En física la segunda ley de la Termodinámica, dice, grosso modo, lo mismo que la ley de Murphy: Todo va a peor. Por poner un ejemplo gráfico que todos podamos entender, aunque los estudios de mecánica cuántica y las teorías del caos, hagan posible sobre el papel, procesos reversibles como un coche que va de Bilbao a Santander y pueda hacer el recorrido inverso, de Santander a Bilbao, lo que ocurre, es que la dirección de la flecha del tiempo no permita que ciertos procesos vayan hacia atrás, de éste modo estamos habituados a ver caer vasos al suelo que se hacen añicos, y todavía a día de hoy, si quiera un mago, nos haya mostrado sin demasiados ambages, que los añicos del suelo se rejunten, formen de nuevo el vaso y éste suba a la superficie de la mesa como a su inicio. Para que no olviden lo esencial de este famoso Principio físico, puede decirse que, “Entró pía, y salió puta”.
Pues bien, hoy todo apunta a que estamos abocados a eclosionar en la entropía social. Todo parece deteriorarse: los procesos de producción, cada vez son menos fiables y dan más chances a la molicie del técnico, la desgana del supervisor, la despreocupación del productor, originando lo que se conoce como vicio implícito de la mercancía, en el mejor de los casos, pues a veces, también se procura introducir el defecto para predecir su vida útil y caducidad. En cualquier caso, todo para mantener la cadena consumista. Ello repercute sólo en la calidad del producto cuando éste es meramente fútil o decorativo; pero cuando el mismo remite a la alimentación puede suponer un problema de salud, y hoy que están de moda los envasados, los enlatados, los precocinados, los aditivos, los conservantes, edulcorantes y lo que sea menester para disfrazar sabores, olores y apariencias cuando lo que debía preocupar serían los nutrientes y calidad de vida, muy seguramente esté en la raíz de la mayor parte de enfermedades que en estos momentos acucian a Occidente. El deterioro de la producción suele ir parejo también al deterioro de los derechos laborales y la vida social de los trabajadores en al empresa. Huelga decir que ello contribuye a que éstos pongan menor cuidado en lo que hacen, cosa que les lleva por un lado a los accidentes, y por otro, a no esmerarse en las manufacturas de los productos, cosa que no preocupa al empresario por cuanto será ese mismo trabajador el que a la postre, lo habrá de consumir, pero que sí debería preocupar al gobernante dado que una población insatisfecha en su puesto de trabajo, consumiendo productos de baja calidad, indudablemente repercutirá en la estructura en todos los órdenes.
Estos otros órdenes en donde se va apreciando una entropía social, indudablemente empieza en las capas docentes, donde si bien nunca se había estudiado para aprender, ahora tampoco se estudia para trabajar, dado que nadie acabará trabajando para lo que ha estudiado, y con un alumnado que no esté interesado en aprender por falta de motivación intelectual y vital, sucede que el profesorado tampoco se empleará muy a fondo en semejante labor estéril. Algo parecido a lo que sucede en el estamento médico, que observa cómo el Ministerio de Salud no hace nada por infundir en la población el cuidado del propio cuerpo, antes les anima a lo contrario, a que tengan confianza en la propia institución médica, en la empresa farmacológica y en los avances técnicos de modo que la ciudadanía negligente donde las haya, vive despreocupada en la creencia de que todo tiene remedio con la Seguridad Social y la Farmacia de Guardia. Mucho peor es lo que sucede en el caso de la Justicia, pues los abogados, jueces y fiscales ávidos de beneficios, imitan a los políticos en crear conflictos y dilatarlos para su propia supervivencia desde el mismo momento en el que para mediar entre partes enfrentadas, lo primero es que éstas se enfrenten, para así pasar minutas, derramas, provisiones de fondos, etc. En cuanto a arquitectos, constructoras, inmobiliarias y cuantos viven de la apropiación privada de la tierra, qué vamos a decir que no se sepa. Lo mismo que podría decirse de la industria automovilística, que está únicamente para surtir de clientes a la industria petrolera, y juntas, dar cobertura a las inmensas infraestructuras de kilómetros de carreteras y autopistas que atraviesan las entrañas de nuestros espacios naturales junto a trenes de alta velocidad, superpuertos, macroaeropuertos y demás familia del transporte.
La entropía social, llega a todos los rincones de la sociedad, acaece en el arte donde ya no sabemos distinguir lo que es una genuina Vanguardia de una tomadura de pelo, lo que vale de lo que no vale, la novedad de la patochada; acontece en el deporte donde los tramposos reciben medallas y aplausos donde las empresas patrocinadoras obligan a doparse a los deportistas, donde prima el espectáculo sobre la superación personal, y donde el deportista en la meta de su carrera, se contempla más como una máquina de hacer dinero que de la que versara De la Mettrie. Acontece en la oferta televisiva cuyos programas aburridos y tediosos, increíblemente, mantienen los índices de audiencia con el único fin de ablandar los cerebros para suministrarles publicidad; acontece en la policía y los cuerpos de seguridad a los que priva más perseguir la pequeña delincuencia que los grandes delitos por cuanto éstos les corrompen con jugosos sobornos; acontece en la limpieza de nuestras calles, cuyos relucientes edificios y asfaltadas aceras, esconden la inmundicia de una población desconsiderada para con el medio ambiente, cuya realidad tiene cobijo en las cloacas subterráneas, contaminados acuíferos, gigantescos vertederos y en los cementerios nucleares de minas y fondos marinos. Acontece, por supuesto, en la política donde los partidos están más preocupados en luchas intestinas por sillones y poltronas, no precisamente ideológicas, y los gobernantes, han cedido sus funciones a las grandes empresas y a la gran banca y se limitan, únicamente a gestionar los escasos bienes que les queda y a repartir prebendas en forma de subvenciones a sus acólitos. Acontece, acontece, y no deja de acontecer una paulatina y gradual degradación ético-moral de las personas, de las instituciones y de la sociedad en su conjunto, que de momento, gracias a la electricidad y a la propaganda, puede camuflarse a la conciencia colectiva, pero no al subconsciente, también colectivo, del que no se habla, pero existe, y que se ve en todos éstos deterioros cada vez más clamorosos y que están a punto de eclosionar entre nosotros, como una supernova, negruzca y oscura.