LA ATLÁNTIDA

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hace cosa de dos años, un asiduo a este Blog me requirió en varias ocasiones que me pronunciara sobre el asunto de la Atlántida. Sobre el particular yo ya me había confesado fiel partidario de su posibilidad y le debía una entrada como la presente. Ahora que ya lo tengo publicado a modo de introducción del Segundo volumen de mi HISTORIA OCULTA DE LA MASONERÍA, paso a satisfacer esta antigua deuda con los lectores.

LA ATLÁNTIDA
No es preciso explicar de nuevo los drásticos cambios del ecosistema acontecidos en tan corto periodo de tiempo como fue el Mesolítico, apenas un suspiro de 4.000 años en cálculos generosos entre el -12.000 y el -8.000, entre cuyas consecuencias más notables estuvo un considerable aumento del nivel del mar causado por el deshielo que hizo retroceder las zonas habitables del litoral, especialmente en la cuenca Mediterránea. Pero, sí recordarlo, pues podemos especular que estrechamente vinculado a este fenómeno, estarían buena parte de los mitos confeccionados con imágenes simbólicas de una civilización remota, seres acuáticos semidivinos, el Diluvio Universal, la colina primigenia, etc.
Uno de los mitos que más hondo ha calado en el imaginario colectivo capaz de galvanizar todos los elementos apuntados, lo constituye aquel que apunta a una antigua civilización avanzada, perteneciente a un tiempo anterior de la que no ha quedado vestigio salvo un vago recuerdo en la tradición oral, pudiendo esta revestir distintas formas y haber desaparecido de diversas maneras y evidentemente adoptar distintos nombres según la cultura donde se transmita su memoria, acaso deberíamos decir legado. Desde mi formación Occidental, paso a exponer el caso de la Atlántida, como posible, si no origen de la civilización actual, sí al menos, su levadura.
La primera mención de la Atlántida se la debemos a Platón en su diálogo Timeo con motivo de una remota batalla ateniense explayándose sobre la cuestión en su otro diálogo Critias. Su relato viene a contarnos que, más allá de las columnas de Hércules en el océano, había una isla-continente en su día encomendada a Poseidón quien enamorado de una de sus habitantes llamada Clito le hizo construir un suntuoso palacio de belleza sin igual. De su estirpe, salieron cinco pares de gemelos entre los cuales dividió aquellos dominios instaurando como rey a su primogénito Atlas. Favorecidos por una fauna y climatología propicias, el buen gobierno, hizo del lugar una tierra próspera donde la ciencia y la cultura consolidaron la civilización. Mas, cuanto mayor era su fuerza militar, su poderío económico, comercial y marítimo aparecería también la corrupción político-moral de sus gobernantes, de sus gentes y sus costumbres, circunstancia que a la postre les conduciría al colapso, no sin antes, haber entablado una dura batalla por establecerse en tierra firme, entre el -12.000 y el -9.000 momento durante el cual, si no derrotados, fueron frenados a las puertas de la ciudad de Atenas. Tras aquel suceso, la Atlántida sufrió un cataclismo que la ocultó para siempre entre las aguas, no sabiéndose nunca más de ella ni de sus habitantes, salvo por esta historia que Platón puso en boca de Critias, que se la había oído a su abuelo a quién se la había contado su padre Dropides que en su día comentó que hacia el -600 el gran sabio Solón había escuchado de labios de un anciano sacerdote quien le revelara el secreto estando de viaje por Egipto.

Pues bien, el hecho de que hasta fecha tan tardía como lo fuera en la que escribió Platón, ni la historia ni la literatura tuvieran noticia de tan magnífica realidad, unido al hecho de que el autor es dado a transmitir sus enseñanzas por medio de mitos igualmente célebres como el de la «Caverna» o «La Caída del alma», han contribuido a presentar este relato como enormemente sospechoso de no albergar más que una exquisita pieza literaria fruto fantasioso de su ánimo didáctico.
