Me debo más a mi Conciencia que a mi Palabra.
Categoría: General
Paradoja del Pensamiento. Ocurrencia
Pensamos menos de lo que pensamos.
El argumento de la experiencia política
Yo, sinceramente, no sé a qué obedece el comportamiento de Rajoy, si a la mala educación, a tomarnos por tontos, al más despreocupado pasotismo integral por su imagen histórica, al más absoluto descaro, a la falta de vergüenza, a sentirse divinamente intocable, a un cinismo extremo, a creerse por encima de la ley o al margen de toda moralidad, el caso es, que no hay vez, que no me deje perplejo; ora reprocha a los gobernantes griegos “No se puede engañar a la gente prometiendo cosas que no se pueden cumplir”, él, el mismo que ha traicionado todos y cada uno de sus punto programáticos con los que se granjeó la confianza del electorado (luchar contra la corrupción, disminuir el paro, no tocar las pensiones, bajar el IVA, etc) realidad reconocida con aquella asombrosa sentencia autocomplaciente “Sé que no he cumplido las promesas realizadas a los ciudadanos, pero estoy satisfecho por haber cumplido con mi deber”, ora solicitando en año electoral entrevistas por doquier, él, el mismo que ha puesto de moda las ruedas de prensa sin preguntas, quien aparece ante los periodistas tras una pantalla de plasma, alguien que parece alérgico a los micrófonos, sin tiempo para responder ante la opinión pública, pero muy aficionado a enviar mensajes de ánimo a sus amigos corruptos, él, el presidente más huidizo a conceder una cita a medios de comunicación. Es en este orden de cosas que, al calor del aplauso cortesano y la reverente alabanza fanática de cuantos acuden a los mítines, el pasado Domingo por tierras andaluzas, Don Mariano, se atrevió a esgrimir el manido argumento de la falta de experiencia en alusión directa a los líderes de la joven formación “Ciudadanos” sus más directos competidores electorales, aunque como nunca falta un roto para un descosido, este individuo que no da puntada sin hilo, seguramente también pensara en el fenómeno social “Podemos” de quienes en sus palabras “debemos desconfiar de aquellos que lo prometen todo sin haber nunca gestionado nada”. Y menuda razón tiene el canalla, de no ser canalla el que así lo advierte.
Porque, hay que ser canalla para emplear en política este razonamiento, siendo tan mala su gestión y gobierno. Me explico: El empirismo de autores como Berkeley o Hume, convirtieron la hasta entonces denostada experiencia a manos de la especulación escolástica y de las corrientes epistemológicas innatistas, en la fuente de todo conocimiento, acto de justicia intelectual que tuvo freno en sus excesos gracias a la pertinente cuestión planteada por Kant ¿Qué hace posible la experiencia? y a su célebre respuesta categorial explicada en su Crítica de la Razón Pura. Es así, como hoy reconocemos con distintos acentos que, si bien la naturaleza nos dota con capacidades propias de la especie, la mayoría de estas no se desarrollan solas, siendo preciso ejercitarlas a fin de que se muestren en todo su potencial antes de que se atrofien, por lo que se reconoce en todos los órdenes académicos, empresariales, profesionales, científicos, artísticos, deportivos y por supuesto políticos, que a parte de lo establecido por la determinación genética, de la historia familiar en el desempeño del oficio, de la titulación que se posea, de la pasión o adhesión con que el sujeto se ofrezca para el desempeño de una función, ha de observarse cuál es su experiencia en dicha faceta, pues la misma es un grado muy a tener en cuenta.
Ahora bien, si en una sociedad moderna la falta de experiencia desacredita a priori, pongamos por caso, a un todo un Catedrático en Metafísica para pilotar un Airbus comercial, lo suyo, ciertamente, es exigir este requisito, pero también favorecerlo, porque de lo contrario, de no darse oportunidad a los novatos en la gradual adquisición de dicha experiencia, su exigencia más que tratarse de un prudente requerimiento, se trataría de un corporativista tapón social, toda vez hemos interiorizado que entre los mortales, nadie ha nacido sabiendo y menos aún gobernando.
