Vayan preparando ataúdes de hojalata

Aunque ya nada pueda sorprenderme de parte de este Gobierno sociópata, he de reconocer mi estupefacción al enterarme por boca del Subsecretario de Interior Justo Zambrano de que, en breve, el Consejo de Ministros aprobará la concesión de permisos de conducir a menores de edad tras pasar el debido examen teórico con tan solo 20 horas de prácticas en la autoescuela, quién paradójicamente lo anunció durante el encuentro de “Ciudades para la Seguridad Vial” celebrado el pasado jueves en Córdoba. Y digo paradójicamente, porque si ya es difícil que los adultos con familia y responsabilidad atiendan a los múltiples llamamientos de la DGT para respetar el Código de Circulación y las más elementales reglas de civismo apelando a su prudencia y educación, qué se espera entonces acontezca cuando por nuestras carreteras y autopistas circulen escolares sin muelas del juicio, con las hormonas revolucionadas y sin que se les haya pasado todavía la pueril ansiedad de llegar primero a todas partes, incluida la puerta del colegio aunque sólo sea para salir de inmediato escopetados.

Muy mal lo debe estar pasando la industria del automóvil con la introducción del carnet por puntos que ha disminuido considerablemente la siniestralidad en nuestra red vial y en consecuencia la compra de vehículos nuevos, como para que ahora aparezca esta contrarreforma que a buen seguro les garantizará aumentar las ventas de lo que en el argot del concesionario se conoce como “Ataúdes de Hojalata” eufemísticamente denominados utilitarios, pues ya me dirán ustedes, a qué clase de vehículos optará un segmento de la población incapacitado por ley para el trabajo y que en el mejor de los casos recibe paga de los papis. Porque al margen de esta hipotética explicación, no se me ocurre otro motivo que exija de parte del ejecutivo zapateril que se apruebe una medida tan imprudente, inconsciente, temeraria, negligente, además de superflua e innecesaria para nuestra forma de vivir. Me explico:

Es posible que en países de enormes territorios y grandes distancias entre las poblaciones y aún entre los hogares como sucede en los EEUU, Canadá o Australia, aprender a conducir siendo todavía menor de edad, sea vital para la supervivencia familiar en caso de emergencia, el desarrollo social del individuo y su comunidad. En cambio, aquí en Europa Occidental, dada la cercanía entre poblaciones y lo extendidas que están las infraestructuras de comunicación, es absurdo y peligroso para todos, apostar por esta opción extrema, cuando lo suyo sería ofertar a los jóvenes la gratuidad en el transporte público y aumentar la frecuencia del mismo estudiando sus horarios y trayectos más habituales en sus ratos de ocio lúdico-festivos diurnos y nocturnos.

Si finalmente se aprueba esta medida criminal, el Gobierno de Zapatero contraerá una responsabilidad moral más directa con cuantos jóvenes menores de edad mueran los fines de semana en nuestras carreteras amortajados en los ataúdes de hojalata que les haya vendido la industria del automóvil con su consentimiento, que la que ha de soportar para su eterna vergüenza la siniestra sonrisa aznariana para con los muertos de Irak. Por descontado, los padres que animen a sus hijos a sacarse el carnet o les compren uno de esos utilitarios, ya pueden ir preguntando por el alquiler de nichos, coste de la esquela y precio de lápidas, que tal y como quedan los coches en los que se juega la vida la juventud, el ataúd le saldrá gratis, si en el testamento vital de su hijo figura que no desea la intervención de los bomberos en caso de siniestro total.

¡Dichosos badenes!

Esta señal debería retirarse por equívoca. Lo representado, bien puede indicar ¡Peligro! ¡Tricornio!

Con éstas líneas deseo dejar constancia de mi más enérgica protesta por la abusiva proliferación de los dichosos badenes en nuestras calles, vías y carreteras. Queja que espero no caiga en saco roto como le ocurrió a la que en su día plantearan los chóferes de autobús relativa a los problemas de riñones y espalda que les acarreaba su reiterada presencia, o la que también expusieran los conductores de ambulancia, dados los peligros que los mismos suponían para el ejercicio de su urgente labor, por no citar los trastornos que ocasionan a quienes sufren de mareo y de estómago durante los desplazamientos.
Como tantos otros ciudadanos, soy asiduo usuario de autobús, más por necesidad que voluntad, en cuyos trayectos vengo a invertir una media de tres horas diarias. Pues bien, en principio está en mi mano aprovechar tan preciado tiempo, bien para recuperar horas de sueño, bien para ponerme al día en lecturas atrasadas y hete aquí, que ni lo uno ni lo otro puedo hacer ahora, que por doquier, aparecen de súbito los dichosos badenes, con los frenazos y acelerones correspondientes.
Es posible que a la autoridad competente cómodamente sentada en el mullido sillón de su apacible despacho, le sobre y baste con cerrar los ojos para lo primero y abrir el libro para lo segundo, y en consecuencia, dado que se desplaza habitualmente en coche oficial, no acierte a comprender el motivo de mi queja, mas si hiciera el esfuerzo de ponerse en mi lugar, apreciaría pronto que lo que le sucede a éste pasajero es similar a lo que dicha autoridad competente le acontece cuando tiene uno de esos hipos persistentes que sólo se quita con un buen susto.
La verdad es que no entiendo de quién ha sido la estúpida idea de los dichosos badenes… Estúpida porque con su presencia, materializa y evidencia la ineficacia de la policía municipal y de tráfico a parte de poner en relieve la degradación ético-moral de nuestros conductores a quienes parece que se les debe llevar a éste extremo para que respeten los pasos de cebra, en lugar de mejorar la eficacia policial y potenciar la civilidad. además, es innecesaria porque si la autoridad competente cree de verdad que un pronunciado accidente del terreno es disuasión suficiente para que los conductores respeten el código de circulación, entonces, lo mismo hubiera valido dejar en el asfalto baches y grietas, pues el mismo servicio hace un montículo que una depresión, y al menos, nos hubiéramos ahorrado dos partidas presupuestarias al arca pública: la de arreglar las carreteras y sus cuantiosos obras, y por supuesto, lo que de por sí suponen los dichosos badenes. Y si alguien justificaría todavía la medida escudándose en que con ello se evitan atropellos, cuántos más no se evitarían de instalarse ruedas cuadradas en los vehículos.