De lo que Don Quijote dijera a Sancho Panza antes de nombrarle Gobernador de la Ínsula de Barataria. O del cohecheismo y la cohecheidad

Bien sabido es que el ilustre Manco de Lepanto, temeroso de que el personaje de Don Quijote eclipsase su ya reputada fama – como le sucediera siglos después a Arthur ConanDoyle creador de Sherlock Holmes – no se le ocurrió otra, que asesinar en su lecho a su entrañable retoño, imitando en lo peor a nuestro buen Dios que nos condena a muerte aún antes de nacer. Con todo, siempre nos queda el resquicio de rebuscar en la historia aspectos susceptibles de ulteriores desarrollos, apócrifos si se quiere, como el que ahora presento, donde Don Quijote poco antes de concederle a Sancho el título de Gobernador de la Ínsula de Barataria, tuvo a bien instruirle en los riesgos y peligros del desempeño de su cargo, entre ellos del de Cohecho, que reproduzco a continuación:

Has de saber mi buen amigo Sancho, que en este Reino de pícaros y truhanes, celestinas y alcahuetas, manirotos a los que no se les conoce arte ni oficio y si mucho beneficio, a lo que tú vulgarmente das en llamar robar, mangar, chorizar que de verbos al respecto anda sobrado el castellano, gustan de decir “cohecho” quienes mucho saben de estos y otros gráciles menesteres lindantes con el afanamiento, al delito que puede ser perpetrado por una autoridad o funcionario público cuando sucede que solicitan, aceptan o reciban dádivas, regalos o aparentes prebendas a cambio de realizar ventajosos favores, sea por acto u omisión en el ejercicio de su cargo, que es lo que se conoce entre los más pillos de las merindades rondantes, circundantes y redundantes de toda casa consistorial y aún palacio regio como “cohecho propio” o no constitutivas de delito, en cuyo caso la fechoría se denomina “cohecho impropio”, que vendría a ser en este último extremo un “cohecho pasivo” como las mancebas se dejan hacer sin poner en riesgo del todo su mocedad pues maneras hay de satisfacer al varón que aún este desconoce cuando con ellas se acuesta. Conviene también que te muestres ducho en distinguir que igualmente comete “cohecho” aquel que ofreciere la dádiva a la autoridad, individuo en cuestión que estaría incurriendo en “cohecho activo” independientemente de que el funcionario o autoridad pública estuviere realizando el acto por el que se le ofreciera la dádiva o el regalo, usease, que estuviera realizando “cohecho pasivo” que por raro que a tus calenturientos oídos le parezca, también los hay que practican la castidad en medio de la tentación, al menos en intención y pensamiento. En consecuencia, la comisión del delito de “cohecho pasivo” por parte de un regidor, gobernante o representante popular, implica ¡a fe mía! la comisión de un delito de “cohecho activo” por parte del que ofrece la dádiva o regalo, mientras que la comisión de un delito de “cohecho activo” no implica necesariamente la preexistencia de un delito de “cohecho pasivo” por parte de los implicados si los hubiere, pues en estos casos, has de estar muy al tanto de no dejarte engañar por Flestón que te hace ver cohecho en lo que no es más que un generoso obsequio de un buen ciudadano para con su Gobernador, cual puede ser vuestro caso. La cuestión entonces es ¿Puede darse la feliz circunstancia de que haya habido cohecho sin haber cohecheantes? O mejor formulado todavía, ¿Puede subsistir la cohecheidad sin actos de cohecho, en tu ínsula de Barataria?

Veo en tu rostro que cabalgas en cuanto te instruyo, más perdido que Rucio por la falta de costumbre en estas veleidades del lenguaje, más toda Excelencia que haya disfrutado de las mieles que supone ostentar o detentar un Cargo, a cargo – válganos la redundancia – de los contribuyentes, sabrá por experiencia propia e incluso impropia, por activa y por pasiva, que en el desempeño de su quehacer al frente de su gestión, rara es la ocasión en que el cohecho no se le presente propicio para que se cometa, cuando menos en su imaginación. Porque, no son pocas las mañanas que se pierden en los confortables sillones del despacho con la mente puesta en que asome por la puerta, la tan ansiada oportunidad de una aparición cohecheante casi de idéntica magnitud a la fuerza e ilusión con que la cabeza del futuro cohechizador desea ardientemente hallar a una persona cohechizable tras ella en su puesto. Así, como dos corazones enamorados de una entelequia, pueden pasar los días, meses y hasta legislaturas enteras sin que se materialice en ningún momento cohecho alguno, que es lo que yo llamo “cohecho platónico” perdidas las energías en pueriles masturbaciones de la representación democrática que se traducen enmelibeos suspiros “¡Ay! ¿Quién me corromperá?” en la soledad del gobernante, cuando no en auténticos lamentos tras ser despojado de su lugar por capricho de las urnas al no haberse corrompido lo suficiente como para salir reelegido por mayoría absoluta, ni haber tenido oportunidad entre pasillos institucionales de ligar con la socorrida fórmula traída a colación por Maese Quintana de ¿Sobornas o cohechas? con la misma ambivalencia de las novicias que tras ser asaltadas por maleficientes bandidos fueron ultrajadas en todo, salvo en su honra.

De este modo, mi buen y servicial escudero, la cohecheidad subsiste en toda sesera que la barrunta como alma en pena deambulando entre alcobas de honradez y virtud, al margen de que se materialicen cohechos, sean propios o impropios, se descubran o queden ocultos para siempre, se juzguen o no se juzguen, o sean declarados reales o imaginarios como ha sido el caso de Valencia donde la morería, por arte de birlibirloque, ha deshecho el cohecho. Otra cosa muy distinta, es el “cohecheismo” tan habitual en las Instituciones y Administraciones públicas, sea dicho de paso, que siempre necesita que se cometan cohechos a todas horas y todos los días del año para ser identificado como una realidad contante y sonante objeto de estudio, investigación, lectura periodística, de juzgarse y hasta de absolverse, porque una cosa es, que se haya dado el cohecho y otra muy distinta que ello se pueda probar, por estar sujetos y más que sujetos, encadenados, a un Estado de Derecho y no de cohecho, por mucho que los hechos digan lo contrario, que no sería la primera vez que se vieran molinos donde hay gigantes y malolientes ventas donde se levantan fabulosos castillos que si engañosa es la vista, más lo son los argumentos de bachilleres cuya bolsa depende de cómo les vayan los pleitos, los cuales, por otra parte se pierden en este Reino aun cuando a fuerza de pleitear, acaban dándote la razón y resplandeciendo la verdad, más cuán cara sale la justicia al pobre que la demanda y barata a quien puede permitirse aplazarla per seculaseculorum.

De todo ello se sigue futuro Gobernador de Barataria, que así como en la antigüedad las distintas potencias naturales o humanas que regían el mundo y a los hombres, eran remitidas a las volubles voluntades de los dioses del Olimpo, la Guerra de Troya mismamente, creo yo no equivocarme en, que cometeríamos un acto de soberbia como especie de atribuir a las autoridades y funcionarios públicos la capacidad y responsabilidad primera y última de incurrir en cohecho, dado que por una parte la cohecheidad es consustancial a nuestra naturaleza corruptible y de otra, el cohecheismo es estructural a toda Institución y puede que el modo justo y necesario de conducirse por la burocracia, pues no veo yo forma de garantizar que su engranaje funcione más de un día alimentado únicamente por la solidez de la “Paideia” de la “República” de Platón o la virtud aristotélica de la moderación por la que se conduce este Caballero andante; Porque, hemos de aceptar que si la carne es débil, que no podremos decir del espíritu…