Si de los nombres se ha legislado largo y tendido, no siempre con acierto, para salvaguardar los derechos del infeliz – como es mi caso- que habrá de sobrellevarlos durante el resto de su vida y aun después de muerto en esquela y lápida, drama que atendiera con ingenio el mismísimo Cantinflas en su celebre “El padrecito” en aquella aleccionadora escena en la que un buen hombre que se disponía a bautizar a su retoño tras ser interrogado por el nombre que deseaba ponerle respondió ¡Como su padre! y de nuevo preguntado por el nombre de su padre, confesara llamarse ¡Nepomuceno! se vio despachado de inmediato con un decidido ¡Ah! ¡No! ¡Eso si que no! ¡Pobre criatura! se comprende, la tardanza mostrada en poner en marcha una medida legislativa como la contemplada en el artículo 49 de la futura Ley del registro Civil que ha entrado a trámite en el Congreso para su enmienda y aprobación, donde se recoge una condición de justicia, cuál es, la de permitir a los progenitores decidir de mutuo acuerdo el orden de los apellidos.
Coincido con el actual Gobierno en reconocer en la propuesta, una anhelada conquista jurídico-social acorde al espíritu de igualdad establecido en la Constitución. No obstante, leída la letra pequeña del asunto y puestos a acometer modificaciones, creo conveniente reflexionar primero, en aras de la utilidad inmediata sobre dos detalles de procedimiento y segundo, en atención a la vanguardia intelectual, sobre la actual necesidad de llevar apellidos.
Está bien que el sistema adjudicatario del apellidaje no prime sin más al paterno en detrimento del materno y que ceda a los progenitores la oportunidad de ponerse de acuerdo en este particular; Pero el proyecto legislativo prevé, para el caso de que los progenitores no alcancen un acuerdo, una medida, cuando menos, tan injusta como la actual al tomar el orden alfabético como la variable a considerar, idea aberrante que condenaría a Zapatero y Rajoy a desaparecer a favor de Aznar o Rubalcaba, cosa que políticamente podría ser, pero que en ninguno de los casos, sería deseable. ¿Por qué el orden alfabético y no el número de letras que contengan? Evidentemente, cualquier sistema preestablecido de estas características, está condenado al fracaso, más que nada, porque quien a su favor tenga de antemano la ventaja determinante en caso de no haber consenso, difícilmente remará por este consenso, antes buscará el disenso que al final le favorece…Por ello, de tenerse que elegir, el sorteo puro y duro creo que es la mejor opción. Claro que…¿Por qué elegir?
Antes de afrontar esta embarazosa cuestión, deseo pasar al otro detalle que me disgusta de este Proyecto de Ley, cuál es, que en ella se fuerza a los padres a mantener la decisión adoptada con su primogénito para el resto de la prole, cosa que invalida la mejor medida que se me ocurre para afrontar la situación de los apellidos en la actual caduca coyuntura y que paso a ofrecer como solución: en mi opinión, de tenerse que mantener la tradición de los apellidos, lo deseable sería que a parte de la libertad de trocarlos, acordar su orden, etc, por sistema quedara establecido que si el bebe es niño portara sólo el apellido del padre y si es niña, sólo el de la madre. Es una medida clara, justa, igualitaria, y sin posibles trampas. Las excepciones de transexuales serían tratadas según les sea reconocida la condición legalmente.
Ahora bien, ¿Es necesario elegir entre apellidos? Elegir entre peras y manzanas es muy fácil – salvo para Ana Botella- e ineludible entre morir en la silla eléctrica o la inyección letal en el país de la libertad, mas a nadie le gusta elegir cuando lo que está en juego puede aparejar demasiadas consecuencias connotativas, cargas psicológicas, explicaciones familiares, sobre todo, cuando para escapar de la elección mucha gente se persuade convenientemente de que no hace falta y deja que todo siga su curso por algún tiempo, o en este caso, alguna generación. Pero, al margen de este subterfugio mental para eludir decisión tan delicada como puede serlo en algunos casos la elección del apellido llamado a perpetuarse mientras el otro se pierde en la bruma del olvido, ¿Verdaderamente es necesario elegir, o caben otras fórmulas?
Yo creo, que lo primero que se debería permitir en el caso de que sigamos empeñados en continuar con este engorro de los apellidos, es que los padres buscasen entre sus ocho apellidos uno en el que coincidieran los dos; Con el tiempo todos acabaríamos apellidando Chang, y finalmente prescindiendo del apellido, que es mi objetivo. Si esto no gustase por lo advertido, entonces podría autorizarse a los progenitores a mezclar sus apellidos dando origen a híbridos como Marlo contracción de Martínez-López o Lomar, aunque al desaparecer ambos, ya se sabe, los males compartidos son más soportables.
Pero podríamos ahorrarnos todos estos quebraderos de cabeza de dos sencillas formas, a saber: dejando de traer hijos a este cochino mundo que debería ser tipificado como delito cruel y de lesa humanidad, o en su defecto, prescindir de apellidos, sustituyéndolos por el número del DNI para trámites burocráticos, dado que el de pila sobra para apañarnos en el barrio entre amigos, a la luz de lo que les acontece a los apellidos que se resisten a su desaparición social como los polisílabos acortados en diminutivos como Sola de Solabarria o diluidos en feas abreviaturas como Fdz de Fernández. Aunque me temo que incluso esta medida quede ya obsoleta cuando se está hablando de incorporar un chip codificador y localizador bajo la piel de los recién nacidos que nos identifique de inmediato cuya información encriptada en clave pública pueda ser accesible en clave privada a parte de por quienes deseemos, por todos y cada uno de los organismos oficiales como el INE, la Seguridad Social, el INEM, la Policía…y con el tiempo, cualquiera como sucede ahora con nuestros datos, como la Telefónica, Coca Cola, el BBVA, etc.