Teleobediente

Como en la escuela: Sentadito y en silencio. Pero esta vez...¡Atendiendo!

Guy Debord preconizaba el advenimiento de la sociedad del espectáculo , y lo que nos ha llegado ha sido el mundo de la Televisión. Hubo un tiempo en el que lo apropiado al aparato era describirlo lingüísticamente con la misma dignidad que la flora y fauna merecen desde que el sueco Linneo así decidiera clasificarlos. Por ello, llamamos televisión a ese electrodoméstico que parece abrir una ventana al mundo exterior, mucho antes de que apareciera el güindos y que significa visión de lejos. Y también hubo un tiempo que a quienes veían la televisión, empezó llamándoseles Tele-espectadores, pues cuando aquello, la tele tenía como función entretener al público haciéndole más cercano el teatro para quien no tuviera medios de acudir a él, la misa de los domingos mientras estaban enfermos postrados en cama, el circo a los niños que vivían en los pueblos rurales, etc. La tele, en cuanto proyectaba espectáculos, tenía tele-espectadores, quienes permanecían expectantes ante los espectáculos. Pero pronto los espectáculos fueron dando paso a otros programas que ya no tenían propiamente el objeto de entretener, sino de informar, como Telediarios, anuncios publicitarios, etc. Estos programas ya no servían al mero entretenimiento, ya no eran contemplados como espectáculos, pero la gente continuaba viendo la tele por lo que empezó a llamársele Televidente, a quienes veían la tele indistintamente de si informaba, entretenía o si acaso se aburrían. Pero las cadenas de televisión empezaron a especular con la posibilidad de educar y concienciar a las masas por medio de películas, documentales, y una serie de programas de entretenimiento aprovechando la ingenuidad y buena fe de las personas. Así, se empezaron a dar consignas a la población para que participase en Telemaratones se apuntara a ONG’s, llamase a tal o cual número de teléfono, respondiera encuestas, participase en concursos, y un sinfín de imaginativos recursos enormemente potenciados con la aparición de la multimedia. A estas alturas no se sabe cómo llamar a la persona que se sienta ante el televisor, pues está por ver, si el individuo que se halla en semejante situación observa, contempla, mira, o acaso ve, lo que le ponen por delante. Lo que en principio debió entenderse como un instrumento al servicio de ocio y si se quiere, de la propia formación personal, se ha convertido en una auténtica cadena que nos esclaviza del modo más sibilino que hay, haciendo de todos nosotros, no usuarios de la tele como cabría esperar, ni teleespectadores , dado que no hay nada que espectar, ni siquiera, televidentes, por evidente que pueda parecer que la miramos, sino teleobedientes, que es en lo que nos hemos convertido hipnotizados por el fuego en torno al cual nuestros ancestros se reunían y que hoy se reencarna en lo que en nuestros momentos de lucidez, denominamos Caja tonta.

