Aunque en su prólogo nada dice al respecto el autor, el atractivo título, sospecho le fuera impuesto por la editorial, para compensar la sesuda erudición profesional de todo un Catedrático con la que se arranca sus primeras páginas introductorias acorde con su más que seguro título inicial propio de un seminario universitario reza “La olvidada historia de la mujer española en el renacimiento” que con minúscula cursiva aparece camuflado en el subtítulo para evitar que mentes impacientes, poco dadas a los circunloquios académicos, se espanten antes de adquirirlo en las librerías.
De hecho, yo mismo, amigo de los tochos que dejé de leer novela hará cosa de un cuarto de siglo, esta vez, tras quedarme sin material que llevarme al cerebro en un viaje con retrasos de aeropuerto, pero algo agotado mentalmente después de pelearme con un concienzudo texto de Teología, precisamente lo escogí por lo que sugerían sus jugosas letras gordas, pues prometía más entretenimiento que el intelectual.
Cuál sería mi sorpresa, que sin querer fui a dar con un estudio que empezaba preguntándose ¿Qué es el Renacimiento? cosa que ya me ponía sobre aviso de que me había equivocado en mi elección, pues sólo los filósofos se preguntan obviedades que cualquier escolar estaría en condiciones de responder con dos líneas y en cambio estos, acaso no les basta un libro entero. A punto estuve de cerrar sus páginas y aparcarlo para mejor ocasión. Pero, aquella introducción sobre las claves del Renacimiento, eran tan claras y profundas en su exposición anclando sus conocimientos en autores como Michelet o Huizinga que como quiera que por momentos aprendiera como que la fatiga mental desapareció recuperando el placer de una lectura con enjundia.
El esfuerzo tuvo su otra recompensa. Como si de una prueba de resistencia se tratara, antiguo modo de evitar al perezoso censor, tan pronto sus párrafos se adentraron en materia, apareció aquel horizonte de textura más sabrosa que a todos nos remite el primero de los títulos, mas sin abandonar nunca la compostura de quien está acostumbrado a dar conferencias en un ámbito comedido que no concede licencia a su expresión más allá de lo tolerable, capaz de convertir la narración de “Siete semanas y media” en un objeto de investigación antropológico.
Toda la obra está estructurada de lo general a lo particular recorriendo círculos concéntricos. De este modo, primero en la introducción se presenta el marco renacentista europeo, para después ver las semejanzas y diferencias con el caso español para finalmente describir la situación social de la mujer en aquella época. Hecho lo cual, pasa a diseccionar en capítulos sucesivos la realidad histórica y cultural de la mujer contrastando los distintos testimonios artísticos literarios ora idealizaciones, ora fieles cuadros costumbristas de la época, con la documentación y registros rigurosos de los archivos con los que cuenta el investigador.
Con la habilidad de un cirujano de la intrahistoria, Manuel Fernández Álvarez, disecciona la variopinta fenomenología femenina dando razón de los distintos roles asignados a este sexo, como la de ser mujer casada tratado en el segundo capítulo, en cuyo caso podía ser La Perfecta casada, la infiel, dentro del contexto del matrimonio acordado por los progenitores, la diferencia de edad entre los contrayentes y las de carácter económico cuya relevancia se ponía de manifiesto en la desgracia de ser viuda, más allá del sufrimiento sentimental; El perfil de la soltera aparece en el tercer capítulo junto al caso de la solterona despreciada por ser una carga familiar dentro de la tragedia de las madres solteras y el abandono de niños y hasta del infanticidio; Del caso de la monja pasa a ocuparse en una cuarta sección donde habla de su relevancia social como ideal teórico de mujer, aunque se distingue la Monja perfecta, la desesperada por haber ingresado sin vocación a la fuerza, la infiel, consecuencia de la anterior y hasta de la monja en fuga que abandonaba los hábitos y el convento sin consentimiento. Acto seguido, como buscando el contraste, en el capítulo quinto, se ocupa de las criadas, mancebas, barraganas, rameras y esclavas en evidente relación con la soltería y las engañadas confiadas y abandonadas por los Don Juanes, celestinas, señoritos y buscavidas que pululaban a su alrededor. Casi al final reserva un sexto tramo para abordar a las mujeres marginadas por su raza o religión como fueron las conversas, moriscas y gitanas. Y por último, en el capítulo séptimo, aparece el caso de la bruja, real o imaginaria perseguida por el pueblo llano, las instituciones y la Inquisición.
Esta exhaustiva taxonomía de la mujer española renacentista, además de magníficamente elaborada para su buena comprensión, está aderezada con incrustaciones descriptivas de cuanto se va comentando haciendo su lectura a ratos entretenida, a ratos amarga, según sean los retales de los autores que como el Arcipreste de Hita, Erasmo, Vives, Moro, Fernando de Rojas o Santa Teresa de Jesús jalonan el texto que sin duda resulta más divertido para el lector masculino, cuanto instructivo para toda mujer de nuestro tiempo que desee saber por qué todavía hoy, ser mujer es una desgracia entre nosotros.
Para terminar esta reseña, me gustaría resaltar el hecho de que así como hay historiadores que están realizando una encomiable labor de iluminar el claroscuro medieval poniendo de manifiesto que para nada todos aquellos siglos merecen ser identificados ya de manera tan despectiva dado el color y viveza ahora redescubiertos en todos los órdenes de su existencia, Manuel Fernández Álvarez nos ha mostrado con gracia pero no menor rigor, las sombras y humedades de ese periodo que se presenta a escolares e incluso a universitarios como tan brillante y esplendoroso, contribuyendo con su aportación a recuperar la realidad histórica que se esconde tras la “Venus” saliendo del mar de Botticelli.