¡Sálvame! Mensaje subliminal

El nuevo Caudillo del Pesoismo español, Pedro Sanchez, de estilizada hibridez perfilesca entre el falangismo de rostro amable y el carismático semblante del quintacolumnismo social, o dicho en roman paladino, apañado mixto de Adolfo Suárez y Felipe González, ha dado un golpe de efecto al irrumpir en programas de máxima audiencia para darse a conocer, no tanto a su electorado fiel de las siglas que no cambia nunca su voto, cuanto al público general, ávido devorador de novedades al que importa lo más mínimo que “nuevo” no sea sinónimo de “mejor”, abriendo la discusión mediática acerca de la presencia de políticos en los espacios televisivos de entretenimiento, asunto que dejo para otra ocasión, pues hoy deseo fijarme en un aspecto que apenas abordado en el debate entre los periodistas, articulistas y tertulianos, a saber: el mensaje subliminal que se ha querido transmitir a la población, especialmente femenina, con el pistoletazo de salida de esta nueva estrategia comunicativa.

Contando como cuenta la Casta del Régimen con los mejores manipuladores de masas, psicólogos, sociólogos, mentalistas, maquilladores, guionistas y demás gremios que integran el nutrido séquito de Asesores de Imagen, difícilmente nada de lo que trasciende tras las cámaras es dejado al azar. En consecuencia, no puedo menos que sospechar que la primera aparición en un programa archiconocido por todos – incluido quienes no lo hemos visto nunca – bajo el título de ¡Sálvame! lejos de ser casual, haya sido calculadamente intencionada, no hablo de un más que posible compincheo entre bastidores de la productora de televisión con las cocinitas del Partido, cuanto por el mensaje subliminal que supone la salida a escena de Pedro Sánchez en ¡Sálvame!

Un mensaje sub-liminal, es aquel que se ha diseñado para pasar por debajo del límite de percepción sensorial o cognitiva, técnica traicionera que en publicidad está prohibida por cuanto no permite a la persona ser libre para aceptar o rechazar conscientemente su contenido. En el caso que nos ocupa, dicho mensaje subliminal no ha sido colado mediante una repentina modulación sotto voce del orador para fijar la atención del oyente, ni por un gesto director que conduce a través de la retina la mente hacia el asentimiento de cuanto se esté profiriendo en el discurso, ni por fotogramas intercalados en la imagen principal…en esta ocasión, la manipulación se ha valido de lo que aparece en primer término, “lo evidente”, por cuanto pasa desapercibido a la distraída mirada de la Conciencia ocupada como está en escudriñar con urgencia la novedad y no requiere de más demostración que su mostración.

Hete aquí, entonces, que el mensaje subliminal que los asesores de imagen han buscado transmitir a la audiencia con la sorpresiva aparición de Pedro Sánchez en ¡Sálvame! no ha sido otro, que precisamente eso: ¡Sálvame! Mensaje cuyo recorrido semánticos en la mente del receptor, no por sencillo en su enunciación, es simple en su decodificación, dado que la ingeniería psicológica empleada en su maquinación ha encontrado una fórmula reversible entre el sujeto agente y el paciente cuyos efectos retardados eclosionan conforme a la naturaleza psíquica de cada receptor.

El mensaje subliminal superficial es aquel que presenta a Pedro Sánchez, haciendo una llamada de auxilio a los españoles para que lo salven; es decir, un grito de ¡socorro! al electorado que algún día se dejó engañar por el PSOE para que no lo hagan caer en picado en las encuestas y lo salve de algo que ya parece inevitable: su disolución como ocurriera hace años en Italia. Este mensaje subliminal, apela a los buenos sentimientos, a la sensibilidad, a la idea de héroe, de solidaridad, de rescate, de ayuda…tal es su fuerza emotiva que puede mover a alguien como yo con estudios a votarle para que no sufra una clamorosa derrota. Pero, lo más sibilino de este primer plano del mensaje subliminal, es que presenta al receptor, el ciudadano, como agente de la acción y al emisor, Pedro Sánchez, como paciente, aspecto emocional que engancha al oyente por cuanto se siente protagonista libre en su voluntad. Él, el espectador, es quien realiza la acción de salvar. ¡Malditos canallas! Cómo engañáis a la pobre gente…

Mas, bajo el mensaje subliminal superficial, se esconde un segundo comunicado, acaso más dañino para los intereses del individuo, que da la vuelta a la tortilla – otro mensaje subliminal – y presenta al espectador como sujeto paciente y al personaje como sujeto agente; así la fórmula Pedro Sanchez ¡Sálvame! vendría a presentar a la ciudadanía como una manada de ovejas necesitadas e implorantes de Salvación en estos momentos de tribulación, crisis y zozobra ante un futuro incierto y a Pedro Sánchez encarnando al Mesías. Y esto, sí que es peligrosísimo para una España que no termina de alcanzar la madurez democrática donde la población de mentalidad sumisa e indolente, no renuncia a ser guiada, pastoreada, capitaneada, Caudillada o como hoy se prefiere describir por los politólogos, liderada por el carisma de un solo hombre.