Wikinomía

Acabo de leer “Wikinomics” una aguda reflexión hecha sobre la marcha de Tapscott y Williams en el que dan cuenta de cómo las nuevas tecnologías están modificando todas la relaciones económicas, cuya lectura hará las delicias de las optimistas mentes neoliberales y vomitar de repugnancia a la retaguardia tardomarxista, mientras al resto, quienes no portamos las preceptivas orejeras, servirá para atender un fenómeno contemporáneo de consecuencias todavía imprevisibles al que los autores del estudio han dado en bautizar como Wikinomía.
El texto que bien podría haberse titulado “ La nueva empresa: De la competencia, a la colaboración” aborda cuestiones filosóficas tan sugerentes como la producción colectiva entre iguales o cómo la misma puede dar frutos de éxito como los obtenidos por Linux o la famosa Wikipedia, cuando hasta hace poco la ortodoxia empresarial defendía la jerárquica cadena de mando en la producción; Trata el tabú de abrir las empresas a la democracia social haciéndolas más transparentes en todos su ámbitos lo que comporta el libre acceso a sus códigos, diseños, fórmulas, estrategias, etc, en franca alusión a la opacidad y freno que suponen las patentes o los derechos de propiedad intelectual, demostrando con datos que cuando una empresa inteligente decide poner al alcance de la ciudadanía todo su caudal de información, lejos de quedar al descubierto sus puntos débiles ante la competencia, todos salen beneficiados, pues se genera una reacción en cadena de mutua colaboración que hace que todos los implicados se beneficien de la mutua confianza, como cuando sube la marea, sube para todos, salvo para quienes deciden quedarse aislados. El paradigma sería lo acontecido con el Proyecto Genoma Humano; También pone de relieve la obviedad, a menudo pasada por alto, de que hay más personas inteligentes fuera de una empresa –por grande y poderosa que esta sea- que dentro de ella, por lo que los empresarios inteligentes han empezado a trabajar en régimen abierto en lugar de hacerlo a puerta cerrada desde el diseño de un nuevo producto, sus futuras prestaciones, las posibles mejoras o innovaciones, hasta los estudios de mercado, estrategia que ahora puede realizarse por medio de “Ideágoras” foros dónde problemas, soluciones, empresas, universidades, trabajadores y ciudadanos confluyen con sus conocimientos e iniciativas de cuya interactuación, a veces, surgen propuestas que de otro modo nunca hubieran visto la luz, o lo hubieran hecho con varios años de retraso; En esa misma dirección, los autores inscriben el fenómeno del “Prosumo” que ha cambiado sustancialmente la relación de las empresas con los clientes, quienes cada vez más, influyen en las decisiones de los ejecutivos bien por las sugerencias, bien por las denuncias y controles a los que se les somete, y la creciente acción de los denominados “Neoalejandrinos” que pujan por la total comunicación del saber humano elevando a la enésima potencia la costumbre de la comunidad científica de publicitar los resultados de sus investigaciones, para evitar que los mercantilistas intereses de las Multinacionales, eclipsen con sus sesgadas directrices, las líneas académicas de investigación menos rentables, como sucede con la industria farmacéutica que a penas se ocupa de las enfermedades que acucian a tres cuartas partes de la humanidad…
Pero la obra, va más allá de la especulación proselitista del aperturismo empresarial, cuando se mete de lleno a exponer la realidad de las empresas virtuales como Second Life, Google, You Tube, Amazon y de su facturación, a describir la organización global de empresas como BMV o Boing que ceden a sus proveedores el protagonismo de la fabricación para dedicarse casi en exclusiva a la publicitación y cuidado de la imagen de la marca, o a analizar la inmediata repercusión que va a tener en los centros de trabajo la llegada de la generación Net adiestrada a manejarse con soltura con las nuevas tecnologías que posibilitará como ya lo está haciendo la opción de cumplir con la jornada laboral, sin necesidad de acudir fisicamente a la oficina o al lugar de trabajo, opción que sólo podrán y sabrán aprovechar empresas y trabajadores acostumbrados a trabajar en igualdad, respeto, responsabilidad, equipo, coordinación, libertad, y sobre todo conectados.
Como he señalado al inicio, los autores podrán ser acusados de exceso de optimismo. Pero su lectura será de enorme provecho para cuantos deseen meditar sobre la convulsa realidad que nos ha tocado vivir inmersa en una aceleradísima revolución tecnológica cuya incidencia sobre las relaciones humanas, psicomentales y espirituales, a buen seguro trastocarán el curso de los acontecimientos más de lo que en su día lo hicieran la Caída del Imperio Romano, el descubrimiento de América, la aparición de la imprenta, o la intervención televisiva de Belén Esteban…Por de pronto, este elogiable libro, susceptible de ser etiquetado de Neoliberal por los borricos de Izquierda, pone patas arriba uno de los sacrosantos principios de dicha doctrina económica, cual decía que, en el mundo de los negocios, rige la libre competencia para que sobreviva el más fuerte, en clara alusión al Darwinismo social propugnado por H. Spencer, pues ahora parece que sólo las empresas capaces de compartir sus conocimientos, de trabajar en abierto y de colaborar para con toda la sociedad, serán las que mejor van a saber adaptarse al nuevo ecosistema y por consiguiente las que dispondrán de mejores condiciones para desarrollarse.