Indudablemente, el texto platónico está labrado con múltiples recursos narrativos rezumando una inequívoca finalidad moralizante; pero ello, no obsta, para que el mismo Platón se hubiera servido de antiquísimas tradiciones orales sobre distintos hechos olvidados para el vulgo, más subsistentes desdibujadas, encriptadas, quien sabe si ocultas, en un lenguaje simbólico entre las élites religiosas que, pese a todo, conservaban, el principio original que el paso de las generaciones habría corrompido inevitablemente hasta convertirlo en una ficticia leyenda, caudal que el filósofo supo reelaborar con la suficiente verosimilitud como para que, casi veinticinco siglos después, sigamos discutiendo sobre si la Atlántida, tuvo o no, un correlato en la realidad que diera pie al mito. En esta misma línea apuntan varios argumentos que encajan a la perfección:
En primer lugar, el discípulo de Sócrates, gracias a Herodoto (-485 -425) estaría al corriente del misterioso imperio de los Tartesos, cuyo esplendor militar y comercial da cuenta el historiador, situándolo justamente más allá de las columnas de Hércules, coincidencia de localización a añadir a que, como la Atlántida, hasta la fecha de hoy, se evaporó del mapa y de la historia, sin dejar más rastro arqueológico que tres o cuatro piezas de museo y el nombre de uno de sus reyes, Argentón.
En segundo lugar, no podemos obviar a Homero, a quien Platón no solo habría leído, sino también estudiado, porque actualmente es indudable que su figura, rebasa los límites de la poesía, para adentrarse en el terreno de la historia, como dejó demostrado el descubrimiento de la mítica ciudad de Troya a manos de Schilemnann tras su lectura de La Ilíada; y también en los de la ciencia a tenor de los datos expuestos en su otra gran obra La Odisea, donde se nos narran dos viajes bien distintos: La Telemaquia, realizado por Telémaco en busca de su padre por el mediterráneo, travesía descrita con etapas cortas, visitando puertos conocidos, entablando contacto con personajes históricos, sufriendo peripecias del todo mundanas… y La Odisea propiamente dicha de Ulises, quien sin la menor duda, cruzó las columnas de Hércules adentrándose en el ancho océano, viaje descrito por grandes jornadas de navegación, visitando parajes insólitos, trabando contacto con todo género de seres mitológicos y cómo no, sufriendo un sin fin de aventuras que rayan la ciencia-ficción de su época y aún de la nuestra. A este respecto, resulta esclarecedor seguir las investigaciones de José Álvarez López donde se desmenuza con maestría los precisos datos geográficos, climatológicos, astrológicos, botánicos, etc., que con soltura manejaba Homero en sus descripciones. Así El ciego de Quios, habla de profundas corrientes oceánicas, el viento del norte es preponderante en todo el relato, cosa imposible en el Mediterráneo, Calipso recomienda a Ulises tener la Osa Polar siempre a la izquierda para retornar a Ítaca; no son pocos los pasajes donde se describen islas volcánicas en erupción que es como deben interpretarse a los cíclopes, monstruos de un solo ojo, o, numerosos paisajes tropicales de clima agradable, vegetación abundante y exóticos frutos. Así mejor se comprende que Circe a su partida, recomiende a Ulises, dejarse llevar por el soplo del viento boreal, de lo que se desprende que su siguiente destino, la tierra de los Cimerios, por fuerza debía situarse geográficamente más al sur, este otro paraje es presentado con una extraña neblina que atardecía al día, circunstancia que podría quedar esclarecida por el fenómeno del polvo Aliso que en las proximidades del cabo Bajador, en África Ecuatorial, impregna la atmósfera de una ligera capa de partículas producida por las bruscas oscilaciones térmicas que levanta el polvo de la superficie terrestre en aquellas latitudes. En este orden de cosas, hallamos la notable mención de la tribu de los Lotófagos dados a masticar una planta muy dulce que debía ser la caña de azúcar, desconocida para los vecinos contemporáneos del autor. Por último, el personaje arriba a Esqueria, precedente literario de la Atlántida platónica a la luz de los paralelismos entre ambas figuras: ambas son islas, de climatología favorable, vegetación frondosa, ricas en minerales, donde nacen frutos exóticos y los animales no requieren de demasiados cuidados dada la ausencia de depredadores, en ambas reina la abundancia y la armonía y su potente flota marítima garantizan el comercio, la prosperidad, evitando la escasez, también las dos poseen en su origen a Poseidón, en la Atlántida se enamoró de Clito y en Esqueria de Peribea. A las dos islas se accede por una estrecha boca fluvial. En Homero, Esqueria se halla rodeada de exclusas y alcantarillados mientras en la Atlántida de Platón estas son idealizadas por anillos de tierra y agua. En ambos reinos se guardaban las embarcaciones bajo techo en vez de a cielo abierto como era habitual. Los palacios principales de sus reyes estaban rodeados de muros recubiertos de metales, en sus dominios la tecnología era avanzada verbigracia sus naves no precisaban timonel. Etc.
