Bondad de la Partitocracia

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La Democracia es “el gobierno del pueblo” en el mismo sentido en que la Ganadería es “el gobierno del ganado”. Porque, no es bueno que el Pueblo se gobierne a si mismo, como no parece muy justo ser juez y parte, ni que el término a definir se contenga en la definición.

La Democracia sólo ha triunfado allí donde la gente ha contemplado la decisión como algo ajeno a su persona, a saber: la Res Pública. Nadie en su sano juicio ha llevado la Democracia a su casa, familia, trabajo… ¿Alguno de ustedes quisiera ser operado por un quirófano democrático? O si las decisiones son inocuas, verbigracia, cuando una madre da a elegir a sus hijos entre comer croquetas con patatas fritas o espinacas, pues de escoger lo primero, lo segundo lo pondrá para cenar.

Si atendemos al campo privado se observará que ningún Banco, Multinacional o Gran Empresa está comandada de modo democrático. Es verdad que tienen asambleas de accionistas, pero ese defecto, pronto es subsanado en los órganos de dirección, donde se toman las verdaderas decisiones. Incluso en instituciones de auténtica relevancia para la sociedad como es el Ejército, a nadie se le pasa por la cabeza que su disposición formal esté a merced de los vaivenes democráticos. Y qué contar de la Iglesia con 2.000 años de historia, sin necesidad de forzar a sus feligreses a dar su opinión. En cambio, fijémonos ahora en qué clase de colectivos se permiten el lujo de introducir negligentemente el virus democrático: Asambleas de parados, federaciones deportivas, asociaciones de vecinos, Oenegés caritativas, Ampas… agrupaciones bastante ineficaces que bullen en discusiones bizantinas.

Con todo, la Democracia ha conseguido hacerse acreedora de ser en teoría el “Sistema de Gobierno menos malo”. Y al margen de la Politología convencional, yo me atrevo a sostener que, de entre sus realizaciones prácticas, la Partitocracia, es con mucho la mejor de entre las peores.

Cuando los ciudadanos presienten que sus intereses están en juego, lo que menos desean es que se discutan democráticamente. Prefieren decidir por si mismos. Votaciones y parlamentarismos son instrumentos demasiado inútiles en la vida cotidiana donde funcionan mejor la propia opinión o costumbre. Por lo demás, la gente de bien no suele meter baza en aquello que no es de su incumbencia y por ello, acepta delegar en terceros los asuntos comunes de los que poco o nada se siente partícipe.

No se puede violentar a la conciencia con tomar decisiones sobre asuntos que tiene por ajenos como son los Presupuestos del Estado o la energía nuclear. Esta presión, ha generado como respuesta civil inmediata, la instauración de un Parlamentarismo para poder continuar con sus vidas sin mayor sobresalto que alguna que otra elección periódica que las más de las veces está tomada de antemano.

Percibidos como extraños los asuntos de la República, los miembros más sagaces de la sociedad se interrogaron acerca de esta realidad común, sobre todo en relación a su propiedad, como le sucedería a cualquier inmueble abandonado en mitad del casco urbano o a una solitaria cartera en el autobús. Estas personas, ante la falta de interés general, acaban solidariamente por hacerse cargo de lo que no es suyo. Estos son los “Demócratas”.

Al principio, los individuos dispuestos a responsabilizarse plenamente de lo ajeno, eran pocos, habiendo suficiente cosa pública para todos. Tanto era así, que muchos abandonaron por completo sus asuntos privados para dedicarse únicamente a lo Público, lo que provocó las primeras disputas políticas sobre quién de entre ellos tenía más derecho sobre lo que no es suyo. Esto despertó sospechas ¿Por qué esta gente abandona súbitamente sus vidas privadas para dedicarse a lo que no es suyo y está dispuesta a vivir en discusión permanente por cosas ajenas a su propiedad? Los ciudadanos de bien, que bastante tienen con trabajar y proteger sus intereses, pronto atisbaron en esta actitud contranatura algo carente de virtud, si bien, alguien tenía que hacerlo. De este modo, nació la clase política.

Así, mientras el pueblo llano habita en sus casas, vive de su trabajo, come de su comida, gasta de su dinero o viaja en su coche, los políticos que han dejado sus vidas privadas para dedicarse a lo público se ven obligados a residir en casa extraña, vivir del trabajo de los demás, comer de los impuestos, trasladarse en automóviles oficiales, etc. La diferencia no pasa desapercibida. En consecuencia, la Democracia denominada Representativa no satisface a nadie, salvo que por “Representación” se entienda “función teatral”. De esta guisa, pronto comprendió el demócrata que si inviable era la Democracia directa para una sociedad compleja, también lo era la Representativa, cuando de la representación de un hombre se ha de ocupar otro hombre, más que nada, porque la gente decente no se siente identificada con sujetos siempre interesados por lo ajeno que sin oficio ni beneficio empezaban a vivir curiosamente mejor que el resto, y a los que empezaron a llamar corruptos para que a la ignominia de dedicarse a la política, ahora se le sumase la vergüenza moral, como les sucediera a verdugos y putas, que por dedicarse a lo que nadie más quiere hacer, en vez de recibir el reconocimiento general, son blanco de todo desprecio social.

Así, surgieron voces autorizadas reclamando mayor control de la Clase Política. Atendiendo a la experiencia gremial y sindical, se creyó conveniente crear entidades capaces de jerarquizar el maremágnum en que se había convertido el conjunto de demócratas electos pensando cada cual por su cuenta y lo que es peor, actuando por libre en asuntos que no son de su incumbencia. De este modo, emergió por necesidad el sistema de Partidos, el mismo que ahora es puesto en cuestión, sin atender al noble objeto para el que fuera diseñado. Porque ahí donde lo tienen, la Partitocracia, es el sistema menos malo de Democracia posible.

Ofuscación de un lector en crisis

La crisis ha variado considerablemente mis hábitos de lectura. Si antaño adquiría volúmenes a ritmo muy superior al que me era posible leerlos sin importarme en absoluto el avance geométrico de estanterías que los primeros ocupaban mientras los segundos mal que bien progresaban de forma aritmética en la misma balda, ahora paseo por las librerías como alma en pena, si bien, ello me ha servido para liquidar el excedente acumulado de obras no leídas que aguardaban sin esperanza su turno, algunas de temática ya caducada como las que hablaban del “Efecto 2000” o “la profecía de los Mayas”.
Conforme estos ejemplares pasaban de una condición a otra, crecía mi desasosiego por encontrar remedio al colapso que se avecinaba. Una solución era acudir a Clásicos. Pero no me estoy refiriendo a Homero, Herodoto o Sófocles, autores sumamente entretenidos, sino a Clásicos de verdad del estilo de Suetonio, Juvenal o Publio el viejo, que qué quieren que les diga: lo suyo no era el esparcimiento.
Así, destilando licor de mondas de patata, fortalecí el espíritu hasta conseguir leer de un tirón la Biblia, ¡genealogías incluidas!, el Quijote y cuando me disponía a hacer lo propio con el diccionario, me pregunté aterrado ¿De verdad que no hay otra manera?
Me gustaría ver bien para poder ir a robar al Corte Inglés; en su defecto habría de conformarme con degustar de gorra las novedades a ratos perdidos poniendo cuidado de no coincidir en los turnos con los mismos dependientes, claro que, de poco me serviría dada mi afición de subrayarlos tomando notas en los márgenes. Los militares tenían razón ¡Soy un inútil!
Y, si no soy capaz de robar en los grandes almacenes ¿Cómo hacerlo a la Biblioteca Pública Municipal? Al principio reconozco que el sentido de la cuestión era moral. Pero, según lo sopesaba, su tono fue adquiriendo una perspectiva más técnica… Cierto es que, para la media poblacional, leer de prestado puede ser suficiente y hasta otorgue ese plus de erudición que pasear por el barrio. Pero ¡todavía hay clases! Además, soy demasiado sensible y llevarme a casa un libro para luego devolverlo, es como si iniciásemos el proceso de adopción con un niño y pasadas las Navidades lo regresásemos al orfanato.
Meditando el modo de responder al interrogante del ¿cómo?, durante un lustro visité casi un centenar de Bibliotecas Públicas cuyas instalaciones cada vez se asemejan más a la de los bancos: prohibición de entrar con bolsos, maletines, mochilas; arcos magnéticos, dispositivos de alarma, carnets parecidos a las tarjetas de crédito dificilísimas de falsificar, personal de seguridad a la entrada, cámaras de vigilancia…casi prefiero replantearme lo del Corte Inglés. ¿Cómo es posible?
En esta ocasión, más que una pregunta, es una exclamación de indignación. En un país donde no se lee ni la guía telefónica; donde se descuida el patrimonio artístico o el dinero de las arcas públicas municipales ¿Cómo es posible que sean textos del estilo “El romancero gitano” los merecedores de tanta atención? ¿Echaría alguien en falta, no sé, algún volumen de Filostrato? Sinceramente, me parece todo un despropósito y hasta un despilfarro.
No digo yo que, al ciudadano amante de la cultura se le permita sin más adueñarse de la Enciclopedia Espasa; pero qué menos que hacer la vista gorda con “El Principito” o “El Pequeño Nicolás”. Porque, ¡vamos a ver! Si fuera el caso de que todos los ejemplares de un título determinado hubieran sido sustraídos ilícitamente de todas las Bibliotecas y librerías ¿No sería eso motivo de orgullo para su autor? Y ¿No debería el Ministerio del Interior financiar a fondo perdido la Editorial? Robar libros, no es como subir el IVA a la entera ciudadanía o cobrar comisiones a los trabajadores. Quien roba un libro para consumo propio, cuando menos, invertirá de media dos o tres horas del día en llegar al desenlace de sus últimas páginas, tiempo que no está delinquiendo en otras áreas. Bien es verdad, que un político o banquero, pueden hacer todo eso y más simultáneamente; pero son la excepción que confirma la regla.
Cada vez que se inaugura una Biblioteca o Casa de Cultura, escucho entre el redundante discurso biensonante eso de “Estamos facilitando el acceso a la cultura”. ¿Y de su salida qué? Porque ustedes me dirán, de qué nos sirve tener libre acceso a los libros si su salida está más controlada que la entrada a cualquier macroconcierto.
En este orden de cosas, me parece indecente que durante la infancia se nos fomente el gusto por la lectura por encima de nuestras posibilidades económicas, y luego de adultos, el Estado se despreocupe del caro hábito que hemos contraído por su culpa. Yo comprendo que para quien no lee nunca un libro, pagar entre 12 y 20 euros por un poemario es barato; como dicen “cualquiera se lo gasta en una sola noche en copas”. Pero el asunto cambia, cuando en lugar de ser su afición beber, es leer ¡Ojala! Ojalá los libros tuvieran el precio del Gin Tonic o del cubata.
Mi último recurso ha consistido en ofrecerme a Editoriales para confeccionar reseñas gratis a cambio de que me envíen sin retorno los ejemplares a reseñar. Pero deben tener mi ficha de cliente asiduo y no están por la labor.
Menos mal que vivimos en España donde la cultura es despreciada sirviendo exclusivamente de excusa para recibir subvenciones, pues, de cuando en cuando, encuentro en los expurgos de las Bibliotecas verdaderas joyas del saber humano como el otro día que me hice con uno de los máximos exponentes de la literatura científica “Planilandia” de Edwin. A. Abbott, y bueno…como los pordioseros que revuelven en los contenedores, voy tirando, con lo que otros van tirando.

Contra el anonimato en Internet

Sabido es que “A río revuelto, ganancia de pescadores”. Mas, no doy con quienes sacan provecho de una red social funcionando al margen, no ya de la ley, que también del sentido común con el que normalmente los ciudadanos nos mostramos tanto en público como en privado, de no ser, que pensemos en personajes de la peor calaña que podamos imaginar, a parte de la casta de “los intocables” integrada por las élites extractoras político-empresariales, a usureros, traficantes de personas, armas y drogas, terroristas, estafadores de ancianos, charlatanes embaucadores, pedófilos, por no citar a mentes del todo degeneradas que encuentran en Internet el terreno más propicio para realizar sin escrúpulos libremente sus actividades, si por “libremente” entendemos “impune”, cosa sólo posible desde el más absoluto anonimato cuyo consentimiento desde un principio, no logro explicarme por parte de la Autoridad, cuando lo suyo sería se regulase por la misma legislación que nos hemos dado para los asuntos civiles.

Los ciudadanos de bien, para comportarse con entera libertad, no sólo no precisan de una plataforma donde reina el anonimato, que además, esta es adversa a sus intereses por cuanto para satisfacer sus pequeñas necesidades de promoción, trabajo, comercio, relación, acceso a datos, ocio y cuanto corresponda a su esfera personal, ningún bien podrá derivarse de la condición anónima y sí en cambio, mucho perjuicio recibido por parte de terceros que desde la impunidad ofrecida por el anonimato le podrán insultar, engañar, robar, acosar sexualmente, chantajear, meterse en su cuenta bancaria….sin poder hacer nada prácticamente en su defensa activa, salvo vivir con el corazón en vilo en todo instante. En consecuencia, debería de partir de nosotros, la ciudadanía y no de los criminales que gobiernan nuestras vidas, la iniciativa en favor de la regulación de Internet, para que no se nos adelanten aquellos que con la excusa de poner orden en el caos, introduzcan lo que les es más caro a sus pérfidas mentes, a saber, la vigilancia y el control en vez de la aplicación de la ley que es más que suficiente, si lo que deseamos es introducir sentido común en la red y no el acostumbrado atropello de derechos civiles aprovechando que el Pisuerga pasa por Castilla León.

No podemos apreciar fundamento alguno en quienes se oponen a la regulación de Internet en un Estado de Derecho democrático, pues ni el más asilvestrado pensamiento Liberal-Libertario confunde Libertad con libertinaje y menos todavía, sustenta la misma en el anonimato. Este postulado sólo es asumido como mal menor para aquellas circunstancias donde la Libertad de expresión está coartada precisamente por el Poder que hace las Leyes imprimiendo un férreo control sobre la población, en cuyo caso, no queda otro remedio que echar mano de la ocultación de la actividad, el secreto de la verdad, los pseudónimos para salvaguardar la identidad, el ingenio para sortear querellas y esquivar la censura y por supuesto el anonimato para disfrutar de la libertad que por fuerza ha quedado fuera de la Ley.

Nadie en su sano juicio defendería que la gente pueda circular por la calle con el rostro oculto; nadie con dos dedos de frente ofrecería la pared de su casa para que desconocidos escribieran en ella lo que les apetezca despotricando a diestro y siniestro; ningún medio de comunicación legal se la juega permitiendo que individuos sin nombre ni apellidos desde sus tribunas se dediquen a extender el antisemitismo, a insultar a las autoridades o a cualquier ciudadano; ni siquiera conozco un solo caso de alguien que se haya atrevido a salir a la calle con un letrero en blanco colgado del cuello animando a los transeúntes a escribir cuanto les ronde por la cabeza mientras se pasea cual hombre anuncio por la acera…¿Por qué? Muy sencillo: Porque la Libertad de expresión, está estrechamente ligada a la identidad de quien se expresa. La Libertad de expresión no está pensada para anónimos, ni para pseudónimos, sino para uso y disfrute responsable de la identidad. De modo que, todo cuanto se exprese públicamente, debe ir respaldado por una identidad, sea del sujeto que emite la expresión, sea del propietario responsable que la acepta en su medio de difusión.

Es posible que en un esquema zapateril alguien pueda pensar que “Internet no es de nadie ¡Es del viento!”. Pero, lo cierto es que, de principio a fin, todo lo humano remite a la responsabilidad personal y esta no puede ser anónima ni en sus contenidos, ni en sus estructuras. En Internet se deben aplicar las mismas leyes que rigen para cualquier autor, para todo medio de comunicación y para la población en general.

Soy firme partidario de que los ciudadanos, para no enredarnos con la Red, reclamemos como mínimo, que todo contenido, tuit, mensaje, artículo, video, etc, tenga acreditada legalmente una identidad como la tienen los periodistas, guionistas, articulistas, directores de cine o contertulios y que todo soporte, sea este foro, chat, correo electrónico, página o blog, cuente con licencia de apertura que identifique al dueño responsable de su publicación y difusión, como se hace con cualquier editorial, periódico, radio o televisión. No es mucho pedir.

Partiendo de este enfoque minimalista, cabe reflexionar entonces, sobre por qué algo así acontece en un Estado de Derecho democrático, no apareciéndome otra respuesta que la natural demanda social emanada de una frustración colectiva acontecida por la descarada manipulación, vigilancia, control y monopolio que desde los distintos poderes se hace de los medios de comunicación y en consecuencia, podría resultar que fuera más pernicioso el remedio que la enfermedad cuando a la causa de la frustración se le suma la posibilidad de su desahogo.