Planilandia

En una excelente Biblioteca Pública, cuyo nombre evito mencionar para que nada de cuanto aquí diga pueda salpicar injustamente su buen nombre y menos aún el profesional amable quehacer de sus responsables, hallé por casualidad en el rincón del “Expurgo” algo así como un purgatorio a donde van a parar los libros de los que nadie se acuerda para hacer hueco a las novedades, una joya de la literatura científica del siglo XIX de título “Planilandia” cuyo autor, Edwin A. Abbott, merece figurar junto a Platón, Moro, Swift o Carroll, por haber tratado temas de capital importancia científica asestando una mordaz crítica social de su tiempo bajo la forma inocente de una novela pueril.

Tuve noticia de su existencia hará cosa de 15 años de forma referencial a través de varios autores cuando inicié de modo sistemático de modo autodidacta mis estudios de Astrofísica y Cosmología a propósito de las múltiples dimensiones que se requieren para dar consistencia a la “Teoría de Cuerdas” que cuando aquello se postulaba para sustituir al Modelo Estandar de partículas. Tantas eran las alabanzas que me pudo la curiosidad hasta el extremo de leerlo en inglés por no hallar su edición en castellano. Cosa de la que no me arrepentí.

Lo primero que llama poderosamente la atención, es que fuera escrito en 1884, 21 años antes de que Einstein introdujera la cuarta dimensión temporal; Su atrevimiento anticipa explícitamente el descubrimiento de más dimensiones y de su lectura se deduce diáfanamente que no lo decía por decir cual charlatán especulativo. De hecho, su texto ayuda enormemente a comprender esas otras dimensiones de la realidad que no vemos, pero que la Matemática anticipa su existencia.

Lo siguiente que se aprecia, es un estilo que aclara lo profundo sin necesidad de introducir mayor oscuridad farragosa propia de los filosofastros. Su tono pedagógico delata su profesión docente como Director de escuela que era, imprimiendo una singular sagacidad para hacer comprender al lector esos otros mundos que están en este y aún los que no están nada más que en nuestra imaginación, al tiempo que, como los autores de la “República”, “Utopía”, “Los viajes de Gulliver” o “Alicia en el País de la Maravillas”, trasluce un retrato irónico de su época poniendo el acento sobre cuestiones como las consecuencias de la miseria, la lucha de clases, la situación de la mujer, el valor de la educación pública, la precariedad de las personas con alguna discapacidad, el poder de la Iglesia, el control de la Natalidad, aspectos deterministas de la criminología, el dominio del lenguaje, las relaciones de pareja, asunto de espiritualidad, no dejando títere con cabeza de los temas de debate de su tiempo y aún del nuestro.

Es una lástima que una obra como esta, a mi entender el mejor paradigma de la divulgación científica novelada, obviadas las veladas lecturas encriptadas de la Odisea de las coetáneas de Julio Verne o muy posteriores de Asimov, haya tenido tan vergonzoso desenlace, sólo explicable por el analfabetismo científico que padecemos.

Es curioso, que si un matemático reconoce no haber leído el Quijote, pronto atraería sobre si toda suerte de comentarios del estilo “Será buen matemático, pero también un palurdo” y como quiera que las obras hoy sólo las leen cuatro gatos, la mayoría de nuestros científicos, desconocedores que ni siquiera los de letras se leen las fuentes, arrastran su vergüenza rehuyendo las alusiones literarias en sus documentos, aunque los hay que dedican parte de su preciado tiempo a cumplir como escolares con la tarea de dar cuenta de los autores consagrados para que nadie les apunte con el dedo. Sin embargo, es frecuente escuchar a escritores, artistas y actores reconocer abiertamente no tener ni idea de la “Teoría de la Relatividad”, -por descontado tampoco de la Gravitación Universal- sin que nadie piense de ellos “¡Qué incultos!”.

