Solemos quejarnos de la tardanza de los tribunales a la hora de impartir Justicia, aun cuando la misma refuerza el garantismo procesal. Empero, conviene ir con los pies de plomo a la hora de enunciar las leyes con las que habremos de dispensarla en el día a día de los pleitos, evitando en lo posible legislar a sobresalto de los titulares del Telediario, pues de lo contrario, la misma será conducida por el visceral instinto que nos define como animales, en vez de, por la deseable razón que se predica de lo humano, cosa peligrosa, que muy seguramente haría entonces apetecible que la ahora deplorable lentitud de la justicia, se dilatara en la eternidad por miedo a ver cumplido un código penal demencial nacido de la cólera y el brote pronto insensato.
La reciente tragedia acaecida en el instituto catalán donde un joven de trece años ha matado a un profesor, cuya circunstancia tiene más que ver con un impredecible brote psicótico que con un problema de violencia en las aulas, está siendo irresponsablemente aprovechado por los partidarios de volver a la peor de las disciplinas en una retroalimentada Pedagogía Negra que les hace recordar la mili como el sumun de las experiencias místicas, y así como los partidarios del “Creacionismo” teológico ahora apuestan fuerte por el denominado “Diseño Inteligente” algo más cientificista, los amantes de la violencia como instrumento pedagógico, enarbolan la necesidad de rebajar la edad penal y poder juzgar como adultos a los niños en casos graves como el de asesinato. Analicemos en lo que vale esta propuesta:
Tomando como referente el motivo de este chaval de trece años que ha matado a un profesor, hay mucha gente que en bares y terrazas demanda un escarmiento ejemplar, para mandar un mensaje a la sociedad. Pero ¿Qué mensaje sería este?
El mensaje sería que alguien a quien no se le permite votar si quiera en las municipales; alguien al que no se le concede poderse sacar el carné de conducir; alguien que no puede viajar sólo en avión y menos al extranjero; sujeto al que no se le permite entrar sin un mayor a bares ni cafeterías, pero tampoco acompañado a un bingo, un casino, un sex shop o un puticlub; a quien le está prohibido jugar a las tragaperras; a quien bajo pena de multa no se le puede vender alcohol ni tabaco ni en los supermercados; individuo al que se le remite a la sección infantil de la biblioteca cuando la de mayores está saturada; al que ni siquiera se le concede poder mantener relaciones sexuales consentidas, llegar más tarde de las diez en invierno a casa, al que no se le posibilita acceder al mercado laboral, ni emanciparse de sus padres, alguien todavía sujeto a notas y a quien se mandan deberes de un día para otro…a una persona así, se le puede juzgar como adulto. Mas entonces, ¿en qué queda eso de a iguales derechos iguales obligaciones?
La propuesta de jugar a un niño como adulto se deja arrastrar por la gravedad del delito cometido, cuando la Justicia y la ley deben prestar atención también tanto a las circunstancias del hecho como al sujeto que lo comete, porque la auténtica Justicia, no consiste en tratar a todos por igual, sino a cada cual como se merece. Y si juzgamos a los niños como adultos ¿Cómo juzgaremos a los adultos? ¿Cómo a los niños?
Se mire por donde se mire, la propuesta de rebajar la edad penal para que los menores sean juzgados con mayor severidad en el código penal, no se sostiene desde un punto de vista racional. Ahora, como espectáculo y morbo mediático…ahí ya no tengo dudas: al presencia de niños llorando ante los jueces así como la ejecución en EEUU de menores en los años noventa, elevó los índices de audiencia de los debates de radios y televisiones.
Somos carne de propaganda.