Durante toda la semana pasada, a raíz de la tragedia acontecida en Ceuta donde 14 personas han perdido la vida por intentar atravesar la frontera en pleno siglo XXI, ha sonado más que de costumbre la expresión “Violencia policial”, primero en boca de asociaciones humanitarias para denunciar los hechos, después de labios de los representantes institucionales para desmentirlos, con el acrítico soporte mediático de parte de periodistas y tertulianos que a este respecto cometen el mismo error – salvando las distancias – que las distintas Organizaciones Armadas que como ETA o GRAPO afirmando luchar contra la opresión de las élites extractoras, contra las oligarquías financieras y sus cómplices el entramado político-empresarial, acaban enzarzándose a tiros con los miembros de las fuerzas de seguridad, dejando indemnes a sus teóricos objetivos, pues es de sobra conocido su modus operandi consistente en secuestrar a ricos y matar a pobres diablos, sean estos policías o concejales de pueblo, pues lo contrario escaparía a su lógica que como la de los políticos es de corto alcance.
El aparato represor del Estado, lamentablemente necesario en una sociedad de Hombres y no de Ángeles, además de cumplir las funciones asignadas por la Constitución, sirve de protección física a las Élites extractoras cuando el Pueblo estalla de indignación por no soportar la opresión, de ahí su desmesurada omnímoda presencia sin reparar en gastos en cualquier manifestación cívica en labores de custodia y vigilancia de sedes bancarias o grandes empresas durante las legítimas huelgas, mas también, de invisible parapeto emocional sobre el cuál proyectar la ira popular que sólo es capaz de apreciar la inmediatez de las pelota de goma silbando sobre sus cabezas, los gases lacrimógenos en su derredor, las porras sobre sus espaldas, las tanquetas de agua amenazantes en el callejón, etc, sin percatarse que detrás de esa parafernalia del antidisturbios provisto de uniforme ignifugo, casco y escudo, están quienes dan la orden de disparar a la población, los que deciden el grado de represión a emplear en esta u otra ocasión y cuantos no les tiembla el pulso en sacrificar la buena imagen que la Policía tiene en su diario servicio al ciudadano, con tal de convertirles en el blanco de sus críticas, sabedores de que las mismas, raramente trascienden de sus subordinados, menester en el que colabora en alto grado la expresión “Violencia policial” a la que los medios de comunicación dan pábulo, siguiendo la consigna, que para algo las empresas los pagan con sus campañas de publicidad.
En mi opinión, la expresión “Violencia policial”, debería reservarse para aquellos casos donde la actuación violenta de la Policía estuviera al margen de las órdenes recibidas. Para el resto de casos, lo suyo sería hablar de “Violencia Institucional”, dado que en un Estado democrático y de derecho, la cadena de mando, si bien termina en el funcionario – cuya profesionalidad ya defendí en “Apología del Antidisturbios” publicado en mi blog “Inútil Manual” – no empieza con el Jefe de la Policía Nacional, ni de la Guardia Civil; sería ¡el colmo! que en un país gobernado por criminales, donde los jueces y fiscales no tienen independencia alguna, la fuera a poseer la Policía o el Ejército que pese a las jugarretas apuntadas, gozan de la mejor estimación ciudadana en todas las encuesta de opinión. Son los representantes políticos y los Cargos designados por ellos, como el Ministro del Interior o los Delgados del Gobierno, los responsables primeros y últimos de cuanto acontece en una manifestación; son ellos quienes dan las órdenes y por ende, es a ellos a quienes debemos dirigir nuestras críticas, empezando por llamar a las cosas por su nombre.
Tener esto claro, es importantísimo por cuanto la reflexión en los debates entre los círculos contestatarios empieza a inclinarse a favor de los partidarios de ir mejor equipados para la lucha en las manifestaciones provistos con casco, lanzacohetes, tirachinas o punzones, cuando la estrategia acertada sería empezar a dialogar cara a cara con los policías que acuden a reprimirnos a fin de realizar una eficaz labor de captación entre sus filas de funcionarios dispuestos a colaborar con los ciudadanos, pues ellos, los policías, como nosotros, son Pueblo, son padres, madres, hijos, pacientes de hospital, futuros pensionistas…a quienes hemos de darles la oportunidad de sumarse a la revolución social, más todavía si tenemos presente su formación y acceso al material indispensable sobre el cual se fundamenta la Democracia, el Derecho, la Seguridad, la Paz y la Libertad de la entera sociedad y del ciudadano particular que en breve será necesario saber manejar y poder emplear.
Si en cada ciudad se crea un grupo de “Psicólogos de choque” dispuesto a entablar contacto con la masa crítica de la Policía, por cuestión estadística, entre los miles de efectivos existentes, por fuerza se adherirán a nuestra causa en todo el Estado no menos de cincuenta elementos comprometidos amén de otros doscientos que actuarían a nuestro favor por su cuenta y riesgo aunque sin vinculación alguna. Indudablemente, esto dará mejores frutos en el futuro que liarnos a golpes con ellos. ¡Que para eso están!