Tomen a un niño de entre 6 y 10 años, preferentemente hijo suyo o en su defecto sírvase de uno de acogida. Sitúese en frente y sin mediar palabra propínele una torta, ni suave ni brusca. De inmediato la criatura exclamará ¡¿Por qué?! ¡He ahí un filósofo!
Y por culpa de buscar porqués, descubrir que la gramática española admite formular la pregunta por escrito así: ¡Por qué?, aunque queda raro a la vista. ¿A que sí!