Todos deseamos verlos muertos. Pero nadie quier matarlos.
Autor: Nicola Lococo
Contra nuestras Fiestas
La fiesta es al calendario lo que la plaza a la ciudad: una apertura dentro del Todo al Absoluto, una brecha en la existencia, un hiato metafísico, un sagrado paréntesis espacio-temporal que introduce en el cuerpo y vida social el necesario trastrocamiento y subversión esporádica del orden establecido al objeto de servir de válvula de escape a la tensión acumulada por la hacinada convivencia de ese animal definido como social por naturaleza. Así, si en la plaza pública toda la población está llamada a encontrarse para comerciar, escuchar a la autoridad, protestar o ver el circo, la fiesta, sea religiosa o pagana, civil o corporativa, familiar o institucional, improvisada o programada, pequeña o multitudinaria, diurna o nocturna, breve o larga, al aire libre o en recintos cerrados, etc, ha de salvaguardar lo que le es primordial, su auténtica esencia, ese matiz junto al cual las características anteriores quedan reducidas a circunstanciales: ese mismo espíritu universal de concurrencia. Su universalidad no significa, empero, que todo el mundo tenga cabida en toda fiesta, indica mas bien que, en armonía con el escenario preestablecido en donde acontece, en sintonía con la comunidad a la que va dirigida, en cuyo nombre se proclama o se convoque, su efímera realidad, admita y facilite la participación a cuantos miembros integran dicha comunidad. Ciertamente en las fiestas la universalidad no elimina la desigualdad inicial que impera en cada uno de sus ámbitos al que remite, siempre hay grados a la hora de participar y vivir la fiesta; pero es propio del genuino espíritu festivo que, en lo posible, las evidentes diferencias sociales se diluyan en el transcurso de la celebración concediendo licencias y privilegios generales entre la mayoría o en su defecto menguando su ostentación entre los pudientes, garantizando en todo caso un mínimo de disfrute básico para los más desfavorecidos, de modo que, por un lapso de tiempo, todos puedan sentirse parte indistinguible de la comunidad a la que pertenecen fortaleciendo con ello los lazos de unidad en un clima donde impera además de la alegría un mayor grado de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que el de la cotidianidad.
Con la llegada del Verano, nuestros pueblos y ciudades se entregan al frenesí de la convocatoria de fiestas donde impera hacer negocio antes que ofrecer a la población un momento de esparcimiento y ocio. Son fiestas, en el mejor de los casos, dirigidas al turismo y al consumo, donde la inmensa mayoría hace las veces de figurantes para que una minoría privilegiada se sienta a gusto con su derroche, cosa que sólo puede generar frustración y odio.
Para comprender en su justa medida cuanto digo, invito a los lectores a realizar un pequeño ejercicio de imaginación: sitúense en el periodo de la fiesta grande de su localidad; elimine todo el ruido mental que distraen el pensamiento de bares, cafeterías, restaurantes, heladerías, barracas, cine, casetas de ñampa-zampa y cuantas actividades sólo son accesibles a cuantos disponen del dinero suficiente como para ir de potes con los amigos, antes de comer con la familia, tomarse un cafecito a media tarde, invitar a los niños a los autos de choque…¿Qué queda de la fiesta popular pagada con los impuestos? Yo se lo digo: dos o tres actos, pagados a precio de oro y para de contar. Pero como una imagen vale más que mil palabras, para ver en qué se han convertido nuestras fiestas patronales y locales, lo mejor es echar un vistazo a cualquier programa repleto de logotipos institucionales y publicidad, donde lo de menos son los actos que casi hay que buscarlos con lupa.
Obsérvese que mientras así actúan nuestras autoridades municipales, quienes regentan negocios como discotecas, barcos de recreo, hoteles, parques temáticos, etc, en sus respectivos ámbitos, se cuidan muy mucho de mantener el auténtico espíritu apuntado de la fiesta por medio de entradas con derecho a consumición, pulseritas de todo incluido, lotes de regalos para todos, buffet y barra libre…, cierto es, que su acceso es restringido, pero una vez admitido en su dominio, se hace todo lo posible por que su clientela no aprecie diferencias de trato entre los presentes más allá del vestido o zapatos que uno lleve de casa para la ocasión.
Pues bien, ahora que está de moda entender la gestión pública como regentar un negocio con ánimo empresarial – menuda estupidez – podríamos entender que los ciudadanos, todos los días desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, como el mejor de los clientes pagamos nuestra entrada y permanencia en la sociedad en la que vivimos mediante impuestos de todo tipo: de aparcamiento, matriculación, en la gasolina, las autopistas, el IVA del automóvil, por sólo citar los relacionados con el utilitario. Y sin embargo el trato recibido en una fiesta, casi es peor que el drama cotidiano en el que la gente está inmersa donde tras años de ahorro y sacrificio trabajando llegan a pobres, sin derecho a un momento de ilusión y alegría generalizada.
