Como no soy tonto del todo, no tengo coche. Y como no tengo coche, las subidas y resubidas de la gasolina, sólo me afectan indirectamente, lo que me convierte en un tonto indirecto, pues no crean mis, queridos lectores, que la industria del petróleo, en sintonía con la del automóvil y la complicidad de los sucesivos gobiernos corruptos, nos toman por algo distinto, cuando se refieren a nosotros como consumidores, clientes y usuarios a los que nunca las más sencillas leyes que rigen la liberalización del mercado, cuales son, las de la libre competencia o la relación entre la oferta y la demanda, jamás de los jamases, funcionan en beneficio nuestro, ni en la bajada del precio, ni en la calidad del producto, ni en el servicio, que cada vez, deja más que desear con la peligrosísima moda del autoabastecimiento en las gasolineras. O eso creía yo.
Fue leyendo “El economista camuflado” de Tim Hardford que me percaté de que, la condición de tonto completo evitada gracias a mis dioptrías, me ha alcanzado por mi adicción al café. Y es que, como denuncia este genial autor en las primeras páginas del superventas, si usted “ toma tanto café como yo, probablemente haya llegado a la conclusión de que alguien, se está haciendo inmensamente rico a nuestra costa” porque observen que, hoy un café solo, ya vale tanto como un litro de gasolina, concretamente está en 1,30 euros, el cortado en 1,40 y el con leche, supongo que más caro. Y que yo sepa, el café, todavía no ha sustituido al oro como valor refugio en tiempos de crisis, ni al dólar como patrón económico internacional.
El hoy cuestionado Estado de las Autonomías que con tanta alegría ofreciera durante la Transacción el famoso “café para todos”, no pudo concebir cuando aquello, lo caro que a la postre le iba a salir la cuenta, propinas a parte. Ciertamente, el café, en su día fue un lujo de las élites, como lo fuera cualquier producto llegado de ultramar como el chocolate o el tabaco. Pero con el aumento del comercio y las mejoras del transporte, los precios fueron haciéndose cada vez más asequibles al resto de la población hasta el punto de que se acuñara la expresión ¡No vale un café! Aunque hemos de reconocer que su precio no llegó a ¡importar un comino! chulería castiza que ahora nos suena a arcaísmo cuando alguien como el Ministro Sebastián, para justificar el aumento de la electricidad un 10% vino a decir que ello no repercutiría en el gasto familiar más que un café por barba.
Al principio, lo primero que pensé fue que, el elevado coste de un café tomado de pie en la barra de un bar, obedecía a que se hacía con agua mineral; Tras quedar como un auténtico sibarita al inquirir sobre la cuestión, caí en la cuenta de que sería más lógico que Juan Valdés y las pobres gentes para las que Guerra deseaba que lloviera café en el campo, de algo tenían que vivir y que si yo era un privilegiado que podía permitirme leer todos los días el periódico mientras me tomaba sentadito a miles de kilómetros su esfuerzo, bien empleado estaba lo gastado. ¡Pero no es así! Ni los recolectores de café ni los países que han sido condenados por Occidente a su monocultivo, se han beneficiado del exagerado precio del ya denominado petróleo marrón. Lo siguiente que encontré para explicar el alto precio de un producto tan popular, fueron los salarios y gastos derivados de la hostelería, pero dado que los esclavos venidos de fiera copan el ramo como camareros, provenientes curiosamente de lugares donde hay excelente café, deduzco que por ahí no debo continuar especulando, como tampoco debía hacerlo fijándome en los aparentes dueños del negocio, pues quienes se estuvieran forrando con él, dudo mucho que estarían detrás de la barra desde primeras horas de la mañana, hasta altas horas de la noche, día sí, día también, sin a penas fiestas ni vacaciones, sirviendo un café tras otro.
Así pues, ¿Quién se está beneficiando de la estafa generalizada que denuncia Hardford? Los Gobiernos siempre ofrecen una buena respuesta para explicar los males que acucian a la ciudadanía. Como los impuestos, sus fechorías, sean directas o indirectas, por acción o por omisión, siempre están detrás. Pero precisamente por ser una constante de todo problema, no nos vale como explicación concreta al particular que nos ocupa. ¿Cuál es la variable que incide en tan curioso fenómeno de la subida del café para que su precio supere con creces al de la gasolina? La respuesta no puede ser otra que, aquella que domina todos los bajos comerciales de nuestras ciudades, obligando a los pequeños hosteleros a subir los precios para poder pagar los altos alquileres a los que sin remedio deben hacer frente para poder abrir un negocio en nuestras ciudades, auténticos monopolios camuflados de sucursales bancarias, cajas de Ahorro, mutuas, aseguradoras…
Desde hoy he tomado la sana decisión de tomarme el café en casita y los casi cinco euros que me dejo al día en cafés, los meteré en una hucha para irme de viaje, pongamos por caso, a Brasil.