Puede repugnar a la ética, pero no a la lógica, que niños de padres pobres, vivan en lugares pobres, vistan con ropas pobres, reciban una educación pobre, una sanidad pobre y por supuesto ¡sólo faltaría! también una alimentación pobre que garantice su felicidad, rica en congelados, embutido, embasados, laterio, fritos, refrescos, dulces farináceos, con abundantes grasas saturadas, edulcorantes, aglutinantes, saborizantes, colorantes, conservantes y cuanto sea menester para que la escoria humana satisfaga antes, no tanto su hambre, cuanto ganas de comer, con mierda apetecible a sus pobres paladares a base de hamburguesas embadurnadas de Ketchup, mayonesa y mostaza acorde a la condición social que les corresponde en la lotería de la existencia al salir del bombo de su madre con una deuda bajo el brazo, cual pecado original, condena económica a purgar de por vida, si no queremos entrar en contradicción con los términos anunciados o contrariar al sujeto mismo entre lo que desea y lo que se puede permitir.
A esta conclusión llegué el otro día en un excelente restaurante de Amnsterdam junto a antiguos colegas después de meternos entre pecho y espalda una colección de delica-tessinas, mientras debatíamos ese controvertido fenómeno que afecta a países tercermundistas cuyas gentes no han sabido ponerse al día en las virtudes gastronómicas en las que nos hemos cultivado las potencias civilizadas amantes de la buena cocina y de los buenos modales a la mesa, provistos únicamente de cuchillo y tenedor, para mostrar las habilidades adquiridas en pelar gambas, cuando el resto sólo saben escupir cáscaras de pipas.
Antes de proseguir, debo serles sincero: estando como estaba entre alemanes, belgas y holandeses, me vi obligado para salvaguardarla dignidad, a esconder la nacionalidad española haciéndome pasar sólo por italiano, por motivos comprensibles de vergüenza, al ser vox populi en Europa que, aquí, los niños pasan hambre, los ancianos buscan entre los contenedores y un 10% de la población adulta, sólo realiza dos comidas al día como si estuviera a dieta…Y, qué quieren que les diga, no deseaba verme cohibido por pertenecer a un país en vías de subdesarrollo, ni que mi vergonzante procedencia coartara los comentarios de los comensales en mi presencia.
La conversación se inició al llegar una sopa verdosa cuyo aspecto vomitivo me sirvió de excusa para alabar la obra del antropólogo Marvin Harris Bueno para comer, donde establece que las apetencias mostradas por los alimentos, poco tienen que ver con su valor nutricional y sí mucho con prejuicios, vicios y poses culturales, siendo el manjar de unos, repugnancia de otros. Fue en este marco que todos estuvimos conformes en que los pobres del cuarto mundo, es decir, aquellos que viven entre la gente bien como si fueran del tercer mundo, no tienen excusa para estar mal nutridos, pues simplemente con desperdicios de establecimientos como en el que nos encontrábamos, o productos de supermercado cuya caducidad no puede catalogarse de estar en mal estado comparada con su calidad habitual, se podía llevar una dieta saludable que sería la envidia en tres cuartas partes del globo.
Degustadas suculentas coloristas viandas y una formidable tabla de quesos regadas con varias jarras de cerveza, entre risas, bromeamos con la posibilidad hipotética de erradicar el hambre en el mundo, empero, sin reducir la pobreza. De nuevo, todos estábamos de acuerdo en que ello sería posible, si y sólo si, el desarrollo tecnológico, médico-quirúrgico alcanzaba a todo el planeta para poderles implantar balones gástricos, medida que en breve plazo erradicaría no sólo el hambre, que también al hambriento por inanición.
Para cuando llegaron los licores detrás de los postres, las risas eran ya carcajadas: tras descartar un cercano avance científico en genética para desarrollar alimentos redigeribles susceptibles de ser ingeridos después de ser defecados por el sujeto, y después de vaticinar el próximo pinchazo de la burbuja de los bancos de alimentos…regresé al origen de la conversación, es decir, a Marvin Harris, en esta ocasión a su celebérrima obra Reyes y caníbales, donde leyendo entre líneas muy de memoria hallé la solución definitiva al hambre en el mundo: Según este autor, los pueblos que han practicado canibalismo, lo han hecho ante la carencia de proteínas de origen animal, las más sencillas de sintetizar por el estómago humano. Normalmente, las víctimas solían ser prisioneros de guerra, condenados a muerte o pobres desgraciados. Lo que tenía en mente proponer era, que los pobres españoles mataran a sus gobernantes y se los comieran con ajo y patas. ¡Menos mal! que antes de hablar, me percaté que eso era pan para hoy y hambre para mañana; así corrigiéndome sobre la marcha sostuve que el único modo de erradicar el hambre en el mundo era que los pobres se comieran unos a otros; de superarse tabúes sibaritas y hacerse con mesura, siempre habría comida para todos. Y ante la dificultad presentada de si los pobres antes de comerse unos a otros, no se verían tentados de comer a los ricos y poderosos, sencillamente me remito a la historia, donde siempre los pobres han estado más dispuestos a matarse entre si, antes que levantar la mano contra sus opresores.
Pero ha sido aterrizar en España y enterarme que el Gobierno va a destinar enteritos 16 millones de euros para erradicar la pobreza infantil, al mismo tiempo que adjudicará varios miles de millones a un nuevo rescate bancario, para caer en la cuenta de que, todo esfuerzo es estéril mientras no aceptemos la realidad expresada al inicio de la reflexión: puede repugnar a la ética, pero no a la lógica que a los pobres se les ofrezca soluciones pobres, mientras a los ricos se les brinde soluciones millonarias.
Tras llegar del restaurante y leer tu comentario, he llegado a la conclusión de que hay que estar muy bien comido y mejor bebido para poder opinar con ecuanimidad, objetividad y recto criterio sobre este tema del hambre en el mundo. Lo cual me lleva a la conclusión de que sólo los ricos pueden proponernos fórmulas válidas para acabar con este azote que aqueja a buena parte de la humanidad. Es tal vez por esta razón que la mayoría de los líderes revolucionarios han surgido de los sectores marginales de las clases dirigentes.