El Toro de la vega, o del riesgo de convertir la Tradición en espectáculo

Tordesillas, no es una población aislada; forma parte de una comunidad más amplia llamada España. Cuanto sucede allí, en la medida que trasciende sus dominios afecta a todos los españoles por cuanto, a causa de ello, en medio mundo piensan que aquí disfrutamos haciendo daño a los animales, cosa que ofende pese a ser verdad a la luz de nuestras fiestas donde cuando no se arrojan cabras desde el campanario, se arrancan cabezas de gansos o se rocían gatos con gasolina para deleite de multitudes, como ocurre a la prostituta que le dicen ¡Puta! en mitad de la calle. Ya sólo por esto, tenemos justificado inmiscuirnos en dicho particular. Ahora bien, ¿Hasta donde es correcto intervenir?

En vista de la defensa que de esta celebración hace su Alcalde, damos por hecho que la misma es del agrado de su población. Por este lado, el mantenimiento, modificación o supresión de dicho acto, debería quedar de la mano de sus habitantes quienes mejor saben cómo les afecta ética y moralmente en su diaria convivencia dicha tradición. Y si a ellos les va bien, como diría el Papa Francisco ¿Quiénes somos nosotros para imponerles lo contrario?

Ciertamente, si la popularidad del festejo no hubiera rebasado el ámbito local o, aun cuando se hubiera visto franqueado por la intromisión mediática sin su consentimiento dando a conocer los detalles del mismo…yo me posicionaría a favor de la autonomía municipal sobre sus celebraciones. Sin embargo, sucede que los lugareños movidos unos por el orgullo, otros por afán de negocio, hicieron en su momento todo lo posible por airear a los cuatro vientos el acontecimiento hasta alcanzar en 1980 la declaración oficial de “Fiesta de interés turístico Nacional”. Y entonces, ya la cosa cambia. Porque, si se llama al público para que vea tu actuación, se debe estar dispuesto a la crítica del respetable y a la presión que este ejerce cuando una actuación más que defraudarlo estéticamente, lo ofende moralmente. Es lo que tiene convertir una tradición medieval en espectáculo.

A priori, la continua exacerbación del morbo por la sangre, la muerte, la desgracia o el sufrimiento ajeno como resulta palpable en las imágenes truculentas servidas sin previo aviso para desayunar, comer y cenar por los telediarios, debería ser suficiente para garantizar, no ya la supervivencia de dicha fiesta, sino su rotundo éxito. Empero, un factor más poderoso que el morbo ha jugado en su contra, cuál es, el placer que produce sentirse superior a otro, impresión retroalimentada por el reproche, indistintamente de lo reprochado que sólo es Casus Belli para dar rienda suelta al mismo. Eso, por no mencionar la hipocresía que campa a sus anchas con el denominado “Maltrato Animal”, pues considerando el extendido fenómeno estructural de las mascotas urbanas, el abandono de animales en época estival, el negocio de las prendas de piel, el deporte de la caza, las pésimas condiciones de vida en que se mantiene a las bestias en las explotaciones ganaderas industriales, los crueles experimentos médicos realizados a nuestros hermanos los chimpancés, los safaris, o el inocente zoo, pocos podrían esgrimir superioridad moral al respecto.

Yo, por mi parte, entiendo antropológicamente la tradición medieval de Tordesillas; me parece lógico que sus gentes disfruten de lo lindo haciendo sufrir a un toro una vez al año, comparado con el rosario antedicho ¡Tampoco es para tanto! Juzgo oportuno que con los impuestos municipales se sufraguen los gastos generados por el acto e incluso, que se dote de un premio en metálico al Campeón que haya abatido al animal. Pero la gente de Tordesillas debe comprender también que su tradición Medieval, es eso…¡Medieval! Por lo que es previsible que convertida en espectáculo, no sea del agrado de los pueblos que en su día abandonaron dichas tradiciones por entenderlas bárbaras, inclinándose por otras menos truculentas durante la Modernidad, como en la antigüedad el judaísmo desterró el sacrificio humano por un cordero y el cristianismo sustituyó al mismo cordero por un pedacito de pan.

Así las cosas, “El Toro de la Vega” tal y como hoy se celebra, tiene los días contados, pues la mayoría del público que, queriendo o sin querer, tiene acceso al espectáculo, lo repudia abiertamente en el siglo XXI por idénticos motivos que no hay cepos en las plazas públicas, aunque sí grandes titulares en los periódicos.