Para colmo de males, en un país como el nuestro donde por contraponerlas una vez más, la Ciencia es peor tratada que la Cultura ¡Que ya es decir! es vox pópuli que los profesionales que no tienen salida ni como investigadores becarios en sus distintas disciplinas de Física, Química, Biología, Geología o Matemática, acaban arrastrados por el torrente oposicional en la enseñanza sin la menor vocación por lo que pronto pierden incluso el primigenio amor por la materia que algún día si es que lo tuvieron les empujara a escoger la carrera de su vida. En principio el asunto no debería preocupar en demasía – de hecho no lo hace- por cuanto al profesor que no le gusta enseñar, suele corresponderle un alumnado que no desea aprender y hasta puede colegirse que a pesar de los bajos índices obtenidos por nuestro sistema de enseñanza, sea pública o privada, nadie puede negar en cambio su armonía a este respecto, característica de la que igualmente participan sus colegas de Filología, Historia o Filosofía y eso que estos pobres no tienen más salida que la docencia. Pero he aquí la raíz de muchos de nuestros males sociales.

Pero estamos en Navidad y no es cuestión de echar más vinagre sobre las heridas, sino de regalar dulces. Por eso, recomiendo a todos los profesores de Secundaria sean de letras o de ciencias, tengan vocación o mera profesionalidad, sea su alumnado futura escoria social o llamado a formar los cuadros dirigentes, que sugieran la obra de “Planilandia” haber si por la demanda las editoriales se animan a reeditarla, las Bibliotecas a incorporarla a sus estanterías de ciencia, los institutos a adquirirla como volumen esencial de su colección y el Ministerio de Incultura a convertirla en libro de texto fundamental y lectura obligada de toda disciplina sea Ciencia, Letras, Matemática o filosofía.

Con que sólo uno de ustedes, apreciados y sufridos colegas me hiciera caso, este texto de desagravio a la obra y hasta su penosa circunstancia referida, habría merecido la pena.

Casadas, monjas, rameras y brujas, de Manuel Fernández Álvarez

Aunque en su prólogo nada dice al respecto el autor, el atractivo título, sospecho le fuera impuesto por la editorial, para compensar la sesuda erudición profesional de todo un Catedrático con la que se arranca sus primeras páginas introductorias acorde con su más que seguro título inicial propio de un seminario universitario reza “La olvidada historia de la mujer española en el renacimiento” que con minúscula cursiva aparece camuflado en el subtítulo para evitar que mentes impacientes, poco dadas a los circunloquios académicos, se espanten antes de adquirirlo en las librerías.

De hecho, yo mismo, amigo de los tochos que dejé de leer novela hará cosa de un cuarto de siglo, esta vez, tras quedarme sin material que llevarme al cerebro en un viaje con retrasos de aeropuerto, pero algo agotado mentalmente después de pelearme con un concienzudo texto de Teología, precisamente lo escogí por lo que sugerían sus jugosas letras gordas, pues prometía más entretenimiento que el intelectual.

Cuál sería mi sorpresa, que sin querer fui a dar con un estudio que empezaba preguntándose ¿Qué es el Renacimiento? cosa que ya me ponía sobre aviso de que me había equivocado en mi elección, pues sólo los filósofos se preguntan obviedades que cualquier escolar estaría en condiciones de responder con dos líneas y en cambio estos, acaso no les basta un libro entero. A punto estuve de cerrar sus páginas y aparcarlo para mejor ocasión. Pero, aquella introducción sobre las claves del Renacimiento, eran tan claras y profundas en su exposición anclando sus conocimientos en autores como Michelet o Huizinga que como quiera que por momentos aprendiera como que la fatiga mental desapareció recuperando el placer de una lectura con enjundia.

El esfuerzo tuvo su otra recompensa. Como si de una prueba de resistencia se tratara, antiguo modo de evitar al perezoso censor, tan pronto sus párrafos se adentraron en materia, apareció aquel horizonte de textura más sabrosa que a todos nos remite el primero de los títulos, mas sin abandonar nunca la compostura de quien está acostumbrado a dar conferencias en un ámbito comedido que no concede licencia a su expresión más allá de lo tolerable, capaz de convertir la narración de “Siete semanas y media” en un objeto de investigación antropológico.

