Ahora comprendo

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Historia, fue la única asignatura que nunca llegué a suspender. Atender en clase, hacer deberes y devorar por mi cuenta los libros de texto buscando información adicional que satisficiera mi curiosidad, jamás supuso un esfuerzo. Antes bien, era un deleite averiguar cosas del pasado, principalmente sobre esos momentos críticos cuando surgió el primer Homo, el primer fuego, la primera civilización, el primer lenguaje, la primera religión, el primer Imperio, la aparición del dinero, etc. En todo su recorrido académico, desde las aulas del colegio donde se nos enseñaba “Historia de España”, hasta los seminarios sobre “Historiografía” recibidos en la Universidad, pasando por la “Historia Universal” del Instituto, todos los profesores han coincidido en transmitir la idea de que, estudiar Historia sirve para entender el presente. Pues bien, en mi caso, casi ha sido al revés: estudiar el presente, me ha ayudado a entender la Historia.

Observando con qué morbo la gente se agolpa ante cualquier accidente, con qué expectación seguimos las noticias de atentados, guerras, crímenes o ejecuciones, cuánto gusta a los más jóvenes las películas de miedo o los juegos de matar…he llegado a entender cómo una sociedad tan avanzada como la Romana disfrutaba de la lucha de gladiadores en el circo, donde seres humanos se desangraban ante el aplauso general.

Percatándome cómo la Banca poco a poco se ha ido haciendo con la propiedad de más del 85% de los inmuebles mediante sus sucursales bancarias, edificios de oficinas, aseguradoras, por no citar los comercios y viviendas hipotecadas, contemplando sus enormes rascacielos ocupando el centro de nuestras ciudades de las que ha desplazado al poder político y eclesial representados por Ayuntamientos y Catedrales, cómo sustraen la riqueza de las gentes por medio de tasas, comisiones, subidas de los tipos sin que nadie les pueda llevar la contraria…creo entender mejor cómo era la vida durante aquel periodo denominado Feudalismo y en qué podía consistir el vasallaje.

Fijándome cómo en más de medio mundo la gente – incluidos ancianos y niños – trabajan sin derechos laborales, sin vacaciones, ni días de descanso, en lugares insalubres, sin seguridad, por un sueldo miserable entre 16 y 20 horas al día, mientras las bolsas cotizan al alza en Tokio, Frankfort y Nueva York, he podido explicarme mejor en que consistió la tan laureada Revolución industrial europea del siglo XVIII.

Atendiendo cómo la ingente masa de trabajadores que se cuentan por millones, aceptan sumisos los despidos de sus empresas sin levantarse en armas contra la minoría opresora que fácilmente podría ser ejecutada ¡ipso facto! en aras del bien común, cómo sin chistar se dejan despojar de sus pobres pertenencias sin apenas luchar, manteniéndose dóciles en el desempleo prestos al servicio cual piezas de repuesto o animales de carga, me ha sido sencillo entender por qué los esclavos no se rebelaban contra los amos en las plantaciones de algodón.

Observando el drama de los inmigrantes que mueren por miles en nuestras costas, que son perseguidos y encarcelados en campos de concentración antes de ser abandonados en el desierto del Sahara para que desaparezcan sin dejar rastro, mientras su presencia y trabajo contribuye a aumentar los beneficios empresariales, sin que la mayoría de nosotros hagamos nada, salvo colaborar en todo ello de modo activo y entusiasta…me siento en mejores condiciones para asimilar lo sucedido en la culta y educada sociedad alemana durante el régimen Nazi, cuando en tan bellos parajes centroeuropeos se cometió el exterminio de seres humanos en cámaras de gas con el aplauso general de su población.

Desde mi primera lectura de “El Príncipe” a finales de los Ochenta que vino a corregir en parte los estragos causados por un tempranísimo encuentro infantil con “El Principito” de Exupery, con 20 años recién cumplidos, después de ser declarado prófugo y llevado ante la capitanía general por mi madre, mi visión negativa de la institución varió considerablemente, teniéndolas por buenas o muy buenas incluso antes de que me salieran todas las muelas del juicio.

Desde entonces, la impresión favorable tanto de militares como de policías, no ha hecho más que acrecentarse a pasos agigantados en mi mente: si hoy en día alguna institución cree de verdad en los auténticos valores sociales, en el cumplimiento del deber, la bondad de las leyes, el trabajo bien hecho, en un equilibrio perfecto entre la obediencia a la autoridad directa y el mandato constitucional, entre las órdenes de sus superiores y el respeto a la ciudadanía, cumpliendo con su obligación diaria en una muy digna relación de austeridad de medios, recursos y presupuestos respecto a resultados obtenidos, servicios prestados y eficacia, que saben desempeñar su labor fuera de los focos con un gran espíritu de sacrificio, servicio y lealtad a la comunidad…esas son El Ejército y los distintos Cuerpos de Seguridad.

