Cuando el Barón Pierre de Coubertin echó mano de la inspirada máxima del sacerdote Henri Didon “Citius, altius, fortius” como lema estandarte del Movimiento olímpico, sabía que su objetivo sería pronto abrazado por una Sociedad entregada a la velocidad de los nuevos medios de locomoción, a la desenfrenada carrera de los rascacielos y a un cada vez más descarado culto al cuerpo, cuyo evidente transfondo bélico pretendía explícitamente amortiguar por medio del fortalecimiento espiritual que en principio proporcionaría el deporte a modo de socorrida Cruz Roja psicosomática en la recién estrenada Lucha de Clases a la que llamaba a corneta el Marxismo triunfante, si bien olvidose, a caso omitiera deliberadamente, del soporte visceral que sustentaba toda la tramoya aparente y oculta que aquellos empezaban a denominar estructura-superestructura, cuál es, el aspecto agonal que tan brillantemente expusiera Huizinga en su “Homo ludens” embriagador de toda faceta humana por seria o estúpida que esta sea, haciéndonos la vida más llevadera cuando se trata de retos profesionales en trabajos tediosos como puede ser apretar tuercas en una cadena de montaje, o para someternos a un infierno terrenal tratándose de ganar más dinero, más fácil, más rápido, como sucede en el mundo capitalista donde se ha elevado a rango de Diosa a la Competencia.
Vivimos una época, en la que como nunca antes nuestros particulares intereses exacerbados a la enésima potencia, chocan como Titanes en todas las esferas de la vida: En las familias, los tradicionales anhelos de amor, fraternidad, solidaridad y altruismo entre sus miembros, han de vérselas con las aspiraciones de libertad individual y espacio vital de cada uno de ellos, cuyas vidas atomizadas, partidas y segmentadas por horarios lectivos, laborales y de ocio, les impiden armonizar su añorada convivencia y cuando resulta que disponen de un pequeño momento juntos, la falta de costumbre se les hace insoportable; En la política, la pretendida labor de servicio a la comunidad por parte de nuestros representantes democráticos se torna cada vez más afanosa en medio de un colectivo en el que cada individuo sólo busca su propio beneficio, no siendo de extrañar, que de semejante conjunto, sean los más codiciosos quienes primero se propongan para ejercer de servidores del pueblo y si por un casual hubiera alguno que nadara contracorriente, pronto vería flaquear su fuerza moral ante el desgaste que supone trabajar para quienes solo miran por su hacienda y reclaman en todo momento como suyo lo que es de todos. Qué no sucederá entonces en el ámbito laboral en el que todavía, pasados dos mil años – que se dice pronto – de la irrupción en la historia humana de Nuestro señor Jesucristo, hay hombres que se ven forzados a trabajar para otros hombres, embruteciendo a los primeros y pudriendo a los segundos sus almas todas condenadas, pues a la sobrentendida fatiga física que por naturaleza le sobreviene a todo trabajador, por no hablar de la pereza mental, ahora se le ha de añadir el espejismo intelectual de creerse con derechos irrenunciables a una jornada reducida, un horario flexible compatible con la inexistente vida familiar, vacaciones pagadas, contrato estable, horas sindicales, seguridad social y por si todo ello fuera poco…¡Derecho a huelga! Que ¡manda Borbones! la falta que le hace a quien goce de tan sólo la mitad de los anteriores privilegios, aberración del entendimiento sano que evidentemente está abocada a darse de bruces con el interés legal de la Patronal que persigue en todo momento apurar al extremo el enorme potencial que encierra aquella liebre sacrosanta del liberalismo que animaba a obtener “el máximo beneficio al menor coste”, asunto que también enfrenta al productor con el proveedor, al proveedor con el comerciante, al comerciante con el cliente y al cliente consigo mismo, ya que un modo sencillo de obtener mayor beneficio a menor coste por este otro lado, consiste en bajar la calidad sin disminuir el precio, cosa que todos saben, incluido el consumidor, de ahí que el cliente acabe debatiéndose en una lucha interna entre sus deseos de vivir bien y su malograda dependencia de un sueldo que no alcanza a fin de mes, frustración que parece llevadera a tenor del éxito que cosechan los bazares chinos y las Grandes Superficies.
