España, séptima exportadora de armas mundial

Los psicólogos recomiendan no irse a dormir con preocupaciones por alterar estas gravemente el sueño, ni cenar viendo el telediario cuyas malas noticias no sólo interfieren negativamente en los procesos de la digestión nocturna, que también agudizan las antedichas sobremanera; quizá por mi parte deba sumar en adelante a estos inteligentes consejos no abrir los correos que me llegan de los amigos socios de asociaciones como Amnistía Internacional, pues cuando no me ponen al corriente de lejanas ejecuciones en los Emiratos Árabes, Kuwait, Qatar y esos países con los que nuestros gobernantes tienen excelentes tratos comerciales y nuestro anterior Jefe del Estado estrecha lazos familiares o de torturas en Marruecos con cuyo monarca las autoridades españolas mantienen excelentes relaciones de ayuda mutua y colaboración interfronteriza reconociéndose muy identificadas – diplomáticamente hablando – ocupen o no el poder, me dan a conocer esas escondidas miserias de nuestra patria, como la que acaba de llegar al buzón de entrada con el lema: España séptima exportadora de armas mundial.

Conforme al reciente informe publicado por el Instituto Internacional de Estocolmo para la investigación sobre la paz cuyas siglas en inglés responden a (SIPRI), sobre transferencias internacionales de armas en el último quinquenio 2010-2014, – el cual tendrá de mi parte una más detenida atención para entender los movimientos geo-estratégicos venideros, si esta noble tribuna lo resiste en plazo breve – España, pese a la crisis económica, a los recortes en educación, a la bajada de salarios, a la reducción de plantilla en el CCSIC, a la fuga de cerebros al extranjero, y la drástica reducción del presupuesto para ciencia e investigación, se ha mantenido en el selecto grupo de los diez países mayores vendedores mundiales de armamento, ocupando una meritoria séptima plaza, que para si la quisiera el Ministro Wert en el Informe Pisa, o algunas de nuestras Universidades en el ranking de Excelencia, con un nada despreciable 3% de cuota internacional en el negocio de la guerra, destacando escandalosamente entre el grueso de sus ventas ese oasis de los DDHH llamado ¡cómo no! Arabia Saudí (10%).

La clasificación de las potencias exportadoras de material armamentístico está encabezada por la omnipotente y omnipresente en todos los conflictos bélicos del planeta, Estados Unidos, seguida de la muy democrática Rusia y el supermercado China, que adelanta al cuarto clasificado, la pacífica Alemania, perseguida de cerca por un tambaleante Reino Unido y una Francia decadente. Y entre estas potencias hallamos a España. ¿Cómo se explica la presencia de un país como el nuestro que hasta hace poco, su mayor contribución a la escena internacional durante el siglo XX ha sido la fabricación del maravilloso Hispano-suizo, seguido de la fregona y el chupa chups?

La pregunta no pretende ofender el orgullo nacionalista, sino indagar en cuál puede ser la clave de nuestro éxito en la industria militar, por si el mismo pudiera ser extrapolado al ámbito comercial, industrial, financiero, empresarial y político tan necesitado de él. Porque, si se atiende la clasificación mencionada, es evidente que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, (EEUU, Rusia, China, Francia y Reino Unido) en su calidad de garantes de la paz mundial, están ahí por derecho propio tras hacer y ganar la Segunda Guerra Mundial; como Alemania lo está en agradecimiento a sus servicios prestados para poner en marcha el negocio de la muerte y la destrucción, que no sólo de la Mercedes, LG o Bayer vive el postnazismo, como tampoco lo hace el Imperio USA por lo que se ve con Hollywood, el Mc Donalds y la Coca Cola. Pero, ¿Por qué España, aparece séptima? Se me antoja un misterio que de no ser porque la información no ha sido desmentida por el Gobierno de Rajoy, sospecharía se trata de una actualización de la tristemente célebre leyenda negra contra la sagrada patria.

La respuesta, posiblemente esté relacionada con el papel humanitario que juegan nuestras tropas en los conflictos allá donde van. Nuestros soldados, que nosotros sepamos, jamás matan a nadie, nunca causan daños colaterales, no destruyen casas, ni hospitales…se dedican a ayudar a la gente del lugar, reconstruyendo sus viviendas, curándoles en tiendas de campaña, levantando campamentos para refugiados…y esa información ha corrido como la pólvora entre las gentes afectadas por las guerras y los buenos gobernantes del globo, quienes a la hora de adquirir armas para su defensa, piensan en la marca España, esa que aparece en las minas antipersonales cuando les explota a los niños mientras juegan, la misma que es leída en las bombas de racimo con uranio empobrecido arrojadas sobre Serbia, porque nuestras granadas, bazucas, nuestras balas, pistolas, fragatas, carros de combate, etc, son buenas; no en el sentido técnico del término, sino en el moral; son armas más que defensivas, inofensivas que no causan mal a nadie y de hacerlo sólo a los malos, siempre bajo supervisión de la ONU o de su brazo armado la OTAN.

