Algunos van tirando con lo que otros van tirando.
Etiqueta: Consumismo
Contra el Reciclaje
En mi artículo “Burreciclaje” ya advertí hace años del perjuicio que para el bolsillo del ciudadano supone entregar gratis a las empresas lo que estas nos cobran una y otra vez, tantas cuantas somos capaces de devolverles los envases sin facturarles los costes de transporte hasta el contenedor, mano de obra en la separación o selección de materiales y por supuesto, la entrega gratuita de la materia prima con la que posteriormente harán el envase que nos cobrarán de nuevo en el precio del producto cuando lo adquiramos en el supermercado. Lamentable proceso en cuya noria nos meten las Oenegés ecologistas a sueldo de esas mismas grandes empresas al objeto de que como burros consumistas les suministremos la energía suficiente para explotarnos con nuestro beneplácito. Y ahora, no se contenga, exclame eso de ¡Yo si soy tonto!
Pero hoy no deseo redundar sobre este particular de sobra conocido por las mentes más avanzadas del Sistema que hace tiempo hemos dejado de reciclar. Hoy les haré ver que desde que se recicla, lejos de ayudar al medio ambiente, lo estamos deteriorando más.
Si uno se hace con los cuadros comparativos entre los índices de aumento de los hábitos de reciclaje entre la ingenua población, los del consumo de materias primas, el agotamiento de los recursos naturales, su contaminación y el deterioro del ecosistema, podrán comprobar para su asombro que cuanto más se recicla, más lejos estamos de lograr los bienintencionados objetivos que se dicen perseguir con el reciclaje. Casi podría decirse que cuanto más se recicla, más se despilfarra. ¿Cómo es posible?
Muy sencillo. Toda Conciencia desde la de la hermana piedra hasta la del mayor genio Humano, ha buscado anticiparse a cuantos peligros le rodean en un mundo en el que el que no come es comido; de aquella primigenia preocupación surgida hace más de 4.000 millones de años, nacieron los sentidos: el tacto y el gusto no ayudaban demasiado porque para cuando se daba cuenta del peligro, este ya estaba demasiado cerca como para reaccionar, aunque el amargor nos ayude a distinguir las sustancias venenosas; así debió incorporarse el olfato que permitía anticipar la presencia de potenciales depredadores o presas, aunque sin demasiada precisión y no a demasiada distancia; Una mejora supuso el oído que ampliaba el radio de observación y afinaba aún más la procedencia; pero el verdadero adelanto lo supuso la aparición de la vista que posibilitaba detectar a gran distancia y con concreción cuanto había en derredor a la velocidad de la luz. Más estos cinco sentidos fueron completados con otros – hay detectados casi una decena extra – más sutiles, que la cultura popular agrupa bajo la etiqueta de “Sexto sentido” entre los que podemos contar la capacidad para saber si le están observando a uno, presentir la muerte de personas queridas, etc. Pues bien, la inteligencia humana yo la englobo dentro de estas capacidades nacidas para ayudar a la Conciencia a preservarse.
La diferencia entre la Conciencia y las Conciencias es que la primera es necesariamente algo más que la suma de todas las anteriores pues responde al fenómeno del Emergentismo y del azar evolutivo Darwiniano, mientras que las Conciencias particulares subsumidas en su limitación actúan con libertad, pero más por miedo a la desaparición que por amor a la existencia. En consecuencia, sus acciones están dirigidas a evitar el mal más que a procurarse bien, mientras nadan en la abundancia de alimento y confort, son incapaces de esforzarse en agudizar sus sentidos de anticipación del peligro que únicamente se ponen alerta cuando el riesgo está lo suficientemente cerca como para sentirlo, gustarlo, olfatearlo, oírlo, verlo y en nuestro caso…entenderlo, cosa desagradable porque su sorpresa atara a la mente en el desconcierto más absoluto de su rota placidez pre-orgánica cuyo tiempo cuasi catatónico estructural de carácter íntrico le permitía solventar en grandes escalas minúsculos cambios aunque con posterioridad fueran grandes los efectos.
