Y un agujerito para verlo

 

El pasado Miércoles, Ruiz-Gallardón anunció durante un encuentro sobre Seguridad municipal, que pedirá al PP llevar en su programa una ley que permita a la policía retirar de las vías públicas a los sin techo, aún contra su voluntad – al modo en que lo haría una grúa con un coche mal aparcado – siempre que los ayuntamientos tengan los servicios sociales necesarios para atenderlos debidamente, como es el caso de la capital donde en su opinión «Todo aquel que duerme en la calle, es por su voluntad y no por necesidad»

No dudo de la buena Fe del particular Groucho Marx de la escena política española, seguramente fundamentada en el castizo dicho labrado en los versos del poeta del Siglo de Oro Luis Quiñones de Benavente que decían “ El invierno y el verano/ En Madrid sólo son buenos/ De la cuna a Madrid / Y de Madrid al cielo” que hicieron fortuna allá por el XVIII tras las mejoras impulsadas bajo el reinado de Carlos III. Mas, conviene recordarle a tan bienintencionado alcalde, que el dicho popular continua con un melancólico “Y desde el cielo…un agujerito para verlo” Y ¿qué es lo que se ve desde tan privilegiada posición?

Lo primero que se observa, es una palmaria hipocresía sociopolítica, porque la necesidad de esta pobre gente es mucha y la voluntad institucional para mitigarla poca o nula, dado que su desorganización no les permite presentarse como un lobby de esos que va pidiendo por los despachos del congreso recibiendo la limosna en el BOE en forma de subvenciones y contratos millonarios. El sistema económico del ¡Sálvese quien pueda! cuyo lema de auxilio consiste en ¡Políticos y corruptos primero! ha conducido a que los felices presupuestos del famoso Estado del Bienestar que pretendían huir de la denostada caridad cristiana que a decir de los nuevos solidarios degradaba a quien la recibía sin elevar a quien la daba, practicada durante milenios por la vilipendiada Iglesia Católica, ahora relegada en su tarea por las Oenegés creadas a imagen y semejanza de los Partidos políticos, exentas de divina trascendencia evangélica volcadas en la inmanencia repentina de su humanidad, demasiado humana que diría Nietzsche, parece agotada cuando sólo hay lo que queda después de las llevadas y derivadas de su aséptica y desinteresada cooperación, de modo que, aumentada con la crisis la demanda de sus servicios sociales, estos aparecen del todo desbordados en la práctica, aunque cuadren los números en las concejalías.

Lo segundo que se percibe, es que hace tiempo que se persigue esconder el resultado obtenido de una sociedad que apostó alegremente por lo que se conoce como de dos tercios, consistente en que pese a lo que algunos puedan pensar, dos tercios de la población vivan cómodamente por encima de la media, mientras el tercio restante equilibre la media como pueda. Pero evidentemente, ello comporta problemas, siendo el más acuciante el de la seguridad de quienes empiezan a sentirse atosigados primero por miradas hambrientas, manos que se extienden a su paso, gente que se le acerca para que comparta por la fuerza su móvil, bolso, cartera… y después, entrando en casa, atracando a punta de pistola en cada esquina y extendiéndose el secuestro Express, que obligará a esos dos tercios a disfrutar de su confort dentro de una jaula de oro, con rejas en las ventanas, a circular en coche blindado con las ventanas levantadas sin parar en los semáforos, olvidarse de salir de compras de tienda en tienda, enviando a los niños a una escuela con seguridad privada…de ahí que el tema haya aflorado en una reunión sobre seguridad y no sobre obras públicas que es en lo que más parece ocupado el alcalde de Madrid, porque aquello de trabajar antes de pedir y pedir antes de robar, estaba muy bien, cuando había trabajo para todos, pero ya no son pocos a quienes le da lo mismo ir a la cárcel, al hospital e incluso al cementerio, si al arriesgarse no tienen nada que perder y mucho que ganar.

