Tras la lectura de varios libros versados en la evolución humana y nuestro árbol genealógico y genético, el otro día reparé en una ilustración de la revista Natura, en donde aparecía, no sé si un gorila, un orangután o un fornido chimpancé. El caso es que después de mirar atentamente las ilustraciones, buscando identificar en ellos los rasgos que les asemejan a la especie humana, uno de ellos pareció de pronto dirigirse a mí, en el siguiente tono:
Yo para ti ser macaco. Tú para mí mono desnudo. Yo preferir mono de circo antes de laboratorio. Aquí en jaula pasarlo muy mal. Yo odiar batas blancas. No gustar vivisección. Vivisección buena para humanos. Parecer disfrutar mucho con ella. A mí gustar selva con árboles, comer fruta fresca no de supermercado con pesticidas. Mí no gustar experimentos. Vacunas vuestras ponerme malo. Yo tener mucho miedo vuestra electricidad. Poner pelos de punta y dar calambre. Yo querer ser libre como tú. Como tus hijos yo aprender a ver tele. Yo aprender a hablar como niño de tres años. Yo poder sonreir. Ser capaz de escapar cuando poder de jaula. A mí adiestrar para portarme bien. Recompensa cacahuetes y vivisección. A mí no gustar vivisección. No gustar inyecciones. Pastillas, muchas, dar sin mi consentimiento. Provocar vómitos y diarreas. Yo ver sufrir mucho a otros amigos. Traerme aquí de pequeño para pasarlo mal. Sufrir sin necesidad. Yo darme cuenta de todo. Vosotros malos. Yo bueno. Yo vivir en el árbol de la sabiduría. Vosotros comer del fruto prohibido. Yo pagar las consecuencias de vuestra soberbia y necedad. Yo no ser inteligente. Yo solo ser sintiente. Vosotros no tener sentimientos. Solo tener razón. Razón vuestra mala. Hacer daño chimpancé. Hacer daño semejante. Yo no saber conducir. Yo no saber contestar encuestas. Yo saber distinguir banana de plátano. Yo no saber leer y escribir. Solo se deletrear. Tú rezar a Dios y ser demonio. Yo todo ateo en armonía con los míos y naturaleza. Tú hacer guerras. Matar a bichos. Matar entre vosotros. Enjaularme a mí. Yo pido libertad. Yo querer ser feliz. Lejos de los monos desnudos. Por todo ello, yo darme a la bebida, fumar porros todo el día, para olvidar. Vosotros ahora, quererme recuperar del mono. Pero yo no querer ir a Proyecto Hombre…
Por supuesto, con un ligero zarandeo de cabeza, aparté de mi mente aquella alucinación no sin venirme a la memoria, la entera película del El Planeta de los Simios donde, en representación de toda la raza humana, no aparecía otro que C. Heston.
Autor: Nicola Lococo
Nuestros antípodas
Los ciudadanos de Australia, pese a que su país es independiente de Gran Bretaña desde 1901, por decisión propia, comparten con los de la metrópoli, la vergonzosa condición de súbditos de su Graciosa Majestad la Reina Isabel II, situación esta que fue refrendada democráticamente, a finales del siglo pasado, en consulta popular. Pero todo parece indicar que en aquellas lejanas tierras, a diferencia de las nuestras, no todas las fuerzas políticas tienen perenne vocación plebeya, menos aún lacaya, y en consecuencia, varios de sus máximos dirigentes entre los que se encuentra, nada más y nada menos que su Jefe de Gobierno, la laborista Julia Gillard, tienen la valentía de plantear sin tapujos que según se acerca la natural defunción de la Sombrerana octogenaria, se impone abrir el debate sobre si Australia ha de continuar bajo una Monarquía o por el contrario, transformarse en una República, sin esperar a que los hechos consumados de la realidad, dificulten ulteriormente las decisiones democráticas. Julia Gillard, espera que la Reina disfrute una vida larga y feliz, pero cree que la situación ha madurado lo suficiente como para iniciar una transición hacia la República al objeto de que la Monarquía en Australia finalice cuando concluya el actual mandato.