Pues bien, ante el peligro detectado, las distintas conciencias tienen distintos modos de reaccionar: las hay que escapan de inmediato, otras se quedan inmóviles con la esperanza de no ser detectadas por el agresor, otras enseñan sus armas como dientes y uñas, las hay que aparentan ser más que lo que son para disuadir al rival como el pez globo que se incha, otras sencillamente optan por esconderse en su concha como las tortugas, las hay que prefieren no mirar y cierran los ojos o esconden la cabeza, las hay que se camuflan como el camaleón, otras se sacrifican a favor de sus compañeras como sucede en ciertas manadas de gacelas…la Conciencia humana no inventa nada nuevo en sus estrategias para hacer frente a la adversidad.
Todo este excurso tiene por finalidad sostener que el reciclaje no es otra cosa que un truco de la Conciencia para evitarse la incomodidad de tener que reaccionar ante el peligro por ella misma provocado. La Conciencia que se sabe derrochadora y que pone en riesgo su propia subsistencia elije en primera instancia lo que le es más cómodo antes de dejar de pasárselo bien tras tantos millones de años de escasez, a saber: hablar de sostenibilidad, energías renovables y ¡cómo no! practicar el reciclaje. Porque la inteligencia humana es limitada y como cualquier otro sentido, sólo se ve afectado por la necesidad y todavía el pensamiento que anticipa desastres de la acción humana no es suficiente para equilibrar los placeres que se siguen de una equivocada inmediatez.
Así, la Conciencia aun consciente del derroche que supone envolverlo todo en plástico e imprimirlo todo en papel, no tiene reparos en adquirir cada vez más productos envasados porque para eso está luego el reciclaje. Su argumentación justificadora viene a ser “Derrocho pero reciclo. Reciclo, luego soy bueno. Soy bueno, entonces me merezco consumir más.” De este modo tan insensato nos engañamos cotidianamente aunque todo cuanto nos rodea nos avisa de lo equivocado del proceso mental descrito, pues aunque no queramos verlo, ahí está nuestro buzón repleto de publicidad para recordarnos a dónde va a parar nuestro esfuerzo reciclador. Más o menos al mismo sitio donde terminan todos nuestros esfuerzos presupuestarios en sanidad y educación que sólo sirven para sufragar los intereses de la Prima de riesgo que aumenta en la misma proporción que los recortes, a saber: a enriquecer a las élites explotadoras de los pueblos y el planeta.
Economía obsoleta
Hemos basado la economía en el consumo, el consumo en la caducidad oculta, la obsolescencia programada y percibida y estas, en la capacidad de los borricos productivos de consumir al mismo tiempo que producen, como si fuera sostenible a perpetuidad una estrategia cuyo movimiento genera roces sociales por donde se pierden ingentes cantidades de energía vitales para el funcionamiento del Sistema capitalista, obligando a los temidos cíclicos ajustes que elevan de grado los problemas sin resolverlos, describiendo así una espiral cuyo cenit se augura próximo, según va acelerándose el proceso, acortándose los tiempos entre reajuste y reajuste para mantener la maquinaria en movimiento, pero cada vez precisando de mayores inyecciones de energía para ello, intuyéndose la futura hecatombe cuando se haya alcanzado el punto máximo que traerá consigo hambre, destrucción muerte, y revolución.