Contra la servidumbre voluntaria

Y pensar que en sitios así hay gente obligada a trabajar sin ver el Sol...

En su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o Contra el Uno” Étienne de La Boétie se preguntaba extrañado cómo pudo ser que la mayoría se plegara a la voluntad de Uno, anticipando con ello los modernos derroteros de la Soberanía popular tantas veces aplazada. La rabiosa actualidad de dicha cuestión crece por momentos en los ámbitos del suministro de bienes de primera necesidad, distribución de mercancías, sitios de abastecimiento de la población, política de precios…ahora que entre todos hemos alimentado a las monstruosas Grandes Superficies que amenazan monopolizar cualquier resquicio de lo que antaño fuera el refugio de la pequeña burguesía, auténtica garante de las libertades democráticas, a cuya categoría podía adscribirse cualquier comerciante, tendero, profesional, y cuya supervivencia empieza a ser del todo imposible ante la indecente competencia desleal a la que les somete dichas aglomeraciones y sobre todo nuestra docilidad voluntaria a cederle todo negocio a Uno, antes de repartirlo entre muchos.
La actual situación de servidumbre voluntaria ante el dictado de las Grandes Superficies, la desaparición del pequeño comercio y por ende, de la clase media, tuvo su origen en un mal entendido pequeño beneficio inmediato sin llegar a ver el colosal perjuicio directo que en menos de una generación iban a padecer ellos mismos, sus hijos, y toda la sociedad. Cuando el zapatero creía comprar la carne más barata en el Errorski, el frutero opinaba que los zapatos le salían a mejor precio en el Macarrefur; lo mismo sucedía entre fruteros, pescaderos, libreros, carniceros, y cualquier propietario de pequeño comercio. Todos dieron de comer a Uno, sin darse cuenta que al final les engulliría a todos siendo hoy el día en que ellos y sus familias han de trabajar para ese mismo Uno. Es como si de la noche a la mañana, hubiéramos decidido dejar de ir a los bares del barrio, y solo fuéramos a un Macrobar a las afueras, para tomar chiquitos solo en su interior, comer pinchos solo en su barra, e ir a tomar copas solo allí, porque todo nos saliera un céntimo más barato. Más barato hasta que cerraran todos los bares del barrio y tuviéramos que acudir allí por no quedar más remedio…
Pero la situación no es irreversible. Puede costarnos un poco al principio, mas la recompensa es enorme comparada con la inversión. Derrumbar a esos gigantes monstruosos es más sencillo de lo que parece, nos basta con dejar de ir de repente a sus palacios a rendirles tributo y empezar a comprar al lado de nuestras casas para que las calles donde vivimos no mueran de pena. Tan pronto como comencemos a hacerlo veremos aparecer sus efectos pues todo el caudal de beneficio que ahora entregamos solo a Uno, se verá repartido entre muchos, entre los cuales, difícilmente no se hallará alguno de nuestros familiares o amigos directos, entrelazamiento afectivo comercial que contribuirá a hacer más resistente el tejido social del que dependen nuestras históricas conquistas cívicas y morales.

Transporte público empresarial

Con lo que pagamos de impuestos y el precio de billetes, nuestro transporte público debería ser así. Pero como lo utilizamos para ir a trabajar y a consumir...