En cambio, los ciudadanos españoles, pese a que nuestro país es independiente de Gran Bretaña desde siempre, por indecisión impropia, compartimos con los de aquella metrópoli, la ruinosa condición de súbditos de su Graciosísima Majestad Juan Carlos I, situación esta que fue impuesta dictatorialmente a finales del siglo pasado sin consulta popular. Pero todo parece indicar, que aquí, entre nosotros, a diferencia de aquellas lejanas tierras, ninguna fuerza política está dispuesta a abjurar de su condición esbirra, cortesana, palaciega, ni dejar de prestar humillante servicio a la Ralea, y en consecuencia, sus máximos dirigentes entre los que se encuentra nada más y nada menos, que el Presidente de Gobierno, el Socialista Rodríguez Zapatero, no cejan en su empeño de presentar a los Borbones como la única opción democrática, esperando con ello que los hechos consumados de a Rey muerto, Rey puesto, eviten de nuevo ulteriores decisiones democráticas.
Rodríguez Zapatero, no necesita desearle al Rey que disfrute de una vida larga y feliz, pues nada ha de temer de las idas y venidas a Palma, aunque de tanto ir el cántaro a la fuente, este se rompa, porque disponemos de herederos suficientes a los que rendir honores y pleitesía. Además, la inmadurez del pueblo español, de nuevo desaconseja un radical cambio de Régimen que pueda traumatizarlo.
El derecho de los animales
Como humano que soy, todo lo observo desde mi perspectiva humana. Creo lícito obrar de este modo, aunque se diera el caso de una conciencia objetiva y universal. Todo es percibido por mí como posible instrumento, salvo mi semejante, fin en sí mismo.
Los animales, como la entera Naturaleza, están ahí para valernos de ellos con tal de subsistir. Ahora bien, dado que el hombre tiene la capacidad de transgredir como ninguna otra especie las leyes que la propia Naturaleza se ha impuesto, ha de ser prudente en su interacción con el resto de los seres que le rodean. De lo contrario, destruiríamos no sólo la Naturaleza que nos circunda, que a fin de cuentas podríamos reinventar con espacios artificiales, engendrando especies genéticamente, y modificando nuestro comportamiento biológico, sino también acabaríamos con nuestro propio ser físico y moral.
Se ha hablado mucho acerca del derecho de los animales, del respeto que hacia ellos debemos tener, a veces, rozando el ridículo, la estupidez, y la majadería. Conviene señalar que, curiosamente, esta discusión fueron creciendo de tono, precisamente en un siglo en el que se dieron dos Guerras Mundiales. Estamos tratando un tema, cuyas conclusiones pueden acarrear deslizamientos muy peligrosos en el pensamiento colectivo de nuestra sociedad. Antes de la 2ª Guerra Mundial, se ponderó largo y tendido en el debate científico, si la diferencia entre el hombre y el animal era meramente cuantitativa, es decir, sólo una cuestión de cantidad: mejor adaptación al medio, más inteligencia, lenguaje más articulado… Ya vimos los resultados. Matar judíos era como matar cerdos. ¡No había diferencia! . Por un tiempo se aprendió la lección, y aunque los argumentos puestos sobre la mesa no fueron refutados, nadie en la comunidad científica se atrevió a ondearlos nuevamente. Pero entre las nuevas generaciones, ignorantes de lo sucedido, vuelve a brotar la cuestión, si cabe con más virulencia. Esta vez -algo se aprende- se plantea el tema desde otra perspectiva. En vez de reducir al hombre a la categoría del animal, se intenta elevar a este al nivel del hombre.¿Cuáles son los peligros que semejante intento puede albergar? Para mí son evidentes: primero, que se dedique más atención a otras especies que a la propia. Segundo, que los particulares den su amor a animales de compañía y no se relacionen con otras personas. Y tercero, que se vuelva a diluir la diferencia entre animales y hombres permitiéndose nuevamente los campos de concentración, al margen de Gaza.
