólo queda plantear que se les pague también a ellos los banqueros un “Café Pendiente” para que cualquier ciudadano que les vea pasear impunemente por la acera se lo pueda arrojar, por la cabeza hirviendo.