Elogio del tonto

Los medios de comunicación están para transmitir las órdenes del gobernante cuando no hacer más verosímiles sus mentiras por cuanto no siempre las mismas parecen ser bien entendidas por la población que en su cultivada ignorancia, suele encontrar momentáneo refugio inintencionado para resistir los continuos envites que de ellos emanan. Así mejor se comprende la machacona insistencia de la que hace gala la Patronal para hacernos consumir su basura por medio de la publicidad y la no menos omnipresente propaganda del Estado disfrazada de institucionalidad, pues se da la paradójica circunstancia de que, para sucumbir a sus encantos expuestos en prensa radio, televisión e internet, cuando menos, se ha de superar el umbral del entendimiento básico de saber qué se dice; en consecuencia, sólo los rematadamente tontos, incapaces de comprender el mensaje, se muestran desobedientes ante las órdenes o incrédulos ante las mentiras, aunque desconozcan plenamente en qué consiste la rebeldía o la verdad.
Cuanto más tonto es el sujeto a subordinar, sea cual fuere el propósito para el que se lo desee emplear o a convencer, sea cual fuere la rueda de molino con la que se pretende hacer comulgar, mayor energía requerirá del aparato propagandístico al servicio del gobernante y los poderes fácticos, y mayor resistencia mostrará el contumaz enrocándose en sus trece, tan pronto advierta en ellos crecer el interés por doblegar su natural suspicacia, pues que sea tonto, no significa que se le pueda engañar por medio de bellas palabras y alambicados argumentos.
El tonto para decidirse, necesita que se le presenten hechos, a poder ser, delante de sus narices; nada de que se los cuenten otros ¡A saber si hemos llegado a la Luna! Y si me apuran, hasta palparlos con sus propias manos ¡como Tomás! quien aun con la figura de nuestro Señor Jesucristo delante, no dudó en poner el dedo en la llaga para verificar que era él después de haber sido crucificado, que no me atrevo a decir resucitado para no armar la de ¡Dios es Cristo! entre los racionalistas.
¿Significa esto que los tontos se salvan del engaño colectivo ejecutado por las clases dirigentes canalizado por los medios de comunicación? Evidentemente ¡No! Los tontos son hijos de su tiempo. En consecuencia, terminan por mostrarse dóciles y crédulos. De hecho, los grandes Partidos que gestionan la Democracia, son grandes, precisamente porque la mayoría de los tontos les vota cada cuatro años, cosa que consiguen gracias a ingentes inversiones en bienes tangibles con que convencerles como llaveros, gorras y camisetas. Ciertamente en ello, no hay nada elogiable, se dirán ustedes. Mas, como quiera que en palabras del insigne Forest Gump “tonto es aquel que hace tonterías”, y votar a un partido mayoritario supone una tontería en toda regla, sea esta conditio sine qua non del asunto que tratamos.
Ahora bien, a diferencia de cualquier otro votante, el tonto, pese a su tontería, albergará siempre esa desconfianza innata característica en su persona y tan pronto desaparece de su horizonte mental reducido la posibilidad de hacer más tonterías, al menos durante un periodo de cuatro años, conforme se va alejando en el calendario la acción que lo capacita intelectualmente para ser declarado tonto, rápidamente empieza a sospechar que le han dado gato por liebre, que le han mentido, que lo han utilizado, que ha sido objeto de burla o estafa y vuelve por sus fueros, haciendo caso omiso de cuanto se le diga, por mucho que en el Tontodiario salgan las autoridades afirmando que hemos salido de la crisis, que las Oenegés recaudan dinero para los necesitados o que Rajoy es el mejor presidente del Gobierno, pues en su más recóndita intimidad algo le permite intuir que nada de lo dicho es cierto y que le quieren volver a tomar el pelo.
¿Significa esto que a un tonto sólo se le puede mentir una vez y por descontado engañar? ¡De ningún modo! El tonto pasa rápido de la desconfianza al error y viceversa, porque no aprende y lo hace sin la menor preocupación ni arrepentimiento. Y eso sí es elogiable.

Gobernantes y Criminales

Aunque he dedicado al tema varios escritos anteriores como “El País de Crim” o “El orden de las palabras” publicados todos en mi blog “Inútil manual”, bueno es despejar de una vez por todas, la razón última que me ampara para pronunciarme con la seguridad que manifiesto sobre el particular la cual, pese a contrariar sus sospechas, nada tiene que ver en dicha instancia, con la realidad verificable que la ciudadanía padecemos a diario o acaso sí, cosa que dejo a su interpretación.

