Si a los padres les atormenta el continuo “ ¡Y por qué! “ de sus hijos, a los profesores les persigue durante toda su carrera, el famoso “¡Para qué sirve esto!” preguntas para las que no prepara la naturaleza y mucho menos los manuales de enseñanza al uso. Las primeras, dada la corta edad de los sujetos descarados que se atreven a formularlas, son fáciles de esquivar con mentirijillas que, si bien no le dicen la verdad científica del por qué la nieve es blanca cuando el agua es transparente, el Arco Iris tiene esa forma cuando el horizonte es plano, por qué el cielo es azul, o quién mueve el viento…al menos les ofrece una respuesta que calma su curiosidad innata que más adelante trascenderá, mas por descontado los hay que se atrofian conviviendo de por vida con tan pueriles ideas sea para defenderlas, sea para combatirlas, como los mitos bíblicos de Adán y Eva, pero sin superarlos. En cambio, las segundas, tienen mucha más enjundia porque quienes las plantean suelen ser díscolos preadolescentes que empiezan a rebvelarse en el sistema educativo como sujetos de aprendizaje y no meros objetos pasivos que aceptan sin rechistar lo que se les desea transmitir, con la dificultad añadida de que, esta vez, no suele ser tan sencillo contentarles, entre otras cosas, por convertirles en escépticos la traumática experiencia de los Reyes Magos.
De los muchos problemas con los que lidia la institución docente, uno de ellos, es la motivación de alumnos y profesores, pues si en algo coinciden es en que no tienen muy claro para que sirve lo que hacen, y si no se sabe a donde se va, difícilmente se darán los pasos adecuados en la buena dirección.
He observado que el alumnado no discute toda la información transmitida, nadie cuestiona para qué sirve leer o escribir, ni contar,…los problemas aparecen con la raíz cuadrada en matemáticas, los análisis morfosintácticos en lengua, las gráficas en geografía, etc. Un análisis superficial podría concluir que es una estratagema ante el incremento de dificultad académica, y es posible que así sea, pero ello obedece a la natural resistencia de trabajar en balde. En consecuencia, su reclamación es del todo pertinente y ha de afrontarse con diligencia antes de acometer cualquier otra majadera reforma en ciernes, pues si nuestros adolescentes desconocen para qué sirve esto…harían mal en aprobarlo sin más. En mi opinión ayudaría bastante que los maestros antes de empezar el año escolar les animaran a demostrar por si mismos que la Tierra es redonda, cuanto mide una montaña, construirse un teléfono, hacer en equipo un periódico escolar, que liguen por internet con parejas de otros países, para de este modo por un lado, experimenten sus limitaciones e intuyan la utilidad de los conocimientos impartidos, y por otro, cuando el profe y los resultados lo permitan, experimenten el goce intelectual.
Y si la preguntita que encabeza estas líneas trae por la calle de la amargura a mis colegas de ciencias y matemáticas cuya realidad inmediata valida los sacrificios personales y sociales dedicados a su estudio e investigación, qué les voy a contar yo de cómo me las tengo que ingeniar para explicarles la utilidad de una materia cuyo máximo representante Sócrates, no tuvo mejor ocurrencia que pasar a la historia con su archirequetefamosisima frasecita de “ Yo solo sé que no sé nada” o la de aquel otro idiota de Descartes que vino a decir “Pienso, luego, existo” Con semejantes antecedentes, lo mejor que puedo hacer es arrojar la toalla, se dirán ustedes. Pues no.
Para empezar, les desarmo a la primera confesándoles un secreto: Es verdad, la Filosofía no sirve para nada; ¡Nada de servir! La Filosofía no ha nacido para servir y los filósofos no han venido al mundo para ejercer de sirvientes, esa función se la dejamos a las ciencias y demás saberes prácticos…discurso que aprendí de mi profesor de Filosofía, Don Alfonso, durante mi bachillerato en Estella. Luego, más en serio, les cuento la fábula de “El cazador de dragones” para transmitirles que de momento, y a falta de mejor prueba, les vale para obtener el diploma a ellos, y a mi para ganarme la vida, que no es poco, y como daño colateral, a algunos les hace pensar por si mismos. Acto seguido, les realizo un experimento filosófico consistente en idear un método para sacar un dado oculto bajo un cubilete sin ayuda de las manos, de ningún instrumento y sin ejercer fuerza alguna sobre la mesa; Pasados infructuosos intentos suyos, doy comienzo a la demostración: me acerco al cubilete, lo miro atentamente, hago que me esfuerzo mentalmente, y ¡Tachán! ¡Ya ta! Enseño mi puño cerrado. Por supuesto, los muy desconfiados se mofan, y siempre hay algún Tomasillo que levanta el cubilete para darme la estocada final; Es entonces, cuando aprovecho para acercarme de nuevo, y cogerlo con la boca, y mostrárselo a todos entre mis dientes. Es posible que con ello deduzcan que la filosofía solo vale para engañar…y no estarían del todo desencaminados, pero al menos, ya tendrían algo que contrastar.
Claro que también podemos probar a enfrentarles con su propia medicina como hace mi colega bióloga Nagore, que cuando le vienen con eso tan despectivo de ¿ Para qué sirve esto? ella contraataca con ¿Y tú? ¿ Para qué has nacido?