Raquel Lacalle, en su muy recomendable obra “Los símbolos de la prehistoria” defiende magistralmente la inspiración astral del arte paleolítico mostrando sus distintas claves interpretativas con las características propias de quien se pronuncia desde un genuino saber, cuáles son, claridad en su exposición, sencillez del lenguaje empleado, profundidad intelectual de los planteamientos, hipótesis que iluminan el conocimiento anterior, ordenada erudición de la casuística…donde entre una infinidad de detalles que nos ayudan a comprender mejor la aparición súbita de la conciencia estética, a caso de la magia, la religión y la misma ciencia, da a conocer que los animales representados en las paredes de las cuevas, respondían a un sencillo código dual donde animales como el caballo o el pájaro tenían asignado valor solar, mientras el bisonte o el mamut era de carácter lunar. Desde esta perspectiva, la autora va explicando una a una las diversas escenas retratadas en relación a distintos fenómenos celestes; así la lucha de estos animales podría indicar el eterno combate entre el Sol y la Luna, la Luz y la oscuridad; la superposición de sus figuras ilustraría la circunstancia especial del eclipse; las distintas posiciones o la ubicación del propio animal en la escena, trataría de plasmar sus distintas fases a lo largo del día en caso del Sol (Amanecer- Ocaso) o de la Luna (Nueva, menguante, Llena, creciente) para lo cual también se vale de la presencia o ausencia de ojos, cuernos, cabezas, etc.
Este código careció de correlato y motivo con la desaparición de la Caza Mayor extinguida por la explotación humana y el cambio climático acontecido tras el advenimiento del holoceno y se trasformó en mitología de la que posteriormente se nutrirían no sólo las religiones; también las instituciones de los incipientes Estados y sus clases dirigentes que serian presentados ahora como hijos del cielo, faro de la humanidad, luz que ilumina a través de la ley, frente al caos que reinaba fuera de las murallas y la oscuridad del proscrito, autoproclamándose garantes del orden cósmico natural, siempre en combate contra el menstruo ancestral de la noche, ahora asociado a quienes se rebelaran a su autoridad.
En nuestro sistema criminal de Partidos, la Luz en principio le correspondería a quien ocupara la posición de Gobierno quien pasaría a ser el antorchado de los Misterios Eleusinos, el portador de Luz, el Prometeo del Pueblo, el Gran Lucifer y la oscuridad a quien estuviera en la oposición. Por ilustrarlo de algún modo podría decirse que quien vence en las elecciones criminales en democracia ocuparía las estancias del Olimpo de los dioses, revistiéndose de oro y púrpura, mientras quienes pierden las elecciones han de conformarse con ejercer de simples mortales, si bien con vocación de convertirse en héroes capaces de arrebatar el fuego, la escritura o el conocimiento a quien celosamente lo atesora y sólo lo muestra a su capricho, actualmente a través del nuevo fuego que es la pantalla de plasma, televisión u ordenador.
La ancestral simbología basada en el binomio Sol-Luna se ha conservado en su dualidad por partida doble: Gobernantes radiantes y sonrientes-gobernados apesadumbrados en la penumbra y de otra, Gobierno y Oposición, que se alternan como el día y la noche, pero sólo en su oscuridad, en su ocultación, sin la menor brizna de transparencia, reptando sigilosamente entre las sombras y las sospechas enroscándose al Árbol de la vida social, al tronco de la libertad individual, amenazando su supervivencia y seguridad, al tiempo que simula repartirse en tres Poderes Legislativo Ejecutivo y Judicial, cuando en verdad son las mismas tres fases de la reina de la misma noche oscura.
El ciudadano, con la mirada limpia del Cro Magnon, con la inocencia del Neandertal, se asoma cada mañana por la agreste gruta de los medios de comunicación esperando atisbar una brizan de esperanza en forma de haz de luz, acaso sonriente Arco Iris tras la tormenta de la noche, pero sólo ve Bisontes a su izquierda y derecha en el horizonte que ya no son fuente de riqueza y prosperidad como antaño porque arramblan con cuanto encuentran a su paso sin dejarse cazar.