El secreto de la victoria Occidental o de la explotación infantil

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Si como dicen “al hambre no hay pan duro”, la miseria no hace ascos al trabajo infantil. Este es el motivo por el que entre los pobres, la tasa de natalidad se dispara en relación directamente proporcional a su necesidad, a saber: no como dicen algunos meapilas, porque desconozcan los métodos anticonceptivos, que como recuerda Marvin Harris, el infanticidio está de sobra bien atestiguado en toda cultura por la antropología y los yacimientos arqueológicos, verbigracia, intramuros de los conventos medievales, sin ir más lejos, sino porque, entre las familias más humildes, traer un hijo al mundo suele salir rentable, pues desde los cinco años en que ya puede cuidar de sus hermanitos más pequeños, traer agua del pozo, recoger leña, vigilar el ganado, etc, hasta su mayoría de edad, si es que se le permite marchar – posible base motivadora del matrimonio – su esfuerzo remane de lleno en la casa paterna. Seguramente de esta realidad provenga el terrible dolor que actualmente sienten los progenitores por la prematura muerte de un vástago.
Por el contrario, la inercia biológica que empuja a procrear, suele moderarse en épocas de abundancia, precisamente al salir más a cuenta no incorporar nuevos sujetos al grupo de reparto, contraviniendo los postulados del buenismo filosófico que nos toma por ángeles en vez de por hombres. Esta es la causa, por la cual en las sociedades desarrolladas donde está garantizada una esperanza de vida avanzada, la natalidad baja considerablemente y hay más conflictos intergeneracionales, dado que los padres no encuentran mejor razón para explicarse por qué por un momento de placer se han arruinado literalmente el resto de sus días, que el de que deben quererlos más que a su propia vida, cuando lo cierto no es que los traen al mundo porque los quieren, sino que los quieren una vez que ya han venido al mundo y en consecuencia la frustración aumenta según pasan los años y el muy mamón, permanece en casa.
Entre quienes contamos con electricidad, agua potable y la nevera a rebosar, se nos llena la boca al hablar de explotación infantil en países tercermundistas y la gozamos sumándonos al boicot a empresas que como Victoria´s Secret se aprovechan del trabajo de niños, sin pararnos a pensar en que aquí, hasta fechas muy recientes, cuando no había qué comer ni qué vestir, nuestros padres y abuelos se vieron en la tesitura de tener que ir a trabajar dejando de ir a la escuela ¡ Y menos mal que pudieron hacerlo! Porque, con lo de la explotación infantil en los países empobrecidos, viene a suceder algo parecido a lo que ocurre con la protección de la Naturaleza: que Occidente sustentó su desarrollo económico esquilmando sus escasos recursos naturales, pero Brasil, India o Zambia, han de preservar intactos esos mismos recursos que ahora se contemplan como patrimonio de la humanidad, con el permiso de Repsol, Endesa y la Coca Cola.
No pongo en cuestión, que detrás de la inquietud de la buena gente, posicionada a favor de la conservación del Amazonas para que los caipiras brasileiros no deforesten su superficie y en contra del trabajo de los pequeños en las minas de coltán en Congo, no estén los más sublimes pensamientos de los que es capaz la entera Humanidad o el elogiable propósito de enmienda que como especie se ha propuesto el civilizado hombre blanco cristiano para corregir en tierras extrañas los desmanes anteriormente cometidos por su propia gente. Pero igualmente, no albergo duda alguna, que todo ello brilla por su ausencia entre los ejecutivos de las Multinacionales y sus capataces, los hombres de Estado, quienes subrepticiamente se valen de su sensibilidad para evitar en lo posible la emergencia de la miseria de aquellos pueblos a los que se critica por hacer uso legítimo de sus bienes naturales y recursos humanos, como nosotros hemos hecho en el pasado, sin darles opción digna para cubrir sus necesidades básicas, que son la auténtica base motora que sustenta toda la problemática denunciada hasta decir basta por el brazo espiritual de la OTAN, para entendernos, las Oenegés.
Así como no es robar para comer, ni asesinar cuando se mata en defensa propia, que los niños trabajen cuando la necesidad aprieta y no queda otro remedio, no se le puede llamar explotación, al menos de parte de la familia o de la comunidad en que esta esté inscrita y lo consienta. Otra cosa es, cuando ya no hay tanta necesidad…Entonces ¡Sí! Entonces sí podemos hablar de explotación, como es el caso de Victoria´s Secret y tantas otras empresas del Primer mundo que para mantener la competencia desleal con los talleres tercermundistas que emplean mano de obra esclava por necesidad colectiva, no duda en hacer lo propio cuando nuestro nivel de vida, sin embargo, no lo autoriza moralmente, máxime, cuando al utilizar las empresas Occidentales mano de obra esclava, no sólo extiende su práctica, que para colmo la hace ineficaz para los pueblos que han apostado por esa vía de sacrificio para sobrevivir, maliciosa estrategia en la que se esconde todavía el secreto de nuestra victoria comercial que empujará a estas sociedades y sus gentes, a hacernos directamente la guerra por no dejarles más alternativa.
Por si fuera poco, parece que así como una chica blanca en bikini es digna del desplegable de Play Boy mientras cualquier negra desnuda puede dar bien en la portada del National Geographic, un niño africano recogiendo algodón es sujeto de explotación, empero los huerfanitos de San Ildefonso ensayando día y noche durante meses, trabajando una mañana entera ante las cámaras, sometidos al estrés de no poderse equivocar y todo para el lucro del Estado democrático Español…eso ya es Tradición.
Lo aireado mediáticamente de Victoria´s Secret, sospecho que en estas fechas navideñas le saldrá más a cuenta lo ahorrado en publicidad que el daño que pueda hacerle el boicot de tres idealistas entre los que no me encuentro – no me veo rehusando la invitación de una señorita vestida sólo con su lencería – y es aquí, en nuestra doble moral y no en la hipótesis maravillosamente exculpatoria de Jared Diamond trazada en “Gérmenes, armas y acero” donde reside el auténtico secreto de la victoria occidental sobre el resto de los pueblos del planeta.

