A comienzos de los Noventa, estando de Erasmus en una residencia Universitaria Internacional en Florencia, tuve la oportunidad de trabar amistad con cientos de estudiantes venidos de otras culturas y nacionalidades de las que únicamente sabía por el Telediario, cosa que aproveché para recibir información de primera mano sobre sus lugares de procedencia, haciendo especial hincapié en la situación sociopolítica, cuando entonces, la que más atraía mi atención. Huelga comentar lo enriquecedor de una experiencia que me hizo compartir habitación con un alemán, teniendo de vecinos de pasillo a un judío francés y otro palestino. Empero, la conversación de la que más aprendí y con el paso de los años más vivamente recuerdo, fue una mantenida con Robert, un ingeniero africano quien preguntado por qué sistema político regía en su país, afirmó sin titubeos “Por supuesto ¡Una Democracia!” mostrando cierto grado de sorpresa por la pregunta; la misma que yo le devolví por su respuesta en un descortés acto reflejo al cuestionar en alto ¿De verdad? Pues, no me sonaba que en su país de procedencia, la Democracia tuviera ni arraigo ni buena prensa. Pero Robert insistió en que él vivía y se había educado en una Democracia, ante lo cual, no tuve otra que aceptar su palabra y revisar si ambos entendíamos lo mismo por el término, pues en mi ignorancia, yo todavía entendía que Democracia, como madre, ¡sólo hay una! Estaba equivocado de cabo a rabo.
Resuelto a despejar si mi conocimiento previo de la región estaba errado por prejuicios etnocentristas, o por el contrario, mi interlocutor se había expresado mal en italiano, ni corto ni perezoso entré de lleno en detalles interrogándole sobre distintas cuestiones como si había parlamento, si había campañas pidiendo el voto, si se presentaban candidatos distintos, a lo que Robert asentía muy convencido de palabra y gesto, ¡tanto! que estuve por aceptar corregir mi apreciación política sobre el continente africano. Hasta que mostré curiosidad por ¿Cuántos partidos políticos se presentan a las elecciones? A lo que Robert rebosante de naturalidad y confianza contestó con rotundidad ¡Uno! El Partido Democrático para la Unidad Nacional.
Permítanme que les ahorre toda la tarde que anduvimos discutiendo sobre lo que era y no era la Democracia, en aquella conversación convertida en tertulia al incorporarse la perspectiva peronista de un argentino, la posición libertaria de un Neoyorkino, la experiencia revolucionaria de un ex guerrillero colombiano y la cosmovisión de un Indio, entre otros que se sumaron. Pero lo que les puedo asegurar, es que la politología leída en los seis volúmenes de la muy recomendable “Historia de la teoría política” de Fernando Vallespín, no me enseñó nada, comparada con la lección recibida aquella tarde sobre los distintos modos que puede haber en el mundo de entender la Democracia, no en su etimología, ni en su definición, ni en la Teoría, sino en la práctica.
Aquella noche, esperando con morbosidad a que Occidente bombardera democráticamente a la dictadura de Sadam Husein en Irak, reflexioné sobre todo lo escuchado. Recuerdo que desde mi suficiencia etnocéntrica, propia de un blanco, cristiano, europeo de la que no puedo desprenderme ni viajando, me reí abiertamente de la inocencia con que aquel infeliz creía pertenecer a una sociedad libre y democrática como la nuestra. ¡Les tienen engañados como a negros! reía para mis adentros. Mas, conforme meditaba sobre cuáles son las características formales propias de un sistema democrático frente al que no lo es, fui cayendo en la cuenta de que, a lo mejor, quienes estábamos del todo engañados, éramos quienes como yo nos había hipnotizado la palabra hasta el extremo de no entender su significado, si es que sólo había uno.
He traído aquí la anécdota, por considerarla muy ilustrativa para la realidad sociopolítica que afecta a España en la actualidad. Y es que, con motivo de las elecciones europeas, escucho cada dos por tres la expresión “bipartidismo” cuando la misma, perdonen que les diga, ha quedado caduca, dado que, el electorado, hace lustros que no puede escoger entre dos opciones ideológicas distintas, con posiciones diferentes para resolver los problemas, con alternativas reales; a lo más, entre el famoso carisma de sus candidatos, de resultas que, desde el Gobierno central hasta la concejalía de pueblo, pasando por Autonomías, Diputaciones y Ayuntamientos, lo que ya se viene conociendo como PPSOE, acapara todo el poder en una Mayoría Absoluta perpetua que bien podría prescindir del voto con ayuda de encuestas si no fuera porque, como los buenos tiranos, los demócratas también precisan del consentimiento social y popular.