Lo que acabo de decir, puede sonar exagerado, pero fíjense: en un mundo donde el hambre, las enfermedades curables, y las balas, son las primeras causas de muerte, cunden moralistas, que nos hablan de los toros, las ballenas, y la desaparición del rinoceronte blanco, en una sociedad donde se está privando a los inmigrantes, a los desfavorecidos sin recursos… del comer, del vestir y de la atención sanitaria, están proliferando las comidas para perros, las tiendas especializadas en mascotas, y las clínicas veterinarias. Desde un sistema como el Yanqui, que permite las ejecuciones en silla eléctrica, cámaras de gas, inyección letal, tiro en la nuca, que emplea torturas que sólo el describirlas me ponen los pelos de punta…se nos habla de la crueldad de nuestras fiestas, de lo mal que lo pasa el toro, de los asesinos que son los cazadores, etc
No obstante, los animales, como cualquiera de nosotros, también sufren, y por tanto, hacerles daño innecesario, no sólo es ser cruel con ellos, sino mostrarse indigno de la Naturaleza humana que nos corresponde, por la esfera moral que compartimos. Los animales no sufren como nosotros, sienten dolor simplemente, de igual manera que padecen sed y hambre. Les es algo natural que les acaece. No así al hombre que no lo acepta y padece por ello la angustia de su anticipación. Así pues, hemos de juzgar nuestras acciones, que interactúan con otros animales, no desde la perspectiva de éste, sino de la finalidad con la que la acometemos.
Así tenemos el caso de experimentar con animales, métodos y vacunas que sirvan luego en el hombre. Estos ensayos, han de tener todo nuestro asentimiento, pues de ellos depende la calidad de vida, cuando no la vida misma de nuestros semejantes. Poco más debe importarnos lo que a conejos o ratas, les suceda. Ahora bien, si el científico se ensaña con ellos, o prolonga la situación más de lo debido, eso atenta no contra el animal en cuestión, sino contra nuestra propia Ética por lo que debe ser reprobado.
Pero, aún con todo, la acción de causar mal a un animal, no ha de ser juzgado de igual modo que la de hacérselo a un semejante. Ciertamente es de mala índole aquel que rocía a un gato con gasolina y lo prende fuego por mera diversión, pero peor es aquel que lo hiciera con su vecino por ser mendigo. Normalmente las cosas no se presentan tan claras y sencillas: no hacer nada por no atropellar a un perro en la carretera, para no provocar con una maniobra brusca un accidente, creo que es algo que está bien hecho. Pero no intentarlo cuando el que está en mitad de la carretera es un niño, es algo que no tiene nombre. Por el mismo prisma miro el pegar un tiro a un perro con rabia o sacrificar miles de polluelos para dedicarlos a croquetas.
Creo que si los humanos nos respetásemos unos a otros, como otras especies se respetan a sí mismas, estaríamos entonces sí, en disposición de plantearnos el respeto hacia los demás animales. Optar por el camino inverso, no sólo me parece equivocado, sino también insultante y muy peligroso.
Ecléctica homologabilidad
El actual Gobierno Sociópata está decidido a homologarnos a nuestros socios europeos en lo que concierne al cobro de impuestos. Yo que pensaba que trabajaba en homologarnos la tasa de crecimiento al alza, el índice de paro a la baja, aumentar el nivel educativo de los jóvenes, mejorar las medidas de acceso a la primera vivienda…¿No le vale con ir convergiendo en precios de alimentos básicos como frutas, verduras, pan y leche, del tabaco, gasolina, bebidas, electricidad, gas, etc?
Es posible que nuestro Gobierno homologado en incertidumbre al griego, desprovisto por imagen de los nocivos consejos del FMI, precise más que nunca mirar al exterior para saber qué hacer, de ahí la obligación de homologar nuestro desempleo a la de cualquier país subdesarrollado para mantener a la población dócil, mientras la precariedad, la flexibilidad y siniestralidad laboral permanecen en cotas tercermundistas al objeto de mantener la competitividad de nuestras empresas, tanto como la economía sumergida puede compararse con la existente en el vecino Marruecos, sin que nada de ello nos prive de codearnos con las grandes potencias militares a la hora de invertir más del 10% de nuestro presupuesto en armamento, si bien, para ser justos, ello va en consonancia con que nuestra industria armamentista se sitúe la sexta a nivel mundial en la exportación de ingenios bélicos, o que la corrupción se asemeje a la de los países latinoamericanos, el porcentaje de población reclusa sea de los más altos del mundo por cada mil habitantes, a lo mejor por la influencia del trafico de drogas que no es menor que en Colombia…Es lo que tiene la Globalización, que todos nos homologamos, unos en una dirección, otros en otra.
