Gracias a Ares, Dios de la Guerra que tuvo como hijos a Fobos (miedo) y Deimos (terror) y no a Marte al que G.Holst dedicó una enérgica composición, mucho se ha escrito del correcto empleo de la Fuerza, el fenómeno de la Violencia y la detestable aparición del Terrorismo, como para que yo me ponga ahora a redefinir sus términos más de lo que ya se ha hecho por autores mucho más autorizados en la materia y organismos con conocimiento de causa sobre los mismos de la que carezco. Y sin embargo, me veo obligado a ello para situar al lector en las coordenadas precisas que posibiliten interpretar adecuadamente mi particular pensamiento, pues ni durante los estudios de ética, ni en cotidianas lecturas de hemeroteca, siquiera investigando con profusión las distintas fuentes que históricamente han versado sobre el asunto, he tropezado con una descripción limpia y sencilla que se acomode a mi perspectiva. A falta de un consenso internacional de las Naciones Unidas para determinar el sentido denotativo de la voz Terrorismo y ante la clamorosa insuficiencia mostrada en nuestra propia casa idiomática por la RAE, al decir en su primera acepción de la expresión que Terrorismo “es dominar por el terror” y en su segunda acepción “sucesión de actos de violencia para infundir terror” parcas en contenido, torpes en su aplicación y nada elegantes al introducir la raíz del propio término a definir en su definición, como digo, no me queda otra que, dar a conocer mi propia formulación de qué entiendo por Fuerza, Violencia y Terrorismo.
Recomendable es en ocasiones, para conocer una cosa indeterminada, comenzar a mostrar su significado en contraste con lo que no es, difícilmente la blancura podría predicarse de lo blanco si no conociéramos más color que este. Comenzaré entonces esclareciendo que Fuerza y Violencia se relacionan entre si como el boxeo con una pelea callejera, el empleo de la Fuerza requiere inteligencia, adiestramiento, control, reflexión, estar supeditada a fines ajenos a su propio desarrollo, de modo que su ejecución nunca es espontánea, ni acto reflejo, pese a poderse disponer de ella en todo momento por estar en permanente estado de alerta para salvaguardar un estado ordenado, sea este de la conciencia individual o de la estructura social, pudiéndose guiar por la justicia o la injusticia no siendo la moral requisito necesario de su distinción. En cambio, la Violencia no demanda el concurso de inteligencia, adiestramiento, control, reflexión, ni estar supeditada a fines ajenos para su propio desarrollo, aunque pueda valerse de todo lo anterior como base de su proyección, dado que, si bien puede haber Fuerza sin Violencia en sentido técnico, no puede haber Violencia sin Fuerza en sentido físico. Y aunque a la mirada superficial de los hechos pudiera confundirse el plano superpuesto de ambas realidades, lo cierto es que, la Violencia cuando genuinamente es tal separada de su concomitancia dependiente de la Fuerza, aparece de forma abrupta, súbita, incontrolada sin seguir otro trazo que el previamente dispuesto por la circunstancia que le obliga a discurrir como buenamente puede toda vez se ha visto emergida cual efecto tan veloz en su recorrido como breve en el tiempo en el que discurre. Por decirlo de algún modo, la Fuerza es acción Violenta sistemática ejercida con poderío duradera en el tiempo y en el espacio, mientras la Violencia es efecto de una Fuerza espontánea sin otra finalidad que su propio desahogo en un espacio y tiempo concreto. Como consecuencia de todo ello, preferimos ser fuertes a violentos, idéntico motivo por el cual, nuestros ejércitos son Fuerzas Armadas, la Policía Fuerza de Seguridad, la OTAN en el peor de los casos Fuerza de ocupación o Fuerzas Especiales, mientras a los enemigos se prefiere identificarlos como violentos para negarles todos los matices relativamente positivos comentados a la vez que se les endosa las cualidades relativamente peyorativas de su adjudicada condición. Mas, hemos aquí que, entre la confusión de Fuerza con Violencia y la inflación semántica de las palabras, se ha requerido mediáticamente del empleo de un término más grandilocuente para que todos tengamos claro quiénes son violentos de modo sistemático, premeditado, racional, con conocidas finalidades y el largo etc de características enunciadas para la Fuerza pero esta vez bajo un retorcimiento perverso de su instrumentalización; esta nueva voz híbrida que habita el nicho léxico entre Fuerza y Violencia fruto de la ingeniería política y de la manipulación mediática, es lo que se conoce como Terrorismo.