Leyendo en prensa sobre los típicos rifi rafes en torno a los servicios mínimos previstos por los sindicatos en el transporte público para el día de huelga del próximo 29 de septiembre, caí en la cuenta de que, el transporte público que todos los ciudadanos pagamos con nuestros impuestos, lejos de satisfacer necesidades propias de la ciudadanía o cuando menos la demanda social que justificara dicha contribución universal, responde más bien a cubrir los requisitos mínimos imprescindibles para el buen funcionamiento del entramado empresarial, sea para transportar la mano de obra a su lugar de trabajo, sea para conducirla a los centros neurálgicos de consumo, pues pocos disfrutamos de su red para una función distinta a la descrita que no redunde en beneficio de los grandes capitales que la sustentan. De ahí, que las personas desempleadas o si se prefiere insultarlas paradas, hagan bueno el insulto, describiendo un perfil bajo de movilidad, dado que, por un lado, no necesitan desplazarse para trabajar y por otro no disponen de capacidad adquisitiva suficiente para consumir, motivo por el que nadie toma en seria consideración otorgarles un pase gratuito en el transporte público con el que nada de provecho, ni personal, ni social podrían hacer.
Todavía recuerdo aquellos tiempos en los que las empresas fletaban el transporte a sus trabajadores e incluso los centros comerciales hacían de todo para atraer a la potencial clientela ¿qué ha sucedido entonces para que los ciudadanos a la mañana paguen de su bolsillo el transporte individual o colectivo que les ha de llevar a los centros de producción y por la tarde vuelvan a pagar de nuevo para acercarse a las grandes superficies y centros de consumo, mermando con ello de una parte el salario percibido y por otra aumentando considerablemente el coste de los bienes adquiridos? Muy sencillo: la gente es tonta. Y si no lo es, lo parece.
Es más, cuanto más lo pienso más convencido estoy de dos cosas: Primero, el transporte público debería ser abonado íntegramente por las empresas que se benefician mayoritariamente de su funcionamiento y no costearse, como ocurre ahora, con las subvenciones, los impuestos y los sueldos de los trabajadores. Y segundo, que a lo mejor a personas como a mí, se nos debería pagar por ir en ellos, a modo de indemnización por no sacarles provecho alguno.

De la obsolescencia, a la innovarancia

Hace tiempo que las multinacionales dedicadas a la producción de bienes tecnológicos como Sony, Appel, Microsoft, andan preocupadas por la vorágine de los apetitos desenfrenados que ellas mismas han despertado en las bestias consumistas del mercado que ahora amenazan con canibalizar las, in ille tempore, inagotables líneas de negocio fácilmente gobernadas para administrar los hallazgos, no al ritmo marcado por la necesidad social, siquiera de la clientela, sino de la maximización del margen de beneficio que su ralentización o apresuramiento pudiera suponer para la industria del ramo en cada momento, pasados aquellos años felices en los que las omnipotentes empresas como la Ford, GM, LG, impunemente programaban la caducidad de sus productos para procurarse en el futuro una demanda nacida de la obsolescencia más que de la puesta al día…
Pero con la irrupción del “Prosumo” término acuñado por Don Tapscott en su obra de 1996 “Economía digital” para designar la creciente influencia de los consumidores en todos los niveles de la producción, dicha gobernanza monopolista y tiránica, ha pasado a mejor vida, para mejor vida de todos nosotros, los usuarios, quienes tenemos en nuestra mano la posibilidad de rentabilizar por nuestra cuenta y riesgo, las distintas potencialidades de cada tecnología, explorando aquellas innovaciones y mejoras que con anterioridad nos escamoteaba un secretista mundo empresarial que nada tenía que envidiar al que denunciara Eco en “El nombre de la rosa” que ahora sucumbe derrotado ante una sociedad de iguales que crea, colabora y sobre todo comparte en la red de redes que es Internet, como bien nos lo ilustran los ejemplos de Wikipedia o Linux, obligándola a innovar a lo Wiki Wiki que en hawaiano quiere decir rápido.
Sin embargo…la innata desconfianza pasiega que he heredado por vía materna de los Cobo, me pone sobreaviso de que, a lo mejor, todo esto no sea más que una artimaña revestida de sofistificación para incentivar todavía más el consumo de cuantos empezaban a estar saturados, treta a la que deberíamos hacer pasar por la advertencia de que, nadie da duros a cuatro pesetas, pues de igual modo que durante unas décadas generaciones enteras se pasaron las horas muertas viendo la televisión, anteriormente oyendo la radio, y mucho antes leyendo folletines, hoy están dale que te dale al DvD, Cd, ordenata, el Mp3, la Blackberry, el Ipad, el Ipod, en una incesante innovarancia que hace de la democrática participación activa de los ciudadanos en la producción de los bienes de consumo, una grotesca caricatura donde todos compiten olímpicamente por ver quien comparte más, con más gente, más cosas, más nuevas y más evanescentes, como viene a denunciar la última campaña inteligente de Ikea que nos recuerda que, no es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita.