Aportación Sociocultural de dos noticias sobre bancos

Todos los medios de comunicación se han hecho eco la última semana de dos noticias singulares relacionadas con los bancos: una acaecida en Asturias donde un hombre provisto de una garrafa de gasolina ha prendido fuego a una sucursal sin mediar palabra y otra en Madrid, donde ha caído una banda que se servía de la red de alcantarillado para acceder y huir de las entidades financieras. Y qué quieren que les diga…el tratamiento de la información, a mi modo de ver, deja mucho que desear, como le sucede a los reportajes sobre cualquier inclemencia del tiempo que está repleta de topicazos y vista una vistas todas. Los relatos parecen despachados directamente de la comisaría con todo lujo de detalles sobre su arresto y modus operandi, pero sin el más mínimo análisis sociocultural sobre el particular, carencia a cubrir con esta humilde aportación:
En el caso asturiano, los hechos han sido descritos como propios de un enajenado mental, de un pirómano que sin propósito aparente ha decidido pegar fuego a un banco. ¡Ya es casualidad! Con las ganas que media España tiene de hacer lo mismo y se nos adelanta un loco. Ningún periodista se ha atrevido a relatar el asunto como una venganza, acto de justicia, muestra de simpatía para con los desahuciados, los estafados de las preferentes y demás, por la cuenta que les trae. Yo tampoco lo haré; pero no me resisto a contemplar el acontecimiento como un acto estético de arte creativo, con enorme fuerza simbólica, gran carga emocional desencadenante de efluvios catárticos en la psique colectiva en una eclosión eufórica de entusiasmo contenido estando como estamos en Estado de Sitio, cuyo autor, bien merece ser aplaudido en la próxima edición de ARCO cual artista revelación.
En el caso madrileño, los integrantes de la banda han sido presentados a la opinión pública, primero como perdedores, hablando de ellos en calidad de detenidos y después como peligrosos delincuentes para no despertar melancolías postreras de su quehacer, en un país donde en la mente de los lectores, radioyentes y telespectadores, pese al concienzudo lavado de cerebro operado por la propaganda, asalta entrelíneas indómito el refranero popular que clama “quien roba a un ladrón, mil años de perdón” rebelde pulsión que no se sofoca con la moralina de respetar la propiedad privada cuando los criminales financieros no respetan la nutrición de los niños, la jubilación de los mayores, la salud de los enfermos, la casa de nuestros padres, en resumen la vida, pudiéndose haber aprovechado la ocasión para desde los titulares promover la historia como digno motivo de la industria editorial o cinematográfica, teniendo como tiene todos los ingredientes para convertirse en un Superventas de la literatura o en una película de éxito, con un jefe autoproclamado “Robin Hood de Vallecas” que aprendió y heredó el digno oficio de su progenitor quien le enseñara desde su más tierna infancia los pormenores del trabajo, que con menos en Hollywood ya estarían rodando. Por lo demás, los redactores del suceso podrían haberse rascado un poco detrás de las orejas y haberle seguido la pista a la feliz circunstancia de que siendo como son los bancos los mayores beneficiarios de lo que el Catedrático Roberto Velasco ha denominado “Las cloacas de la economía” donde va a parar todo el dinero negro de la prostitución, el tráfico de armas, de las drogas, la trata de blancas, la industria pedófila, el mercado de órganos, de la evasión fiscal, la corrupción política, etc, para su lavado y puesta legal en circulación, ha sido precisamente por las kilométricas alcantarillas madrileñas que algo de cuanto se sustrae de la riqueza nacional le haya sido a su vez arrebatado por una facción autónoma de la vanguardia moral, a quienes la propaganda se empeña en desprestigiar ante los ojos del ciudadano que en lo más recóndito de su corazón les honra y admira.