Ya sólo con lo explicitado se advierte que el reproche político a la falta de experiencia en la gestión de la Cosa Pública adolece de un sólido fundamento de principio, pues conforme a ello, ningún ciudadano que hasta la fecha no tuviera experiencia política estaría en condiciones de proponerse a nada en este ámbito, entrando así en el círculo vicioso sufrido por la juventud desempleada que no accede al mercado de trabajo por falta de experiencia y no tiene experiencia por falta de trabajo…
Pero, Don Mariano, ha hilado fino, y aunque el mensaje subyacente sea el referido, se ha curado en salud magnificando su sentencia por arriba “prometerlo todo” y minimizando por abajo “sin haber gestionado nunca nada”. Armado de esta triquiñuela, parece difícil encontrarle el punto flaco a su afirmación; de hecho, comparto la advertencia de desconfiar de aquellos que pretender arreglarlo todo sin haber nunca gestionado nada. Empero, sucede que esta rotunda afirmación debe atender a su contexto: si la misma es mantenida por un gobernante decente en su gestión, sincero y cercano a los ciudadanos, accesible a los medios de comunicación, rodeado de colaboradores honrados y eficientes, etc, entonces posiblemente, el argumento de la falta de experiencia hallaría un fundamento práctico; pero cuando la ciudadanía ha contemplado con estupor en sus formas y resultados el quehacer cotidiano de cuantos como el Señor Presidente tienen dilatada experiencia en la gestión de la Cosa Pública, sucede que, a estas alturas de la tragedia, estamos persuadidos fatalmente de que no cabe si quiera por su parte acudir al refranero para clamar eso de “más vale lo malo conocido…” porque ¡Peor! ¡No lo puede haber! Y quizá hoy en España la falta de experiencia en política sea mayor garantía de acierto para el electorado que la abundancia de ella.
Regaliz
La palabra Regaliz, se cuela en el Diccionario de Bellas Palabras, por ser modelo de otras muchas, siendo su caso, uno de los pocos en que el referente se ve enriquecido sustancialmente, aromáticamente y gustativamente, de su esencia referida, aunque por si misma posea dones que la hacen merecedora de ocupar su lugar en estas nobles páginas, honor en el que le hacen compañía a modo de guarnición voces como matiz o barniz.
Entre las cualidades que hacen bello su significante sea grafológico o fonético, hemos primero de enunciar la z final. No es cuestión de redundar aquí el refuerzo del argumento sobre esta grafía ya expuesto para la voz Zascandil, sólo que allí tratamos de la z gráfica y de su presencia al inicio de palabra, tocando ahora hablar de la z en su fonología y su aparición al final del vocablo.
La z al final de la palabra, tanto por su trazo, cuanto por su sonoridad, deja abierta la palabra en la mente de quien la escucha, la lee o la pronuncia. Esta apertura dispara la conciencia del hablante hacia un evocador horizonte que le anima a regodearse en la palabra dicha antes de continuar con la siguiente. Así, si la z inicial introducía al hablante en un laberinto y el elemento acuoso, la z final lo vaporiza en la efervescencia del soplo ligero del aire que se deja llevar.
Esta cualidad de la z de estirar las palabras se ha traducido en una mayor presencia que la que le corresponde en la categoría de los monosílabos escritos como, paz, pez, hoz, luz, coz, faz, tez, voz, haz, vez…a los que debemos sumar los fonéticos terminados en d como lid, red, sed, vid.
Precisamente por esta atractiva característica del sonido z, las palabras terminadas gráficamente en d gustan de pronunciarse en z sin disimulo alguno como ocurre con Madrid, laúd, abad…o cualquier imperativo verbigracia id, tomad, tened, etc, asunto nada casual, pues el sonido z perpetua en la conciencia la orden que se desea transmitir en la acción verbal.
Este uso inconsciente de la z en castellano puede apreciarse de manera más diáfana en eternidad, infinidad, humanidad, conceptos que multiplican su amplitud al terminar fonéticamente en z.
Como hemos visto, son muchas las voces terminadas en z sea oral o por escrito, resultándome harto difícil hallar una que suene mal, a lo más algo sosa como pez cosa que se le puede disculpar afectada por ser un monosílabo. ¿Por qué entonces encumbrar al DBP el término Regaliz?
Para despejar esta duda hemos de reparar en la vocal anterior a la z. Como hemos subrayado en más de una ocasión en otras entradas del diccionario, la i introduce la sonrisa en la conciencia del hablante al margen de lo que diga la palabra. En este caso, las voces acabadas en -iz se imponen en simpatía al oído a todas las demás finalizadas en z con otra vocal. Así, ocurre con nariz, raíz, codorniz, perdiz…
Regaliz es entonces adalid de todas las bellas palabras terminadas oralmente en z o –iz que por distintos motivos no tienen el empaque suficiente para entrar en el DBP, si bien hay algunas que deben ser cuando menos citadas expresamente aquí por derecho propio como matiz o barniz.
De lo Contrario en Política. Ocurrencia
En Política, lo contrario de algo malo, no tiene que ser necesariamente bueno. Puede ser igual de malo ¡ Y aún peor!