Toda la obra está estructurada de lo general a lo particular recorriendo círculos concéntricos. De este modo, primero en la introducción se presenta el marco renacentista europeo, para después ver las semejanzas y diferencias con el caso español para finalmente describir la situación social de la mujer en aquella época. Hecho lo cual, pasa a diseccionar en capítulos sucesivos la realidad histórica y cultural de la mujer contrastando los distintos testimonios artísticos literarios ora idealizaciones, ora fieles cuadros costumbristas de la época, con la documentación y registros rigurosos de los archivos con los que cuenta el investigador.

Con la habilidad de un cirujano de la intrahistoria, Manuel Fernández Álvarez, disecciona la variopinta fenomenología femenina dando razón de los distintos roles asignados a este sexo, como la de ser mujer casada tratado en el segundo capítulo, en cuyo caso podía ser La Perfecta casada, la infiel, dentro del contexto del matrimonio acordado por los progenitores, la diferencia de edad entre los contrayentes y las de carácter económico cuya relevancia se ponía de manifiesto en la desgracia de ser viuda, más allá del sufrimiento sentimental; El perfil de la soltera aparece en el tercer capítulo junto al caso de la solterona despreciada por ser una carga familiar dentro de la tragedia de las madres solteras y el abandono de niños y hasta del infanticidio; Del caso de la monja pasa a ocuparse en una cuarta sección donde habla de su relevancia social como ideal teórico de mujer, aunque se distingue la Monja perfecta, la desesperada por haber ingresado sin vocación a la fuerza, la infiel, consecuencia de la anterior y hasta de la monja en fuga que abandonaba los hábitos y el convento sin consentimiento. Acto seguido, como buscando el contraste, en el capítulo quinto, se ocupa de las criadas, mancebas, barraganas, rameras y esclavas en evidente relación con la soltería y las engañadas confiadas y abandonadas por los Don Juanes, celestinas, señoritos y buscavidas que pululaban a su alrededor. Casi al final reserva un sexto tramo para abordar a las mujeres marginadas por su raza o religión como fueron las conversas, moriscas y gitanas. Y por último, en el capítulo séptimo, aparece el caso de la bruja, real o imaginaria perseguida por el pueblo llano, las instituciones y la Inquisición.

Esta exhaustiva taxonomía de la mujer española renacentista, además de magníficamente elaborada para su buena comprensión, está aderezada con incrustaciones descriptivas de cuanto se va comentando haciendo su lectura a ratos entretenida, a ratos amarga, según sean los retales de los autores que como el Arcipreste de Hita, Erasmo, Vives, Moro, Fernando de Rojas o Santa Teresa de Jesús jalonan el texto que sin duda resulta más divertido para el lector masculino, cuanto instructivo para toda mujer de nuestro tiempo que desee saber por qué todavía hoy, ser mujer es una desgracia entre nosotros.

Para terminar esta reseña, me gustaría resaltar el hecho de que así como hay historiadores que están realizando una encomiable labor de iluminar el claroscuro medieval poniendo de manifiesto que para nada todos aquellos siglos merecen ser identificados ya de manera tan despectiva dado el color y viveza ahora redescubiertos en todos los órdenes de su existencia, Manuel Fernández Álvarez nos ha mostrado con gracia pero no menor rigor, las sombras y humedades de ese periodo que se presenta a escolares e incluso a universitarios como tan brillante y esplendoroso, contribuyendo con su aportación a recuperar la realidad histórica que se esconde tras la “Venus” saliendo del mar de Botticelli.

Manifiesto de economistas aterrados

Como en botica, en dinerología hay de todo: culpables inexcusables como los retratados en “Proceso a los economistas” de Roberto Petrini de perfil especialmente reconocible en los emisarios del FMI que presionan a los gobiernos legítimamente constituidos para que apliquen medidas antidemocráticas en función de lo que dictan los mercados y personas comprometidas con su ciencia que desean devolverle su genuino quehacer, cuál es, el de prestar útil servicio a los pueblos y sociedades cuya realidad estudia y no al revés, como algunos pretenden que suceda. A esta especie pertenecen, no ciertamente los equipos directivos del BBVA, el Santander o los asesores actuales de nuestros políticos sean del signo que sean…pero sí, los más de cinco mil profesionales europeos que han firmado el “Manifiesto de economistas aterrados” texto donde se plantean los problemas con la misma brevedad, sencillez y profundidad, con la que se proponen las soluciones, por lo que su lectura no puede faltar en cuantos deseen entender a qué obedecen hoy en día los vaivenes bancarios y los abruptos dientes de sierra del mercado bursátil, más allá de las típicas vaguedades de tertulia, pero sin necesidad de perderse en los oscurantistas tecnicismos de los que hacen gala los nuevos gurús de esta herramienta de coerción político-social en que se ha convertido la economía.