Cosas de la censura

De cuando en cuando, por esas cosas de lo chocante y estrafalario, los medios de comunicación se hacen eco, de que tal obra de teatro ha sido suspendida del programa, porque en ella los actores aparecen fumando, que una Autonomía a decomisado una publicación por contener imágenes xenófobas, que una cadena de televisión ha sido sancionada por vérsele el trasero a una actriz saliendo del agua en una serie propia del horario infantil, que una película ha sido retirada de un festival por su contenido catalogado de pedófilo o que como el pasado Noviembre una productora ha sido multada con 30.000 euros por editar un cartel promocional en la que puede verse a los protagonistas en un momento del film, sin casco. De todo ello, uno deduce que los vigilantes de la ficción andan más al loro de lo que sucede en nuestros comics, escenarios y pantallas que los distintos cuerpos policiales u organismos oficiales parecen enterados de cuanto ocurre en la realidad de nuestras calles, colegios, empresas y mismas Instituciones.

Por supuesto, estas actuaciones responden al principio general de que trabajando sobre los motivos culturales o modificando las representaciones de las distintas artes, se facilita la buena transmisión de los valores que se desean inculcar a la población, como se hace en toda buena dictadura que se precie – sea de izquierdas o de derechas si ello tiene cabida en un régimen falto de libertad. El problema reside, en que este procedimiento sólo es consistente, si además de en la ficción, el mismo celo se pone en la realidad, cosa de la que si se ocupan las Tiranías que se cuidan de que lo que no aparece en el cine no lo haga en la cotidianidad, pero no así las Democracias, que a este respecto tienen mucho que aprender de aquellas.

Una buena Dictadura como la Franquista, puso todo su empeño, dentro y fuera del cine, en que no se vieran momentos demasiado saliditos de tono, de desenfreno, jolgorio, disputa, conflicto o rebelión; A lo más, algún que otro ¡Recórcholis! muy acorde a la España de perpetua Cuaresma. Qué bien nos iría si con el mismo rigor, la Democracia lograra llevar a la práctica la excelsa moral a la que somete al artista en publicaciones, carteles y programas en pos de salvaguardar la infancia, educar en la igualdad, combatir el racismo, prevenir la homofobia, la drogadicción, etc.

Pero, es que la Democracia tampoco hace bien su cometido en la ficción. Me explico: se supone que un ideal democrático es convencer al ciudadano de que nadie debe tomarse la justicia por su mano, de que el monopolio de la fuerza corresponde al Estado y esa sensiblería legal para pardillos que todos conocemos. ¿Cómo es posible entonces, que el otro día, en mitad de una película anunciada hasta la saciedad, pude contemplar una escena en la que se ven a varios jóvenes aprendiendo a dispar en mitad de un bosque en un pasaje que de estar doblado al lenguaje protodelincuente del euskera, no habría juez en España que dudaría en tachar de apología del terrorismo ordenando su inmediata incautación?

