El mejor anticonceptivo

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Que el mejor anticonceptivo es la abstinencia, lo saben hasta en el Vaticano. Pero metidos en faena, que es de lo que se trata cuando se habla de la santísima contracepción, no creo yo que la naturaleza sepa de abstinencias más de lo que demuestra saber…En esta tesitura, son varios los postulantes al glorioso título social de “Mejor anticonceptivo” pues es mucho el negocio que está en juego por activa y por pasiva, por efecto y por defecto, como para dejarlo vacante o al libre albedrío de la moda.

Si se emplea la mera lógica y el sentido común, podría creerse que vivir en la pobreza y padecer la miseria, trabajando de sol a sol, rodeado de inmundicia, sin electricidad ni agua potable, ni las más mínimas condiciones de higiene y seguridad, azotado de continuo por devastadoras inclemencias meteorológicas, catástrofes naturales y humanas, y las más imaginativas desgracias habidas y por haber…sería suficiente para disuadir a cualquiera de traer nuevos desgraciados al mundo. Pero la realidad de los hechos, desmiente el razonamiento, y mi antropólogo de cabeza Marvin Harris lo explica haciéndonos caer en la cuenta, que en las zonas subdesarrolladas, las familias pobres, contemplan la crianza como una garantía de futuro, dado que a diferencia de Occidente, el hijo es productivo y fuente de recursos desde los cinco años, hasta que se casa con el permiso paterno que no aviene, hasta ver satisfechas sus expectativas a ese respecto.

Para cuantos tienen a la Naturaleza por madre en lugar de madrastra y son amantes de los juegos de azar, apuestas, loterías, casinos, y garitos clandestinos en los que arriesgar la vida a la ruleta rusa, nada mejor que confiar en el “Método Ogino” y recomendarán su ciencia y experiencia a parientes y allegados, ocultándoles los caprichos de la naturaleza, sus irregularidades, sus excepciones, sus sorpresas, cuya presencia tan cara es a la Iglesia que las suele denominar “Milagros” para referirse a ellas. Por no hablar de la consabida debilidad humana, de continuo tentada por el Diablo.

Mas quienes se entregan al frenesí científico-técnico de la industria farmacéutica, y delegan su humana responsabilidad a preservativos, diafragmas, parches hormonales y pildoritas, habrían de tener presente que esa misma industria se lucra también con la venta de potitos, papillas y pañales, por lo que atendiendo al libro rojo de Mao, no tendrán demasiado interés en que el asunto funcione demasiado, aunque a decir verdad, también ella confía en la irresponsabilidad del usuario, en su desinformación, y sobre todo en sus prejuicios.

Durante el periodo Hippie muchos creyeron identificar en la televisión el mejor anticonceptivo, cosa que contradecía su papel de divino mediador matrimonial conformando un curioso triángulo afectivo de amor-odio-expectación, pero el famoso apagón de Nueva York del 68 que coincidió con el “Baby Boom” parecía zanjar la cuestión a su favor. La hipótesis entró en crisis, tan pronto como nos llegaron imágenes de familias numerosas hacinadas en paupérrimas favelas reunidas junto al televisor en color, conectado por cables escondidos bajo los colchones con la antena parabólica que asomaba orgullosa en el tejado de Uralita.

Finalmente, después de mucho investigar, los sociólogos y demás ramas ociosas de las ciencias humanas, creen haber hallado la respuesta adecuada a la cuestión planteada y que parece esquiva. Los últimos estudios apuntan al extremo precisamente opuesto al que encabeza la lista de fallidas conclusiones aquí señaladas, propugnando que es la exuberante riqueza Occidental y el egoísmo que engendra, la que mejor detrae a nuestra juventud de ejercer como debe en sus obligaciones en cuanto especie, dado que la misma satisface todas sus necesidades vitales de salud, alimento, vivienda y vestimenta, colma con creces sus aspiraciones secundarias de placer, libertad y seguridad, y favorece su desarrollo cultural, de recreo y ocio como nunca antes se había visto, y por consiguiente, nada les anima a complicarse la existencia trayendo alguien al mundo que pudiera arrebatarles tanta felicidad heredada de sus progenitores. Bastaría estar al tanto de cómo les va a las familias adscritas a las enseñanzas del Opus Dei, o atender al crecimiento de la Borboneidad, para hacer trizas tanta charlatanería académica subvencionada por el Estado del Bienestar…es un decir.