Así entendido, el Terrorismo goza de todas y cada una de las propiedades que conforman de una parte a la Fuerza y de otra a la Violencia, lo que permite al Terrorismo y a los terroristas ser juzgados con un plus de maleficencia distinta de la benevolencia con la que la inocente frescura natural de los sujetos y pueblos que actúan con Violencia y Energía, encandiló a las distintas sensibilidades fascistas del primer tercio del siglo XX. Quizá, aún con todo, de esta amalgama ambivalente habríamos de introducir una plomada que desequilibre la balanza semántica, más en un sentido que en otro, para garantizar que las conciencias no dejen de reconocer el fenómeno donde se quiere que se reconozca, empero, sin posibilitar a su vez su deslizamiento lógico en aquellos casos que no conviene que lo haga. Este elemento regulador no ha de estar relacionado ni con aspectos ético-morales, ni con la perspectiva desde la que se contemple, sino con el tamaño aparente de los mismos, pues generalmente se habla de Terrorismo ciñéndose a grupos pequeños, reducidos en número, fáciles de circunscribir a una minoría étnica, a un grupo político, a un sector religioso, a una región, etc. El mejor ejemplo, lo encontramos en que nunca oímos hablar de una Alemania, Italia, Rusia…terrorista, siempre se prefiere acompañarles de títulos varios como Nazi, Fascista, Estalinista, pese a que en dichos casos confluyeron sin paliativos todos los componentes básicos, los cuales pese a ser contradictorios en su expresión intelectual, no fueron obstáculo para su puesta en práctica con absoluta precisión y coherencia interna. Es entonces, la etiqueta Terrorismo, un nombre con el que una entidad superior bautiza a una entidad inferior cuando esta le disputa, generalmente parte de su poder. Mas como quiera que estas disposiciones por acción de la propaganda pasen del todo inadvertidas, habré de convenir en definir coloquialmente el Terrorismo como aquella acción o conjunto de acciones encaminadas a obtener un fin distinto a la emoción a la que remite, la cual es medio de su consecución. Con tan sucinta referencia, puedo prescindir del componente del tamaño para discernir de entre los distintos elementos del Universo del Discurso social, cuáles de ellos son susceptibles de albergar características constitutivas suficientes para denominarlos Terrorismos, mal que les pese a políticos, periodistas, empresarios y resto de aludidos pues, si el miedo es libre, más libre es quién no tiene miedo a llamar a las cosas por su nombre, en una época en la que quienes tienen el Poder se aplican como nunca para validar la enseñanza maquiavélica de preferir ser temidos a ser amados, salvo el pobre de Benedicto XVI a quien ha tocado predicar lo contrario desde la desaparición del Infierno y la Santa Inquisición y…¡así le va!
Para los verborricos tertulianos que a diario rebuznan dónde se les llama, parece no haber más Terrorismo en el mundo que el de Al Qaeda y en España que el de ETA, con permiso del IRA, Corsos, Tamiles, las FARC, palestinos malos, Sendero luminoso y entre muchísimos otros olvidados, los GRAPO… cuando no es así. Nuestra historia y nuestra sociedad están rebosantes de prácticas Terroristas. Hay Terrorismo para dar y tomar. Por supuesto, hay Terrorismo de derechas y de izquierdas, si se me apura, hasta de centro; No falta Terrorismo de los muchos y de los pocos, de los de arriba y de los de abajo, del este y del oeste, del norte y del sur… La gente está aterrada por los cuatro costados. Estamos envueltos en el Terrorismo de Estado que se desarrolla a diario desde las cárceles hasta más allá de nuestras fronteras, por tierra, mar y aíre, como bien saben los FIES o los inmigrantes; Abunda el Terrorismo económico, con pánico en los mercados y familias muertas de miedo ante un inminente desahucio bancario criminal, por no poder pagar la hipoteca; El Terrorismo patronal campa a sus anchas disfrazado de accidente laboral, empleo precario, contrato basura, jornadas draconianas, sueldos ínfimos, flexibilidad, locales de trabajo insalubres que padecen miles de personas en nuestro territorio y millones en la dichosa globalización; El Terrorismo mediático que amedrenta a diario a la ciudadanía con los males que afectan a la humanidad con el único propósito de que el ciudadano atemorizado acepte de buena gana el entorno hostil en el que vive oprimido, reprimido, frustrado y castrado, cuenta con todo a su favor para dejarse oír pagado por la publicidad empresarial; El Terrorismo ecológico de las empresas contaminantes que sufren pueblos enteros como el Ogoni a causa de las petroleras, los habitantes de comarcas enteras afectados de cáncer por la presencia de centrales nucleares, localidades y vecindarios afectados por los vertidos residuales de las empresas químicas, etc no son moco de pavo que digamos; Como tampoco se queda corto el Terrorismo comercial que sufren las pequeñas tiendas y la hostelería ante la enormidad monopolista y oligarca de las multinacionales y grandes superficies en todos los sectores, desde el textil hasta el alimentario pasando por el editorial, farmacéutico, ocio… Como se ve, el terror rige nuestra legislación, nuestra educación, nuestra salud, nuestra cotidianidad, nuestra conducta como ha demostrado recientemente la “Doctrina del Shock” de Naomi Klein,,, en definitiva toda nuestra vida. Y ello me hace sospechar que, todavía falta algo en la voz Terrorismo, para que haya obtenido el éxito cosechado en su uso y profusión, pues como he dicho antes, difícilmente podríamos hablar de la blancura si el único color que conocemos es el blanco, o sea, que si en un mundo en el que rige el terror designamos algo como Terrorismo, es que debe haber algo más.
Oído lo que precede, de suyo, la Fuerza de la propaganda y su constante bombardeo mediático tiene mucho que ver; Pero ni con todo el arte de Goebbels, esto hubiera bastado para que la expresión hiciera fortuna durante casi dos siglos en todos los ámbitos como lo ha hecho. En consecuencia, creo que el Terrorismo a diferencia de la Fuerza, le falta el ingrediente pedagógico que facilite la parte comprensible de su bipolaridad y que camufle su fenomenología azarosa, indiscriminada e irracional. Se me dirá, que esto es debido precisamente a la carencia de medios para realizar esta labor. Ya digo que efectivamente, la propaganda es un elemento sustentador de la diferencia entre Terrorismo y No Terrorismo, pero es indispensable que la información disponible para el individuo no necesite de su esfuerzo comprensivo para asimilar las verdades de los sistemas en los que se desea se desenvuelva, lo que evidencia una mayor capacidad intelectual y por supuesto teórica, para echar abajo lo que hay, que para dejarlo tal como está. Y este es el quid de la cuestión que permite contemplar mayoritariamente el Sistema como bueno o No Terrorista y lo que va contra el Sistema como malo, violento y Terrorismo, incluso para quienes luchan denodadamente por presentarse a si mismos como revolucionarios, resistencia o libertadores.