Las simpatías por los atracadores de bancos, parecen transmitirse socialmente durante la tierna infancia a través de juegos tan formativos como “polis y cacos” o “el escondite” donde todos bien sabemos que preferimos escondernos a buscar y escapar a ser capturados. Huelga explicar como la industria del cine en su función aleccionadora asignada por la consigna de combatir nuestro indómito espíritu de resistencia, se sirve de todo tipo de artimañas para minar subliminalmente el íntimo amor hacia la rebeldía que todo ser humano lleva dentro. Por poner un ejemplo de lo que hablo, ahí están esas películas cuyo tema central es la comisión de un atraco perfecto: Lo primero que se le presenta al público, es que atracar una entidad bancaria es sumamente difícil, costoso, requiere de gran destreza, habilidad técnica y mucha gente. Lo siguiente que se pone delante de las narices de los ingenuos espectadores, es que la planificación del atraco es perfecta e impecable, para acto seguido ¡chof! siempre cazan al ladrón con quien ¡No lo duden! van nuestras simpatías y tremendas ganas de resarcimiento. Cuando al Director le da algo de vergüenza someter a tan amargo trago a sus fieles seguidores de su arte, entonces, aparece un agridulce empate final emocional, es decir, el botín se pierde, pero los cacos salen bien parados.
Pues bien, así como el cine procura respetar al máximo el código de conducta moralizante gubernamental antes de rendir cuentas en taquilla, he detectado que también existe un oculto manual de instrucciones empleado por los medios de comunicación a la hora de informar sobre atracos a entidades bancarias: Los atracos de los que más informan prensa, radio y televisión, son precisamente aquellos que acaban con la detención del ladrón para desanimar a cuantos se lo estuvieran pensando; Los siguientes atracos de los que más noticias tenemos, son los que han supuesto delitos de sangre en su perpetración para con ello contrarrestar el conocido “Efecto Robin Hood” y las simpatías que estos sucesos despiertan en la ciudadanía; A consecuencia de lo anterior, sólo se habla de atracadores que, o bien son capturados para su descrédito personal o bien se les puede endosar delitos de sangre para espantar a seguidores potenciales. Por eso nunca oímos hablar de atracos que han salido bien, ni de atracadores que llevan lustros redistribuyendo los beneficios de forma inmaculada, auténticos Superhéroes de nuestro tiempo.
Tan menesteroso alarde manipulador de contingencia social, se vería mejor empleado en mitigar los motivos que lo hacen preciso. En principio, nuestras mentes abrazan como bueno el Mandamiento ¡No robarás! al que otorgamos valor absoluto sin cuestionarnos qué es robar y cuándo acontece un robo. Muy mal entonces se debe haber administrado esta ventaja axiológica por parte de la autoridad para que la población albergue sentimientos favorables tan extraños y antagónicos a su fundamental y más básica escala de valores grabada a fuego en la memoria desde la niñez como para que hayan cristalizado en el conocido refrán de “A quien robe a un ladrón, cien años de perdón”.
El problema de tan engañoso proceder radica en que, tarde o temprano, las cabezas despiertas empiezan a percatarse de lo que sucede y así como aprendieron a leer la Biblia en clave negativa traduciendo todas las llamadas a respetar la Ley, no como propias de un Israel piadoso, sino como síntoma de todo lo contrario, o sea de la continua traición y alejamiento de las mismas de su parte, ahora empiezan a cuestionarse hasta qué punto, atracar un banco, no sea un imperativo social para una vanguardia moral consciente del autoatraco perpetrado por la misma banca, que ha desactivado todas las alarmas gubernamentales sobornando a los garantes de la democracia, antes de hacer un butrón que da directamente a las arcas del Estado, saqueando todo el tesoro y escapar con nuestros muebles e inmuebles de rehenes, con los que a diario nos chantajea y para colmo pide colosal rescate…cuya secuencia se nos ofrece en el Tontodiario bajo el eufemismo de Economía.