Y en tercer lugar, es probable que a lo largo de su azarosa vida, tuviera noticia de grandes viajes como el realizado por el Almirante fenicio Amón en el siglo –VI, quien según parece navegó por el Atlántico comerciando a lo largo de toda la costa Africana o las navegaciones transoceánicas por el Pacífico de los Egipcios en sus relaciones con el País de Punt.
A parte lo referido, se antoja verosímil que varios hechos históricos singulares que conmocionaron la antigüedad confluyeran en las tradiciones recibidas por Platón. Motivo que J.V. Luce aporta, pues si no son a mi parecer el origen del relato, si el marco motor que imprimió el impulso necesario para hacerlo formidablemente convincente a las generaciones que lo transmitieron oralmente. Según este autor, el relato de la Atlántida hemos de localizarlo dentro del Mediterráneo, muy cerca de Grecia, concretamente en Creta entre -1500 y -1470 cuando varias erupciones, terremotos y maremotos hicieron desaparecer una pequeña isla del Egeo llamada Tera. Fue de tal virulencia, que los pueblos situados en las costas del Mediterráneo occidental verían gravemente afectadas sus flotas y por extensión, su comercio e industria, siendo la cultura Cretense su mayor víctima, pues, como el continente perdido, toda ella se esfumó de repente, acontecimiento registrado con estupor en documentos de la época hallados en Egipto, Grecia, Asia Menor y Mesopotamia, por consiguiente, es aceptable conjeturar que, en el relato de la Atlántida confluye la desaparición por catástrofe de la isla de Tera y la desaparición de la floreciente cultura Cretense. J.V. Luce basa su hipótesis en el paralelismo entre Creta y la Atlántida: ambas son grandes islas, con culturas ricas y avanzadas para su época con ecosistemas similares… Creta, como la Atlántida, estaba dividida en diez territorios, gobernados desde Cnosos situado en lo alto de una colina. Ambas culturas sentían predilección por la columna como motivo arquitectónico, adoraban a Poseidón y mantenían estrechas relaciones con Egipto, y ambas desaparecieron en un breve lapso de tiempo.
Tomando todo lo anterior en consideración, al margen de la opinión del propio Platón, se me antoja harto difícil contemplar el mito de la Atlántida como una argucia literaria más que sumar al conocido recurso de situar en otro tiempo y lugar el modelo político-social que el autor desea hacer llegar a sus contemporáneos. En consecuencia, abiertamente disiento del jocoso parecer superficial del sismólogo L. Don Leet quien en su día se mofara del asunto afirmando con necia rotundidad que, «enviar un submarino a buscar la Atlántida es como sufragar una expedición arqueológica para encontrar el País de las Maravillas», pues la literatura está plagada de lugares fantasiosos desde el Jardín de las Hespérides, hasta Jauja y sin embargo, ninguno como la Atlántida, ha levantado tanta polémica en torno a su existencia geográfica. Así, desde fechas bien tempranas, han sido muchos los autores que no han dejado pasar la oportunidad de pronunciarse sobre la cuestión: su propio discípulo Aristóteles (-384 -322) ya negó la existencia de la Atlántida, apreciación suya que extrañamente, no debió tener repercusión, pues el primer comentarista de los Diálogos platónicos Cranton, si dio crédito a su existencia, igual que hiciera Plinio El Viejo. Ya en el siglo I Diodoro de Sicilia habla de la Atlántida como realidad histórica perdida en los inicios del tiempo, le sigue Plutarco en Vida de Solón. Con la caída del Imperio Romano, la Atlántida vuelve a sumergirse, esta vez en la memoria, para asomar en 1627 de la mano de F. Bacon en forma de publicación póstuma de su ensayo La nueva Atlántida. Poco después, A. Kirchen en Mundos subterráneos, situó su localización en el mapa entre América y Europa. Desde que estos dos genios de la ciencia la rescatasen del olvido, la Atlántida no ha vuelto a desaparecer de la Conciencia colectiva.