En mi opinión, el mejor anticonceptivo es la diabólica combinación consistente en una cómoda riqueza disfrutada en la casa paterna, junto a la imposibilidad práctica de independizarte por la falta de trabajo, y el especulativo valor de las hipotecas. La prueba la tenemos en la pronta deceleración de la natalidad de los inmigrantes tan pronto su segunda generación echa raíces en el hogar, para entonces no hay costumbres culturales, pobreza, o televisión que valga. Así de sencillo es.

Sobre el harén divino

La semana pasada tuve conocimiento de la creación en Lerma de una nueva Orden femenina en el seno de la Santa Madre Iglesia, asunto que me turbó un poco; Pero más me turbó comprobar en las fotografías con que Google ilustraba la noticia que muchas de las novicias pertenecientes a la nueva Congregación eran jóvenes guapas y a decir del periodista, cultas e inteligentes, cosa que me produjo un hondo pesar, pues si bien como católico que soy, debo mostrarme de acuerdo con la práctica del celibato y castidad exigido a los sacerdotes y monjes, estrategia institucional que me parece excelente para preservar el mensaje cristiano, me resisto como macho de la especie a aceptar que la Iglesia aparte del mundo a chicas y mujeres hechas para gozar la vida no al modo en como el piadoso Rafael Sanzio pintara “Las Gracias” sino con el brío dado por los pinceles de Rubens, de modo que si una joven está dotada de la Gracia de la inteligencia, la alegría o la belleza, si Dios es realmente bueno, no haría nada por despertar en ellas deseos distintos que contravengan su naturaleza y si en cambio, daría muestras de su benevolencia para con la Creación, llamando sólo a aquellas féminas que carecieran de al menos una de dichas cualidades, de modo que, a las pobres desgraciadas que llegaran a los conventos se les concedería a modo de consolación una cuarta Gracia Divina, a saber: la Fe, que las llenaría de felicidad y al resto de nosotros de dicha.
Porque la actual práctica proselitista convocando arbitrariamente a toda joven a la vida monástica, la juzgo de una parte incoherente con el Magisterio y de otra un abuso, no se si por parte de la Iglesia o de Dios. Me explico: Me parece incoherente porque según el mismo Vaticano, Jesús sólo quería la compañía de hombres, argumento este que se esgrime para relegar a las mujeres a tareas de limpieza en los templos e impedirles su acceso al sacerdocio; Y un abuso, porque mientras para nosotras, las mundanas creaturas carnales sufrientes y tentadas se nos condena al aburrimiento del matrimonio monógamo, resulta que a Nuestro señor Jesucristo, la Iglesia le preserva un harén que para sí quisiera el fundador de Play Boy, con miles de jovencitas castas y vírgenes deseosas de casarse con él y vivir juntas de por vida en el Divino Harén, que no otra cosa son los conventos de monjas.

Los ricos viven más. Lo dice un estudio

Según un estudio del CIES de Lisboa, dirigido por Ricardo Altunes, las personas con mayor poder adquisitivo de las sociedades avanzadas, gozan de una esperanza de vida más prolongada respecto a quienes viven en la miseria o en el umbral de la pobreza; Concretamente, de media viven una década más. Para llegar a esta conclusión, los investigadores, aparte de cuantiosas subvenciones europeas pagadas gracias al IVA, han requerido la colaboración de todos los hospitales públicos lusos al objeto de poder contrastar los datos de más de 2.000 historiales clínicos de la generación nacida entre 1920 y 1930.

No sé a ustedes, pero a mi, estudios como el referido me parecen del todo superfluos y hasta peligrosos, pues si las encuestas tan publicitadas por los medios en lugar de recoger la opinión popular, buscan precisamente influenciarla, estas publicaciones no hacen sino confirmar empíricamente la evidencia experiencial del sujeto, cosa que sería de agradecer si a cambio no se pagara el tributo de que mientras la experiencia vital de muchos no puede revocarse por la afortunada excepción de pocos, no así sucede con las investigaciones científicas, de modo que, tarde o temprano, cualquier otro estudio bien patrocinado, puede mantener lo contrario y ya sabemos que mientras la mentira vuela, la verdad se arrastra, siendo las más de las veces que la ensoñación cuenta con una corte de padrinos mientras la ingrata realidad es huérfana, ocurriendo entonces que la verdad padece, aunque no parece.