Por último, lo tercero que se observa, es que la calle, hace tiempo que no es de todos: es de ¡La Coca Cola! y de cuantos pueden pagar vayas publicitarias, luminosos en azoteas, grandes letreros en las aceras; de cuantos viajan en automóvil a todas partes para quienes se les reservan inmensos espacios donde aparcar y circular contaminándolo todo; de quienes acaparan todos los bajos de nuestros edificios, a saber, bancos, cajas, seguros, sin lugares de recreo para los jóvenes…Lo que queda al ciudadano son las vías imprescindibles para ir a trabajar y consumir, sin el menor resquicio para el ocio, el descanso, la conversación entre amigos y vecinos, etc, cosa que sólo puede hacerse previo pago en algún local ex profeso para ello o en tu nicho hipotecado viendo la tele para que comulgues con este modelo de vida que se nos ha impuesto. Por ello molesta tanto que esta escoria social que no tiene donde caerse muerta, hagan de la calle su hogar paseando por las aceras arriba y abajo como lo harían por el salón de su casa, desayunando, comiendo y cenando en los bancos de los parques, y durmiendo cobijados en un cajero automático o sobre unos cartones frente al Exmo. Ayto a la luz de las farolas.

¡Peligro! Aditivos alimentarios

 

Al margen de lo que haya podido leer en los Evangelios sobre si para Jesús es malo lo que entra o sale de la boca del hombre, seguramente usted habrá oído hablar en más de una ocasión del envenenamiento colectivo al que los ciudadanos estamos siendo sometidos primero, por medio de los productos químicos que como los fertilizantes o insecticidas en el caso de verduras y frutas, o de hormonas y piensos transgénicos en el caso de animales son usados en la agricultura y ganadería al objeto de aumentar sobre todo su beneficio, y segundo, por medio de la cantidad ingente de aditivos que la industria alimentaria añade a los anteriores para prolongar su tiempo de conservación como los conservantes, potenciar su sabor como saborizantes, resaltar su aspecto como los colorantes, aumentar su dulzura como los edulcorantes, etc. Pero convencido estoy de que, nada de lo que haya podido escuchar a un vecino en el bar, a su buena madre durante la infancia, si quiera a lo expuesto por un entendido en la materia durante una inusual aparición pública del todo contraproducente para los intereses publicitarios del medio que se hubiere atrevido a darle el menor pábulo, habrá sido suficiente para modificar sus hábitos de adquirir tal o cual marca en el supermercado, más que nada, por la cómoda trágica confianza que todos tenemos en una institución que como el Ministerio de Salud, suponemos vela por nuestra seguridad, de modo que damos por descontado que, si un determinado producto está a la venta en las tiendas de alimentación, es porque, además de sano, cuenta con todas las garantías sanitarias y no nos puede hacer ningún daño su consumo…¡Para que luego digan que hay crisis de Fe!

Yo mismo me he pillado en más de una ocasión comiendo esas ricas gominolas de colores en el convencimiento de que si se las venden a los niños de siete, cinco y hasta tres años, a mi no me pueden hacer ningún mal. Mas, con todo, siempre me queda la desconfianza de que algo tan dulce y sabroso si no es pecado para la Santa Madre Iglesia, al menos, debería estar prohibido, aunque es difícil de relacionar su ingesta con los cánceres de colon, estómago y esófago que ya se ocupan todos ellos, industrias del ramo petroquímico, agroalimentarias y miembros criminales del Ministerio, de extender su consumo entre toda la población y colocar el veneno por todas partes, para que sea tarea imposible relacionar la epidemia con un factor en concreto.

Gracias a la determinación de Corinne Gouget quien ha dedicado una década de su vida, ahora recogida en la obra homónima que bautiza estas líneas, a la investigación de los distintos aditivos cuyos nombres misteriosos aparecidos en letra canija en las etiquetas nada dicen de su nocividad para el cuerpo humano, hecho de por si ya sospechoso de albergar mayor motivo de preocupación que firmar un seguro de vida con el BBVA, ahora cualquiera podrá saber con todo lujo de detalles, lo que se lleva a la boca y lo que da de comer a sus pequeños. Cosa que está muy bien para cuantos buscan comer sano, pero que nos hace la Pascua a quienes deseamos continuar echándole la culpa de todo a los organismos oficiales, pues, si nosotros mismos somos incapaces de molestarnos en supervisar algo tan elemental como el buen estado de los alimentos, qué vamos a poderle recriminar a terceros cuyos intereses son contrarios a los nuestros.