Seguramente este asunto de la fiesta será contemplado como una preocupación folklórica o antropológica cuyas implicaciones no traspasarán la esfera académica, de modo que, seguiremos convocando fiesta tras fiesta en el calendario, entre kilos de confeti y chumba chumba, porque como advirtiera Santa Teresa de Jesús, la verdad padece, aunque no parece.
De la Fiesta. Ocurrencia
La Fiesta es al calendario, lo que la Plaza a la ciudad.
Alfon, o el Principio RENFE de Jurisprudencia
Hace una semana, fue detenido en Madrid “Alfon”, un joven que a decir de sus vecinos, compañeros y amigos, es una excelente persona a quien han condenado a cuatro años de prisión por portar explosivos durante la jornada de Huelga General del 2012 tras confirmarse la sentencia por el Tribunal Supremo al considerar esta Institución dependiente del PPSOE que los artefactos caseros explosivos que obraban en su poder, podrían haber causado daños.
Lo que no aclara tan avanzada sentencia condenatoria es, en qué grado de cumplimiento estima ese “podría haber causado” porque, no creo yo, que se puedan adjudicar, así como así, cuatro años de cárcel a un joven sin especificar si se trata de un “posible” o un “probable” o cuando menos el grado de intención del sujeto si estaba dudando o decidido a cometer el acto. Y tampoco entra a precisar de qué daños se trata, de modo que, se me hace muy difícil entrar a valorar si los cuatro años de condena a este joven, son proporcionados o desproporcionados. Sea entonces, que en una extensión de este ejercicio de Derecho Ficción, hagamos una simulación que ilustre ese “podría haber causado daños” para mejor calibrar la sentencia.
Lo primero que nos tenemos que preguntar, es si el sujeto en cuestión tiene fácil acceso con una bolsa de explosivos a los lugares adecuados para causar daño entre las Elites Extractoras como podría ser bajo la mesa del Consejo de administración de un Banco cuando nos suben los tipos de interés o las hipotecas, en el patio de butacas durante la Asamblea de Accionistas de una Multinacional cuando se disponen a anunciar el reparto del dividendo, en algún complejo de lujo donde se celebran fiestas entre champán y caviar; o si le es sencillo atravesar las medidas de seguridad para colarse entre sus sirvientes y esbirros de la política como, por ejemplo, en el Palacio de la Moncloa, al Congreso o al Senado, donde hacer estallar su artefacto en pleno Pleno pleno haciendo pleno. O en su defecto, si nada de lo anterior pareciera factible, si el susodicho, estaría en disposición de pasar con semejante mercancía por los escáneres y detectores de metales que los medios de transporte en que viajan sobreprotegidos las elites y sus esbirros como son los aviones y el AVE…porque de no ser así, el daño causado, por muy grande que fuera para el resto de la población, entiéndase que hubiera destrozado un nicho de 60 metros cuadrados donde vive una familia en paro, hecho saltar por los aires un utilitario de un albañil, dañado los columpios del parque del extrarradio…como que no sería motivo suficiente para alarmar a la sociedad y menos para emitir sentencia tan grave.
Mi afirmación se corresponde con lo que he denominado Principio RENFE de Jurisprudencia; he podido observar que cuanto más selecto es el pasaje, mayores medidas de seguridad obliga a tomar el Estado a las Compañías de Transporte y mayor celo ponen estas en su cumplimiento, y así como nadie vigila que en el metro o en los autobuses se deje mochilas repletas de explosivos, porque a fin de cuentas estos medios colectivos son utilizados por la mayoría de trabajadores y sus crías a quienes jocosamente en lenguaje empresarial se denomina “recursos humanos”, una compañía como RENFE que visa y revisa a todo el pasaje y todo el equipaje antes de subir al AVE, permite a todo pichichi acceder, cual Perico por su cuadra, a los Cercanías. Pues bien, esta disposición oculta para todo protocolo de Transporte Público, debe actuar también en Jurisprudencia, y mientras los sujetos no amenacen el bienestar de los que mandan y de quienes tienen el poder, entiendo yo que se puede dejar hacer. Y por tanto, juzgo desmesurada la sentencia, pues con un artefacto casero, portado en una bolsa de supermercado, como que a lo más que se podría haber llegado era a haber reventado un botellón en fin de semana.
Del Pleno. Ocurrencia
Me gustaría hacer pleno, en pleno Pleno pleno.