Al final, resulta entonces, que se trata de lo de siempre, a saber: te dejo hacer para tener motivos de preguntarte, controlarte, cachearte, vigilarte y cuando sea conveniente denunciarte, multarte, detenerte, encarcelarte y dar un escarmiento a navegantes mostrándote en el Tontodiario. Por lo demás, se prefiere que la población entienda de armas en la ficción y no en la vida real y de que no haga ni disfrute con lo que le apetezca ni en la realidad ni en la ficción, para entendernos: ni sexo, ni drogas, ni rock and roll, ni correr, decir palabrotas, dar de hostias a las autoridades, dejar de trabajar…

Del totalitarismo participativo

En mi ingenuidad, acaso torpeza, a diferencia de Marx que supo introducir a tiempo “la Dictadura del Proletariado” como instrumento indispensable para la ulterior proclamación del Estado Socialista, en su día vaticiné la irremediable llegada del por mi denominado “Fascismo Democrático” en un artículo donde despejaba la cuestión de qué era preferible: si una mala Democracia o una buena Dictadura; sin prever que dicho régimen político-social no puede aparecer de la noche a la mañana, de no mediar una fase previa de ajustes y reajustes en los valores, arquetipos e idiosincrasia de los pueblos que se encaminan hacia tal modelo organizativo.

La fase en cuestión, por la que ha de transitar toda sociedad civil que desee fervientemente alcanzar el tan añorado Fascismo Democrático, no es otra, que aquella que bautizo como “Totalitarismo Participativo” que suele aflorar en sistemas que fomentan las Mayorías Absolutas en detrimento de la representación de las minorías, al objeto de propiciar la rápida toma de decisiones sin necesidad de que intervengan demasiados consensos ni consultas previas.

El Ser Humano es un animal gregario que precisa en todo momento ser guiado en manada bajo vara para que no se descontrole ni disgregue. Cierto es, que si a un espécimen se le deja libre, de inmediato hace uso de su libertad; Pero bastaría atender a los detalles más allá de los primeros brincos, para adivinar que en su fuero interno, nada aterra más al “mono desnudo”, que saberse dueño de su destino. De ahí, que desde el inicio de la civilización, sea bajo la forma del clan, tribu, jefatura o Estado, la humanidad ha arribado de facto, ajena a pretendidos “Contratos sociales” o “tácitos consentimientos” como el agua de lluvia recorre una ladera hasta empantanarse en las distintas oquedades del terreno llano, a la organización jerárquica por ofrecerle estabilidad, orden, seguridad y sobre todo, claridad en lo que concierne a quién hay que obedecer, en abierto contraste del resto de la fauna, donde es menester medir de continuo las fuerzas entre rivales, ingente ahorro energético, que a la postre nos ha permitido un pormenorizado reparto de tareas entre productores, vigilantes y gobernantes, propiciando el desarrollo artístico, científico, económico y hasta me atrevería a decir que moral y espiritual.

Este es el motivo por el cual, toda doctrina nacida de la especulación que exacerba la fantasía de una autogestión social, de una asociación libre construida de abajo hacia arriba, donde las decisiones se tomen de modo asambleario, los bienes se disfruten en comunidad, la riqueza se distribuya de manera equitativa, bla, bla, bla, está convocada al más estrepitoso fracaso, por no contar con el íntimo beneplácito de nuestros corazones, por más que agrade a nuestra simplona Razón escuchar su discurso, como el niño sabe que los lobos no hablan cuando le leen el cuento de Caperucita Roja y no por ello, prescinde de escuhárselo con agrado de labios de sus papis, antes de irse a dormir.