A uno se le revuelven las tripas con sólo pensar que hay gente capaz de envenenar a los bebes con los potitos, a los niños con las chocolatinas, a los adolescentes con los refrescos, a los adultos con los embutidos y pre-cocinados y a los mayores con el laterio, con tal de lucrarse, sin importarles que sus semejantes desarrollen toda clase de patologías. Y que Dios me perdone por lo que voy a decir – no sin antes condenar once mil ciento once veces a ETA que tanto daño ha hecho a la clase trabajadora – pero me gustaría hacerles probar de su propia medicina al modo en como los partos le dieron de beber oro fundido a Craso.

Curriculum pauperis

Con la persistencia de la crisis, hasta los medios de desinformación se han hecho eco de un fenómeno bien conocido por los jóvenes que buscan empleo, bautizado como Curriculum Pauperis, consistente en bajar el perfil de su preparación para poder sobrevivir accediendo a empleos muy inferiores a la cualificación adquirida por el aspirante, pongamos por caso, para hacerse con el puesto de repartidor de supermercado, cuando sus méritos académicos bien podrían hacerle acreedor de una cátedra universitaria, pues resulta muy difícil dar órdenes a un subordinado de inteligencia superior, a no ser que, como sucede habitualmente el subordinado se haga el tonto, mientras al jefe le convenga.

Y tiene gracia que sean precisamente los pobres, hijos de aquellos otros pobres que esperaban que su descendencia escapara de la pobreza por medio de su sacrificio en aras de su formación, quienes de motu proprio asuman de nuevo la natural condición que sus progenitores deseaban dejar atrás, aceptando la traumática experiencia de que, en nuestra sociedad, la pobreza es hereditaria y resulta de mal gusto renegar de los tuyos colgando del ego pretenciosos títulos que para las clases superiores no son otra cosa que papel higiénico enmarcado, cuando se trata de preservar a su descendencia los mejores lugares de la sociedad, cuáles son, aquellos en los que el disimulo es más llevadero y puede evitar en mayor medida el trabajar con las manos, la responsabilidad directa o incluso la más mínima turbación del espíritu noble y elevado de cuantos estamos llamados a gozar de la existencia en nombre del resto de la humanidad, para podéroslo contar en forma de música, poesía, películas, cuando no daros lecciones desde la superioridad moral o recomendaciones económicas para que conduzcáis vuestras insignificantes vidas por la senda del éxito por nosotros recorrida.

La gente que tiene su dinero en el banco, o sea, la pobre gente, a la luz de la sádica descripción zapateril, son personas confiadas que creen a pies juntillas cuanto se les dice, de modo que, siempre ha sido sencillo apaciguar a las masas bien con promesas políticas, bien con esperanzas religiosas que les permite invertir sus instintos de supervivencia, sucumbiendo a la Pedagogía Negra de Miller con sus consiguientes fatales resultados, interiorizando el mal que les acaece por su bien, como merecido castigo por una culpa primigenia con la que cargan desde su más tierna infancia, a saber: la de no haber hecho lo suficiente para igualarse a quienes desde lo más alto de la pirámide social, ahora le ordenan y mandan cuánto, cómo, cuándo y dónde tiene que hacer, al modo en como se trata a los niños pequeños o a los esclavos.

