Esta palabra procedente del término latino “incognitus” conformado por el prefijo in- (no; sin) el verbo gnoscere (conocer) más el sufijo -ito (receptor de la acción) significa (no conocido o sin conocer). Pero su empleo no es aséptico, es decir, no es un no conocer de desconocido o ignorado, sino con intención de remarcar perfil de oculto, escondido, camuflado, disfrazado, disimulado…envolviendo su aparición en un halo de misterio, enigma o secreto con la necesidad inefable de pronunciarlo en su susurrabilidad y aunque casi sea inapreciable también le otorga los matices activo y sorpresa, características todas que pasamos a desmenuzar en sus partes más simples.
Cuando introducimos la palabra “incógnito” en un discurso no lo hacemos ajenos a lo apuntado, pues es una voz muy hermosa que deleita tanto a quien la pronuncia como a quien la escucha. Sin duda alguna su belleza emana a borbotones de la exquisita combinación acústica de esa “g” con sonido (j) provocando una falla al chocar con la n de la sílaba siguiente.
En principio, el fonema (j) dada su rozadura gutural fuerte no debería contribuir a la belleza de una palabra aunque, de cuando en cuando, depare agradables registros como “Jazmín”. Pero esto cambia cuando con su sonoridad jaspeada introduce una tonalidad de falla pues parte en dos la palabra en que aparece como en “segmento”, suscitando en el hablante el suficiente detenimiento en su contemplación pero permitiendo un deslizamiento conceptual que fonemas fuertes como la (p) o la (k) no posibilitan en “abrupto” o en “estricto” y es precisamente esta cualidad de desplazamiento transacional de sílaba hacia la n nasal que le da a la voz la cobertura fonética apropiada para conectar los valores de misterio e inefabilidad citados, pues, el tránsito del aire de la garganta a la nariz reproduce la musicalidad oqueante apreciada en los rezos, oraciones, mantras, y demás procedimientos vinculados a las prácticas misticoreligiosas como se comprueba sin dificultad en “Om”. Posiblemente, en origen, la inserción de gn en la conformación del lexema de la familia lingüística que ha dado lugar estuviera emparentada con alguna técnica chamánica de concentración para contactar con los dioses y obtener sus conocimientos mediante la meditación.
Sabemos que en griego la voz “gnosis” identifica al conocimiento y como el verbo latino su etimología procede de la raíz indoeuropea gno- (conocer). Como vemos, el asunto estuvo presente desde su remoto inicio y esta hermandad de la g con la n debió ser algo pretendido y cuya distinguida presencia ha sido preservada pese al paso de los milenios en una corriente de pensamiento como el “Gnosticismo” cuyo conocimiento no se basa en el proselitismo sino en la iniciación de quienes deseaban acceder a su secreta doctrina.
Para adelantarme a la objeción de que la conjunción gn en lenguas romances como portugués, francés, italiano, etc suena (ñ) he de decir dos cosas: primero, respecto a la hipótesis esbozada de que la gn debía reproducir un sonido propio de la técnica chamánica de acceso a conocimientos nada afecta porque sea cual fuere su sonido la hipótesis apunta a ello sea gn, ñ o cualquier otro fonema designado hace más de seis mil años. Y segundo, respecto a que gn es ñ en otros idiomas, ello no afecta a la belleza de la palabra en español donde no suena “incóñito” sino “incó(j)nito” que es de la que nos ocupamos en el DBP. Solventada esta posible objeción podemos continuar.
Por otra parte, el comentado deslizamiento transferido por el fonema (j) favorece ese aspecto de movimiento contenido conceptualmente en la voz “incógnito”. ¡Efectivamente! Incógnito supone que lo que está de incógnito ejerza una acción, para entendernos, un tesoro por muy escondido que se encuentre nunca estará de incógnito. Para que alguien o algo sea presentado de incógnito es imprescindible que sea activo de algún modo, por ejemplo, un espía está de incógnito, pero un soldado que se esconde no está de incógnito. El fonema (j) transmite ese desplazamiento, pero lo hace de modo muy distinto a la resbalabilidad de una biscosa s o r ramplante, porque lo que está de incógnito debe ir despacio, cualidad imposible para la s o la r suscitadoras de velocidad; en cambio, el movimiento evocado por la (j) es un movimiento lento como procede al sigilo requerido por lo incógnito. En este sentido, es asombrosa la coincidencia con un término como “inadvertido” donde la d con sonido (z) hace lo propio junto al fonema (b) en un caso similar y por ello bello también.
Este movimiento del fonema (j), empero, no es suficiente para eclipsar la falla de gn que como toda buena falla interrumpe la palabra. Es en su lapso que se dan cita mentalmente los distintos elementos aquí tratados y que en la pronunciación de “incógnito” pasan de puntillas al consciente pero no al inconsciente generando ese gustirrinín sentido por el hablante al emplearla. Es en ese fugaz instante en que todo el conjunto semántico evocador del término se repliega sobre si mismo para irrumpir de súbito en la conciencia en forma de placer psicolingüístico que reparamos en la primera parte de la falla, la g sustentadora de todo el mérito de su gracia y esplendor.
