Ferias y mercados, renacieron en Occidente a comienzos del segundo milenio, con la sana intención de concentrar en tiempo y espacio las distintas ofertas y demandas de vendedores y compradores. Desde entonces, la idea ha venido funcionando bajo distintas fórmulas hasta alcanzar el estadio de las grandes superficies. De los primeros a los últimos, descontados los pícaros engaños de la mercancía en cuestión de peso, calidad, precio, procedencia, así como obviadas las sibilinas técnicas de manipulación del comprador para colocarle productos que ni desea, ni necesita, hacerle pagar más por menos, etc, costumbres culturales propias del oficio de mercader con las que ya cuenta la ciudadanía, todo el asunto ha consistido en que mientras la demanda se acerca a echar un vistazo la oferta se muestra no más allá de algún que otro letrero chillón o alguna que otra voz alabando la mercancía expuesta.
El bombardeo al que la gente es sometida durante su presencia en unos grandes almacenes por medio de la megafonía, la saturación de ofertas combinadas que le presenta cualquier estantería de supermercado o el cercano marcaje de los dependientes de una tienda de ropa interesándose por nuestros gustos, tallas y disponibilidad presupuestaria, además de conforme a la circunstancia y por ende fácilmente tolerable, puede ser agradecida por quienes en ello aprecian una ayuda a la hora de hacer sus compras. A fin de cuentas, son los clientes quienes libremente se acercan a los establecimientos pudiendo dejar de ir a ellos en el momento en que no les agrade el trato recibido, que no todos reaccionamos igual hacia un mismo comportamiento, verbigracia, ante la inmediata pregunta del camarero ¿Qué desea tomar el señor? según asomamos por la puerta del bar, los hay que lo entienden como un excelente servicio y otros nos sentimos violentados o a la inversa, de dar con el personal que espera a que le hagas una seña para venir a tomar nota.
Pero, conforme en la guerra, las acciones bélicas fueron desplazando sus objetivos desde las demarcaciones geográficas de los primeros campos de batalla, hasta el área industrial, para acabar afectando a toda la población civil incluidos hospitales y guarderías, los hombres de negocio extendieron las técnicas de venta por toda la urbe reduciendo a todo peatón, trabajador o niño, a la condición de consumidor, susceptible de ser bombardeado mediante letreros, vallas, luminosos frente a sus casas, a través de los medios de comunicación interrumpiendo los programas para anunciar pañales, licores o alpargatas…eludiendo el detalle de que el ciudadano sólo adopta el rol de cliente cuando entra en el marco de referencia del mercado, no siendo lícito tratarlo como tal fuera de los recintos comerciales.
Los sucesivos gobiernos títeres de la Patronal, han tardado en hacer algo de caso a sus respectivos votontos y según se ha anunciado desde el Ministerio de Sanidad, se va a poner un límite al acoso telefónico practicado por las peores Compañías del país, con el encomiable ánimo de evitar que en lo sucesivo, sus cómplices, no nos interrumpan el sueño, la comida familiar, el trabajo en la oficina, una película con los hijos, la visita a un amigo enfermo, etc. ¡Pero no se va a prohibir! Eso sería todo un atentado al libre mercado.
Porque si se prohibiera a las empresas donantes molestar al ciudadano en la intimidad del hogar vía telefónica, no se tardaría en entender que igualmente habrían de prohibirse los anuncios en radios y televisiones de emisión abierta, así como la publicidad en los buzones que podría ser tipificado como allanamiento de morada; Libres del sistemático lavado de cerebro, la población, consciente de los enormes beneficios mentales derivados de la ausencia de publicidad en sus vidas, exigiría la retirada inmediata de todo letrero o valla publicitaria en carreteras, marquesinas, escaparates, comercios, negocios de hostelería…por contemplarlos como contaminación visual del medio y muy lesivo para el cerebro de los jóvenes. La consecuencia de todo ello, sería la caída del consumo, la ruina de las empresas y el colapso del entero sistema que descansa sobre la propaganda de vivir en la paz del progreso y la democracia.