Ha debido ser en el extranjero, concretamente en Guatemala, donde un incomodado Rajoy, no pudiéndose zafar como es habitual en él de los periodistas, ante la presión de las preguntas nos ha comunicado involuntariamente la clave para entender todas y cada una de sus asombrosas alocuciones, como “La crisis es historia” dirigidas a una población que atónita le escucha, creyéndole hasta la fecha afectado por el denominado “Síndrome de La Moncloa” consistente en distanciar a quienes habitan el recinto gubernamental de la realidad social por todos conocida, cuando lo sucedido, no es que no comparta nuestro espacio geográfico como quien vive en otro país, sino que nos habla desde otro tiempo. Al menos, eso es lo que se desprende de la respuesta ofrecida en rueda de prensa al ser interrogado sobre el escándalo del Presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González: «En relación a ese asunto ya he dicho que estamos en el futuro”.
Para cuantos no estén al corriente de las enseñanzas recogidas en mi ensayo científico “Inútil Manual para entender la Mecánica Cuántica y la Teoría de la Relatividad”, tan extraña afirmación sólo puede provenir de un gurú o profeta religioso, de un nigromante, un mentalista, un adivino, un médium, quién sabe, si de un viajero del Tiempo, cuya pública revelación a los españoles y a toda la humanidad bien podría merecer un capítulo entero en el programa de Iker Jiménez o en Canal Discovery.
Sin embargo, no es necesario acudir a hipótesis más estrafalarias que lo que se pretende explicar, para dar cuenta de la cabal enjundia de tan enigmático mensaje, porque, el Presidente Rajoy, puede ser un gobernante sin escrúpulos, mentiroso compulsivo, insultante de gesto y de palabra, fraudulento en su gestión y cuantos apelativos queramos endosarle desde la crítica política a su forma de gobernar, pero no es un loco:
Supongamos que unos pasajeros se hallan en el andén en la estación de un valle aguardando pacientemente a que llegue su tren que lleva retraso. Desde su posición, lo único que pueden hacer, es especular sobre las posibles causas del retraso, echar cábalas sobre cuándo llegará al lugar, a parte de esperar y desesperar. Ahora, imaginémonos a alguien a pocos metros de allí subido a una colina. Esta otra persona tiene una panorámica estupenda de todo el valle y su vista alcanza más allá de las primeras montañas, ello le permite atisbar cuanto pasa en varios kilómetros a la redonda; de este modo, se percata de un percance en la vía donde un árbol caído ha obligado a frenar al tren; cómo los operarios de una serrería aledaña se han acercado a ayudar en su retirada y cómo en breve plazo el tren reanudará su marcha tan pronto los pasajeros vuelvan de estirar sus piernas por las inmediaciones. Cerciorado de este particular, baja corriendo a la estación y anuncia a sus vecinos que en breve el tren hará su aparición en el horizonte. Es así, como entre nosotros se puede hablar del futuro con cierta lógica.
Pero cuando los políticos hablan a la gente de “futuro” como bien indica uno de mis filósofos de cabecera, Agustín García Calvo, en su obra “Contra la paz y contra la democracia” lo que buscan no es tanto suministrar al pueblo esa dosis necesaria de esperanza que le permita soportar los padecimientos de su mísero presente cual opio del pueblo alabado y denunciado por Marx, cuanto vaciar de sentido su calendario vital a fin de que su existencia, ya de por si del todo prescindible, sea también absurda entre fechas emblemáticas y próximas conmemoraciones, como lo es de Lunes a Viernes o de Septiembre a Junio, haciendo corretear la liebre de la conciencia persiguiendo vacuas metas en forma de fines de semana o vacaciones, mientras deja de disfrutar del paisaje en su eterna huida hacia ninguna parte. Bueno, ninguna parte, ninguna parte…
Futuro, es una de esas voces que está en las antípodas de mi “Diccionario de Bellas Palabras”; sus dos ues deslizan en el inconsciente del hablante el contenido tenebroso de su auténtico significado, porque a diferencia de la vocal (a) que es amable, la (e) que es graciosa, la (i) que hace sonreír, la (o) que nos asombra, la (u) evoca el miedo que todos tenemos a lo desconocido.
Cuánto más motivo no habrá entonces en dicha oscura sugerencia neurolingüística cuando una palabra como “Futuro” sale de los labios de un Gobernante al que cada vez se le van marcando más los sinistros rasgos cadavéricos reptilianos compartidos y detectados en la mayoría de mandatarios mundiales, pues, cuando los gobernantes nos hablan a los ciudadanos de futuro, nos están hablando de muerte. De nuestra muerte personal y colectiva.