La aclaración reservada para caso de querella, pide ahora ser esgrimida ante el respetable, por cuanto si el desconocimiento de la Ley no exime de su cumplimiento, el de la lengua por parte del vulgo no podría nunca culparme, toda vez, en un pasado debate televisivo en torno a la cuestión de las Preferentes, tras una mía intervención donde calificaba a cierta Banca de criminal en el buen sentido de la palabra, una enojada contertulia a quien aprecio mucho, me interrumpió para espetar ¡No hay buen sentido de la palabra criminal! amen de otras desavenencias, en cuyo rifi-rafe, me fue imposible explicar la aseveración, dadas las prisas del presentador por continuar con el programa, que entiendo yo, no está para atender a la arqueología de la lengua y sus recovecos semántico-etimológicos.

En su remoto origen Indoeuropeo, aunque hoy los expertos empiezan a sospechar que se remonta al Nostraico perdido en las brumas del Mesolítico, la raíz (Krei) de donde procede también la palabra “Crisis” ¡Ya es casualidad! dio lugar posteriormente en latín al término (Crimen) cuya primitiva acepción designaba “decisión” y (Criminal) a “quien decidía”, es decir, a quien mandaba o gobernaba. Más adelante, el término “Crimen” fue adoptado por la jurisprudencia donde empezaría primero por remitir la acción de “juzgar o acusar”, para acabar significando “lo acusado o juzgado”. Como feliz resultado de todos estos zigzagueantes quiebros semánticos, hoy nos encontramos con que “Criminal” señala únicamente a quienes cometen delitos de cierta envergadura en nuestra sociedad, sin ligar su realidad al Gobernante.

Y es que, por lo que se aprecia, la palabra “Criminal” ha tenido un recorrido mucho más tortuoso que la voz griega de “Tirano” que igualmente en sus inicios sólo identificaba al mandatario que con apoyo popular era escogido o aceptado para conducir la polis en momentos de crisis por un periodo determinado de tiempo y ha acabado poco menos que como sinónimo de dictador, detectándose en ambos casos la operación de un mismo mecanismo socio-lingüístico mediante el cual, la ciudadanía adjudicó a la voz lo sustancial de su comportamiento práctico, dejando en el olvido su significado original del todo engañoso u obsoleto. De este modo, Tiranos y criminales, pasaron a ser adjetivos antes que sustantivos.
La diferencia entre Criminales, Tiranos y Gobernantes, ha servido entre otras cosas, para que los ciudadanos deseemos llevar a la cárcel a los primeros, acabar con el yugo de los segundos y creer que los terceros trabajan para el bien de la comunidad o más importante todavía, para que la población pueda distinguir entre una ejecución legal, un Tiranicidio en defensa de la libertad y un terrorista Magnicidio.

En consecuencia, aunque no sea obligatorio, bueno es matizar que los gobernantes son criminales en el buen sentido de la palabra, aunque en ocasiones las prisas del coloquio nos impidan reparar en que pueden desplegar características de tiranos revestidos de demócratas, porque, como ya he advertido más de una vez, no existe incompatibilidad semántica alguna entre ser un demócrata y un criminal: se puede ser un criminal reconocido, pero conducirse en la vida de modo democrático en su trato familiar haciendo copartícipe de sus decisiones a su pareja y parientes, en lo laboral respetando los derechos de sus trabajadores y vecinal, aceptando las decisiones de la mayoría de propietarios de su comunidad; y se puede también ser un representante democrático aceptando sobornos y repartiéndolos entre los compañeros de partido mediante sobres. No hay dificultad.