Como botón de muestra de cuanto les comento, bastará atender a la información difundida por todos los medios europeos; Entre el batiburrillo de la jerigonza científica, el estudio viene a descubrir que las clases altas velan más por una alimentación sana, se preocupan por su salud, tiene hábitos más sanos y moderan más el consumo de tabaco e ingesta de bebidas alcohólicas, motivos estos entre otros, que contribuyen a incrementar considerablemente su longevidad, en comparación con las clases bajas de la sociedad…Y yo que pensaba que ello era debido a que su alimentación era mejor porque pueden adquirir productos sin contaminar, como hortalizas sin fertilizantes, carne sin hormonas, aceite de oliva virgen, pescado sin mercurio, beber agua mineral, zumos naturales en vez de Coca Cola…a que su salud era mejor porque podían pagarse mejores médicos, operarse cuando es preciso sin pasar listas de espera, tener los tratamientos más avanzados, tiempo y dinero para realizarse chequeos periódicos y coger las enfermedades en sus primeras fases…a que viven en lugares saludables, rodeados de vegetación, sin ruidos ni contaminación, sin tráfico, con espacios limpios y amplios donde circula el aire…a que se mueven en automóviles de alta gama de esos que de estrellare a 200km/ sales ileso mientras los hijos de obrero circulan en ataúdes de hojalata donde fallecen los cuatro ocupantes del utilitario yendo a 40Km/hora por chocar contra una farola… y sobre todo porque disimulan en actividades poco nocivas mientras otros trabajan en la mina, en contacto con basura, amianto, todo el día en la carretera…¡Qué cosas tiene la Sociología!

Les auguro que el mencionado Organismo como su autor, dentro de poco anunciarán otra investigación que demuestra que los ricos son más guapos y felices debido a que saben afrontar la vida tal y como les viene dada, aunque de vez en cuando, también lloren.

Ejecutivos / Ejecutados

Durante la carrera de Teología, mientras alcanzaba a comprender la diferencia oficial que había entre curas y monjes, acerté a distinguirles en función de si usaban o no automóvil. Más difícil se me antoja en cambio, averiguar a simple vista de entre tanto oficinista o trabajadores de cuello blanco, quienes de entre ellos lucen traje y cuales soportan el trajín, porque de igual manera que estar sujeto a una nómina no le da derecho a uno a adscribirse a la clase trabajadora, tampoco el lucir corbata le permite ser considerado un ejecutivo. Y a propósito de ejecutivos, siempre me ha intrigado conocer el origen de esta denominación.

Seguramente, la acepción de “ejecutivo” fue la concreción lógica derivada que se le aplicó a toda persona miembro de una “ejecutiva” entendida la misma como Junta Directiva de una Corporación, Sociedad o Gobierno. Su etimología latina remite a los infinitivos de “consumar o cumplir” si bien, para la RAE “Ejecutar” tiene varias otras acepciones entre las que destacan emprender una obra, ajusticiar y dar muerte a un condenado, reclamar y cobrar una deuda por vía judicial, y por último, interpretar con arte y estilo una pieza musical. Sin embargo, a estos se les conoce mejor por “Directivos” y en consecuencia, no debe ser este el motivo auténtico de su designación como “ejecutivos”
Como quiera que en nuestra sociedad todos disimulemos de continuo escurriendo el bulto desde que nacemos hasta que morimos para evitarnos tener que trabajar con las manos, se me antoja harto complejo que digamos ejecutivos a aquellos a los que difícilmente vemos currar en algo que no sean desayunos y comidas de trabajo, a caso en su defensa podría aludirse portar el maletín, porque a quienes emprenden obras, pero las obras de verdad, no las caritativas, les decimos obreros o en el mejor de los casos operarios, aunque también es cierto, que a los que operan de verdad, les llamamos cirujanos.
En cualquier caso, como que no les pega ser miembros de una orquesta y en consecuencia sólo me queda pensar en ellos como ejecutivos verdugos y gente que manda ejecutar, sentido que ya se aproxima más a lo que tienen por costumbre hacer, pues es función de un ejecutivo reducir plantilla, abaratar la mano de obra, perseguir la acción sindical, flexibilizar la jornada, abrir expedientes de regulación de empleo, negociar los convenios a la baja, estudiar la ingeniería financiera que les permita defraudar a hacienda, proclamar la suspensión de pagos, declarar insolvente a la empresa y hasta llevarla a la quiebra si hiciera falta, con tal de cobrar una nómina desorbitada todos los meses, mientras dure.