Gila en el caso Bárcenas

comenzaba Gila uno de sus más famosos monólogos irrumpiendo en el vestíbulo del hotel con la pregunta: ¿Hay algún asesino suelto por ahí? ¿Alguien tiene un cuchillo ensangrentado en el bolsillo?, en clara parodia a las poco creíbles resoluciones de los crímenes en las series de detectives que inundaron la pantalla durante las últimas décadas del siglo XX con los Kojak, Colombo, McCloud y Banachek, cuya función no era otra que la de persuadir a las mentes adultas de que alguien en la Policía velaba eficazmente por su seguridad.

Como los héroes del cómic Superman, Spiderman, Batman y la Masa, subsanaban en las cabezas infantiles los temores derivados de las primeras dudas albergadas por el resquebrajamiento de la todopoderosa figura paterna, pues en sus capítulos, bastaban dos indirectas para que los sospechosos se vinieran abajo y cantaran ópera esclareciendo todos los detalles allí donde no llegaba el ingenio del guionista para ponerlo en boca del personaje principal.

Lamentablemente, mientras el humor para ser debidamente entendido tiene que flanquear el obstáculo de la inteligencia, la estupidez tiene acceso directo a nuestra psique, desde donde hace auténticos estragos indistintamente del nivel cultural alcanzado por el individuo y hasta de su coeficiente de inteligencia natural.

Desde hace meses vemos cómo evoluciona el que hemos dado en llamar caso Bárcenas para que uno pague por todos: se tardó lo suyo en poner en custodia al sospechoso; se tardó aún más en intervenir cuentas; y todavía no se ha ordenado el registro ni de su propiedad ni de su lugar de trabajo, que no es otro que la sede oficial del Partido Popular en Génova. Ahora, después de que casi por vergüenza el juez Ruz requiriese la entrega de los ordenadores manejados por el extesorero del PP, resulta que estos han sido destripados de sus respectivos discos duros, poniendo en práctica literal lo del «borrón y cuenta nueva» que, como ha dicho el portavoz de la organización popular, es habitual proceder en asuntos informáticos.

Muchas son las hipótesis esgrimidas al objeto de explicar tan ingenuo tratamiento por parte de los tribunales primero, dando tiempo suficiente al sospechoso para desplazarse por toda la geografía española y de medio mundo eliminando pruebas, segundo, dejándole libertad legal absoluta para efectuar cuantos movimientos económicos y fiscales fueran menester para ocultar la ingente fortuna ilegalmente acumulada y tercero, permitiendo hasta la fecha que tanto el sospechoso como su familiares y allegados limpien su casa de pruebas que le pudieran incriminar cuanto a la sede del Partido Popular y sus más fieles colaboradores a hacer lo propio en sus instalaciones.

Una de estas hipótesis señala a la lentitud de la justicia, que es tanto como decir que la planta coloquialmente conocida como «adormidera» tiene la propiedad de dormir no aportando gran cosa a la cuestión; otra hipótesis algo conspiranoica apunta a cierto acuerdo económico millonario entre la parte mangante acusadora y la parte mangante acusada, a la que doy el menor crédito por ser muy verosímil. Yo me inclino por lo comentado, a saber, nuestros más altos representantes de la magistratura, pese a su sólida formación académica y prestigiosa carrera profesional, como cualquiera que haya visto reblandecido su corazón con Heidi y Marco y su cerebro con aquellas series de detectives -y el juez Ruz no iba a ser la excepción- salvo que el acusado sea un infeliz, se ven inconscientemente empujados a esperar de todos los culpables una confesión voluntaria cuya tardanza se demora en el tiempo más nunca llega a hacer desistir a sus señorías por cuanto siempre, siempre, siempre, tarde o temprano, los delincuentes acababan derrumbándose en la interminable secuencia de capítulos, idea absurda donde las haya, pero que está en la base de no menos absurdo proceder procesar que más que cauto, prudente, lento o garantista, parece a ojos de la población generoso, colaborador y hasta cómplice con el acusado.