Esta soterrada pugna civil entre hombres y mujeres, padres e hijos, Gobernantes y Pueblo, empresarios y empleados, vendedores y clientes, etc, que ya no da para presentarla como hicieran Marx y Engels como “Lucha de Clases” sino sólo como bullicio de todos contra todos, sin embargo, parece seguir una pauta bien conocida por las “leyes del caos social”, cuya flecha indica siempre la correlación entre pobreza, docilidad y esclavitud que no les pasa desapercibida a todo aquel que detente la condición de opresor.
Es así como, avergonzados por el pseudocientificismo del milenario mensaje religiosos de Esperanza y Salvación, caído el Muro de Berlín y con sus ladrillos venido abajo la última posibilidad de hacer la voluntad de Dios aquí en la Tierra como en el Cielo, desaparecidos los paladines esporádicos de nuestra causa en Alemania, Italia, Irlanda y España, se le dijo a la población que debíamos competir más y mejor; Por supuesto, el tema de la competencia, primeramente no se presentó como una competencia entre nosotros. ¡Nada de eso! Se trataba de competir contra otros, objetivo sumamente persuasivo en cuantos hemos sido educados en la historia de batallitas y conquistas, pero que parecía contrario al espíritu de la Unión Europea por aquel entonces. Por consiguiente, nada de competir con los franceses o los ingleses a los que les tenemos ganas, la rivalidad para con nuestros ancestrales enemigos patrios debía resarcirse en el césped de un campo de futbol – así que nos pusieron finos a patadas los Holandeses. Tampoco era bueno enemistarse con nuestros queridos aliados de la OTAN como Canadá o EEUU compitiendo contra ellos. Y contra los japoneses ¿Cómo íbamos a competir contra quienes nos inculcaron los más altos valores de amor y amistad durante nuestra infancia a través de los más tiernos dibujos animados que haya conocido la televisión? obligarnos a ello, hubiera sido para la clase trabajadora una tragedia superior a la de Edipo. Estaba claro ¡Había que competir contra Corea! Este país reunía todos los requisitos necesarios para que pudiéramos competir contra sus gentes y empresas en los mercados: estaba lejos, son de otra raza, de otra religión, lengua extraña, a penas se los distingue de otros asiáticos…y sobre todo – atrevida es la ignorancia – ¡Parecía fácil! Y sorprendentemente, como en el futbol…¡Perdimos! Lo que no significa que ellos, los coreanos ganaran…¡Ni mucho menos! Ellos por su parte tenían que competir con los camboyanos, filipinos y vietnamitas y estos a su vez, todos con los chinos que son quienes a la postre han ganado toda la partida.
Tras la derrota inflingida por el Gigante dormido, sin tiempo para lamer las heridas Europa entera ha desempolvado sus antiguas armaduras para librar sus últimas guerras intestinas disfrazadas bajo el eufemismo de la “Defensa del euro” sin esconder que ahora toca de nuevo competir, pero esta vez, entre las mismas potencias europeas y en un futuro inmediato entre los propios ciudadanos, vecino contra vecino, hermano contra hermano…contienda que se procurará retransmitir como si de una lid deportiva se tratara con el fin de insuflarnos ese espíritu de superación, de sacrificio y de reto personal del que hacen gala los deportistas olímpicos, pero en este caso, los aros se me antojan cadenas y el lema que parece lucir en el frontispicio del horizonte social es ese otro que nos dibuja “Más pobres, más dóciles, más esclavos” pues sabido es desde antiguo que, cuanto más pobre es una persona, más sumisa se muestra y con más sencillez se la puede explotar, porque como muy bien razonó Julio Anguita, “es más fácil someterse que luchar” Ello explica el frenesí con el que los jóvenes se entregan denodadamente a estudiar inglés y prepararse para situarse mejor que sus compañeros, al tiempo que tienen baja autoestima, muestran una muy baja aspiración laboral y una nula resistencia.
Tienes toda la razón. Cada día más mansos.