Así como la institución docente tiene un discurso biensonante de cara a embaucar a los padres trabajadores para que escolaricen a sus hijos a quienes poderles administrar sin resistencia alguna el denominado curriculum oculto que los tornará más dóciles y manipulables, los partidos de gobierno cuentan con programas electorales que tienen como propósito esconder a la ciudadanía su proyecto de muerte y exterminio civil. Por eso es bueno conocer las claves del discurso de todo gobernante criminal donde no falta la palabra Futuro.
Etiqueta: Muerte
Sobre la pena. Ocurrencia
Es cosa curiosa que, se muera o no se muera el Presidente del Gobierno…¡Es una pena!
Sobre los Gobernantes. Ocurrencia
Alguien debería recordar a los Gobernantes que son mortales.
Al Congreso con Kaláshnikov
Siendo como soy aficionado a recopilar serendipias de toda especie, esta semana, dedicada a conmemorar hasta la extenuación en telediarios, programas de radio y reportajes periodísticos el cuarenta aniversario del atentado de ETA contra el Almirante Carrero Blanco con un derroche de entusiasmo informativo que bien merecería ser investigado por parte del Ministerio de Interior por si ello pudiera constituir un solapado enaltecimiento del terrorismo a manos de elementos subversivos incontrolados en los medios de comunicación a los que sólo ha faltado tararear a modo de “Lalala” el “¡Voló! ¡Voló!”, jornadas que por mi parte las he pasado meditando seriamente sobre la actualidad del Tiranicidio en la sociedad moderna, raramente se me podía haber escapado la coincidencia en el calendario de estos hechos con la reciente orden de alejamiento dictada por un juez madrileño a cinco jóvenes a quienes se les prohíbe ¡ipso facto! de manera cautelar, acercarse al Congreso de los Diputados a menos de 500 metros, con la muerte del ingeniero ruso Mijail Kaláshnikov, quien a los inicios de la segunda Guerra Mundial, diseñara el famoso rifle de asalto AK-47, pues según reza en la ficha técnica, su alcance efectivo es casualmente de 550 metros, extremo que de ser corroborado, debería cuando menos, hacernos reflexionar sobre lo que en Teología se conoce como atender a “los signos de los tiempos”, pues “cautelar”, lo que se dice “cautelar”, como que se ha quedado corta la orden de alejamiento y casi se nos antoja la misma pudiera ser interpretada por los afectados y simpatizantes como una invitación al ¡Pin! ¡Pan! ¡Pun! de una sofisticada tómbola para la que se están repartiendo los boletos.
En principio, la Fiscalía que debía estar al corriente de esta sutileza del manual de instrucciones, solicitó una orden de alejamiento no inferior a los 1.000 metros, distancia desde la que sólo un Boina Verde o un Marine de Primera clase podría hacer blanco sobre un objetivo móvil. Pero el juez titular del juzgado de instrucción número 1 de Madrid, Pedro López, debió tomar en consideración algunos aspectos relacionados con el denominado “Fair play” cinegético de carácter inverso, a fin de dar una oportunidad de acierto a cuantos se les ha privado de su derecho a acercarse al edificio público institucional para hacer llegar con las simples voces sus angustiosas quejas a los representantes del Poder, lamentos que ahora deberán llegar desde más lejos, mismamente desde la plaza Neptuno, en un soporte cuya trayectoria fuera estudiada por Galileo, pues no se me ocurre otro modo de enviarles el mensaje que no quieren recibir en sus cabezas.
Evidentemente, la orden judicial de alejamiento dictada contra los ciudadanos, es sólo espacial; sin embargo, el palmario distanciamiento mantenido de motu proprio por el Congreso y resto de Instituciones democráticas con la ciudadanía, es de orden representativo, por cuanto sus Señorías, desde que acceden a sus cargos, dejan de representar la voluntad del Pueblo y menos aún sus intereses, lo que les convierte en el explícito objetivo de sus miradas desafectas justificadoras de planteamientos que postulan precisamente la necesidad de provocar una brecha social para lograr la debida perspectiva desde donde poder observar los hechos con la objetividad suficiente como para enfocar con nitidez los problemas humanos tras una mira telescópica.