Una economía basada en el consumo superfluo y a la vez en obtener el máximo beneficio de pocos- cada vez menos- al menor coste de quienes se benefician, que no en el máximo beneficio de todos, al menor coste social…solo puede conseguirse temporalmente a través de las siguientes estrategias, ninguna de ellas saludables, a saber: La explotación de terceros. En este caso, dado que la explotación del hombre por el hombre, parece abiertamente asumida por sindicatos y la izquierda parlamentaria que sin remilgos acepta el libre mercado, la libre competencia y la libre estupidez, e incluso por la población occidental que la tiene por natural, buena, e inevitable…no vamos a perder el tiempo en algo muy manido. Empero, creo oportuno indicar que actualmente, se da a pecho descubierto, la explotación de un conjunto a otro conjunto, cuando la mayoría de pobladores de una región además de padecer, hambre, guerra y necesidad, abastece de las materias primas, mano de obra barata, sin contrapartida alguna en condición esclava, a aquellas regiones donde la mayoría de la gente vive demasiado bien, dentro de lo que cabe. De tomarse en consideración este aspecto, se nos debería caer la cara de vergüenza de comprar la ropa tan barata o adquirir productos cuyo precio no explica su valor ni por lo más remoto entre nosotros, sumados sus costes de producción, su elaboración, su trasporte, sus materiales, etc. Si alguna vez nos llegamos a creer eso de, la ley de la oferta y la demanda, va siendo hora de saber que hoy, lo que impera para bajar los precios y mantenerlos bajos, ya no es la competitividad, sino la externalización de gastos, cosa que se consigue por el expolio de las materias primas a países como Somalia, Uruguay, Congo, Afganistán, etc, y esclavizando a las gentes de lugares como China, Vietnam, Ecuador, Senegal…Somos culpables pues de todos esos horrores que las películas condenan: esclavitud, explotación, Genocidio, como nunca antes se había hecho.
Pero, si alguna vez la famosa ley de la oferta y la demanda ha funcionado, no ha sido en el mercado de los productos, sino en el de la mano de obra; de ahí que en su día se facilitase el acceso de la mujer al campo laboral remunerado, y ahora se nos diga, cada dos por tres, lo necesario que son los inmigrantes, como si ellos y nosotros ganásemos algo con el proceso, cuando lo justo sería que nadie se viera obligado a emigrar lejos de su gente, su entorno y a trabajar más barato, en peores condiciones que los autóctonos, para lucro de los explotadores que se valen de su llegada para abaratar costes, depreciar la mano de obra y recortar derechos básicos de los trabajadores. Claro que, este percance afecta solo a los más desfavorecidos de nuestra sociedad, que son los que carecen de toda capacidad de consumo y de protesta; por ende, casi ni se nota en el mercado, mientras la misma se mantenga en unos límites no superiores a un tercio de la población. De ahí que, todavía gocemos de adquirir productos a bajo coste por el placer de comprar barato y no por vernos obligado a ello, como les sucede a inmigrantes y nuestra población miserable, lo que se conoce como escoria blanca entre los anglosajones. Es así, como se puede meter la energía extra que requiere el Sistema, para dar otra vueltita más de tuerca.
A la explotación de terceros, y la competencia entre trabajadores, también se le ha de sumar el concurso cómplice de aquella masa crítica necesaria de co-laboradores que se hallen cómodos en la situación, permitiéndoles dotarse de bienes de consumo arrebatados a sus compañeros, convirtiéndoles en privilegiados de la clase trabajadora y a quienes identificaremos como clase consumidora, por ser ella, la que mantiene engrasada la maquinaria. Pues bien, es para ellos que se ha diseñado las tres mejores estrategias de mercado, la caducidad oculta, la obsolescencia programada y la obsolescencia percibida:
La caducidad oculta, consiste en producir bienes cuya utilidad viene establecida de antemano, para que a x años de haberlo adquirido, no esté en condiciones adecuadas de prestar servicio, de este modo, la industria se garantiza cíclicas acometidas de clientes en busca de coches, electrodomésticos, maquinaria, por dejarles de funcionar lo que hubieron comprado en su día, o por un repentino cambio legislativo que lo deja fuera de juego. Por supuesto, tan sofisticada estratagema se ve acompañada de la paulatina desaparición de garantías, piezas de repuesto y posible reparación a coste razonable.
La obsolescencia programada, viene establecida por el control de los tiempos en que se han de ir incorporando los avances científico-técnicos a la industria destinada a producir bienes de consumo, de este modo primero se espera a que un mercado esté suficientemente saturado de un producto, para introducir una pequeña novedad en su diseño, o un significativo avance; cuando esto sucede en la vanguardia de Occidente, o sea en, el mundo Anglosajón, se retira de su mercado los productos ya obsoletos y se distribuyen en el mercado secundario occidental, el mediterráneo, Europa del Este y latinoamericano, y cuando las novedades llegan aquí, el resto pasa a distribuirse entre los países subdesarrollados…De este modo se optimiza la estrategia de la obsolescencia programada en tres o cuatro tiempos, realidad que cualquiera que haya viajado por los continentes puede observar sin dificultad. Por supuesto, en cada mercado hay personas y grupos que representan a escala más pequeña este proceso, que hasta se puede rastrear por barrios.