La Fe en los superiores es un rasgo sintomático de los pobres que permanecen como tales mientras participan de la misma, no siendo sencillo escapar de dicho círculo vicioso por cuanto la debilidad mental que propicia el estado de creencia, es debido a sus malas condiciones de vida y sobre todo alimentarias; Con todo, por mucho que sea su pobreza, el pobre no es tonto del todo y tiene la inteligencia suficiente para sufrir su cochina existencia que dependiendo de la Coca Trola que tome y las hamburguesas que ingiera, la achacará en el peor de los casos a la mala fortuna que rápidamente intentará sortear por medio de la lotería o el Horóscopo y en el mejor de ellos o lo que es lo mismo, que lleve una vida sana, a la famosa injusticia social, cosa que creerá poder corregir por medio de la democracia, que no sé si es para echarse a reír o llorar…En cualquier caso, fue esta Fe, la que le llevó en su día a interpretar la realidad social del siguiente modo: Los ricos y poderosos, lo son, porque han trabajado mucho antes, se han sacrificado duramente, han ahorrado y ahora recogen los frutos de su buena conducta y de su virtud. Sus hijos dirigen las empresas porque son propiedad de sus padres y ocupan los mejores puestos porque han podido estudiar una carrera…

Así, con la fábula de la cigarra y la hormiga sembrada en su cerebro desde la escuela – que para algo está – el pobre dio por buena la injusta situación histórica que personalmente le había tocado vivir y mirando más al futuro que le prometía esperanza, que al pasado que le habría evitado inútiles fatigas, se lanzó a emular a quienes él consideraba superiores con la ingenua idea de que con su trabajo, esfuerzo y privación, podría procurar a su prole el sublimado nivel educativo al que se asignaba la función de llave maestra que daba acceso al siguiente escalón social sin percatarse del techo de cristal que separa a la chusma de la élite. Mientras sucedió que la tecnología permitiera sustituir la espalda al Sol por el buzo azul, aquel por el cuello blanco y éste por el traje gris con maletín, digamos que el pobre llegaría a la Tierra Prometida, mas como a Moisés, a la mayoría de sus nietos les ha tocado verla de lejos, después de haber estudiado una carrera, aprender el puto inglés en EEUU, sacarse un Master en telecomunicaciones, saber informática, ofimática, disponer de coche propio, estar soltero, con certificado de haberse hecho la ligadura de trompas o vasectomía y estar dispuesto a ir a la Chinchapapa con tal de poder trabajar como un esclavo, que es para lo que siempre había nacido.

Business are business

El pasado Miércoles, nuestros representantes europeos, comprensiblemente han votado en contra de medidas simbólicas de austeridad como la de congelarse el sueldo o la de renunciar a viajar en clase Business, incómodas propuestas realizadas por el grupo de Izquierda Unitaria Europea y los Verdes, quienes buscaban introducir reformas cosméticas que mejorasen su denostada imagen.
Resulta que el Parlamento Europeo, permite elegir a sus señorías en qué clase viajar haciéndose cargo de los gastos previa entrega de los billetes, cosa que les puede parecer más propio de la casa de Tócame Roque, que de una institución internacional. Mas aunque no se lo crean, ello supuso un avance en su momento, dado que anteriormente, el Estatuto del Diputado establecía que se les pagara una cantidad calculada para los billetes de avión de ida y vuelta en clase Business, por lo que la gran mayoría viajaba en Turista para embolsarse la diferencia.
De los cincuenta diputados españoles, solo cuatro votaron a favor de las medidas de austeridad señaladas, uno del PP, CiU, ERC e Iniciativa, sin que se tenga muy claro que no se hayan confundido al pulsar el botón…se abstuvieron uno del PNV y otro del PSOE, mientras que el resto los 19 del PSOE, los 17 del PP y uno de UPyD lo hicieron en contra, seguramente por que como ha dicho un portavoz del PSOE no sabían muy bien lo que estaban votando y en breve corregirán el voto, pero no del todo: se abstendrán de congelarse el sueldo y de viajar en clase Turista.
Ahora bien, tal y como están las cosas por el Euro-Parlamento, donde el que no comete absentismo laboral permanente, cobra dietas con sólo acudir el viernes como la nietísima del PSOE o hace tratos millonarios con grupos de presión para sacar tal o cual ley como el navarro del PP, casi casi, prefiero que declaren ir por Business que de Turistas, pues dados los antecedentes, no me extrañaría nada que se acogieran a la Pensión Completa, al Todo Incluido y pretendieran que corriéramos con los gastos de sus niños gratis, máxime si tenemos en cuenta que la factura de su hotel es de doce estrellas.

