El otro día, estuve más de media hora buscando un bar con teléfono o una cabina que funcionase, tarea harta difícil en tiempos en que todos parecen haberse compinchado y bien que con-pinchado, en la única movilización social que triunfa: la de los móviles; De hecho, todo el mundo me dice que ya no hacen falta teléfonos ni en bares ni en las calles, porque todos, tenemos móvil, asunto que no discuto, pero que no me convence, pues a lo mejor sucede, que todos tenemos móvil, porque no queda más remedio, desaparecidos los teléfonos públicos… Cuando finalmente, di con una cabina ocupada, ciertamente me alegré al modo en como lo haría una jovenzuela que ve mejor a un adulto con anillo que sin el, pues mal que bien, es indicio de que funciona; pero lo que jamás sospeché fue que, también aquí, aparecería el problema de la fidelidad, pues suponía que siendo un teléfono público, mi único problema estribaría en esperar mi turno y tener dinero suficiente como sucede en el caso de las analogías paralelas cuyos detalles dejo a su discernimiento.
Y es que, vivimos entre quienes opinan que las cosas de fuera son del viento, como declaró nuestro ZP ante la ONU para vergüenza propia y ajena del Socialismo, y quienes mantenemos que son de Todos. Sin embargo, si el riesgo de proclamar a los cuatro vientos que lo que no es de alguien, no es de nadie, es que venga Uno y se lo lleve todo para él…el peligro que corremos al designar como público el uso de cualquier bien, es que muchos crean que puedan hacer un abuso de dicho bien como si fuera privado. Empero resulta que hay una grandísima diferencia entre que cualquiera tenga derecho a acceder a un bien público que es de todos, a que todos podamos hacer un uso privado del mismo. Por ejemplo, un transporte público no tiene por qué dejarte a ras del portal de tu casa, no puedes quedarte durante todo un año “El Quijote” de la biblioteca, por muy largo que sea, y tampoco deberías apalancarte toda una hora hablando por teléfono cuando ves a otra persona esperando para llamar junto a la cabina pública.
Constato que mi apreciación es mayoritariamente compartida, pues no es infrecuente que hasta quienes acostumbran a realizar estas impropias prácticas de los bienes públicos, sienten que algo les remuerde en lo más recóndito de sus conciencias, dado que, son incapaces de mantener el contacto visual con su paciente víctima, sabiendo muy, pero muy requetebién que, están haciendo mal teniéndole tanto rato esperando, por supuesto, esperando a que se aburra y se marche. Y como quiera que todo se pega menos la hermosura, este mal ejemplo, que la gente no sabe cómo afrontarlo sin empeorar la convivencia, acaba por sentar cátedra por aquello de “si no puedes con el enemigo…¡únete a él!” Por lo que mi amigo Rafa Álvarez, por mucho que nos duela a ambos reconocerlo, no ve otra salida al asunto que, Telefónica invierta el orden lógico, y cobre más barato los primeros tres minutos de la llamada, para luego ir aumentando su coste, según pasen el tiempo de conversación útil al de cháchara insustancial, y no como sucede ahora a la inversa, porque a caso sea dicha política la que esté animando tan incívico comportamiento.
Vínome a la cabeza una artículo, broma o algo así: lo de cobrar según la importancia de lo que se hable.
Si lo que se habla es importante cobrar de una forma asequible.
Si lo que se habla son cosa baladí cobrar a un precio superior.
Seguro que así la jovenzuela hablaría lo justo y nuestro Nicola tendría la cabina disponible.