El documento a disposición del público en Internet, denuncia las diez falsas evidencias en las que se fundamentan las políticas neoliberales imperantes desde hace décadas en Europa, que imponen a la ciudadanía, toda suerte de sacrificios como únicos remedios a unos males radicados en factores que nada tienen que ver con nuestro trabajo, nuestra riqueza nacional, nuestra jubilación, nuestros sueldos, nuestro ahorro familiar, gasto público, consumo interno…¡y sí! con nuestro modelo de sociedad, nuestra forma de redistribuir la riqueza, mecanismos de equilibrio, armonización y solidaridad, etc. Como a diferencia del excelente y mucho más voluminoso texto de Naomi Klein “La doctrina del Shock” todavía su enseñanza no ha sido editada en formato documental, me atrevo a presentarles mi particular digestión para animarles a su íntegra lectura.

La primera de estas falsas evidencias, es la que nos presenta a los mercados financieros como eficientes: Según esta hipótesis, es imprescindible desarrollar un mercado financiero mundialmente integrado y dejarlo funcionar libremente para que los distintos agentes, particulares, empresas, Estados, Bancos…puedan intercambiar todo tipo de títulos, acciones, divisas, obligaciones, deuda, etc, sin la más mínima fricción. De ese modo, la Ley de la oferta y la demanda actuará con naturalidad y fijará el valor de los productos como consecuencia previsible de la justa competencia que acaba decantándose por los proyectos más rentables. Pero en los mercados financieros, a diferencia del de otras mercancías más tangibles, esto no sucede exactamente así; Más bien, la competencia es un factor desestabilizador que lleva a evoluciones exageradas creando las temidas burbujas, ora en el terreno inmobiliario, ora en el de las telecomunicaciones, más que nada, porque en este tipo de mercado, cuando el precio del producto sube, es habitual apreciar no un descenso, sino un aumento de la demanda, dado que es indicador de una alta rentabilidad que dispara el “Efecto llamada” atrayendo sobre si a más compradores ansiosos por hacerse con el Potosí del momento, hasta que de buenas a primeras, se invierte la tendencia y a todos les entran unas ganas terribles de deshacerse de sus títulos, siendo entonces, cuando enferma la gallina de los huevos de oro, cuya cíclica presencia contagia al resto de procesos incubados en el gallinero económico-productivos de las sociedades capitalistas arrastradas hasta el abismo de su precipitación. Para reducir la ineficiencia e inestabilidad del mercado financiero se propone, primero separarlo del resto de la actividad económica prohibiendo a la banca dedicarse a la especulación para evitar el contagio de las burbujas y los cracks y segundo, gravar los movimientos de capitales al objeto de rebajar su potencia desestabilizadora hasta recuperar los niveles requeridos por la economía real.

La segunda falsa evidencia consiste en calificar al mercado financiero, como favorecedor del crecimiento económico: En principio se nos vendió la idea de que los mercados financieros sustituirían en materia de inversiones a la banca. Pero ya hemos visto a dónde nos ha llevado esta línea de actuación; En la actualidad, por paradójico que parezca, son las empresas las que financian a sus accionistas, supuestos inversores y no al revés como es lógico esperar. Los altos ejecutivos miembros de la dirección de las grandes empresas que cotizan en bolsa, tienen como prioridad, satisfacer el voraz enriquecimiento de su accionariado a toda costa, sin preocuparse del Bien Común de la empresa y mucho menos de las repercusiones sociales a que dicha gestión pueda abocar. Para mayor éxito de dicha estrategia, las empresas han de materializarse lo menos posible, sea en infraestructuras, materias primas, bienes de equipo, inmuebles o personal, presentando un perfil escurridizo al disponer en todo momento la liquidez de su capital, con la finalidad de poderse trasladar a la primera de cambio, allí donde el marco se pliegue a sus draconianas exigencias. Ante este escenario, poca capacidad de maniobra les queda a Gobiernos y sindicatos para hacer valer los derechos sociales y defender el Estado del Bienestar dentro del actual marco legal. Para corregir sus efectos, se propone de una parte, democratizar los órganos de gestión empresarial e incrementar la fiscalidad a las rentas más altas para desalentar la carrera hacia crecimientos insostenibles.