Los hay que en su atolondramiento, contemplan al Ser Humano como una etérea conciencia atrapada en un cuerpo, imagen de infausta reminiscencia platónica que tanto daño ha hecho, porque de haber en nosotros dos realidades distintas que nos conforman, antes fue el cuerpo que la mente, como en el neonato es antes su hambre que su “Yo”, el calor del pecho materno muy anterior a su Amor, aunque tendida la trampa, se aceptó la realidad del Logos antes que la carne. Pues bien, aunque hoy en día la Sociología y la Psicología han trabajado a destajo para ofrecer al Poder instrumentos adecuados para el eficaz control y certera manipulación de las conciencias, nada hay más efectivo para el gobierno de las masas humanas, que el sometimiento físico de sus cuerpos, pues demostrado está que estos desprovistos de pensamiento, reflexión, ideas, conocimientos, etc, trabajan más y mejor para los fines que socialmente se desee instaurar, mientras las mentes libres – si es que tal cosa existe fuera de la imaginación propiciada por el leguaje – resultan inoperantes sin aquel, pues cuando decimos “mente”, no hablamos siquiera de “cerebro”. En consecuencia, es obligado el envenenamiento colectivo en pequeñas dosis del agua potable por medio de cloro y flúor para el reblandecimiento neuronal de la ciudadanía, de los alimentos básicos por medio de colorantes, edulcorantes, conservantes, etc, para que en la población habite la enfermedad crónica que no les impida trabajar ni consumir como por ejemplo contraer diabetes, tener caries, dolores musculares, etc, pero sí, en cambio, les evite ser plenamente felices e inculcarles hábitos sedentarios como ver la tele para que no disfruten de un cuerpo sano, por si las moscas nos equivocamos respecto al plano mental.

Más como quiera que los cuerpos obedecen a costumbres aprendidas por vía educacional o comportamental, sea entonces, que al objeto de encaminarnos hacia un Fascismo Democrático y Social, la mayoría de la gente adquiera el gusto racional, no solo instintivo, de ir en rebaño ¡todos a una! dirigidos por un Jefe que les conduzca por la senda del sentimiento de pertenencia a un grupo grande y fuerte, bajo un mando enérgico, capaz de las más grandes empresas, que les anime a hablar en plural con orgullo, sin que por ello sean más sujeto de la acción que el sujeto pasivo, para gozar de su libertad, del único modo en que un Homo Sapiens puede disfrutarla con autenticidad y despreocupación, que no es otra, que renunciando a su ejercicio, delegándola ante un superior cuya responsabilidad será precisamente ordenarle dónde, cuándo, cómo y qué ha de hacer para poderle obedecer como le es propio por naturaleza y con ello, desarrollarse integralmente como una persona de provecho para si mismo y para la comunidad sin la cual no es nada.

A tal fin, ya comenté en mi ensayo “Las ocurrencias de un excelente comedor de pizza” que nada hay mejor que fomentar los deportes colectivos, el asociacionismo juvenil, el trabajo en grupo en la escuela…mecanismos todos, encaminados a disminuir la posibilidad del surgimiento accidental de la conciencia individual en seres que están mejor sin ella, a los que, con todo, conviene formar en el relativismo moral, la interculturalidad, el pacifismo, el igualitarismo, el gusto por ir a la moda, que se sientan mal yendo contracorriente, con miedo a tomar decisiones, que les incomode pensar por su cuenta, ayudándoles a apreciar el placer de obedecer o los sinsabores de la rebeldía y resto de directrices insertas en el Currículo Oculto que se imparte en los centros de enseñanza.

De todo ello en su conjunto, obtendremos una sociedad amante de la homogeneidad, contraria a la diferencia, a favor de la Globalización, partidaria del pensamiento único, añorante de la unanimidad, poco amiga del debate que no acabe en conclusiones inequívocas, demandante del rigor legal, del poder unídireccional y del empleo enérgico de la fuerza para restaurar el orden como nunca antes hubiéramos podido prever fuera reclamado de una población hacia sus propios gobernantes.

Una masa así constituida, lejos de sentirse agraviada bajo el dictado de unos pocos déspotas, apreciará con regocijo cómo sus representantes, toman decisiones al margen de su voluntad contra sus intereses, porque, ¡para eso les han elegido! y depositado en ellos toda su confianza, para que les traten como lo que son: puro ganado humano destinado al sacrificio. Y lejos de quejarse, protestar o rebelarse contra la tiranía que les oprime, la aplaudirán a rabiar, pues guste o no guste, es la que ellos libremente, sin remedio, han elegido en forma de Mayoría Absoluta, germen prometedor de este incipiente Totalitarismo Participativo, sin cuya emergencia, nos hallaríamos tan desconsolados como lo están estos días los ciudadanos de Corea del Norte que lloran desesperados la muerte de su líder Kim Jong Il.

