La primera ocasión que tuve noticia de tan extraño fenómeno lingüístico fue de la magistral mano de Alex Grijelmo cuya obra entera recomiendo a cuantos guste disfrutar de los entresijos del castellano, quien hace al menos una década ya advertía sobre la voracidad del “evento” cuyo calco del uso inglés mal empleado por la comunidad castellanoparlante, amenaza cual especie invasora, con extinguir todo el vocabulario autóctono incluidas voces como “tema” la cual ya había fagocitado por su cuenta al “asunto”, la “cuestión”, el “problema” y la “cosa” que a su vez se había encargado de merendarse a toda palabra susceptible de caer bajo su indeterminación, extremo al que no escaparían ni los demostrativos “esto”, “eso” o “aquello” socorridos remedios hogareños de las madres para referirse a casi cualquier particular, que por aquí empezaría tan demencial secuencia lexicofágica.
Mal que bien, hasta hace nada, había cierto acomodo en dicho podio de términos glotones que depauperaban el lenguaje coloquial, por cuanto era propio de los pobres expresarse con pobredad. Sin embargo, con la crisis económica galopante que no parece tener fin pues al final del túnel nos aguarda la tormenta, disminuyendo como ha disminuido la clase media, una voz como Evento está causando estragos en la expresión oral y escrita, alcanzando cotas preocupantes.
Durante mucho tiempo, refugiada mi mente como está en los sótanos de la República de las Letras, es decir, en los clásicos grecolatinos, aún siendo como soy un faltógrafo impenitente, la advertencia certera de tan genial autor se me antojó toda una exageración propia del erudito especialista celoso custodio de su terruño. Más el otro día, atendiendo un debate de la Sexta, pude escuchar de labios de un habitual de la cadena a quien aprecio lo suficiente como para no citarle, que el evento de Siria era muy preocupante. Entonces desperté de mi letargo. ¡Evento como sinónimo de guerra! A dónde habíamos llegado…
En estos años, casi sin darnos cuenta, el “evento” ha multiplicado su presencia entre nosotros, hasta el punto de que hoy todo son eventos: vemos a la gente haciendo cola para asistir a un evento teatral en vez de una representación; las madres acuden al colegio a contemplar un evento deportivo antes que una competición; salimos de etiqueta a un evento musical que podría ser hasta un concierto; los ciudadanos ya no participan de las elecciones democráticas, sino de un evento político; en Navidad se prodigan los eventos familiares antaño dichas reuniones, los eventos empresariales en sustitución de comidas y cuando alguien se muere vamos a despedirle a un evento funerario cuando tocaba un sepelio. Manifestaciones laborales, actuaciones policiales, mítines políticos, acontecimientos climáticos, exposiciones de pintura, fiestas populares, pasarelas de moda, concursos infantiles, ceremonias religiosas, cumpleaños, Jura de bandera, recepción de Autoridades, presentación de libros, noticias del telediario, entrada en la cárcel de Pantoja…todos son eventos.
Y bien está que una sociedad empobrecida se exprese con un lenguaje empobrecido para que el vestuario acumulado en el ropero no despiste al interlocutor deseoso de saber el estatus social al que en la actualidad pertenece la persona con la que se mantiene conversación. Pero “evento” no sólo está afectando a esos trece millones de españoles que están sumidos en la pobreza con o sin trabajo; que también ha alcanzado de lleno a la flor y nata de las élites extractoras, particular del que me he percatado al revisar las intervenciones de los representantes de la Patronal y de la Banca cuyos actos, también son eventos.
Paradójicamente, el “evento” no parece eventual entendido el adjetivo como algo que no es seguro, fijo o regular, en nuestra lengua, antes sospechamos que ha venido para quedarse por mucho tiempo hasta que la mismísima RAE, anuncie a bombo y platillo la salida al mercado de su nuevo Evento, entendiendo esta vez por evento su famoso Diccionario, cuyo contenido, ciertamente cada poco es más y más eventual.