El pasado Lunes apareció sin vida el cuerpo de un varón de 46 años en un saco de dormir en plena vía pública de mi pueblo natal Castro Urdiales y quisiera presentar en voz alta algunas de las reflexiones que me han venido a la cabeza conforme he ido leyendo el suceso en distintos medios de comunicación:
Parece que cuando un hombre joven, en edad de trabajar, comprarse un coche, ver el fútbol todo los días, consumir, formar una familia y votar a los de siempre, se muere en la calle sin el menor decoro en uno de los actos de exhibicionismo más obscenos que quepa imaginar, como quiera que ello podría dar una muy mala imagen al exterior de nuestra sociedad, máxime cuando la localidad, la región e incluso la nación entera ha puesto todas sus energías en ser un país de servicios para atraer el turismo, y de cara al interior alarmar a quienes en su mal ejemplo pudieran sentirse afectados empáticamente por aquella Solidaridad Mística de la que hablara Mircea Eliade con cualquier animal abatido en nuestra jungla de asfalto, los periodistas siguiendo la consigna editorial ya mamada en la facultad de escribir para formar que no informar, se apresuran a aclarar que se trata de un “indigente” como si fuera una categoría adquirida por oposición o una nueva etnia culpable de culpabilidad ahora que ya no somos racistas, para que las nobles conciencias puedan asumir, si no como natural, al menos como comprensible el fatal desenlace que se nos comunica, porque es propio de los indigentes morir a ras de acera de hambre, frio, en reyertas, drogados, sin asistencia médica, cuando no molidos a palos o quemados con gasolina, procurando evitar en el relato esas otras voces incómodas para la ocasión que como ciudadano, vecino o persona, a lo mejor nos enfrentarían cara a cara con la Constitución, los Derechos Humanos y el mensaje de Jesús de amar a Dios por encima de todas las cosas y a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Pero a la vista está que un indigente, no es un semejante…de momento.
También en la noticia, los reporteros se hacen eco de los informes policiales y de los servicios de urgencia comentando que “el cuerpo no presentaba heridas ni signos de violencia”. La confesable intención tanto de las autoridades como de las correas de transmisión habituales es la de despejar la duda sobre la causa del fallecimiento, dando a entender que por esta vez, el indigente se murió el solo, quién sabe si por porque le llegó su hora o por propia voluntad. ¡Hijos de políticos! ¿Es poca herida morir en un saco de dormir? ¿Es poca violencia verse obligado a vivir en la calle?
Morir en un saco de dormir, es la mejor metáfora en la que podemos encapsular cual jeroglífico egipcio, la situación en que se encuentra nuestra comunidad, que viendo como se recortan sus logros sociales – no me gusta llamarles derechos – en sanidad, educación, investigación, contemplando como aumenta el paro juvenil, la fuga de cerebros con sus manos cualificadas, forzados a pagar cada vez más impuestos para cubrir los huecos dejados por la corruptocracia socialpopulista confortablemente asentada en la bancada parlamentaria, etc, prefiere enfundarse de paciencia con la esperanza de ver pasar los días, pues en los tiempos que corren entendemos mejor que nunca el título de aquella surrealista película “Amanece que no es poco” escrita y dirigida por José Luis Cuerda. Si bien, como oportunamente advirtiera el filósofo Hume en su encomiable “Tratado sobre la naturaleza humana” con ocasión de criticar algunos abusos de la costumbre asociativa, no por ver siempre asomarse el sol por la mañana, este tiene necesariamente que salir al día siguiente. Cosa que ha sido cierta para el infeliz que en un saco de dormir se acostó a pasar la noche de verano y no se ha despertado.