La tercera falsa evidencia, nos habla de los mercados financieros como buenos jueces de la solvencia de los Estados al evaluar sus finanzas antes de decidirse por adquirir la deuda que emiten: Nada más lejos de la realidad. En el mejor de los casos, los inversores financieros se guían por impulsos y corazonadas, cuando no especulan con posibilidades mezquinas muy ligadas a los informes nada desinteresados de las agencias de calificación basados en rumores sometidos a la libre interpretación de quienes tienen puesto todo su afán e interés en sacar el mayor provecho particular a su apuesta monetaria. Con el fin de reducir la nefasta influencia de estas sospechosas Agencias desmerecedoras de todo crédito como bien señala Stiglitz en su “Caída libre” por no haber previsto nunca crisis alguna a tiempo, el BCE ha de garantizar la compra de los títulos emitidos por sus Estados miembros y dotarse de una propia Agencia Europea de Calificación que vele por la objetividad de sus informes.

La cuarta falsa evidencia, es la que identifica un alza excesiva de la Deuda Pública como consecuencia de un gasto desmesurado: sin embargo, la reciente elevación exagerada de la Deuda Pública europea, es más debida a los planes de rescate por parte de los Gobiernos a las entidades financieras a cuya intervención no dudaron en apelar, mientras no cejaban en repetir el monótono mantra neoliberal del no intervencionismo, que a un aumento de las prestaciones sociales en el mismo periodo en que se dice ha hecho aparición la crisis. Es más, la contrarrevolución fiscal emprendida en todo Occidente por los “La escuela de Chicago” ha contribuido decididamente en esta dirección al privar a los Estados de sus ingresos públicos habituales que en vez de armonizar entre si sus distintas políticas fiscales, se apresuraron desde la caída del muro de Berlín también ellos a la competencia fiscal para arrebatarse mutuamente la inversión, bajando los impuestos a las sociedades, a las rentas más altas y sobre el patrimonio, planteamiento que se ha demostrado pan para hoy y hambre para mañana. Poner remedio a la situación, requiere auditar por parte de la ciudadanía, en manos de quienes está la Deuda Pública, para de este modo, averiguar quién la ha fomentado, procedimiento que sigue la observación de Mao “Quien más se beneficia del problema, resulta ser normalmente quién lo crea o mantiene”.

Una quinta falsa evidencia, consecuencia de la anterior, establece que es preciso reducir gastos para reducir la Deuda: La macroeconomía de un país, no se rige por los mismos parámetros causa-efecto de la microeconomía, pongamos por caso familiar, en donde un método efectivo de bajar drásticamente la deuda acumulada, puede consistir sencillamente en frenar el gasto mensual. En el caso de la Deuda Pública, su dinámica puede obedecer a varios factores interrelacionados, entre otros, el diferencial entre el tipo de interés y la tasa de crecimiento nominal de la economía. – No tengo ni pajolera idea de lo que acabo de decir, pero suena bien y convincente – pues si la última es más débil, la Deuda crecerá mecánicamente al dispararse el montante de los intereses. Por consiguiente, para evitar que el saneamiento de las cuentas públicas repercuta negativamente en la ciudadanía, se propone mantener e incluso potenciar las prestaciones estatales en cuanto a paro, natalidad, vivienda, etc, e incrementar las partidas presupuestarias para educación, formación, investigación, ecología, energías renovables y nuevas tecnologías, con el firme propósito de impulsar un renacimiento económico integral más equilibrado, respetuoso y armonioso con las gentes y el medio ambiente donde aparece.