In time

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De la máxima “El tiempo es oro” Andrew Niccol ha sabido explotar una certera analogía de nuestra época para escribir y dirigir el guión de esta película cuya originalidad pone de manifiesto con toda crudeza, el trasfondo existencial del capitalismo brutal en el que nos vemos inmersos, donde los más trabajan para los menos, siendo los desgraciados, la base material sustentadora de los privilegiados, en una ficción bien labrada que nada más presentarse al espectador, este no tiene dificultad alguna en reconocerla como real.

La trama, se proyecta sobre una supuesta sociedad en la que el envejecimiento biológico se detiene a los veinticinco años de edad, momento desde el cual, sólo le queda al sujeto – independientemente de su sexo, raza o posición económica – un año de vida, salvo que consiga más tiempo, trabajando, heredándolo, mediante favores o robándolo. La mayoría de la gente, vive literalmente al día con el estrés de que se le agote el tiempo en pocas horas, por lo que no dispone de margen para amarse, educar a los hijos, comer tranquilos, dormir lo suficiente…siempre angustiada por la falta de tiempo.

En esta situación, el comportamiento humano toma distintas direcciones: Los hay que asumen el statu quo con sus puntuales injusticias, como es el caso de los Guardianes del Tiempo que vigilan su correcto flujo entre las distintas zonas horarias para la buena marcha del Sistema, retrato milimétrico de la policía que custodia la propiedad privada fuera de las pantallas; Por supuesto, están quienes favorecidos por la circunstancia, cuentan con todo el tiempo del mundo computado por siglos y miles de años. Estos aparecen caracterizados como altos ejecutivos u hombres de negocios cuya filosofía justifica que “muchos han de morir para que haya algunos inmortales” pues el equitativo reparto del tiempo entre todos los Seres Humanos, no salvaría a nadie de una muerte más pronto que tarde, cosa que les anima, no ya a beneficiarse del Sistema que también a hacer cuanto esté en su mano para perpetuarlo. Los privilegiados habitan en una franja horaria muy cara en tiempo, donde un automóvil puede llegar a costar cincuenta años, a los hijos se les regala décadas y en los hoteles se dejan meses de propina, al objeto de imposibilitar de facto la indeseable filtración de pobres en tiempo. Los salarios son más elevados por lo que en proporción, la vida es más placentera comparada con la franja horaria de los desfavorecidos, sirva de botón de muestra que entre ellos abundan las familias con varias generaciones y caminan despacio, todo lo contrario de quienes son pobres en tiempo; Estos últimos viven contando los minutos que tienen para ir al baño o montar al autobús, forzados siempre a ir deprisa a todos lados siendo normal que la muerte de familiares y amigos les ronde cerca. Aunque todos sufren la situación mostrando su enfado, pocos saben o pueden actuar de modo eficiente para paliar su falta de tiempo, pues quienes controlan su tiempo, que casualmente son los privilegiados, tan pronto comprueban que los ciudadanos se las ingenian para acumular tiempo suficiente como para poder vivir algo más desahogados, rápidamente les suben el precio del billete del autobús, el alquiler, el pan, la leche o el recibo del agua que se pagan en tiempo, para mantenerles en su escasead y privarles de libertad.

La genialidad de esta obra maestra del pensamiento inverso, radica en hacer evidente lo evidente: que si os pagan vuestro tiempo con dinero…¡el dinero es tiempo! Y si anidas escasos de dinero, estáis escasos de tiempo. Cuanto más dinero tienes, de más tiempo dispones para disfrutar de tus hijos, cuidar de tus padres, jugar con tus amigos; Por el contrario, cuanto menos dinero posees, de menos tiempo dispones para vivir, porque has de trabajar de Sol a Sol para poder pagar al contado sin mayor crédito que lo que eres capaz de llevar en el bolsillo. Al trabajar para otros, les entregáis lo único que poseéis de verdad: el tiempo de vuestra irrepetible existencia; A cambio, os dan unas monedas metálicas, en papel o plástico cuyo valor adquisitivo fluctúa al antojo de quienes lo pagan, de modo que, hoy debes meter dos jornadas de trabajo, para adquirir lo que hasta ayer sólo te costaba una.

La película “In Time” no podía haber llegado en mejor momento para que la ciudadanía tome conciencia de lo que ocurre en esta crisis y sobre todo, nota de las acciones justas y perfectas que realiza la pareja protagonista, fiel calco iconográfico de los cabecillas de la Banda Bader Mainhof.