El argumento de la experiencia política

Yo, sinceramente, no sé a qué obedece el comportamiento de Rajoy, si a la mala educación, a tomarnos por tontos, al más despreocupado pasotismo integral por su imagen histórica, al más absoluto descaro, a la falta de vergüenza, a sentirse divinamente intocable, a un cinismo extremo, a creerse por encima de la ley o al margen de toda moralidad, el caso es, que no hay vez, que no me deje perplejo; ora reprocha a los gobernantes griegos “No se puede engañar a la gente prometiendo cosas que no se pueden cumplir”, él, el mismo que ha traicionado todos y cada uno de sus punto programáticos con los que se granjeó la confianza del electorado (luchar contra la corrupción, disminuir el paro, no tocar las pensiones, bajar el IVA, etc) realidad reconocida con aquella asombrosa sentencia autocomplaciente “Sé que no he cumplido las promesas realizadas a los ciudadanos, pero estoy satisfecho por haber cumplido con mi deber”, ora solicitando en año electoral entrevistas por doquier, él, el mismo que ha puesto de moda las ruedas de prensa sin preguntas, quien aparece ante los periodistas tras una pantalla de plasma, alguien que parece alérgico a los micrófonos, sin tiempo para responder ante la opinión pública, pero muy aficionado a enviar mensajes de ánimo a sus amigos corruptos, él, el presidente más huidizo a conceder una cita a medios de comunicación. Es en este orden de cosas que, al calor del aplauso cortesano y la reverente alabanza fanática de cuantos acuden a los mítines, el pasado Domingo por tierras andaluzas, Don Mariano, se atrevió a esgrimir el manido argumento de la falta de experiencia en alusión directa a los líderes de la joven formación “Ciudadanos” sus más directos competidores electorales, aunque como nunca falta un roto para un descosido, este individuo que no da puntada sin hilo, seguramente también pensara en el fenómeno social “Podemos” de quienes en sus palabras “debemos desconfiar de aquellos que lo prometen todo sin haber nunca gestionado nada”. Y menuda razón tiene el canalla, de no ser canalla el que así lo advierte.
Porque, hay que ser canalla para emplear en política este razonamiento, siendo tan mala su gestión y gobierno. Me explico: El empirismo de autores como Berkeley o Hume, convirtieron la hasta entonces denostada experiencia a manos de la especulación escolástica y de las corrientes epistemológicas innatistas, en la fuente de todo conocimiento, acto de justicia intelectual que tuvo freno en sus excesos gracias a la pertinente cuestión planteada por Kant ¿Qué hace posible la experiencia? y a su célebre respuesta categorial explicada en su Crítica de la Razón Pura. Es así, como hoy reconocemos con distintos acentos que, si bien la naturaleza nos dota con capacidades propias de la especie, la mayoría de estas no se desarrollan solas, siendo preciso ejercitarlas a fin de que se muestren en todo su potencial antes de que se atrofien, por lo que se reconoce en todos los órdenes académicos, empresariales, profesionales, científicos, artísticos, deportivos y por supuesto políticos, que a parte de lo establecido por la determinación genética, de la historia familiar en el desempeño del oficio, de la titulación que se posea, de la pasión o adhesión con que el sujeto se ofrezca para el desempeño de una función, ha de observarse cuál es su experiencia en dicha faceta, pues la misma es un grado muy a tener en cuenta.
Ahora bien, si en una sociedad moderna la falta de experiencia desacredita a priori, pongamos por caso, a un todo un Catedrático en Metafísica para pilotar un Airbus comercial, lo suyo, ciertamente, es exigir este requisito, pero también favorecerlo, porque de lo contrario, de no darse oportunidad a los novatos en la gradual adquisición de dicha experiencia, su exigencia más que tratarse de un prudente requerimiento, se trataría de un corporativista tapón social, toda vez hemos interiorizado que entre los mortales, nadie ha nacido sabiendo y menos aún gobernando.
Ya sólo con lo explicitado se advierte que el reproche político a la falta de experiencia en la gestión de la Cosa Pública adolece de un sólido fundamento de principio, pues conforme a ello, ningún ciudadano que hasta la fecha no tuviera experiencia política estaría en condiciones de proponerse a nada en este ámbito, entrando así en el círculo vicioso sufrido por la juventud desempleada que no accede al mercado de trabajo por falta de experiencia y no tiene experiencia por falta de trabajo…