La sexta falsa evidencia que se nos cuela a menudo, es que, la reducción de impuestos estimula el crecimiento y en consecuencia incrementa la recaudación por parte del Estado: Evidentemente, la Deuda Pública, es un mecanismo de transferencia de riqueza, pero de los contribuyentes hacia los rentistas. La política fiscal neoliberal antedicha, no sólo contribuyó a vaciar sistemáticamente las maltrechas Arcas Públicas obligando a los Estados a emitir Deuda, que también permitió a una minoría acumular un excedente con el cual poder adquirir esa misma Deuda con el mismo dinero que se habían ahorrado de la contribución al fisco. El resultado, es que se ha llegado a un mecanismo de redistribución al revés, de las clases desfavorecidas hacia las clases pudientes, cuyo canal de transmisión no es otro que la Deuda Pública. Para rectificar este fraude colectivo, se propone un nuevo régimen fiscal que grave las fortunas y la retirada inmediata de subvenciones y exenciones a los capitales no productivos, aunque lo que nos pide el cuerpo es algo así como lo que se hiciera con la desamortización de las tierras no labradas de los siglos XVIII y XIX, solo que bien hecho.

Una séptima falsa evidencia, es la que emplaza a tranquilizar a los mercados financieros si deseamos ver rebajarse la Deuda: Desde Maastricht, los Bancos Centrales tienen prohibido financiar a los Estados y los Estados financiar a las empresas que han de apañárselas en los mercados financieros, so pretexto de que, los primeros malgastan sus recursos mientras los segundos son eficientes…precisamente lo contrario a las políticas keynesianas que sacaron a todo Occidente de la recesión durante la postguerra. Esta política restrictiva dogmática y doctrinaria, es la causa de los ataques especulativos sobre las economías de países como Gracia, Irlanda, Portugal y España a los que ya sigue de cerca Italia y en breve todos los demás miembros de la UE, Alemania incluida, al no poder gozar del respaldo del BCE. Para atajar de raíz el asunto, se propone devolver al BCE la capacidad de financiar a los Estados aliviando su exposición a la especulación.

La octava falsa evidencia, incide en la unión Europea como garante del modelo social europeo: La UE, lejos de afianzar el alma social-solidaria que la alumbrara en pos del Estado del Bienestar, parece abnegar de su origen, permitiendo la preeminencia de la competencia de bienes servicios y mano de obra, sobre toda añorante pretensión reguladora interna de los distintos países en materia de derechos laborales o de cualquier otra índole que ponga trabas a la misma, sin tomar en consideración las diferencias entre los distintos Estados miembros de la Unión, por lo que, limitadas las libertades a la libre circulación de personas, mercancías y capitales, la Europa social se ha quedado en papel mojado, mientras la del supermercado financiero se ha consolidado por completo. Para que la ciudadanía europea recupere dicho proyecto social con el que se nos vendió el europeísmo, primero se ha de poner en cuestión el actual descontrol de mercancías y capitales y después, sustituir la competencia por la armonización en el progreso de la construcción europea.

La novena evidencia falsa, es la que apunta al Euro como escudo ante la crisis: Al principio esa era la idea. Pero la realidad es que Europa entera se está viendo afectada de modo más agudo y prolongado que cualquier otra parte del mundo. Para que el Euro pueda hacer dicha labor defensiva, debe haber una verdadera coordinación macroeconómica que reduzca los desequilibrios comerciales y la balanza de pagos entre los miembros de la Unión.

Y por último, la décima falsa evidencia que se nos pretende hacer creer, es que, la crisis, ha permitido avanzar hacia un gobierno económico europeo y la solidaridad entre los 27. A estas alturas del Manifiesto, la supuesta evidencia cae por su propio peso para cuantos hayan prestado algo de atención a su lectura. Para hacer realidad esta meta de imperiosa necesidad, se ha de desarrollar una fiscalidad y presupuesto europeo, que ayuden a su convergencia y homogenización.