A este paso, España va camino de convertirse en Quimera macroscópica para los analistas internacionales, pues pocos Estados están en condiciones de competir en turismo con California, corrupción con Italia, exportación de armas con los EEUU, diversidad multinacional con la antigua Unión Soviética, gastronomía con Francia, lujo con Arabia Saudí y dentro de poco en impuestos con Suecia. Porque a fútbol, ciclismo, tenis y resto de deportes…no hay color. ¡Waka! ¡Waka!
EpC: Costumbres identitarias
En épocas anteriores, las gentes temerosas de Dios, poco acostumbradas a regirse por una conciencia autónoma en asuntos que conciernen a la moral, solían guiarse ante la incertidumbre de hallarse entre extraños en lejanas tierras por el sabio consejo de “ allá donde fueres, haz lo que vieres” sin caer en la cuenta de que, una no menos sabia advertencia avisa de, “todo se pega menos la hermosura”, conjunción esta de motivos que explicaría la enorme semejanza que los distintos pueblos de España han adquirido entre si según ha aumentado el vacacional trasiego del interior a la costa y el eje Norte-Sur.
Al tiempo que nuestros políticos buscan fórmulas para cohesionar el puzzle autonómico, la ciudadanía que no precisa de ningún mecanismo constitucional, ha optado por importar y exportar costumbres, imitar y dar ejemplo de tradiciones, ceder y tomar comportamientos unos de otros, indistintamente de las zonas a las que pertenezcan. Pioneros de este mestizaje práctico fueron los gastrónomos haciendo de paellas valencianas, butifarras catalanas, gazpachos andaluces, pulpo a la gallega, bacalao a la vizcaína y cocido madrileño, platos internacionales por el mero hecho de salirse dos pulgadas del mapa. Ello es nada, comparado con nuestra capacidad para llevar con nosotros y traernos de igual modo, lo peor de cada sitio, pues no hay rincón peninsular en el que jóvenes y no tan jóvenes caguen y meen junto a las catedrales, sorban y escupan sus verdes gargajos a plena luz del día sobre la acera pública, se nos desprendan de la mano con grácil ademán descuidado las latas de refrescos junto al azulado litoral de la playa y en cualquier bar que se precie podamos contemplar su ancho suelo nevado de colillas sobre blancas servilletas testigos del trajín que allí se comunican generaciones enteras entre bocado y bocado, que digo yo, tan arraigadas maneras como las citadas y muchas otras, es imposible que hayan sido irradiadas desde un único lugar. Cosa que me preocupa, desde que se ha extendido la moda de viajar por el mundo, unos para disfrutar de sus vacaciones saliendo al extranjero de turistas, otros viniendo aquí como emigrantes para trabajar a destajo, pues seguramente los primeros a su regreso nos traigan desarrollado el gusto pedófilo ampliamente practicado en los países asiáticos o la tentadora afición al suicidio de nipones, mientras quienes nos abandonen, dejarán aquí la enriquecedora cultura de lapidar a las mujeres y la sana costumbre capitalista de mantener bajos los salarios para aumentar la competitividad empresarial.
Sin embargo, lo ocurrido en Cataluña con la prohibición de las corridas de los Toreros, ha marcado un antes y un después en esta tendencia. Quien sabe, hasta es posible que se invierta tan nefasta tendencia y la gente vuelva más religiosa tras visitar los países musulmanes, más amante de las artes de vuelta por los países del Este, más educada de Alemania, y sin salir de la península…más simpáticos de Andalucía, más ahorradores de Cataluña, más nobles del Norte, incluso más guapos de Canarias.