Pero, Don Mariano, ha hilado fino, y aunque el mensaje subyacente sea el referido, se ha curado en salud magnificando su sentencia por arriba “prometerlo todo” y minimizando por abajo “sin haber gestionado nunca nada”. Armado de esta triquiñuela, parece difícil encontrarle el punto flaco a su afirmación; de hecho, comparto la advertencia de desconfiar de aquellos que pretender arreglarlo todo sin haber nunca gestionado nada. Empero, sucede que esta rotunda afirmación debe atender a su contexto: si la misma es mantenida por un gobernante decente en su gestión, sincero y cercano a los ciudadanos, accesible a los medios de comunicación, rodeado de colaboradores honrados y eficientes, etc, entonces posiblemente, el argumento de la falta de experiencia hallaría un fundamento práctico; pero cuando la ciudadanía ha contemplado con estupor en sus formas y resultados el quehacer cotidiano de cuantos como el Señor Presidente tienen dilatada experiencia en la gestión de la Cosa Pública, sucede que, a estas alturas de la tragedia, estamos persuadidos fatalmente de que no cabe si quiera por su parte acudir al refranero para clamar eso de “más vale lo malo conocido…” porque ¡Peor! ¡No lo puede haber! Y quizá hoy en España la falta de experiencia en política sea mayor garantía de acierto para el electorado que la abundancia de ella.

Regaliz

La palabra Regaliz, se cuela en el Diccionario de Bellas Palabras, por ser modelo de otras muchas, siendo su caso, uno de los pocos en que el referente se ve enriquecido sustancialmente, aromáticamente y gustativamente, de su esencia referida, aunque por si misma posea dones que la hacen merecedora de ocupar su lugar en estas nobles páginas, honor en el que le hacen compañía a modo de guarnición voces como matiz o barniz.

Entre las cualidades que hacen bello su significante sea grafológico o fonético, hemos primero de enunciar la z final. No es cuestión de redundar aquí el refuerzo del argumento sobre esta grafía ya expuesto para la voz Zascandil, sólo que allí tratamos de la z gráfica y de su presencia al inicio de palabra, tocando ahora hablar de la z en su fonología y su aparición al final del vocablo.

La z al final de la palabra, tanto por su trazo, cuanto por su sonoridad, deja abierta la palabra en la mente de quien la escucha, la lee o la pronuncia. Esta apertura dispara la conciencia del hablante hacia un evocador horizonte que le anima a regodearse en la palabra dicha antes de continuar con la siguiente. Así, si la z inicial introducía al hablante en un laberinto y el elemento acuoso, la z final lo vaporiza en la efervescencia del soplo ligero del aire que se deja llevar.

Esta cualidad de la z de estirar las palabras se ha traducido en una mayor presencia que la que le corresponde en la categoría de los monosílabos escritos como, paz, pez, hoz, luz, coz, faz, tez, voz, haz, vez…a los que debemos sumar los fonéticos terminados en d como lid, red, sed, vid.

Precisamente por esta atractiva característica del sonido z, las palabras terminadas gráficamente en d gustan de pronunciarse en z sin disimulo alguno como ocurre con Madrid, laúd, abad…o cualquier imperativo verbigracia id, tomad, tened, etc, asunto nada casual, pues el sonido z perpetua en la conciencia la orden que se desea transmitir en la acción verbal.

Este uso inconsciente de la z en castellano puede apreciarse de manera más diáfana en eternidad, infinidad, humanidad, conceptos que multiplican su amplitud al terminar fonéticamente en z.

Como hemos visto, son muchas las voces terminadas en z sea oral o por escrito, resultándome harto difícil hallar una que suene mal, a lo más algo sosa como pez cosa que se le puede disculpar afectada por ser un monosílabo. ¿Por qué entonces encumbrar al DBP el término Regaliz?

Para despejar esta duda hemos de reparar en la vocal anterior a la z. Como hemos subrayado en más de una ocasión en otras entradas del diccionario, la i introduce la sonrisa en la conciencia del hablante al margen de lo que diga la palabra. En este caso, las voces acabadas en -iz se imponen en simpatía al oído a todas las demás finalizadas en z con otra vocal. Así, ocurre con nariz, raíz, codorniz, perdiz…

Regaliz es entonces adalid de todas las bellas palabras terminadas oralmente en z o –iz que por distintos motivos no tienen el empaque suficiente para entrar en el DBP, si bien hay algunas que deben ser cuando menos citadas expresamente aquí por derecho propio como matiz o barniz.