- Vamos a bailar el ¡Dale Don dale! de Don Omar…
Quienes acostumbramos a leer prensa extranjera para enterarnos de las cosas que ocurren aquí, estamos de enhorabuena con el reciente artículo firmado por Doña Consuelo Font “Un verano más sin verse las caras” en el que se ocupa, sin desperdicio, de lo mal que se llevan las Infantas Doña Elena y Doña Cristina con la Princesa Doña Letizia, por cuanto supone un sano ejercicio mediático indagar los entresijos de la Casa Real de forma profesional sin llegar a lo chabacano de inmiscuirse en la intimidad de las personas. La pieza, correcta en estilo, abiertamente da detalles de los distintos roces habidos entre cuñadas, presentándolos como base de dicho distanciamiento. Así, se hace eco de la negativa recibida por Doña Cristina de parte de Doña Letizia a su petición de que esta acogiera a sus suegros, los padres Don Iñaqui en su casa de Zarzuela la víspera del Bautizo de Doña Irene en el 2005, o el menosprecio reciente de no asistir a la Primera Comunión de Doña Victoria Federica, asuntos que por si solos son bastante feos, pero que, a mi modo de ver, no son el meollo de la cuestión que se le escapa a la intrépida autora.
En un esfuerzo por asomarse al problema del que esquiva ocuparse como merece, la periodista, al final de su artículo en un alarde de puedo y no quiero, apunta las posibles causas institucionales en la estrategia de la propia Casa Real de dar mayor relevancia a la pareja principesca en detrimento de las infantas caídas en desgracia, para consolidar el inminente relevo de la monarquía. Pero aquí estamos los demás, para añadir la reflexión que da sentido pleno a la información ofrecida en dicho texto.
Antes de continuar, deseo dejar claros a mis amigos lectores los puntos cardinales de mi posición en este texto, por si todavía alguno no los tuviera claros: Primero, soy firme partidario de la opción republicana, pero no por ello soy antimonárquico; la monarquía, como la esclavitud, fue en su época todo un avance humano, si hoy no la apoyo, es porque creo que mal que bien, la sociedad ha madurado para dotarse de representantes democráticamente elegidos, de igual modo que, los esclavos ahora cobran para malvivir. Segundo, soy rotundamente contrario a la discriminación de la mujer, por ende, de la Ley Sálica amparada por nuestra mierda de Constitución que no contenta con ser antidemocrática, es militarista, clasista, xenófoba, falsa y por lo que se ve, también misógina; Tercero, siempre me he declarado partidario de la Infanta Doña Elena, de su causa, me he pronunciado contra la injusticia cometida con ella y con sus descendientes, por quienes siento mucha lástima a la vez que profunda simpatía; Y cuarto, pese a mi tendencia a la teorización soy persona práctica, pactista, posibilista, partidaria del mal menor, que no tengo el menor escrúpulo en abandonar momentáneamente mis ideas, si al abrazar la causa contraria, contribuyo a su destrucción. Dicho lo cual, paso a explicar lo que a mi juicio, está sucediendo…
Digamos que, una cosa es saber intelectualmente lo que va a pasar y otra muy distinta, que eso pase. Desde que nacieron, las Infantas fueron educadas para aceptar con absoluta mansa sumisión, como corresponde a su condición inferior femenina, su posición secundaria en toda escena protocolaria pública mediática ceremonial, cosa que como dicen los constitucionalistas, el pueblo consagró democráticamente al refrendar la Carta Magna. Y la técnica funcionó, mientras estas dos Doñas fueron felices adolescentes, inocentes de la vida, que vivían como iguales entre los acogedores muros palaciegos; Mas, tan pronto como debieron abandonar el nido, padecieron sobre sus carnes las terribles diferencias a las que una despiadada costumbre dinástica de tomar solo en consideración a quien le está reservado el derecho de heredar el Trono, las condenaba de por vida, no sólo en asuntos de imagen, cargos de honor, posición en la foto, sino a algo tan aterrador como ver a tus hijos despojados de las mieles que tu misma gozaste durante la infancia, las cuales, ya jamás podrás disfrutar ni tu, ni tus descendientes, quienes se perderán por siempre en la bruma de los plebeyos, mientras contemplas como tu otrora igual, tu hermano, acapara todos los privilegios para si, garantizando a su estirpe todo aquello que a ti se te ha negado. Tan sombrío destino, no escapa si quiera a mentes borbonas que, aun incapaces para alumbrar a la humanidad ciencia o arte, han demostrado ser muy mañosos en la supervivencia política pese a sus múltiples desmanes, traiciones y cobardías; En consecuencia, huelga decir que, mi querida Infanta Doña Elena, ya le habrá dado algún que otro trote en su linda cabecita amazona, a la injusticia que para con ella y sus descendientes se ha cometido entonces, ahora y para la eternidad; Y si no a ella, seguro que a Froilán sí, que ya apuntó maneras durante aquel memorable bautizo…porque los niños pueden ser pequeños, pero intuyen mejor que nadie cuanto sucede y lo expresan a su manera.
Pues bien, anuncio al mundo que desde hoy, queda inaugurado el bando Froilanista cuyas filas paso a engrosar como su máximo representante, al que espero se sumen pronto todo género de intelectuales, artistas, deportistas, gente de la farándula, el circo, la ufología, y la masonería, con ánimo lúdico-festivo para reproducir cómicamente las añoradas disputas Carlistas, en esta ocasión en clave froilana. El motivo es evidente: el heredero al trono, no le corresponde a Don Felipe, sino a la primogénita Doña Elena, o en su defecto al primogénito de esta, Don Felipe Juan Froilán de Todos los Santos.
Para empezar, creo que todos estaremos de acuerdo en que la Constitución, en el capítulo dedicado a la Casa Real, es como mínimo anticonstitucional y no por un solo concepto, sino por varios, entre los que se haya la discriminación por motivo de sexo para acceder al trono. Hemos aquí que la sociedad española no puede, ni debe consentir que de continuar la monarquía entre nosotros, la Corona que actualmente reposa sobre las sienes de Don Juan Carlos, pase a manos de Don Felipe, pues no sólo supondría una afrenta a Doña Elena y su familia, también para todas las mujeres españolas por constitución, europeas por el Tratado de Roma, del mundo entero atendiendo a la declaración de los DDHH de la ONU y aún de los varones que estamos contra el maltrato animal… Únicamente en la Iglesia Católica semejante atropello podría encontrar cristiana comprensión, pero la misma que hallaron en su seno pío los criminales de Guerra, los dictadores sudamericanos, la mafia financiera del Banco Ambrosiano y los pedófilos. No hay argumento que sostenga la tremenda injusticia que en breve se va a cometer, ante la mirada de todos sin que nadie levante la voz al respecto, que digo yo, algo debería hacer la defensora del Pueblo, la Ministra de >Igualdad, los observadores de Amnistía Internacional y resto de organismos que se ocupan de estas cosas.
Pero supongamos que, escaldados de las guerras en las que esta Sagrada Familia nos ha metido desde que llegó al Trono, la gente no deseara más malos rollos y prefiriese dejar las cosas como están. ¡Vale! Hagamos una especie de Transición Sálica que salvaguardara los dos extremos de legitimidad, la Primogenitura y la masculinidad: Por una parte, conservaríamos de la Ley Sálica vigente que Elena no reine. De haber muerto Don Juan Carlos antes del nacimiento de Froilán, no habría otra alternativa que enfrentar la primogenitura de Doña Elena, a la legalidad que otorgaría el Trono a Don Felipe y no cabría otra lectura de la situación. Pero resulta que durante el reinado de Don Juan Carlos, Doña Elena fue más rápida que Don Felipe en gestar un Nieto Varón, de modo que, su Primogenitura, unida a haber dado un macho a la saga, le devuelve en cierto modo el derecho dinástico, si bien puenteado, en favor de su hijo Froilán. Esta lectura transicional de la Ley Sálica que les brindo, es el quebradero de cabeza de la Corona Borbona, que ve como de nuevo las jugarretas de las braguetas les pone en el centro de todas las miradas, cosa que se traduce en esos continuos roces, plantes y desplantes de los que ha comenzado a hablar la prensa autóctona del coto real, para marear la perdiz, pero de la que les mantendré al tanto con su correcta perspectiva.