El motivo por el cual la g se convierte en el elemento principal sobre el que se cimenta la belleza de esta palabra es doble: de una parte, tenemos que mientras la n por ser principio de sílaba debe repartirse entre la función de ser parte de una falla y ser a su ver indispensable para la sílaba, en su caso -ni-, la g aunque perteneciente a una sílaba al ser consonante final de la misma queda colgada en su pronuncia, es decir, aislada y es en su soledad que destaca manteniendo su identidad separada. Justamente es esta soledad, este aislamiento, esta particularidad en que ponemos el foco, pues no hay multitud incógnita, porque lo incógnito es siempre algo pequeño en número cuando no la mera unidad.
La g aislada remite a la mente todo lo dicho sobre esta letra y sonido al tratar del “Gazapo” conexión entre “Incógnito “ y “Gazapo” que no se antoja casual porque el gazapo es gazapo en cuanto pasa inadvertido en un primer momento al lector. Y este detalle es de suma importancia porque se da la feliz circunstancia de que el término “Incógnito” en su empleo connota cierto descubrimiento y sorpresa de su realidad oculta. Y así como el gazapo únicamente es gazapo cuando se localiza en un texto habiendo pasado desapercibido hasta entonces a diferencia de una vulgar errata o falta ortográfica, la condición de incógnito necesita, per se, paradójicamente, ser conocido para ser identificado como incógnito, asunto nada baladí como puso de manifiesto Kant al tratar la cuestión de la “cosa en si” o noumeno desconocido e incognoscible frente al fenómeno conocido y cognoscible.
Pues bien, es gracias a la g que la palabra reproduce en su confección neurolingüística esta sutileza del siguiente modo: lo incógnito precisa ser conocido como tal para cumplir su condición. Si algo o alguien es incógnito y nadie lo sabe, no es incógnito ni está de incógnito. Solo su descubrimiento por terceros, su revelación a terceros o su propio conocimiento como tal le permite a lo incógnito ser incógnito. En el grado máximo de su intimidad conceptual, de su aislamiento psíquico y de su inefabilidad social, la parte activa del concepto incógnito a la que más arriba hemos aludido, hace que en origen lo incógnito no lo sea para una conciencia al tanto de su realidad incógnita.
En nuestro verbo “conocer” ha desaparecido la g y para quienes ignoran su etimología la g no solo no está es que ni se la espera. Para la mayoría de los hablantes no es que no haya g, que falte la g, que esté oculta…simplemente no hay g como en hijo no hay f, entiéndanme la gracia. Nadie piensa en ello, nadie se queja, nadie echa de menos a la g, no hay manifestaciones exigiendo a la RAE ¡Que nos devuelvan la g! Lo mismo sucede con sus derivados, conocido, desconocido, conocimiento, etc. Pero, cuando nos viene a la boca y al oído esa deliciosa palabra “incógnito” de inmediato caemos en la cuenta de su existencia agazapada, inadvertida y perenne porque la g siempre estuvo ahí escondida, callada, agachada, cabizbaja. Esa misteriosa g aparece ex nihilo para que nos percatemos del detalle de lo incógnito, eso que estaba en la neblina del anonimato, de cuya presencia no teníamos noticia pero que se nos revela imperceptiblemente en la propia palabra incógnito, porque lo que está de incógnito debe ser prudente, delicado, sigiloso, detallista, tranquilo, matizado…nada estruendoso ni ostentoso.
La g detiene la palabra por su falla con la n y repliega el significado en su laberíntica grafía donde el gato de la sabiduría de Schrödinger se relame regocijado en la curiosidad de su extrañeza, sorpresa y deleite al descubrir por si mismo la realidad mágica de su condición semántica, intuida desde su inicio estando y no estando a la vez.
Esta singularidad semántico-neuronal se ve acentuada – nunca mejor dicho – por el golpe de voz en la sílaba -cóg- premiada con tilde, de modo que se percibe un hundimiento del vocablo en el tejido espaciotemporal de su pronuncia antes de implosionar en su repliegue cual supernova en el firmamento de nuestro vocabulario. Es con su acentuación, que la g se encoge para soportar sobre sus hombros cual Atlas todo el universo de su connotación aquí expuesta, peso de proporciones cósmicas que nada debe envidiar al castigo del Tártaro si no fuera porque esa misma g hundida renace como el ave Fénix para hacer patente su incógnita condición.
Finalmente es una suerte que a la g le acompañe en la sílaba -co- un anticipo simbólico de lo apuntado pues el hermetismo de la o el círculo cerrado de su vertiente esotérica contrasta con la apertura de la c y es que su conjunción gráfica reproduce la g si se disponen del modo apropiado o arriba y c invertida debajo reproduciendo el laberinto de la g, pues un laberinto no es otra cosa que algo cerrado y abierto a la vez como incógnito es conocido y desconocido.
A fin de que el lector del DBP pueda reproducir en su laboratorio mental la verdad científica de todo esto, invito a comparar la palabra “incógnito” con la posibilidad lingüística, hoy por hoy, fallida de “incónito”. Habría que preguntarse por qué en un idioma donde la g ha desaparecido de “conocer” y “conocimiento”, se mantiene en “incógnito” y la respuesta no puede ser otra que el inconsciente del hablante siente el inconfesable placer aquí descrito y explicado.
La belleza de incógnito se evidencia al compararla con otros términos como desconocido, anónimo e incluso por otras razones que tienen que ver con su terminación con ignoto. Sin embargo, destellos de lo argumentado pueden observarse en palabras como “inadvertido” o “desapercibido” aunque no lo suficiente para protagonizar una entrada del DBP.