Real modelo educativo

Leo con estupor, que la Casa Real, hace ya algunos años, aconsejó al Duque de Palma abandonar el Instituto Nóos, recomendándole que optara por buscar una actividad profesional por cuenta ajena, a ser posible fuera de España.

Dado que la noticia ha sido publicada, grosso modo, en todos los medios de comunicación, cual consigna, no estaría muy equivocado sospechar que procediera su dictado directamente de la más alta instancia oficial, al objeto de atajar la creciente indignación popular porque en la Casa Real nadie hubiera puesto celo en que cosas como las que se están sabiendo del “Caso Urdangarín” no tuvieran cabida en su seno, o en su defecto, una vez descubierto el pastel, nadie atajara con diligencia la situación, primero poniéndole freno, para acto seguido, en mor de la justicia, acometer la rápida reparación material y moral de los daños ocasionados a terceros. Al menos, eso es lo que se espera de todo buen padre de familia que busca educar a sus hijos en la virtud.

Evidentemente, la idea de este comunicado consiste en generar la sensación de que, por parte de la Corona, se hizo cuanto estaba en su mano, dejando deslizar esa feliz ocurrencia de si “Primos hermanos, parientes lejanos” que vamos a decir de un yerno. Y debo confesar que el contenido del texto rezuma una sinceridad abrumadora, que pasma a cuantos la leemos detenidamente, pues de sus líneas uno deduce sin ambages, cómo se llevan las cosas de Palacio, cuando hay prisa.

Igual estoy en un error, pero de lo aireado en prensa, yo entiendo que en el mismo instante en que el Jefe del Estado tuvo noticia de los turbios negocios de su pariente, lejos de preocuparse por conocer la verdad del asunto velando por el modo de corregir sus desmanes, lo primero que sugirió fue ¡Sal de ahí antes de que te pillen! Y ¡Pon pies en polvorosa antes de que te echen el guante! Nada de ¿Cuánto has robado? ¿A quién? Mañana mismo vas a acompañarme a devolverlo y si te lo has gastado, aquí tienes de lo mío para reembolsarlo de inmediato y ya arreglaremos tu y yo cuentas luego…

Imaginen ustedes que su hijo, un buen día, entrara por la puerta con una videoconsola de 150 euros en la mano y con un Ipad en la otra de no menos de 300 euros: ¿no le preguntarían, de dónde has sacado esto? ¿te lo han dado, quién, a cambio de qué? ¿Te lo has encontrado cuándo, cómo?…¿No continuarían ustedes el interrogatorio hasta esclarecer el asunto, aunque ello supusiera probar la vergüenza de descubrir que su retoño es un ratero en ciernes dedicado a registrar las mochilas de otros niños en la biblioteca del barrio? ¿No le trabajarían pedagógicamente la cara para que sintiera la diferencia metodológica de lo que está bien de lo que está mal? ¿No acudirían derechitos a su habitación para registrar sus escondites habituales en busca de otros fraudulentos botines con urgente ánimo de hacer un exhaustivo balance de a cuánto asciende la fechoría y número de afectados? Y finalmente ¿No le llevarían de las orejas con todo el alijo incautado a la biblioteca para ver el modo de restituirlo a sus legítimos dueños? ¡Claro que sí! Ustedes, han sido educados en la honestidad, el respeto a la Ley, el Bien común, el Interés General y todas esas cosas retribuidas en la otra vida con un gran patrimonio espiritual. Pero por lo que se ve, la Casa Real, no sólo está al margen de la Constitución legal, según parece también lo está de la ética de la plebe.

De cundir el ejemplo divulgado, de ahora en adelante, ante el caso descrito en el párrafo precedente, lo suyo sería decirle al niño: ¡Bueno! Saca inmediatamente todo esto de casa; deshazte de ello cambiándolo en el rastro; No vayas más por esa biblioteca; Y te recomiendo trabajar de modo más profesional lejos de casa, en alguna biblioteca del extrarradio. Pero no te preocupes: hasta que no se descubra, puedes contar con nosotros para todo.

Por lo demás, sólo debo añadir que lo de “trabajar fuera de España”, me parece acertado para aliviar las maltrechas arcas públicas del país, aunque lo de “por cuenta a ajena” sea una redundancia.