Tomando conciencia entonces de que el “ejecutivo” es el que ejecuta, su correlativo es un “ejecutado” o “ejecutable” que aunque en ocasiones puede ser otro ejecutivo – generalmente a manos de un “alto ejecutivo” – lo normal es que sea un trabajador sobre el que pesa la condena de trabajar para otros, pagar impuestos, comprar más caro lo que el mismo produce y encima sufrir las consecuencias de su ejecución.
En esta coyuntura socioeconómica, soy incapaz de entender porqué con tanto ejecutivo y tanto ejecutado como hay, todavía los ciudadanos honrados seamos reacios a la aplicación de Pena de Muerte por motivos económicos y corrupción política como hacen en Corea del Norte, castigo que sólo podrían sufrir aquellos que más se lucran con esta brutal e indigna división sociolaboral que nos han impuesto los sucesivos ejecutivos democráticos, las sucesivas ejecutivas políticas y los ejecutivos de los bancos.

Malos hábitos culinarios: Pimientos y mayonesa

Cuando no había neveras, ni cámaras frigoríficas para preservar los alimentos en su estado óptimo, acudieron en nuestro auxilio, salsas, rebozados, empanados y especias varias, traídas de tierras lejanas al único efecto de disfrazar putrefacciones, malos olores e imágenes desprovistas de delicadeza para cualquiera que no huyera la mirada de aquello que se le sirviera a la mesa. Muchas fueron las técnicas como el salazón o almibarado que durante siglos colaboraron para disponer de los productos fuera de temporada o para mantenerlos en condiciones digeribles durante largos periodos de almacenaje en la despensa, hasta la aparición del laterio, el arte de la conserva al vacío y la pasteurización que los dejaron a todos ellos sin función, pero no sin uso, pues para entonces los paladares se habían familiarizado de tal modo a su polizona presencia imprescindible en nuestra cultura gastronómica que, pese a carecer ya de utilidad alguna para las que fueron creadas, llamadas y adoptadas, quedaron como pintoresca y folklórica razón estética del gusto, olvidándose por entero el origen de su mal gusto.
Las elites y clases pudientes pronto desterraron de su cocina toda presencia que delatase un antepasado humilde difícil de rastrear en la heráldica y genealogía familiar pero que por detalles como un sencillo pimiento rojo sobre un buen solomillo podía evidenciar como fraudulento su pretendido nuevo status y elaborado pedigrí, porque, solo a los pobres de solemnidad y gente de mal vivir, se le puede ocurrir semejante fechoría, acostumbrados como han estado siempre a comer carne de ínfima calidad cuyo sabor precisa esconderse bajo fuertes fragancias como el ajo frito, fundidos de queso roquefort, delitos culinarios solo superados por las hamburgueserías Borrikin y Malc Omas, donde la peña más hortera gusta ponerle mayonesa a todo lo que se mueva. En consecuencia, en una sociedad cívica y desarrollada como la nuestra, que farda por el mundo entero de contar con los mejores chef del momento, cabría esperar cuando menos, que en los bares y restaurantes de nuestras ciudades, la costumbre de ponerle mayonesa, y pimiento rojo a todo desapareciese, si no por amor a la buena cocina, al menos por miedo a que su establecimiento coja fama de tener los alimentos en malas condiciones o provenientes de sobras de supermercado, a riesgo de convertirse con el tiempo en un cinco estrellas del comedor social del barrio.
Y no es que yo la tenga tomada con el pimiento rojo o padezca freudiana fobia a la mayonesa. Lo que sucede es que, no soporto que me impongan su presencia a todo momento y sin previo aviso que todo lo pringa, porque empiezo a estar muy harto y un día de estos voy a pagar con un billete de veinte untado en dichas sustancias para ver que tal le sienta al hostelero de turno…Yo comprendo, e incluso alabo, a quienes llevan por montera y galones haberse hecho a si mismos, pero lo cortés, no quita lo valiente, y si uno quiere pertenecer a la clase media o alta de la sociedad, ello no se logra por medio solo del consumo… con sumo cuidado se han de escoger locales y clientelas que ofrezcan y exijan la debida libertad de comer juntos o separados las carnes y sus acompañantes, para evitar equívocos, sospechas, malos pensamientos, y sobre todo rumores, para no continuar con malos hábitos a los que nuestros antepasados llegaron por necesidad, que no por gusto.