Como me explicaron en Teología, las continuas referencias a la piedad y la santidad de Israel aparecidas en la Biblia en boca de sus profetas, son más signo de su carencia que de su abundancia; parecido ocurre cuando a todas horas escuchamos a nuestros gobernantes hablar de esfuerzo y sacrificio.
Llevamos siglos conformando una extraña sociedad entre ciudadanos pícaros y gobernantes corruptos cuyo equilibrio inestable se fundamenta en “Tu ocúpate de lo tuyo y déjame llevar lo mío” donde nadie se queja mientras haya uvas por comer de dos en dos o de tres en tres, apareciendo las revueltas de unos y grandilocuentes discursos de los otros, a cada mala cosecha.
El denominado “Siglo de oro español”, salvo en literatura, pasó de largo camino de los bancos holandeses donde se jactaban de tener españoles como estos tenían indios, de modo que, toda aquella riqueza no generó un tejido industrial, mas si una idiosincrasia oportunista y aventurera basada en la esperanza de hallar el Dorado o el fabuloso reino del Preste Juan, aunque a lo más que se llegara fuera a quedarse en Babia, mientras nuestros más directos competidores nos introdujeron cual Caballo de Troya a la rama menos afortunada de los Capetos franceses, para entendernos, la Casa de Borbón.
Entre ficción y realidad, afloraron celestinas, lazarillos, don juanes, Rinconetes y Cortadillos, Lucas Trapazas, Sancho Panzas y lozanas que pugnaban entre el populacho por hacerse un huequecito entre el tropel eclesial compuesto de curas, frailes, monjas, barraganas, mancebas y la no menos nutrida corte palaciega integrada por cortesanos, amantes, favoritos y bastardos que ciertamente se las apañaban para vivir en tierra de Jauja entre lacayos, camareras, doncellas, sirvientes y mozos.
Así mejor se comprende cómo desde los albores de la revolución Industrial, en España en vez de premiarsela actividad, aumentar el empleo, favorecer el negocio o fomentar que las personas trabajen por su cuenta, todo ello se castiga con grandes impuestos disuasorios a fin de que nadie piense en otra cosa que convertirse en funcionario, máxima aspiración entre la ciudadanía, si es que no ha conseguido vivir del cuento.
Hoy nos ha tocado pasar por unas viñas más peladas que Carracuca y como quiera que un grano de uva no da para discordia, buena es la ira que rezuma entre acusaciones cruzadas de ¡Y tu más! Porque es cierto que los políticos y las élites económicas en su corrupción plena, no son otra cosa que reflejo visible de la picaresca del pueblo llano, sólo que, acrecentada cualitativa y cuantitativamente por la ventaja del Poder.
Apelar a la honradez y la ejemplaridad de todos, es menos eficaz en estos momentos que las llamadas a la calma durante un hundimiento. Por otra parte, para bien o para mal, la picaresca y la corrupción, son parte consustancial de ser español, si bien, he de reconocer que sólo cuando nos mantenemos en el territorio, porque fuera, somos ejemplo de trabajo, esfuerzo, prosperidad y todas esas cualidades que se observan en los inmigrantes de cualquier lugar. Y quizá ahí esté la clave…
Es posible que no debamos dejar de ser como somos: que baste con aprender de los ingleses. Aun compartiendo la moralidad espartana sobre el latrocinio que sólo debía reprenderse de ser descubierto precisamente por no haber sido lo suficientemente hábil para pasar desapercibido, juzgo que, una sociedad no puede fundamentarse en el robo mutuo, siquiera en años de vacas gordas. Es como robarse a uno mismo. En cambio, si fuéramos capaces de imbuirnos del espíritu de “La Roja” poniendo todo nuestro afán en saquear a terceros países, es posible que lo que hasta la fecha ha sido defecto, se vuelva virtud.
A decir verdad, nuestras multinacionales hace tiempo que han externalizado la corrupción allí donde van. Pero queda mucho por hacer en cuanto a colocar más políticos nuestros en puestos clave de la UE, OTAN, FMI o la ONU, máxime ahora que muchas de nuestras Oenegés están repatriando a los cooperantes por falta de recursos.
Tal vez minusvalores un poco la importancia del Siglo de Oro. Fue algo más que literatura. Ya que hablamos de economía, ahí tenemos las aportaciones de la Escuela de Salamanca, redescubierta por economistas anglosajones.