Y lo que es peor, no ha parado quieta ni un momento, pues ha sido localizada a lo largo y ancho del globo terráqueo, de polo a polo, en toda altitud, latitud y longitud, y por los seis continentes. Para poder seguir su rastro y las andanzas de los aventureros que en su búsqueda han zarpado como el Capitán Hackab tras Moby Dick, he creído oportuno ordenarlos según dos criterios : Primero el geográfico y segundo mi personal apreciación de verosimilitud que cada hipótesis me merece en relación con el relato principal, porque como se podrá constatar, todos los elementos son interesantes por si mismos y lo que es inaceptable sea ligarlos a la Atlántida platónica, aunque como ya veremos, hay una línea de interpretación muy interesante capaz de casar todas las piezas del rompecabezas.
Comenzaré entonces, nuestra singular expedición en la otra parte del mundo donde se encuentra el correspondiente cultural de la Atlántida en el Océano Pacifico conocida como Lemuria también llamada Mu. Hacia mediados del siglo XIX, el Abate Braseur, estudiando el alfabeto maya, creyó encontrar en sus signos una inequívoca evocación del mítico territorio de Mu. Esta extraordinaria conjetura que entrelazaba las culturas precolombinas con las del Pacifico Sur no pasó inadvertida a los antropólogos quienes con prontitud ampliaron, con más palabras que datos, la idea o por arqueólogos como Le Plongeon (1826-1906) que fue mucho más lejos atreviéndose a relacionar Lemuria con la construcción de la Esfinge en el Egipto prefaraónico logrando así completar la simetría por el extremo oriental de la tradición occidental que liga la aparición de la cultura egipcia con la desaparición de la Atlántida. Tampoco vaciló J. Churchvard sumando a dicha línea de investigación, antiguas tradiciones y textos chinos que recogían la desaparición de una isla continente de similares características a la Atlántida, planteando la hipótesis de que sus gentes, apercibidos con tiempo de su inmediata desgracia, tuvieron tiempo de echarse a la mar en embarcaciones, las cuales, a causa del subsiguiente maremoto, se dispersaron por las distintas costas africanas, asiáticas, americanas, de Oceanía y el vasto conjunto de islas que salpican sus mares, así se explicaría la similitud lingüística, cultural y genética de pueblos dispersos, pero no dispares. En una carrera por ver quién es más original, no faltan investigadores que relacionan a los supervivientes de Lemuria con los habitantes del Tíbet, no faltando incluso quienes se atreven a afirmar que Lemuria a diferencia de la Atlántida, en vez de hundirse emergió de las aguas encumbrada a la cima del Himalaya. Quizá la obra más entretenida para adentrarse en los variopintos remotos engarces culturales en los que poder asentar las visiones omnicomprensivas de estas latitudes sea el texto de D. H. Childress Las ciudades perdidas de Lemuria.
Nos trasladamos al Polo Norte pues es allí donde D. Duville sitúa la realidad geográfica a la que hacía mención Platón, la mítica Tule donde residían los Hiperbóreos, península a la que pertenecería la actual Islandia que permitiría el transito septentrional entre Europa, América y Asia. A este respecto conviene destacar que Hesíodo, localizó el Paraíso terrenal al noroeste del Océano Atlántico y Plutarco citó Islandia a cinco días de navegación de las islas británicas apuntando que en el pasado fue una tierra fértil y próspera. Un cataclismo relacionado con un vuelco del eje terráqueo debió acabar con el aislado Paraíso hiperbóreo, provocando la huída de sus habitantes en todas direcciones hacia latitudes inferiores, dando razón así de las extrañas coincidencias figuro-mitológicas en las culturas de todo el hemisferio norte.
Y ahora, encaminemos nuestros pasos al Polo opuesto, la Antártida, porque son varios los Atlantistas que no dudan en identificar el hoy continente blanco con la Atlántida antes de que el último cambio climático cubriera su superficie con un manto de hielo. También en este caso, sus habitantes se dispersaron por los océanos Atlántico y Pacifico. La hipótesis de trabajo viene reforzada por las investigaciones de Happgood y el enigmático mapa de Piri-Reis.
Y bueno, ya va siendo hora de adentrarnos en el Atlántico, aunque de cuando en cuando haremos alguna que otra incursión continental. Empezamos por el mar del Norte, lugar en el que J. Espanut sitúa el referente físico de las historias que el sacerdote egipcio relatara a Solón, a la que también aludiría un fresco de Medinar Habu reminiscencias de la repentina inmersión de la isla Helgoland acontecida hacia -1200 frente a las costas de Alemania.