Contra esta Democracia

Ante las reiteradas llamadas de atención recibidas vía correo electrónico por parte de algunos colegas filosofólogos a quienes tengo en alta estima intelectual censurando con la debida cautela academicista en la que han domesticado sus estériles pronunciamientos, mi postura beligerante contra el actual sistema democrático, aduciendo que tal discurso generalista y sin matices puede favorecer posiciones políticas involucionistas de infausto recuerdo, aunque por lo general, dejo a la inteligencia del lector, sacar sus propias conclusiones sobre lo que tiene entre manos, empiezo a sentir como oportuna para todos, una pequeña aclaración sobre los postulados básicos desde donde siempre me pronuncio:
Si ustedes precisan etiquetas con las que encasillar cuanto expreso para interpretarlo adecuadamente, ahí van algunas, a modo de anteojeras, para que no yerren en su interpretación: Soy anarco-liberal. Mas para averiguar fehacientemente cuál es mi perspectiva en lo concerniente a la Democracia, puede bastarles echar un vistazo a una brevísima obra de Agustín García Calvo “Contra la Paz y contra la Democracia” cuyo título ya pone en negro sobre blanco la cuestión.
Por su puesto, yo critico sin contemplaciones el actual sistema democrático por el que nos regimos. Si no es a la actual Democracia española que ahora me afecta a mi, a mi generación, a mis coetáneos directamente ¿Cuál es el que debo criticar? ¿El de Atenas en época de Pericles? ¿La pantomima de Cánovas y Sagasta de la España decimonónica? Y si no es a éste que tenemos aquí, entendiendo por “aquí” cualquiera que sea su patria, ¿A cuál debo dirigirme? ¿Al que hay en EEUU? ¿Al de Venezuela quizá? ¿O al de Rusia que está de moda con Putin? Lo cierto es que, no tengo problemas para actuar de ese otro modo tan al regusto de periodistas, analistas y politicastros, pues ¡hay que ver! cuanta tiranía hay por el mundo disfrazada de Democracia. Pero en esto, como en tantas otras cosas, bueno es atender la enseñanza de Mateo (7,1-5) de no estar señalando la paja en el ojo ajeno, pasando por alto la viga en el propio.
Es más que curioso, que cuantos se rasgan las vestiduras por la vehemencia con la que los ciudadanos de bien nos pronunciamos cuando por un descuido de los medios de comunicación – o como en el caso de la presente cabecera que me acoge, pasamos por simpáticas mascotas – hacemos llegar nuestro enfado, nuestro malestar y nuestro cabreo con la situación social de la que en modo alguno nos sentimos responsables, porque en modo alguno lo somos quienes hemos dedicado toda la vida a desempeñar nuestra labor lo mejor que sabemos, a pagar los impuestos puntualmente y procurando hacer bien al mayor número posible de personas que nos rodean, pocas veces y casi me atrevería a afirmar que nunca, se atreven a alzar la voz contra aquellos que de verdad alientan vientos involucionistas con su comportamiento abiertamente corrupto, criminal y traidor, a saber: los actuales Gobernantes democráticos, que no por ser representantes electos en las urnas, están exentos de las bajezas humanas que a todos nos afectan, más todavía en tareas investidas de Poder.
La Democracia, si tiene razón de ser, es para otorgar el poder de toda una sociedad a un gobierno que en su representación vele por los intereses de los ciudadanos en su conjunto, vigilando las naturales aspiraciones de control monopolista de quienes cuentan en su haber con un mayor poder particular que el resto de sus vecinos, sea por su posición económica, su preponderancia en el mercado, su dominio de las armas, o cualquier otra cualidad que le convierta en potencial peligro público por sus ansias de dominio, tantas veces acaecido en la historia de los Hombres. ¡Nunca para aliarse con ellos en nuestra contra!
El Presidente Rajoy, goza de una Mayoría mucho más Absoluta que la que reflejan las votaciones del Parlamento: Es el Presidente de todos los Españoles, le hayamos o no le hayamos votado. Por ejemplo, es mi Presidente; y le reconozco como tal sí y sólo sí, utiliza el poder que le hemos dado para mantener a raya a las Grandes fortunas, Banqueros, Grandes empresarios, Multinacionales, Grandes compañías, Monopolios, grupos de presión, oligarcas…contra quienes los ciudadanos, uno a uno, no somos capaces de vencer, de no ser que deseemos volver al bárbaro bricolaje del “Hazlo tu mismo”, pero sí un Gobierno democrático que cuenta con millones de personas que le respaldan, que pagan una fuerza policial, una judicatura y un ejército con sus impuestos, para que lo utilice en caso de necesidad contra los citados peligros de dominio, pero no contra la propia ciudadanía.
Mientras la Democracia no se dote de un cuerpo independiente de contra-vigilancia, como el que posee la policía, para separar ipso facto de su cargo a los elementos nocivos que no cumplen con el mandato civil para el que han sido designados, mientras la ciudadanía en quien se supone descansa la Soberanía, seamos meros espectadores de nuestro expolio y opresión dictados en nuestro nombre sin que podamos hacer nada que no esté tipificado como delito, esta Democracia, que es ¡la Democracia!, será blanco de mis críticas, de mis denuncias de mi enojo y me tendrá siempre en frente, siempre en contra y siempre vigilante.