Algunos analistas muestran su estupor ante el curioso fenómeno electoral denominado fuera de nuestras fronteras “Síndrome español” consistente en que los casos de corrupción, cuya mera sospecha en cualquier otra democracia comportaría ¡ipso facto! el cese o la dimisión del cargo del político implicado y un castigo directo en las urnas para su partido, aquí no sólo no afecta para nada la intención del voto de los electores, antes bien, parece reforzar en su puesto a los implicados, así como aumentar el apoyo de las formaciones cómplices que les encubren, proceso que evidentemente tiene un límite, más nunca debido al hartazgo o deseo de justicia, cuanto a la secuencia matemática de los ciclos, siendo así que, únicamente cuando el punto álgido de la corrupción política coincide con el valle de la crisis económica, la ciudadanía, muy a regañadientes, contraría su más primario instinto de supervivencia, a fin de ser capaz de escoger representantes decentes para que les gobierne, al menos durante un lapso prudente que permita a todos reubicarse en la nueva circunstancia, hasta que todo vuelva a la normalidad.
A causa de ello, no son pocos los autores que en sus artículos y ensayos destilan comentarios despectivos sobre el alma española tildándola de indolente, cobarde, servil, decadente, reaccionaria…cuando a lo mejor, lo que es, sabia, sabiduría colectiva que escapa a la mirada histórica superficial que narra cómo durante el XIX la población empecinada rechazó la libertad traída por las bayonetas napoleónicas para echarse en brazos de la tiranía borbónica de Fernando VII hasta el extremo de hacerle pasar a la posteridad como “El deseado”, porque, ayudando la sangre a que entre la letra, la mayor lección que las gentes de España han aprendido de su historia, es que, si en ningún tiempo y lugar sale gratis enfrentarse a nuestros enemigos naturales, cuales son, los gobernantes, en nuestro caso, ¡menos todavía! porque los especímenes que nos ha tocado en suerte torear, son de la peor catadura criminal que quepa imaginar: falsos, mentirosos, insultantes, soberbios, ruines, rencorosos, vengativos, sanguinarios, sin escrúpulos, sádicos…siendo entonces la corrupción la más amable de sus virtudes y la menor de nuestras preocupaciones.
Así, si la ciudadanía española en su noble inteligencia, no tiene problemas en rascarse el bolsillo de continuo para pagar el tributo en forma de impuestos directos, indirectos y diferidos – entiéndase deuda pública – que le impone la élite dirigente extractora criminal (EDEC) a cambio de su precaria seguridad, en qué mente cabe no habría de entregarle su voto y confianza cada cuatro años en forma de papeleta dentro de una urna, cuyo valor, independientemente del resultado no es otro que el consabido paz a cambio de riqueza, tácito pacto entre EDEC y los indefensos ciudadanos que nada tiene que envidiar al ofrecido durante los locos años veinte del pasado siglo por los sindicatos a transportistas hosteleros y comerciantes de Chicago.
En consecuencia, nada hay de extraño en los datos ofrecidos por la encuesta del CIS cuya cocina muy criticada, a mi parecer, se ha quedado corta para traducir la intención de voto en voto real. Según su estimación, PP y PSOE yendo por separado, que es como concurren a las elecciones, obtendrían 27,5% y 23,9% respectivamente, cosa que muchos han interpretado miopemente como la debacle del Bipartidismo, cuando sumados los datos, resulta que el PPSOE, pese a todos los escándalos, a los reiterados incumplimientos, a sus constantes fraudes, a los casos de corrupción, etc, vuelven a revalidar una holgada mayoría absoluta porcentual, que sin contar el amplísimo voto oculto que se baraja, es mucho más amplia traducida en escaños.
Es verdad que la disolución del PSOE está a la vuelta de la esquina, muestra de ello es que ratas mediáticas como ramoncillos o raholitas han empezado a abandonar el barco; empero, sinceramente creo que, al sistema le queda un último acto final, a saber: la coalición durante toda la próxima legislatura del PP y PSOE. Y creedme, posiblemente, el pueblo la apoye con entusiasmo, porque de lo contrario, los muy canallas amenazan con tomar represalias en forma de desabastecimiento empresarial, fuga de capitales y enorme presión de potencias extranjeras. ¡Matémosles!