Las bien llamadas Cortes españolas, lejos de actualizar las advertencias y enseñanzas contenidas en la obra de Castiglione parecen más entregadas al cortés entretenimiento de dejarse hacer la corte por príncipes y reyes que se dicen constitucionales, aunque no sé yo si a estas alturas los cortejados son cortejantes, en este país de pícaros.
Así las cosas, sin desmerecer a sus Señorías como cortesanos y cortesanas del Reino de España, en su conjunto, empero, no suman ni de lejos una Corte Sana, sino más bien se me antoja una Corte Insana, por cuanto advierto en su complaciente proceder más vicio que virtud, siendo como es obligación de todo vasallo cortesano, plebeyo lacayo, aconsejar bien a su Señor y de toda cortesana velar por su salud para mayor disfrute y bienestar presente o futuro, que no sólo de sonrisas y caricias vive una monarquía que desee no perder la corona y con ella la cabeza debido, esta vez sí, a un corte sano caído del cielo.
Porque, en mi opinión, desde las altas instituciones democráticas, alguien debería haber recomendado a los Borbones la conveniencia de someter la sucesión al trono voluntariamente a referéndum ante el Pueblo español para evitar en los foros internacionales el feo paralelismo con Corea del Norte y lo que allí acontece con la Dinastía de los Kim, motivo reiteradamente caricaturizado por nuestros ilustres periodistas que así sortean la censura de nuestro tiempo criticando la paja en el ojo ajeno sin mencionar nada de la viga en el propio, pues a buen entendedor, pocas palabras bastan.
Y es que, cuando el rey ni reina ni gobierna, sin otro motivo de angustia que procurarse nuevo esparcimiento y aumentar la fortuna familiar, son los cortesanos los responsables de hacerle ver el peligro que corre su vida de dejar en manos de la inercia de los acontecimientos históricos su personal destino, pues no estando los ánimos para bollos entre tanto desempleado y desahuciado, más de un hombre de dios, puede tomar como suya propia la tarea de dar sentido a su existencia e irrumpir en los libros de historia para ejercer de pedagogo social.
Claro que, habiéndose hecho las cosas tan mal, tan repentinas, tan bochornosamente improvisadas en las leyes y los protocolos, sin tiempo para realizar una ceremonia con representación extranjera política ni pertenecientes a Casas Reales ¡Lo nunca visto! en un elogiable striptease de la partitocracia que en dos semanas ha dejado al desnudo su verdadera naturaleza dictatorial después de haberse desprendido de todas sus ropitas democráticas una a una en la danza de los siete velos: ¡fuera! voluntad popular; ¡fuera! referéndum; ¡quita! soberanía del pueblo; ¡aparta! Consenso de la transición…realidad que ha quedado evidenciada, hasta para los más incrédulos, uno empieza a sospechar que el mal hacer de los cortesanos, es debido a que se encuentran atrapados en su circunstancia y no sabiendo cómo salir de ella, ellos mismos han optado por dejar que los acontecimientos previsibles de la historia resuelvan el problema.
Si el estudio de la astrofísica nos advierte de la entrada en la atmósfera terrestre de un meteorito de grandes proporciones cada 100 años, la ciencia política debería estar en condiciones estadísticas de profetizar cierta cadencia en los magnicidios de un país, si es que desea ser de alguna utilidad, más allá de la de rentabilizar en las urnas el enfado de la población para crear de la nada un partido político más que sumar a la colección de fuerzas subvencionadas a las maltrechas Arcas del Estado.
No está bien dejar que aumente la presión social y a la vez, colocar en el disparadero a quien todos ven ya en los mentideros del Congreso como futuro chivo expiatorio a sacrificar en aras de dar cumplimiento una vez más a la famosa máxima de Lampedusa “Que todo cambie, para que todo siga igual” confiados en que si funcionó hace treinta y nueve años con Juan Carlos, lo mismo vuelve a funcionar ahora con Felipe.
La proclamación de Felipe VI no ha sido otra cosa que un intento de resetear el contador que mide el prestigio de la monarquía, el cual estaba en valores negativos. Si se celebrase el tan solicitado referéndum por parte de los partidos de izquierda, su resultado sería favorable a la institución monárquica, porque todavía mucha gente asocia la República con turbulencias y líos políticos. Sería una pérdida de tiempo nada conveniente cuando todavía la crisis sigue coleando.