Por último, la obsolescencia percibida, es lo que vulgarmente conocemos como moda que a día de hoy no es cosa sólo de ropa y música, sino que afecta a los nuevos modelitos de móvil, ir a la última en tecnología digital, hacerse con la nueva gama de electrodomésticos, etc. La cuestión es que la gente deje de usar hoy lo que adquirió ayer, para comprar lo que abandonará mañana. Para ello debe sentirse muy a disgusto consigo mismo y con cuanto le rodea, asunto del que se encarga la publicidad, para de este modo, buscando la aprobación de sus iguales, crea hallar refugio en la compra compulsiva que le permita renovarse, actualizarse, ponerse al día con el grupo y no desentonar diciendo ¡Eh! ¡Miradme! ¡Soy de los vuestros! ¡Yo también contribuyo a la economía….
Pues bien, este modelo basado en el consumo esclavista y en el consumo esclavo, no da más de si, porque en breve, la gran mayoría de consumistas en nada se distinguirán de la gran mayoría de esclavos.
Todos vivirán para trabajar y trabajarán para consumir. Y eso, eso no es economía.
Contra la servidumbre voluntaria
En su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o Contra el Uno” Étienne de La Boétie se preguntaba extrañado cómo pudo ser que la mayoría se plegara a la voluntad de Uno, anticipando con ello los modernos derroteros de la Soberanía popular tantas veces aplazada. La rabiosa actualidad de dicha cuestión crece por momentos en los ámbitos del suministro de bienes de primera necesidad, distribución de mercancías, sitios de abastecimiento de la población, política de precios…ahora que entre todos hemos alimentado a las monstruosas Grandes Superficies que amenazan monopolizar cualquier resquicio de lo que antaño fuera el refugio de la pequeña burguesía, auténtica garante de las libertades democráticas, a cuya categoría podía adscribirse cualquier comerciante, tendero, profesional, y cuya supervivencia empieza a ser del todo imposible ante la indecente competencia desleal a la que les somete dichas aglomeraciones y sobre todo nuestra docilidad voluntaria a cederle todo negocio a Uno, antes de repartirlo entre muchos.
La actual situación de servidumbre voluntaria ante el dictado de las Grandes Superficies, la desaparición del pequeño comercio y por ende, de la clase media, tuvo su origen en un mal entendido pequeño beneficio inmediato sin llegar a ver el colosal perjuicio directo que en menos de una generación iban a padecer ellos mismos, sus hijos, y toda la sociedad. Cuando el zapatero creía comprar la carne más barata en el Errorski, el frutero opinaba que los zapatos le salían a mejor precio en el Macarrefur; lo mismo sucedía entre fruteros, pescaderos, libreros, carniceros, y cualquier propietario de pequeño comercio. Todos dieron de comer a Uno, sin darse cuenta que al final les engulliría a todos siendo hoy el día en que ellos y sus familias han de trabajar para ese mismo Uno. Es como si de la noche a la mañana, hubiéramos decidido dejar de ir a los bares del barrio, y solo fuéramos a un Macrobar a las afueras, para tomar chiquitos solo en su interior, comer pinchos solo en su barra, e ir a tomar copas solo allí, porque todo nos saliera un céntimo más barato. Más barato hasta que cerraran todos los bares del barrio y tuviéramos que acudir allí por no quedar más remedio…
Pero la situación no es irreversible. Puede costarnos un poco al principio, mas la recompensa es enorme comparada con la inversión. Derrumbar a esos gigantes monstruosos es más sencillo de lo que parece, nos basta con dejar de ir de repente a sus palacios a rendirles tributo y empezar a comprar al lado de nuestras casas para que las calles donde vivimos no mueran de pena. Tan pronto como comencemos a hacerlo veremos aparecer sus efectos pues todo el caudal de beneficio que ahora entregamos solo a Uno, se verá repartido entre muchos, entre los cuales, difícilmente no se hallará alguno de nuestros familiares o amigos directos, entrelazamiento afectivo comercial que contribuirá a hacer más resistente el tejido social del que dependen nuestras históricas conquistas cívicas y morales.