Es posible que algunos Diputados, seguramente los que nos parecen más “de puta madre”, se sientan sumamente satisfechos ahora que los tribunales han impuesto estas primeras ordenes de alejamiento, anticipo de lo que espera a la docil sociedad civil en cuanto entre en vigor el nuevo paquete legislativo para regular huelgas, protestas y manifestaciones. Pero, es una lástima que al acceder a sus escaños, nadie advierta a sus Señorías aquello tan cabal de “memento mori” que cabe interpretar como “Recuerda que eres mortal” susurrado por un siervo situado a las espaldas de los Generales romanos mientras desfilaban triunfantes en su carro por las calles de la capital del Imperio, para evitar que se creyeran dioses, fuera del alcance fortuito de los avatares humanos.
Morir en un saco de dormir
El pasado Lunes apareció sin vida el cuerpo de un varón de 46 años en un saco de dormir en plena vía pública de mi pueblo natal Castro Urdiales y quisiera presentar en voz alta algunas de las reflexiones que me han venido a la cabeza conforme he ido leyendo el suceso en distintos medios de comunicación:
Parece que cuando un hombre joven, en edad de trabajar, comprarse un coche, ver el fútbol todo los días, consumir, formar una familia y votar a los de siempre, se muere en la calle sin el menor decoro en uno de los actos de exhibicionismo más obscenos que quepa imaginar, como quiera que ello podría dar una muy mala imagen al exterior de nuestra sociedad, máxime cuando la localidad, la región e incluso la nación entera ha puesto todas sus energías en ser un país de servicios para atraer el turismo, y de cara al interior alarmar a quienes en su mal ejemplo pudieran sentirse afectados empáticamente por aquella Solidaridad Mística de la que hablara Mircea Eliade con cualquier animal abatido en nuestra jungla de asfalto, los periodistas siguiendo la consigna editorial ya mamada en la facultad de escribir para formar que no informar, se apresuran a aclarar que se trata de un “indigente” como si fuera una categoría adquirida por oposición o una nueva etnia culpable de culpabilidad ahora que ya no somos racistas, para que las nobles conciencias puedan asumir, si no como natural, al menos como comprensible el fatal desenlace que se nos comunica, porque es propio de los indigentes morir a ras de acera de hambre, frio, en reyertas, drogados, sin asistencia médica, cuando no molidos a palos o quemados con gasolina, procurando evitar en el relato esas otras voces incómodas para la ocasión que como ciudadano, vecino o persona, a lo mejor nos enfrentarían cara a cara con la Constitución, los Derechos Humanos y el mensaje de Jesús de amar a Dios por encima de todas las cosas y a nuestros semejantes como a nosotros mismos. Pero a la vista está que un indigente, no es un semejante…de momento.
También en la noticia, los reporteros se hacen eco de los informes policiales y de los servicios de urgencia comentando que “el cuerpo no presentaba heridas ni signos de violencia”. La confesable intención tanto de las autoridades como de las correas de transmisión habituales es la de despejar la duda sobre la causa del fallecimiento, dando a entender que por esta vez, el indigente se murió el solo, quién sabe si por porque le llegó su hora o por propia voluntad. ¡Hijos de políticos! ¿Es poca herida morir en un saco de dormir? ¿Es poca violencia verse obligado a vivir en la calle?
Morir en un saco de dormir, es la mejor metáfora en la que podemos encapsular cual jeroglífico egipcio, la situación en que se encuentra nuestra comunidad, que viendo como se recortan sus logros sociales – no me gusta llamarles derechos – en sanidad, educación, investigación, contemplando como aumenta el paro juvenil, la fuga de cerebros con sus manos cualificadas, forzados a pagar cada vez más impuestos para cubrir los huecos dejados por la corruptocracia socialpopulista confortablemente asentada en la bancada parlamentaria, etc, prefiere enfundarse de paciencia con la esperanza de ver pasar los días, pues en los tiempos que corren entendemos mejor que nunca el título de aquella surrealista película “Amanece que no es poco” escrita y dirigida por José Luis Cuerda. Si bien, como oportunamente advirtiera el filósofo Hume en su encomiable “Tratado sobre la naturaleza humana” con ocasión de criticar algunos abusos de la costumbre asociativa, no por ver siempre asomarse el sol por la mañana, este tiene necesariamente que salir al día siguiente. Cosa que ha sido cierta para el infeliz que en un saco de dormir se acostó a pasar la noche de verano y no se ha despertado.