Nos trasladamos a las acogedoras playas de Bimini (Bahamas) donde influenciados por Edgar Cayce (1877-1943) quien predijera la inminente aparición de los restos de la Atlántida, los expedicionarios R. Ferro y M. Grumley descubrieron en su litoral en 1968 formas rocosas geométricas que no dudaron en identificar como antigua calzada atlante.
Toda América central es foco de atención para los atlantistas que aprecian en sus distintos pueblos y culturas vestigios de la diáspora atlante y enormes paralelos con otras realidades lejanas como la egipcia o mesopotámica. No es oportuno, empero, adelantar aquí los detalles mitológicos de las tradiciones, folclore y mitología de sus pueblos, por no merecerse ser expuesta a la sombra de ningún otro relato. Con todo, cabe apreciar que por su situación geográfica, ecosistema y lejanía, tras un esporádico casual contacto, no pudiéndose reeditar, contribuyera a convertir su referente en mito.

En América del Sur, obviando el Amazonas donde también se ha creído hallar la exuberante Atlántida, llegamos al borde del lago Titicaca a casi 4000 metros de altura para alcanzar Tiahuanaco todo un puerto marítimo, realidad explicada por Hoerbiger. En su opinión el lugar era un puerto de mar, pero en un momento dado una segunda luna que poseía el planeta se precipitó contra la tierra haciendo descender los mares unos 3000 metros repentinamente, posible razón del origen de la salinidad de sus aguas.
Cruzamos de nuevo el charco y nos vamos a África donde Herodoto ya mencionaba al pueblo Atarante localizado en el monte Atlas, claro que no fue hasta la entrada en escena del arqueólogo F. Berlioux que relacionase esta afinidad fonética con una realidad empírica. Más al sur, en el reino de Benín y en la región nigeriana de los Yoruba, el explorador L. Frobniux estableció el origen de la Atlántida. Pero entre todas las hipótesis arqueológicas ancladas en África, incluidas las que apuntan a Cartago, la más verosímil, con mucho, es la del Sahara como probable enclave de la Atlántida, solo que, en vez de estar sumergida entre las aguas, lo estaría bajo un mar de dunas de arena. Para cuando el Conde Byron Kilm de Protok descubrió en las arenas de Hoggan la tumba correspondiente a la reina Tim-Hiram la idea de que en un pasado remoto el desierto del Sahara fue un vergel con abundante fauna y flora, hacía tiempo que tomaba fuerza, la misma con la que el pueblo Tuareg consideró al personaje, la última regente de la estirpe de los Atlantes cuyo formidable tesoro en oro y joyas solo sería pequeño testimonio de lo ocultado bajo la arena. Pero fue el investigador H. Lothe quien descubrió las grutas de Tassilli cuya antigüedad se remonta al mesolítico entre -12000 y -11000. En cualquier caso, el cambio climático que desertizó el Sahara empujó a sus gentes hacia el este, marcha solo interrumpida al encontrarse con el refugio del Nilo donde se debieron asentar definitivamente entremezclándose con lugareños oriundos.
Zambulléndonos de nuevo en el Atlántico; nos fijamos en los archipiélagos de las Azores y Canarias, para muchos Atlantistas, testimonios visibles del continente sumergido, dada la semejanza de climatología, ecosistema y geología. Esta es la hipótesis más plausible para Julio Verne quien la reflejaría en su novela 20.000 Leguas de viaje submarino, hipótesis que cuenta con la gran ventaja de aparecer conforme a dimensiones y localización del relato platónico.