Sadismo judicial

El pasado 2010 nos enteramos que en la España intramuros hay un sexagenario que cumple condena desde 1976 sin haber cometido delitos de sangre, toda vez, gente sin piedad y sin vergüenza le denegó por un tecnicismo refundirle todas sus penas anteriores para que como argumenta su letrado Félix Ángel Martín, pueda salir a la calle que es donde debería estar desde 1994.
Esta semana, casi un año más tarde, hemos sabido que el Tribunal Supremo ha anulado el auto de la Audiencia Provincial de Granada que rechazó la solicitud de Miguel Francisco Montes, pero, aunque estima el recurso de la defensa, su sentencia no supone la salida de prisión del interno, pues no ha podido pronunciarse sobre la refundición de sus condenas. En su defecto, ha ordenado a la Audiencia Provincial de Granada que dicte un nuevo auto, más claro y completo, que «cumpla las normas esenciales del procedimiento» y «en el que se hagan constar todos los datos o elementos precisos» para resolver el recurso.
Sin entrar a valorar nuestro sistema penitenciario que debe ser de lo mejorcito que hay, dado que lejos de entrar en crisis, cada vez va a más, más presupuesto, más cárceles, más población reclusa…y sin cuestionarme la moralidad que subyace en una legislación como la nuestra que permite la impunidad y prescripción de los mayores delitos contra la entera sociedad, cuáles son, los económicos y de corrupción, mientras pobres infelices cuya suma de faltas no da ni para pagar las gafas negras de Fabra, pasen media vida entre rejas, creo que el caso de este pobre hombre que lleva más de treinta y cinco años en prisión, por acumulación de condenas debidas a sus intentos de fuga, habiendo empezado todo por un hurto en un kiosco cuando tenía la terrible edad de dieciséis, clama al cielo.
Y es que, más allá del juego sadomasoquista de carácter lúdico-sexual que cada cual haya practicado o fantaseado, es un hecho que en todas y cada una de las relaciones sociales que puedan establecerse, sean de pareja, de amistad, laborales o institucionales, puede reproducirse consciente o inconscientemente, en mayor o menor grado, situaciones en las que ciertas personas disfruten haciendo daño a sus semejantes, generalmente en aquellas donde se da una posición de poder o dependencia, como pudiera ser aquella que hay entre un enfermo y sus médicos en un hospital denominado sadismo médico consistente en hacer pasar al paciente por tratamientos innecesarios, entre un alumno y el claustro de profesores conocido como sadismo académico que se traduce en hacer repetir curso a una persona por una sola asignatura por una sola décima del examen final, o el que puede darse entre un sacerdote y su obispo que es reconocido como sadismo eclesial, cuando el segundo en virtud del voto de obediencia le ordena dejar de escribir, de dar clase, etc. En todos ellos la parte débil es sometida al tormento de su superior o de quien depende, por hallarse del todo indefenso ante su actuación; Cuando el caso es probado, pasa a denominarse abuso de poder como puede ocurrir con un mando militar con su subordinado y si se demuestra que no hay base legal para una actuación, entonces suele definirse como acoso como sucede con los jefes que buscan hacerle la vida imposible a su empleado. Y no me cabe duda que en toda esta terrible historia personal de nuestro particular Conde de Montecristo, de nuestro Nelson Mandela, hay algunas mentes oscuras sádicas que la gozan y se estarán cascando buenas pajas bajo la toga, con sólo saber lo que debe estar sufriendo Miguel Francisco quien todavía confiaba con poder vivir su vejez en libertad, sadismo judicial consentido por el Consejo de Ministros que para solicitar los indultos de los mayores criminales bancarios del país, bien que interviene de oficio.