Esta mía interna impresión hasta la fecha no confesada, sale ahora a relucir a colación de la última encuesta del CIS donde precisamente el perfil del Ejército, Policía Nacional y Guardia Civil, se ha visto finalmente reconocido por la población que busca en ellos un refugio psicológico a quien poder confiar su esperanza de un futuro mejor.

Y he aquí la lección del presente para entender la Historia: Ahora comprendo mejor la intervención de los Generales romanos contra el Senado; de los Pronunciamientos contra los gobiernos del XIX en España, en qué consistió la responsabilidad de los políticos alemanes que hicieron posible el ascenso de un simple cabo a la presidencia del Gobierno, y hasta de los Golpes de Estado a manos de militares de todo signo, que van mucho más allá de lo que siempre se nos ha presentado como el empleo de la razón de la fuerza contra una pretendida fuerza de la razón que para nada ha estado en manos de presuntos supuestos impostores que dicen hablar en representación, por y para bien de los Pueblos.

Externalizar la Corrupción

Como me explicaron en Teología, las continuas referencias a la piedad y la santidad de Israel aparecidas en la Biblia en boca de sus profetas, son más signo de su carencia que de su abundancia; parecido ocurre cuando a todas horas escuchamos a nuestros gobernantes hablar de esfuerzo y sacrificio.
Llevamos siglos conformando una extraña sociedad entre ciudadanos pícaros y gobernantes corruptos cuyo equilibrio inestable se fundamenta en “Tu ocúpate de lo tuyo y déjame llevar lo mío” donde nadie se queja mientras haya uvas por comer de dos en dos o de tres en tres, apareciendo las revueltas de unos y grandilocuentes discursos de los otros, a cada mala cosecha.
El denominado “Siglo de oro español”, salvo en literatura, pasó de largo camino de los bancos holandeses donde se jactaban de tener españoles como estos tenían indios, de modo que, toda aquella riqueza no generó un tejido industrial, mas si una idiosincrasia oportunista y aventurera basada en la esperanza de hallar el Dorado o el fabuloso reino del Preste Juan, aunque a lo más que se llegara fuera a quedarse en Babia, mientras nuestros más directos competidores nos introdujeron cual Caballo de Troya a la rama menos afortunada de los Capetos franceses, para entendernos, la Casa de Borbón.
Entre ficción y realidad, afloraron celestinas, lazarillos, don juanes, Rinconetes y Cortadillos, Lucas Trapazas, Sancho Panzas y lozanas que pugnaban entre el populacho por hacerse un huequecito entre el tropel eclesial compuesto de curas, frailes, monjas, barraganas, mancebas y la no menos nutrida corte palaciega integrada por cortesanos, amantes, favoritos y bastardos que ciertamente se las apañaban para vivir en tierra de Jauja entre lacayos, camareras, doncellas, sirvientes y mozos.
Así mejor se comprende cómo desde los albores de la revolución Industrial, en España en vez de premiarsela actividad, aumentar el empleo, favorecer el negocio o fomentar que las personas trabajen por su cuenta, todo ello se castiga con grandes impuestos disuasorios a fin de que nadie piense en otra cosa que convertirse en funcionario, máxima aspiración entre la ciudadanía, si es que no ha conseguido vivir del cuento.
Hoy nos ha tocado pasar por unas viñas más peladas que Carracuca y como quiera que un grano de uva no da para discordia, buena es la ira que rezuma entre acusaciones cruzadas de ¡Y tu más! Porque es cierto que los políticos y las élites económicas en su corrupción plena, no son otra cosa que reflejo visible de la picaresca del pueblo llano, sólo que, acrecentada cualitativa y cuantitativamente por la ventaja del Poder.
Apelar a la honradez y la ejemplaridad de todos, es menos eficaz en estos momentos que las llamadas a la calma durante un hundimiento. Por otra parte, para bien o para mal, la picaresca y la corrupción, son parte consustancial de ser español, si bien, he de reconocer que sólo cuando nos mantenemos en el territorio, porque fuera, somos ejemplo de trabajo, esfuerzo, prosperidad y todas esas cualidades que se observan en los inmigrantes de cualquier lugar. Y quizá ahí esté la clave…
Es posible que no debamos dejar de ser como somos: que baste con aprender de los ingleses. Aun compartiendo la moralidad espartana sobre el latrocinio que sólo debía reprenderse de ser descubierto precisamente por no haber sido lo suficientemente hábil para pasar desapercibido, juzgo que, una sociedad no puede fundamentarse en el robo mutuo, siquiera en años de vacas gordas. Es como robarse a uno mismo. En cambio, si fuéramos capaces de imbuirnos del espíritu de “La Roja” poniendo todo nuestro afán en saquear a terceros países, es posible que lo que hasta la fecha ha sido defecto, se vuelva virtud.
A decir verdad, nuestras multinacionales hace tiempo que han externalizado la corrupción allí donde van. Pero queda mucho por hacer en cuanto a colocar más políticos nuestros en puestos clave de la UE, OTAN, FMI o la ONU, máxime ahora que muchas de nuestras Oenegés están repatriando a los cooperantes por falta de recursos.

