Si de pequeños no leyeron nada de “Historias de Ninguno” obra muy recomendable de Pilar Mateos o nunca nadie les dijo nada sobre la “Concordancia de polaridad” en castellano, más conocida como “Doble negación” que a diferencia de la lógica o la matemática, en vez de anular su naturaleza pasando a positivo el significado del mensaje, no sólo no lo elimina que lo refuerza, la verdad es que, no se han perdido nada, salvo alguna que otra paja mental, si de repente les diera por analizar las líneas precedentes con detenimiento.
Mientras los chinos se esfuerzan en demostrar la viabilidad del antiguo bazar frente a las grandes superficies y el Gobierno el modo de rescatar el oficio de limpiabotas, los prestamistas han resucitado las Casas de empeño solo que en vez de presentarlas con el aspecto sombrío del rancio recuerdo novelado, lo hacen en lo más céntrico de nuestras zonas comerciales y esparcimiento por medio de chillones letreros enormes donde con letras grandotas anuncian ¡Compro oro! entre un Casino “On Line” y una tienda de ropa “pret a porter” confeccionada por esclavos de Bangladesh.
Estas casas de empeño han proliferado gracias a lo bien que va la crisis, apoyadas por el más fétido capital salido de “Las cloacas de la economía” del profesor Velasco. No obstante, la situación no debe estar lo suficientemente madura para que la ciudadanía se desprenda de todos los tesoros materiales acumulados durante una vida de trabajo y sacrificio, pues últimamente, a los constantes anuncios en prensa que ya rivalizan con los de prostitución en los más recatados medios y a los ya citados exagerados cartelones que inundan las paredes de nuestras calles, las mismas donde se prohíbe a las Asociaciones de Comerciantes y Vecinos acometer cualquier iniciativa en sus fachadas que modifique visualmente el entorno por un administrativo bla,bla,bla, que sólo rige para quienes no se prestan a sobornar a las autoridades criminales, se les han sumado otros igual de llamativos, gigantes con gruesas letras con la atractiva exclamación ¡Pagamos más que nadie! Muy difícil de olvidar.
Pues bien, el otro día paseando por una de nuestras urbes, me quedé con la copla de uno de esos establecimientos. Como cualquiera de ustedes, lo primero que entendí fue “¡Somos los que más pagamos!” o cuando menos ¡Pagamos como los que más! Y así de tonto me hubiera quedado, de no ser porque a la vuelta de la esquina me di de bruces a lo rompetechos con otro letrero que también prometía lo mismo ¡Pagamos más que nadie!
Mi mente ociosa todavía no se había caído del guindo semántico engolosinada como estaba especulando con la posibilidad de sacar una alta rentabilidad de tan magna competencia entre ambos establecimientos pues bastaría con ir con un solo anillo de uno al otro en sucesivas ocasiones para que se vieran obligados a aumentar alternativamente el pago de no quererse ver denunciados ante la Oficina del Consumidor por falsedad en su publicidad. Y echando esos cálculos de la lechera entremezclados con algunos apuntes de la Teoría de Juegos, vi en una misma calle otros dos locales que anunciaban uno frente al otro lo mismo ¡Pagamos más que nadie! ¿Cómo era posible?
Verificado que no se trataban de franquicias de una misma empresa extractora, recapacité sobre lo que decía la expresión ¡Pagamos más que nadie! Esta exclamación se basa en que en verdad, ¡Nadie paga! Pero no es que en España nadie pague por los delitos, por la corrupción o por el fraude…Cuando digo que ¡nadie paga!, me refiero a que la acción de pagar la debe realizar siempre alguien o algo. Nadie, no puede pagar nunca. El día que nadie les pague ¡Será un milagro! Siendo entonces imposible que nadie pague nada, es de Perogrullo que pague lo que se pague, ya pagarán más que nadie. Este es el modo en como todos estos establecimientos pueden permitirse el lujo de anunciar ¡Pagamos más que nadie! Y cumplirlo todos a la vez, pues paguen por una pulsera cien, diez un euro, ya pagan todos más que nadie.
Un truco parecido ya lo descubrió Ulises en la Odisea, cuando dijo al cíclope Polifemo que se llamaba Nadie. Aunque estoy seguro de que muchos de los propietarios de las tiendas de compra de oro jamás han leído la Odisea de Homero, y es posible que nunca hayan oído hablar de tal obra, siguen siendo tan astutos como el héroe de Ítaca.