Porque somos humanos y no dioses, perseguimos la perfección cual presa en el horizonte, no dándose nunca plena satisfacción, pues gustamos del derroche en época de abundancia cuando podríamos mejor ahorrar pretendiendo, en cambio, ser austeros cuando no queda otro remedio, nunca viéndose juntas virtud y circunstancia propicia, que por algo a la miseria económica le acompaña la podredumbre moral.
La famosa separación de Poderes emprendida por los ilustrados para evitar los excesos del Absolutismo, dividiéndolos en Ejecutivo, Legislativo y Judicial, fue un progreso teórico muy matizado en la práctica. Sin entrar a valorar cómo su conjunto es deudor del Poder económico, lo cierto es que sus ideólogos, siempre pensaron en este reparto trinitario como acontecido en simultaneidad, en correspondencia con la fuente regia de donde provenía, pues en la figura del Soberano, el Poder era ejercido en todas sus potencias por igual, simultáneamente.
Es verdad que los tres Poderes, coinciden mayoritariamente en el tiempo, mas nunca a tiempo. Me explico: La división de Poderes fundamentaba su excelencia en el equilibrio entre los vértices del triángulo institucional que se pretendía, dando juego a la mutua vigilancia para evitar excesos de las partes en respuesta práctica a la eterna cuestión de Juvenal ¿Quién vigila al vigilante?. A este equilibrio de Poderes, se le sumó la figura del árbitro como Jefe del Estado pudiendo ser Rey, Príncipe o Presidente de República. Por si acaso, por encima de todos, se situó la Constitución. Pues bien, así como en la Santísima Trinidad, no gozan de igual dignidad el Dios Padre que ocupa ¾ partes de la Biblia, el Dios Hijo que aparece en lo restante sin apenas huequecillo para el Espíritu Santo, los tres Poderes, nunca llegaron a trabajar plenamente por separado, ni en colaboración.
No estoy aludiendo a las consabidas desavenencias entre unos y otros o a los problemas de ajuste y coordinación. Lo que deseo tratar ahora es un fenómeno que a diferencia del de la relación subordinada, me había pasado desapercibido, cuál es, el de la alternancia programada en el sano ejercicio del Poder.
No sé si se han fijado ustedes, pero me llama poderosamente la atención que cuando el sistema hace aguas por un Legislativo corrupto y un Ejecutivo ineficaz, resulta que la Justicia en colaboración del cuarto Poder, la Prensa, actúa con un vigor que ante los ojos del ciudadano salva todo el sistema dándole cuerda para pasar estos ratos de tribulación. ¡Sí! Esa, la Justicia acusada de cachonda, lentitudinaria, dependiente, farragosa, al servicio de los poderosos, etc. ¿Por qué ahora funciona tan bien y a marchas forzadas?
No dudo de la buena intención de Jueces, abogados, fiscales y periodistas que están dando la cara por la Democracia en defensa de los intereses de los ciudadanos; son como ratas sueltas de laboratorio que hacen lo que pueden, a expensas de otra voluntad. Porque su hiperactividad contrasta abiertamente con su dócil actitud de “Bella Durmiente” o en actitud pastoril contempladora de “Los Reyes Magos”, hasta ahora mantenida por jueces y periodistas respectivamente en lo que debería haber sido su labor primordial.
La plácida convivencia de la Judicatura y los medios de comunicación con los poderes Ejecutivo y Legislativo ha sido mayor de lo deseable para la salud de la Cosa Pública, porque la tarea del Poder Judicial y periodístico, no es como la de un carnicero que trabaja con cuerpos muertos, a los que no cabe más que despachar, sino como la de un médico que prefiere prevenir a curar.
El elogiable alarde de justicia e información ahora desplegado, por parte de Tribunales y rotativos, aun siendo de agradecer, se asemeja más a la penitencia por las culpas expiadas que al acierto del deber cumplido. En consecuencia, sospecho que, tan ejemplar comportamiento responde más a un desesperado intento por lavar la imagen del desacreditado sistema, que a un profundo sentimiento de enmienda y tan pronto como sea posible, todos volverán a mirar para otra parte recostándose en el profundo sopor acostumbrado.