Por último, llegamos a la hipótesis que más me convence, cual es, la de Tartesos. Aunque ni los autores clásicos, ni contemporáneos se ponen de acuerdo en su exacto emplazamiento, de lo que no hay duda, es que cerca de las Columnas de Hércules existió un Imperio llamado Tartesos cuya área de influencia era considerable. Su origen podríamos situarlo en la interactuación de las colonias fenicias con la población autóctona durante la edad del bronce, todos los indicios apuntan a que en torno al -3000 se inició una cultura metalúrgica única en el mundo cuyo refinamiento despertó demanda en todo el Mediterráneo y algunos puntos de la costa Atlántica a donde los productos de Tartesos llegaron por distintas rutas comerciales, terrestres, fluviales y marítimas, pues entre otros objetos se han contado sus característicos vasos campaniformes por toda Europa. Por su riqueza, industria, comercio, y capacidad marítima, Tartesos debió albergar una cultura sofisticada que como afirma su máximo defensor, Adolf Schulten, resulta incomprensible, las generaciones posteriores a su existencia la hayan olvidado de tal manera que hoy nos cueste dar crédito a su realidad histórica. Según todos los indicios, su desaparición tuvo mucho que ver con su destrucción a manos de los Cartagineses hacia el -550, tras lo cual, estos incorporaron sus dominios, sus riquezas y sus rutas comerciales del Atlántico en detrimento de los Griegos, concretamente, los Focenses, hecho lo cual, cerró la entrada y salida de Las Columnas de Hércules a toda embarcación comercial o militar del Mediterráneo, quedando así libres para explorar y comerciar en el Atlántico sin competencia. Para salvaguardar mejor que con la fuerza de las armas los secretos y riquezas hallados en el Atlántico, hicieron circular todo género de fabulaciones sobre un enorme abismo que se tragaba las naves y monstruos marinos que acecharían al navegante que osara rebasar aquella frontera. Así, mientras en los siglos posteriores las culturas Mediterráneas recorrían de un extremo a otro el suelo firme o vía fluvial desde Escandinavia a la Península Arábiga, desde Finisterre hasta la India e incluso a China, fueron contadas las ocasiones en que se aventuraron a salir al Atlántico por el estrecho, o eso se nos ha contado.
Para terminar con la Atlántida platónica, únicamente me resta confiarles mi opinión personal sobre la cuestión: cuando Platón se refirió a la Atlántida tenía en mente a Tartesos a la que describió como Creta y elementos de la Esquiria Homérica. Se sirvió de Herodoto para darle el nombre de Atlántida y se inspiro en el cataclismo de Tera con ánimo de explicar su repentina desaparición.
Esta era mi conclusión sobre el asunto, hasta felizmente toparme con el enfoque presentado por J. G. Atienza en su obra Los supervivientes de la Atlántida, a cuya verdadera luz, he podido reinterpretar mejor cuantos conocimientos poseo de historia y prehistoria, en una descomunal labor de mitología comparada con cuyo estudio y argumentación se iluminan infinidad de pasajes oscuros de la evolución cultural humana, engarzando con paciencia y no menos coherencia, las mutuas influencias entre pueblos aparentemente distintos y distantes, alarde de paciencia, erudición, meticulosidad, rigor interdisciplinar de una mente muy cabal, abierta y atenta a cuantas interpretaciones, teorías e hipótesis pudieran abrigar un resquicio de verdad, aunque para ello fuera menester requerir la fuerza de titanes para remover montañas de tergiversaciones, a fin de dar con esa brizna de realidad que estaba ahí olvidada y por redescubrir.
Su tesis principal establece que, en un tiempo antediluviano, verbigracia -12.000, hubo una o varias culturas avanzadas para su contexto histórico. Dicha cultura permanecía aislada del resto hasta sufrir un cataclismo que la obligó a emigrar, sus gentes eran duchas en navegación pudiéndose llevar consigo lo que juzgaron más fundamental, pero sobre todo sus conocimientos, lenguaje y tradiciones. Lo repentino de la situación les hizo huir en varia direcciones llegando así a las costas de América, África y Europa, donde arribaron con sus embarcaciones. Conforme fueran los contactos con sus lugareños, adoptaron distintas posturas: al principio de su asentamiento continental, vivieron ocultos y separados de la poblaciones autóctonas, remisos a relacionarse con tribus que les debieron parecer atrasadas, cuanto para aquellas ellos eran dioses o demonios: En un momento dado, el inevitable contacto les obligaría a ejercer de gobernantes para el dominio de aquellos hombres primitivos con los que empezaban a convivir. En ocasiones, la convivencia era pacífica y mientras unos con su trabajo les procuraban bienes, los otros transmitían enseñanza y conocimiento, impacto cultural de mayor grado que el acontecido entre europeos y americanos en 1492. Esta hipótesis según Atienza explicaría infinidad de asuntos:
Primero, el hecho curioso de que la humanidad precisase cientos de miles de años para su evolución, y que de buenas a primeras entorno al -8000 con el neolítico, hubiera una aceleración tecnológico-cultural, con la formación repentina de imperios en todos lados del planeta, casi instantáneamente, en un periodo de 2000 años, pasando de vivir en cuevas, a levantar enormes ciudades.
