Buscar vida inteligente fuera del planeta Tierra, es una sabia decisión.
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Agujeros Negros y vida inteligente
Cuando hace exactamente dos años, el profesor Otto E. Rössler, del Instituto de Física Teórica de la Universidad de Tubinga, advirtió del enorme riesgo que entrañaría la, por aquel entonces, inminente entrada en funcionamiento del acelerador de partículas más potente del mundo, el Large Hadron Collider (LHC), sito en la apacible Suiza, al objeto de desvelar los misterios del origen del universo, provocando la colisión de partículas subatómicas denominadas hadrones en un circuito de 27 kilómetros de longitud a más de 40 metros de profundidad, con el que el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN) pretendía reproducir condiciones similares a las que se supone imperaron instantes después del «Big Bang», abriendo inconmensurables posibilidades a la investigación científica, pero también a la creación en su seno de un nanomicroscópico Agujero Negro incontrolado cuya creciente voracidad podría engullir a nuestro Planeta Tierra en a penas cincuenta meses, a todos se nos esbozó una ligera sonrisa que desplazaba la ocurrencia a los planteamientos alarmistas tan al gusto de quienes gozan anunciar el Fin del Mundo a sus congéneres. Sin embargo, su aviso no cayó en saco roto, y aquel inminente experimento, tantas veces anunciado, fue de aplazamiento en aplazamiento, hasta ver rebajadas enormemente sus expectativas, siendo hoy el día en que sabemos por la prestigiosa revista Nature que un equipo de investigadores de Zurich y Michigan ha construido un simulador para conocer cómo se formaron los enigmáticos Agujeros Negros supermasivos en el Principio de los Tiempos, iniciativa mucho más prudente.
Tampoco en mi fue aciaga aquel sobrecogedor augurio teórice. Hacía más de una década que le daba vueltas seriamente a los asuntos del origen de la vida en el Universo, de si hay vida inteligente en La Tierra, si la hay fuera de ella, y de ser así, cuales son los motivos por los que todavía no ha habido contacto verificable…cuando leyendo que la humanidad había alcanzado el grado tecnológico, no ya de aniquilarse cosa que puede hacer desde hace tiempo, sino de esfumarse sin dejar rastro arqueológico de su presencia, proeza que solo está al alcance de los mayores cataclismos cósmicos, comprendí que ahí estaba una de las claves resolutivas a mis incógnitas…
Todos los cálculos matemáticos señalan que la vida inteligente desarrollada en otros puntos del Universo, tiene una probabilidad muy elevada, simplemente por una cuestión de estadística; Por muy amplio que sea el extracto de observación que usemos como patrón, digamos un Gran cúmulo de galaxias como el de la Virgen al que asignemos valor 1, es tan exagerado el número de estas agrupaciones estelares, que arrojan enormes cifras de su presencia. Eso, sólo tomando como referencia el Universo conocido como realidad unívoca, porque si empezamos a pensar en Universos paralelos y multiuniversos, lo difícil sería explicar cómo no iba a haber más inteligencia que la nuestra. Y aunque como advirtiera un célebre astrofísico “Tanto que estemos solos en el Cosmos como que estuviésemos acompañados son opciones igualmente aterradoras” la insignificante historia humana demuestra que es mejor descubrir que ser descubiertos, motivo por el que soy un firme partidario del proyecto SETI pese a no tener del todo claro que esté demostrada su presencia terrícola.
Considerando estas premisas cruzadas, de una parte el presupuesto de que hay vida inteligente tomando como dudoso modelo nuestro caso que avala el Principio Antrópico tan de moda, y de otra, su alta probabilidad estadística, se barajan las siguientes posibles respuestas para responder la pregunta del por qué todavía no hemos trabado contacto científicamente constatable: En primer lugar, se arguye que ninguna de las inteligencias ha desarrollado semejante grado de perfección técnica que lo posibilite, por lo que permanecen aisladas. En segundo lugar, se aduce que pese a haber alcanzado un grado supino de perfección técnica como para trabar contacto con civilizaciones vecinas, las enormes distancias del Universo profundo impiden de momento que llegue entre ellas los mensajes emitidos. En tercer lugar, tendríamos que aunque nosotros los terrícolas no hayamos podido verificar el contacto, nuestros visitantes si lo han hecho optando por no revelarse para observarnos. Y entre otras muchas explicaciones tendríamos una cuarta respuesta que implicaría que la vida y la inteligencia pueda darse de formas tan ajenas e inauditas que la comunicación entre ellas fuera de momento impensable, como lo ha sido hasta hace poco la comunicación entre personas y cosas, cuya infranqueable frontera se cae por momentos, y en breve podremos escuchar los terribles sufrimientos de una lavadora, como ya es posible escuchar los lamentos de un sauce llorón o interpretar los balbuceos del bebé.
Pues bien, a todas estas explicaciones del por qué no se ha contactado con vida inteligente extraterrestre, añado de mi propia cosecha, una quinta hipótesis que tiene la virtud de, además explicar el origen de los Agujeros Negros y por ende, ser una prueba de la realidad de vida inteligente mejor que nuestra propia declaración como tal, a saber: cuando una civilización inteligente en el Universo alcanza un grado de conocimientos científico-tecnológicos suficiente como para ser capaces de reproducir en laboratorio las condiciones primigenias que dieron origen al mismo, la Naturaleza les premia con un Agujero negro que les abduce a otra dimensión –lo que conocemos como Agujero de Gusano- haciéndolas en cambio, desaparecer de nuestro Espacio-Tiempo, de cuya presencia anterior sólo quedaría precisamente dicho Agujero Negro. Así pues, es imposible que las inteligencias en nuestro Universo contacten, porque justo cuando están en condiciones de hacerlo, la creación fortuita de un Agujero Negro se les adelanta y les trasporta a un Universo superior, paralelo o como se lo quiera denominar, pero fuera ya de nuestro alcance. Allí donde hay un Agujero Negro, hubo en su día una civilización inteligente.
Esta hipótesis que remití a la revista Science al poco de leer las advertencias del Dr. Rössler, por el momento no ha recibido respuesta de la comunidad científica, supongo por la deficiencia del inglés en que fue redactada.