Al margen de lo que haya podido leer en los Evangelios sobre si para Jesús es malo lo que entra o sale de la boca del hombre, seguramente usted habrá oído hablar en más de una ocasión del envenenamiento colectivo al que los ciudadanos estamos siendo sometidos primero, por medio de los productos químicos que como los fertilizantes o insecticidas en el caso de verduras y frutas, o de hormonas y piensos transgénicos en el caso de animales son usados en la agricultura y ganadería al objeto de aumentar sobre todo su beneficio, y segundo, por medio de la cantidad ingente de aditivos que la industria alimentaria añade a los anteriores para prolongar su tiempo de conservación como los conservantes, potenciar su sabor como saborizantes, resaltar su aspecto como los colorantes, aumentar su dulzura como los edulcorantes, etc. Pero convencido estoy de que, nada de lo que haya podido escuchar a un vecino en el bar, a su buena madre durante la infancia, si quiera a lo expuesto por un entendido en la materia durante una inusual aparición pública del todo contraproducente para los intereses publicitarios del medio que se hubiere atrevido a darle el menor pábulo, habrá sido suficiente para modificar sus hábitos de adquirir tal o cual marca en el supermercado, más que nada, por la cómoda trágica confianza que todos tenemos en una institución que como el Ministerio de Salud, suponemos vela por nuestra seguridad, de modo que damos por descontado que, si un determinado producto está a la venta en las tiendas de alimentación, es porque, además de sano, cuenta con todas las garantías sanitarias y no nos puede hacer ningún daño su consumo…¡Para que luego digan que hay crisis de Fe!
Yo mismo me he pillado en más de una ocasión comiendo esas ricas gominolas de colores en el convencimiento de que si se las venden a los niños de siete, cinco y hasta tres años, a mi no me pueden hacer ningún mal. Mas, con todo, siempre me queda la desconfianza de que algo tan dulce y sabroso si no es pecado para la Santa Madre Iglesia, al menos, debería estar prohibido, aunque es difícil de relacionar su ingesta con los cánceres de colon, estómago y esófago que ya se ocupan todos ellos, industrias del ramo petroquímico, agroalimentarias y miembros criminales del Ministerio, de extender su consumo entre toda la población y colocar el veneno por todas partes, para que sea tarea imposible relacionar la epidemia con un factor en concreto.
Gracias a la determinación de Corinne Gouget quien ha dedicado una década de su vida, ahora recogida en la obra homónima que bautiza estas líneas, a la investigación de los distintos aditivos cuyos nombres misteriosos aparecidos en letra canija en las etiquetas nada dicen de su nocividad para el cuerpo humano, hecho de por si ya sospechoso de albergar mayor motivo de preocupación que firmar un seguro de vida con el BBVA, ahora cualquiera podrá saber con todo lujo de detalles, lo que se lleva a la boca y lo que da de comer a sus pequeños. Cosa que está muy bien para cuantos buscan comer sano, pero que nos hace la Pascua a quienes deseamos continuar echándole la culpa de todo a los organismos oficiales, pues, si nosotros mismos somos incapaces de molestarnos en supervisar algo tan elemental como el buen estado de los alimentos, qué vamos a poderle recriminar a terceros cuyos intereses son contrarios a los nuestros.
A uno se le revuelven las tripas con sólo pensar que hay gente capaz de envenenar a los bebes con los potitos, a los niños con las chocolatinas, a los adolescentes con los refrescos, a los adultos con los embutidos y pre-cocinados y a los mayores con el laterio, con tal de lucrarse, sin importarles que sus semejantes desarrollen toda clase de patologías. Y que Dios me perdone por lo que voy a decir – no sin antes condenar once mil ciento once veces a ETA que tanto daño ha hecho a la clase trabajadora – pero me gustaría hacerles probar de su propia medicina al modo en como los partos le dieron de beber oro fundido a Craso.
¡Qué no cunda el pánico! Venenos los ha habido siempre y siempre los habrá. Decía Paracelso que la diferencia entre un veneno y un medicamento estribaba en la dosis. Del mismo modo que todo medicamento tiene sus efectos secundarios, las substancias supuestamente nocivas pueden tener efectos beneficiosos.
No cabe duda de que el tan denostado DDT ha salvado muchas vidas al exterminar al mosquito productor de la malaria en vastas regiones tropicales, aunque algunos insectos se han hecho resistentes. Su prohibición ha determinado que esta enfermedad este repuntando en muchos lugares de forma alarmante. Por otro lado los conservantes y estabilizan tes, al alargar la duración de los alimentos, permiten llevar más comida a zonas hambrientas y devastadas.
Desengañémonos: Los productos ecológicos están muy bien para los ricos y clases medias de los países del primer mundo, pero los pueblos hambrientos, si quieren aumentar su producción no pueden permitirse el lujo de ser muy melindrosos.
Durante millones de años los seres vivos que poblamos este planeta hemos tenido que hacer frente a la presencia de múltiples substancias de efectos deletéreos, y sin embargo, aquí estamos, respirando el oxigeno más o menos contaminado de nuestras ciudades. Pero nos conviene recordar que este mismo oxígeno es el responsable de la creación de los famosos radicales libres que, según dicen algunos biólogos son los responables del envejecimiento, antesala de la muerte. No seré yo quien pida al gobierno que prohíba a la gente respirar; bastante asfixiados están ya con sus hipotecas.