EpC: ¿Quién roba a quién en los Grandes Almacenes?
Sin tiempo para digerir la tromba de datos del estudio “Valores sociales y drogas 2010” realizado por la FAD, ha habido algo que me ha molestado especialmente por cuanto considero un error de percepción, que menos del 5% de la población juzgue admisible robar en Grandes Almacenes, cuando en mi opinión, debería ser una obligación moral de todo ciudadano.
El primer precepto comportamental respaldado por la Ley Natural, consiste en procurarse la propia supervivencia y la de los tuyos. Sobre este fundamento vitalista se construye toda práctica ético-moral, de modo que nuestros actos, hechos y costumbres, aparecen a la conciencia como buenos o malos en función de cómo operen a favor o contra nuestros intereses, y en la medida en que eviten o atraigan nuestro perjuicio. Quien diga lo contrario, no sabe de lo que habla, pues regirse de otro modo sería contraproducente no ya para ti como individuo, sino para tu familia, tu grupo y a la postre, para la especie entera. Cierto es que, en la medida de lo posible, la supervivencia ha de buscarse sin perjuicio de los demás y si fuera posible, que de tu prosperidad se beneficiara el resto. De lo que no cabe duda, es que, no impedir que te perjudiquen, es uno de los males morales que más reprochables por tus semejantes.
La gente debería conocer que los Grandes Almacenes, a la hora de confeccionar sus presupuestos anuales, toman en consideración las estimaciones de la cuantía que los expertos atribuyen a los hurtos tanto de la plantilla contratada, como de la clientela, al objeto de endosar dicha prevista cantidad entre el volumen de ventas del mencionado periodo para que la empresa ni sufra ni padezca tan extendida práctica, cuando lo suyo sería que hiciera como el resto de nosotros, poner más cuidado, invertir más en seguridad o conformarse con la fatalidad, en vez de colgarle el mochuelo a su confiada y fiel clientela, quien verdaderamente asume tan innoble proceder. Por ponerles un símil, es como si no nos importase nada que la gente de la calle viniera a nuestra casa a enchufar todos sus aparatos, cargar baterías, hacer continuas lavadoras, etc, porque tenemos enchufada la corriente a la comunidad, en lugar de a nuestro contador.
Pues bien, yo no sé a quién se deberá usted más, si a los Grandes Almacenes, o a su familia, pero a partir de ahora ya no tiene excusa para no recuperar parte de lo que le usurpa la traidora política de precios indicada, que le aplica su tan respetado Gran Almacén, y quien dice Gran Almacén, dice Gran Superficie, Gran tienda de Marca, etc. Que su Grandeza no es otra que la derivada del latrocinio general con esta y otras tretas que iremos comentando.
Claro que si se empeñan en defender a los Grandes de España, podrán argüir dos cosas: que si todos empezamos a reequilibrar nuestra deficiente balanza comercial, al final aumentarán los precios y estaremos peor que al principio, observación de la que discrepo por cuanto la competencia les obligaría a no abusar de su innoble práctica y habrían de invertir más en seguridad o asumir pérdidas como todo el mundo; y que en verdad quienes nos roban no son los Grandes Almacenes, sino los rateros que realizan hurtos en ellos… la cuestión a resolver sería entonces, por qué habiendo bancos, joyerías, y toda especie de tiendas de lujo, los hay que se dedican a comer galletas y beber cartones de leche en los supermercados, o a sustraer lentejas y cartones de Don Simón para revenderlos a los ancianos del lugar.
Se mire por donde se mire, en el peor de los casos desde la despistada perspectiva que describe esta encuesta dirigista de la FAD, nos estaríamos robando a nosotros mismos, y a caso ¿no es mejor robarnos entre nosotros a que lo hagan los demás?