La Publicidad manda

La denominada “Prensa libre”, lo será ciertamente en el sentido de estar libre de información, libre de verdad, libre de interés público, libre de autenticidad, libre de investigación, libre de crítica, libre de pensamiento alternativo, libre de pluralidad y aunque suene paradójico, libre de independencia.
Por el contrario, parece muy sobrada de autocensura disfrazada de prudencia, rebosante de respeto a la autoridad, hasta los topes de burdas mentiras, evidentes manipulaciones y toda suerte de técnicas subliminales de persuasión, atiborrada de noticias insustanciales donde lo que más abunda es la propaganda del régimen y su cara más amable en forma de publicidad a través de cuyo cauce se contrata todos los soportes audiovisuales para mantener desinformadas y contraprogramadas las mentes de los ciudadanos que hace tiempo han perdido la capacidad instintiva de repeler el peligro y hasta la apetencia por cuanto sería de su conveniencia mantenerse al tanto.
En el periodismo contemporáneo, ya no manda contar la verdad, no ya la Verdad con mayúsculas quimera filosófica de corte socrático, siquiera la verdad de cada cual, que convierte a quien la profiere en persona sincera aun en el relativismo más abyecto; tampoco manda narrar los hechos del modo más objetivo que a un sujeto le sea posible, tal cual un reportero los contempla, siempre peinados y trilladas por las Agencias internacionales de Información que cuidan su administración en función de intereses bien distintos y lejanos de la ciudadanía que para nada necesita preocuparse por lo que sucede en Boston más de lo que lo hiciera por la familia de veinte miembros masacrada por bombas de la OTAN en Afganistán hace cosa de un mes cuando asistía a una boda; menos mandan los hechos cuya eclipsada transmisión se evita en directo filtrada por los satélites que lo ven todo pero no cuentan nada salvo la consigna que hay que enviar para que las masas actúen en tal o cual dirección pues sabido es en sociología que es más fácil predecir el comportamiento de una población entera que el de uno sólo de sus individuos; Por consiguiente, ya no manda la actualidad, ni la realidad, ni la libertad de opinión, conciencia o prensa, ni la información. Todo eso quedó muy atrás en la nostalgia de series como “Lou. Grant”. ¿Quién manda entonces en nuestros diarios, radios y televisiones? ¿Quién decide que al deporte se le dé más espacio que al Tiempo, y al tiempo más tiempo que a cualquier asunto temporal?
Se podría sospechar que, en los medios de comunicación, dado que son de presunta utilidad pública, mandarían los políticos o sus organizaciones los Partidos; hubo un tiempo en que fue así, pero al final lo que interesa a la clase parasitaria es obtener el máximo beneficio sin ningún esfuerzo; y es evidente que mantener a diario un (ICP) Instrumento de Coacción y Propaganda como lo son los actuales Grupos de Prensa, comporta un trabajo que, a fin de cuentas, puede subcontratarse por medio de subvenciones, o eso creían…Porque, una vez sueltos los perros, estos ladran y muerden a cualquiera, salvo al que les de mejor de comer.
Al final, la banca por medio de sus tapaderas empresariales se ha hecho con el control de la jauría periodística a través de la contratación de la publicidad que es la que ahora manda en todos y cada uno de los medios de comunicación, con la misma mano férrea que lo hace con los partidos a los que sufraga con créditos blandos y condonaciones constantes de deuda para tenerlos a su servicio indistintamente de sus siglas, si bien, la obediencia de unos y otros va en función de las cantidades percibidas o contratadas según respondan al mundo de los parásitos o de los correveidiles trasformados en chivatos y pregoneros.

Para averiguar el grado de pluralidad al que podemos aspirar en los contenidos de un medio de comunicación, bastará con tomar nota de la cantidad y diferencias – si las hubiere – de los espacios dedicados a la publicidad y de las marcas que los ocupan. Con sólo este ejercicio de observación, ustedes comprenderán la balsa de aceite en que están todos pringados.