Segundo, la enorme semejanza de mitos, folclores y lenguas que hace suponer debió haber un origen común aunque este no tiene por qué ser genético sino cultural transmitido por un pequeño grupúsculo en su origen descendiente de Atlantes que ejercieron de misioneros divulgando su sabiduría por todo el orbe, conocimiento que con posterioridad sería transmitido por las élites sacerdotales-políticas finalmente por vía iniciática. A este respecto puede remitir el Mito del Diluvio Universal recogido en infinidad de tradiciones, donde se relata que, un pequeño grupo se salva de una inundación y va a parar a tierra seca desde donde da inicio la civilización.
Tercero, siguiendo las costas Atlántico-Mediterráneas, aparecen construcciones megalíticas como Stonehenge, cuyas pautas corresponden a una misma cultura desde Escandinavia hasta Malta. Ello podría obedecer a la transmisión parcial-defectuosa de los conocimientos atlantes en esta parte del mundo, seguramente debida a una convivencia no pacífica entre los pueblos autóctonos y los recién llegados a sus costas.
Cuarto, las aptitudes descritas de los atlantes de ocultación y cierta relación con poblaciones autóctonas daría cuenta del por qué, en unas zonas geográficas surgieron poderosas culturas mientras a pocos kilómetros de ellas quedaban regiones yermas de cualquier vestigio civilizador, resolviéndose así la enorme distancia cultural entre el Occidente septentrional atlántico y el Oriental meridional mediterráneo. En el primero, la población indígena, salvo excepciones, debieron hacerse con los conocimientos atlantes, no sin batallar, de manera sesgada e intermitente bajo formas mágicas de adoración al dios Lug y la luna, mientras en la segunda, los atlantes convinieron en presentarse como gobernantes transmitiendo su conocimiento de forma regular, vía sacerdotal canalizándolo a través de la cultura solar.
Quinto, explicaría el simbolismo compartido de cruces, espirales y esvásticas, pirámides y número siete y sobre todo, el culto dado a la serpiente con sus significados positivos y negativos, signo con el que aquellas gentes se identificaban o se les identificó en su doble acepción de mal y sabiduría, según qué pueblo tuvo que defenderse de ellos o recibiera sus enseñanzas dócilmente. Por supuesto, Atienza y yo mismo, auxiliados por la sabiduría y esfuerzo de la comunidad científica que nos ha precedido, estamos en disposición de dar otras explicaciones para cada punto reseñado:
Primero, ya vimos en el Volumen I cómo la famosa Revolución Neolítica está sometida a profunda reconsideración de su categoría, por observarse en todos sus procesos etapas suaves de transición. Con todo es innegable una aceleración en todos los órdenes realidad que se puede explicar por las sinergias generadas por los distintos procesos entre sí. De hecho, si algo enseña la Historia, es que pueden darse momentos de evolución y de involución, aceleración y ralentización en los procesos que afectan a los pueblos por separado y en su conjunto a la humanidad .
Segundo, aceptada una misma naturaleza humana universalmente compartida, en las mismas circunstancias, ante idénticos problemas, buscando satisfacer iguales necesidades, es plausible que tarde o temprano distintos pueblos por lejanos que estén arriben a similares respuestas y soluciones. Ello podría dar razón a las grandes coincidencias en folclore, mitología, forma de construir, expresión artística, etc.
Tercer y cuarto, el atraso de las gentes y culturas del continente europeo respecto a las del Mediterráneo Oriental, se explica por el retraso en la llegada de la agricultura, amén de factores climatológicos y geográficos que o bien hacían imposible la aparición de grandes Estados o bien los hacían innecesarios.
Y respecto al quinto punto, el ingente caudal simbólico compartido por las distintas culturas de pueblos muy distantes, ya quedó suficientemente razonada en el Volumen anterior, donde expuse que el conjunto de símbolos se fraguó mucho antes de que las razas y los pueblos se diferenciaran como lo hicieron durante el Neolítico.
En buena lógica, dejo al lector calibrar si la oportunidad que damos a esta corriente de pensamiento es poco más que un ¡por si acaso! O por el contrario, en su historia hay más, ¡mucho más! de lo que se nos ha revelado.